DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 55

 




UN CASO DE FINEZA DE CONCIENCIA POR LA CARIDAD

 

“«Todo es lícito», mas no todo es conveniente. «Todo es lícito», mas no todo edifica. Que nadie procure su propio interés, sino el de los demás. Coman todo lo que se vende en el mercado sin plantearse cuestiones de conciencia; pues del Señor es la tierra y todo cuanto contiene. Si un infiel los invita y ustedes aceptan, coman todo lo que les presente sin plantearse cuestiones de conciencia. Mas si alguien les dice: «Esto ha sido ofrecido en sacrificio», no lo comas, a causa del que lo advirtió y por motivos de conciencia. No me refiero a tu conciencia, sino a la del otro; pues ¿cómo va a ser juzgada la libertad de mi conciencia por una conciencia ajena?” 1 Cor 10,23-29

 

Estimadísimo San Pablo, creo que ya hemos abundado suficientemente en el tema de los alimentos y los criterios para su ingesta. Me sorprende qué tanto te dedicas a ello y sin duda es consecuencia de la efervescencia que la temática tenía entre aquellos cristianos contemporáneos tuyos. Sin embargo quiero rescatar el testimonio que nos ofreces de una conciencia libre, pura, simple y regida por la caridad.

Retomando la contra-argumentación ya conocida, al “todo es lícito” respondes con tu “no todo es conveniente ni edifica”. Quisiera resaltar ahora este principio que proviene de la intención de ejercitar una auténtica caridad fraterna: “Que nadie procure su propio interés, sino el de los demás”. Aquí nos brindas una de las claves principales para vivir el amor: el descentramiento. En términos psicoanalíticos diríamos hoy que se trata de romper con el narcisismo. Cuando modernamente hablamos de egocentrismo, afirmamos que ese yo personal se vuelve sobre sí y se erige como centro del mundo y medida de valoración de todas las cosas. Toda la realidad se percibe en función y a conveniencia o no de las necesidades y apetencias del yo. Resulta pues evidente que si solo balanceo: “mis necesidades”, “mis proyectos”, “mis problemas”, “mis heridas”, “mis deseos” y la lista continúa… me ubico preponderantemente en una perspectiva unitaria que me dificulta registrar la presencia de tantos otros “yo personales” con su propia dinámica. Por eso la sabiduría popular proclama que “hay que saber salirse de uno mismo para ponerse en los zapatos del otro”.

San Pablo nos lo enseña en cristiano: procura orientarte primero a responder al interés de los demás que al tuyo propio, anteponiendo el querer de tu hermano a tu querer. ¡Esto es una violentísima revolución interior! Y sin duda un ir contra la corriente de la mentalidad mundana. Es la conversión al amor divino, a la Caridad. Lo diré sin rodeos: es el lenguaje de la Encarnación del Verbo que despojándose, desciende para hacerse uno de tantos; lenguaje que es llevado a su manifestación más lograda al ascender a la Cruz. El otro lenguaje, el de volcarse encorvado retornando sobre sí mismo para autoproclamarse el centro de todo, con la pretensión de que todos vivan en función del yo, no es sino el idioma mezquino de un amor propio absolutizado, cuya fuente última sin duda es la insinuación diabólica.

Luego, retomando el problema de que lo comerciado para consumo en el mercado público pudo haber sido ofrecido en cultos paganos, invitas a una conciencia que tenga libertad, madurez en la libertad por la fe: como ya afirmaste, “los ídolos u otros dioses no existen”, solo hay un solo Dios y Señor, Creador y Dueño de cuanto es. Aquella oblación por tanto fue nula e inválida pues se hizo ante nadie, no se configuró como acto sagrado, pues esas divinidades son “inventos puramente humanos”.

Ahora bien, como ya advertimos en tu enseñanza a los romanos y también a los corintios, el desafío se presenta no con la propia conciencia sino con la de los demás. Puede presentarse también con la conciencia propia de un cristiano, si se trata de una conciencia poco formada, inmadura, frágil o escrupulosa por demás. Pero a ti, querido Apóstol, te importa iluminar el caso en la relación con los demás, discerniendo un oportuno ejercicio de la caridad.

Por eso presentas el caso puntual de un no creyente que invita a un cristiano a una comida. Pues entonces que el hermano actué con simplicidad y pureza de conciencia, sin ponerse a investigar de donde provienen los alimentos y sin plantear reticencias con una escrupulosidad que malogre el encuentro con el anfitrión; ya que no solo introduciría la incomodidad sino que también podría inducir a mala conciencia y error de juicio al infiel. Porque si sugiere el cristiano que lo ofrecido a los ídolos paganos y comerciado en el mercado, no puede comerse, le daría a entender al no creyente que en verdad existen otras divinidades o lo expondría a una mala conciencia sobre su actuar que lo llevaría a la culpa pero no a la libertad del amor. Dicho más fácil: el otro no tenía ningún problema y el cristiano le siembra en su conciencia una problemática que ni si quiera es correcta. En el fondo está centrándose en su propia conciencia débil y faltando a la caridad con la conciencia del otro. “Que coma todo lo que le presenten”.

Mas como tu caridad es tan grande, San Pablo, apuntas a otra sutileza. Ahora el caso es que quien ofrece los alimentos explícitamente asegura que ha sido sacrificado a los ídolos. La perspectiva cambia. Si lo comes sin más, ¿que se infiere de ello? El que te ha invitado podría pensar que tú también participas y adhieres a aquellos cultos o que admites la existencia de aquellos dioses. Entonces rechazarlos, en principio, te daría la oportunidad tanto de explicitar un testimonio de tu fe en Cristo y acerca del único Dios verdadero como tu rechazo de las falsas divinidades. Evidentemente quedará por delante cómo realizar esta abstención con caridad y para edificar al infiel. Pero si sabiendo que eres libre de comer porque los ídolos no existen descuidas el interés por la conciencia de tu anfitrión que te lo ha advertido, ni te muestras humilde ni ejerces la caridad con él.

¿Ven cuánta fineza de conciencia por caridad? Sin embargo me temo que muchos cristianos de hoy se sentirían desconcertados y embrollados, les parecería compleja y difícil la resolución del caso presentado. ¿Es que la resolución es compleja o que la caridad aún inmadura no puede percibir los matices de delicadeza con el otro tan necesarios para amar?

 

“Si yo tomo algo dando gracias, ¿por qué voy a ser reprendido por aquello mismo que tomo dando gracias?  Por tanto, ya coman, ya beban o hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para gloria de Dios. No den escándalo ni a judíos ni a griegos ni a la Iglesia de Dios; lo mismo que yo, que me esfuerzo por agradar a todos en todo, sin procurar mi propio interés, sino el de la mayoría, para que se salven.” 1 Cor 1,30-33

 

Finalmente, expresando tu madurez y libertad de conciencia y tu exquisita caridad, nos propones estos dos principios rectores: “hacer todo para la Gloria de Dios” y no buscar el propio interés sino el del prójimo “para que se salve”. La glorificación de Dios y la salvación del prójimo son los principios fundamentales de la caridad. Caridad con Dios adorándolo y dándole culto, configurándose a su Voluntad. Caridad hacia los hermanos favoreciendo su salvación eterna. Tan simple, tan puro, tan libre y tan maduro es el camino del cristiano. Así sea en nosotros hoy y en el futuro también como lo ha sido antaño en el testimonio de la muchedumbre incontable de los santos. Amén.


EVANGELIO DE FUEGO 13 de Octubre de 2025