¿SERÁ EL SÍNODO DE LA RUPTURA?

 




De ayer a hoy

 

“Acerca de la sinodalidad que viene”, es el título esforzadamente prudente con el cual encabecé un breve artículo que terminé de redactar el 29 de Noviembre de 2021 y que aún permanece publicado en el portal católico de noticias “Verdad en libertad” desde el 2 de Diciembre de aquel año. Era el primer tiempo de la amplia consulta al Pueblo de Dios y sentía necesidad de dar algunas claves a mi comunidad para introducirnos en el ejercicio del diálogo sinodal. Como hoy me veo impulsado a repasar aquella reflexión y ofrecer otras consideraciones tras el trecho de camino recorrido.

“La Iglesia contemporánea nos convoca a un renovado ejercicio de la Sinodalidad. Esto supone, en principio, no pocas virtudes cristianas para que el proceso sea fructuoso.”  Tenía pues una clara conciencia hace un año que esta herramienta dependía en parte de la calidad de la participación eclesial.

1. “Participación con espíritu de fe”, la primera virtud que enumeraba. Y rememorando mis personales experiencias de asambleas eclesiales de todo tipo con gran presencia de laicos afirmaba: “Falla la representatividad y la preparación, suelen convertirse en sesiones de opinología divagante o en una catarsis de frustraciones eclesiales más que en un auténtico y maduro ejercicio de escuchar juntos al Espíritu Santo que nos hace descubrir la Voluntad de Dios para su Iglesia.” Y en verdad al acceder a las conclusiones de la etapa diocesana me temo que una vez más se ha confirmado la estable tendencia a derivar hacia la opinología infundamentada, la catarsis resentida y el libre comentario fuera de la regla o canon de la fe. Ciertamente se han expresado aportaciones valiosas pero el método de consignarlo todo sin distinguir ni su peso cuantitativo ni su calidad evangélica ha resultado en una avalancha confusa de consignas que con mucha dificultad podrían ser armonizadas en un sistema coherente. Un verdadero desorden casi caótico donde algunas insistencias repetidas parecen provenir de enfoques ideológicos extraeclesiales.

Además, aunque no me animé a ponerlo por escrito, desde el comienzo de la convocatoria al Sínodo pensé que no era el momento oportuno. Así lo comenté con allegados. La Iglesia se encontraba en una profunda crisis, y su forma de responder a la pandemia lo había evidenciado hasta lo impúdico. ¿Era el tiempo de convocar para intentar abrir caminos por delante? Justamente la máxima Ignaciana reza: “En tiempos de desolación no hacer mudanzas”. Intentar salir a la cancha con el equipo desmembrado es temerario y poco razonable. Un tal apuro podría señalar otro desorden, el de las pasiones.

“Este Gran Sínodo parte encima provocando algunos prejuicios. El apresuramiento y escaso tiempo para elaborar la consulta como una sesgada direccionalidad que parece ya inducir la respuesta que se quiere escuchar, hacen que no pocos tengan desconfianza. Para algunos se trata solo de una gran cortina de humo y para otros la oportunidad para introducir temas de la agenda global del mundo en la consideración eclesial.” Cuando escribía este párrafo en 2021 apostaba por no quedarnos en este planteo, superar la tentación e intentar una participación madura y constructiva. Creo que pequé de ingenuidad. Hoy se percibe que todo estaba más sesgado y digitado de antemano de lo que uno preveía. Tal vez la candidez me llevaba a esperar que nadie se atrevería a actuar con descaro. Pero cuando con algunos sabios y contemplativos clérigos y laicos nos preguntábamos para qué semejante consulta cuando quizás el documento final ya estaba escrito, tristemente no estábamos siendo presos de la paranoia del complot, sino avizorando que el proceso estaba gravemente viciado de una direccionalidad interesada. Sin embargo debo decir que se está dando más pelea de la que imaginaba y que no está fluyendo suavemente. La creciente tensión interna en la Iglesia sin embargo ahora amenaza con otro peligro: la ruptura.

2. “Fraternidad y humildad”, la segunda virtud reclamada. En este aspecto realmente no hice más que algunas piadosas exhortaciones quizás demasiado enfocado en mi propia comunidad. “A veces usamos nuestra larga historia de participación en la Iglesia o los cargos que detentamos como una forma de poder y manipulación. Pero debemos desnudarnos y entrar descalzos a la tierra sagrada del diálogo con los hermanos para escuchar juntos la voz de Dios. Me invito e invito a todos a ingresar al Sínodo como recién llegados. No desconocemos la historia y el valor de la experiencia. Pero no por respetar aquello debemos convertirnos en cristianos gastados y sin novedad. Debemos ayudarnos todos a reencender el amor primero y a estar expectantes porque se nos revelará juntos la Voluntad del Padre.”

Constato que el gran problema sigue siendo no escuchar la Voz de Dios. Nos empeñamos en que nuestra voz sea escuchada porque es nuestra y tiene derecho. La voz del otro es valorada en tanto sintoniza o antagoniza con mi voz. Las voces se reúnen para hacer fuerza juntas en contra de otras. Por todos lados nuestras voces y las voces de fuera de la Iglesia que aportan más confusión. Y muy pocos intentan discernir si en estas voces que resuenan estridentes y gritonas perturbando la paz eclesial se transmite y está presente en algún punto la voz del Señor. El drama de este Sínodo parece ser justamente que la Voz de Dios está desaparecida. No podría ser de otra forma, que su Voz quede censurada o tapada o impedida, pues desde el comienzo hemos puesto en el centro nuestras voces.

3. “Búsqueda de la Voluntad de Dios”, la tercera virtud cristiana invocada. Permítanme aquí una larga cita autoreferencial de aquel escrito de 2021.

“El Sínodo requerirá una adultez de vida cristiana que a veces lamentablemente falta demasiado entre nosotros. No se trata de que todos podamos opinar y que todas las opiniones -con secular y relativista tolerancia- queden a la par como si todo valiese lo mismo. No se trata de estrategias rosqueras al estilo político para imponer tal o cual posición. Ni se trata de alcanzar por votación un consenso democrático. Se trata de escuchar juntos a Dios y de vivir según su Santa Voluntad. Se trata de hablar con fundamento y expresar fielmente cada uno lo que el Espíritu quiere expresar a través nuestro. Se trata de escuchar y discernir lo que el Espíritu sopla cuando la Iglesia es convocada y reunida en la Santísima Trinidad.

Temo sinceramente esa prédica de la opinión pública acerca de que la consulta sinodal va a cambiar revolucionariamente a la Iglesia introduciendo modernizaciones que el mundo aclama. Temo que no seamos servidores de la Verdad del Evangelio y que nos dejemos seducir recortando o retorciendo la Verdad que Dios nos ha comunicado para la Salvación.

Me invito entonces e invito a todos a ser enteramente fieles a la Voluntad de Dios contenida en el Sagrado Depósito de la Fe (Escritura y Tradición) que el Magisterio debe guardar, conservar y transmitir con fidelidad. Busquemos juntos una fidelidad creativa y una creatividad fiel para que el Evangelio sea anunciado gozosa y eficazmente a toda la humanidad.”

Nada que agregar. De ayer a hoy los mismos temores, idénticas peticiones y una oración más intensa para que no caigamos en la tentación.

4. “En un clima orante”, la cuarta virtud suplicada. Y otra vez les pido toleren una cita extensa.

“La espiritualidad en el camino del Sínodo es relevante. Tenemos que prepararnos con intensa e insistente oración. Porque la clave es escuchar a Dios y escucharlo juntos. Debemos pedir al Espíritu Santo que nos conduzca. Primero será necesario despojarnos de traumas, heridas, caprichos y todo lo que nos impida escuchar de verdad. Debemos abandonar cualquier pretensión de imponer lo nuestro. Simplemente debemos hacernos dóciles y disponibles a la Voluntad de Dios. Y esto no se puede alcanzar sin mucha oración personal y comunitaria, sin frecuente Adoración Eucarística y participación en la Santa Misa, Pascua del Señor.

Por eso personalmente juzgo que aquellos miembros de la comunidad cristiana que mejor cultiven el trato con el Señor estarán más capacitados en el Sínodo para expresar lo que Dios quiere y para escuchar lo que Dios quiere.

Me invito e invito a todos a no ingresar al Sínodo sin cultivar un intenso y cotidiano diálogo con Dios. Sin oración personal y comunitaria sembraríamos confusión y tendríamos escaso discernimiento eclesial. Sin oración haríamos del Sínodo un evento de secularización mundana. El Sínodo depende en gran manera del estado saludable a nivel espiritual de quienes participen.”

Paradojalmente, vivimos en una época que busca espiritualidad y en una Iglesia que ha dejado de cultivarla como otrora. Este déficit de ascética y mística vividas con seriedad, esta propensión secularizante a la politización mundana de la vida eclesial, esta encrucijada que emerge en el Sínodo podrá llevarnos a la ruina o extendernos una oportunidad invaluable. Sigo creyendo que en la retirada hacia el desierto de la Contemplación encontraríamos, como siempre ha sido, el mejor contexto para sellar la Alianza.

 

¿Qué ruptura tenemos por delante?

 

A esta altura del proceso sinodal parece inevitable algún tipo de ruptura eclesial. De hecho desde mi fuero más íntimo quisiera gritar: “¡Paren el Sínodo! ¡Deténganse! ¡Pongamos este camino en receso, no nos apuremos, hagamos una pausa!” Pero es tan difícil y requeriría un tan alto grado de humildad. Andamos bordeando el precipicio a demasiada velocidad y cualquier llamado de atención, los entusiastas urgidos lo hacen sonar a conservadurismo o cobardía. La caridad fraterna no está fina. La tentación anda libre a sus anchas. ¡Ven. Espíritu Santo!

¿Qué ruptura tenemos por delante? ¡Ojalá fuese una ruptura con esta dinámica secularizante y un retorno al servicio del Depósito de la Fe! Esta ruptura en realidad ya ha sucedido. Hay signos en la Iglesia de personas y comunidades enfocadas en lo que llamaría “la reserva de la Fe”. Y para nada identificaría este espectro de pequeñas comunidades por ahora inconexas en la práctica, pero comunicadas subterráneamente en el Agua Viva del único y mismo Espíritu, con los mal catalogados conservadores o tradicionalistas. No se trata ya de conservadores y progresistas, sino de fidelidad o infidelidad a la Revelación de Dios. Más aún, se trata de la profesión de una soteriología intramundana, restringida y que no supera el horizonte del mundo y de la historia; o de una soteriología íntegra o trascendente, que sin negar el peso de la historia, peregrina ardientemente hacia la Gloria. El tema de fondo a mi ver es que la Iglesia contemporánea se halla profundamente dividida acerca del modo de concebir la Salvación de Dios.

¿Qué ruptura tenemos por delante? Existe la posibilidad de una ruptura y escisión formal de algún sector. Incluso acecha el temor que Roma, guardiana de la Fe y por tanto de la Unidad, pueda degradarse en Babel y que el mismo ministerio Petrino quede afectado. Tal desafortunada ocasión marcaría un antes y después y extremaría las oposiciones. ¿Acaso de nuevo haremos la traumática experiencia de dos Papas reinantes en paralelo? ¿En serio tendremos en el futuro que decidirnos acerca de quién es el auténtico? Y si las cosas no fuesen llevadas hasta el punto de tamaña ruptura, existe la posibilidad que la hemorragia se prolongue largamente en lo que algún autor ya ha llamado “la guerra civil interna” de la Iglesia. Seguramente las persecuciones contra la Fe ya no habrá que esperarlas solo desde fuera. Y aunque el panorama parezca demasiado apocalíptico, todo depende de hasta dónde quieran llevar los Padres sinodales este Sínodo. Por ahora la barca cruje y el agua entra inundándola.

¿Qué ruptura tenemos por delante? El error y la herejía vuelven a infectar pestilentes el cuerpo eclesial. Se presentan seductores y bajo camuflaje falso de Evangelio. Como otros también me inclino a sostener que tenemos por delante un nuevo período arriano, una presentación de Jesucristo que niegue su Divinidad o la piense como disminuida o de orden no absoluto o exclusivo. En este caso no parece un problema de teología intratrinitaria, sino la postulación de un Jesucristo compatible y emparejado a otras divinidades, de tal forma que se pueda difundir una nueva religión global, de diseño plural y sincretista, claro con teología de cuño relativista.

¿Qué ruptura tenemos por delante? Aún no lo sé, se está decidiendo en tiempos inminentes. Pero sin duda algún tipo de ruptura será la consecuencia de haber permitido reingresar el humo de Satanás en el recinto de la Santa Iglesia.

 

Ezequiel: vivir según Dios en una tierra extraña (11)

 



Una Alianza Eterna

 

Según la profecía de Ezequiel –retomando el tópico ya tratado por Jeremías de la Alianza Nueva grabada en el corazón-, Dios devolverá a su tierra a un Nuevo Israel y pactará con él una Alianza Eterna, pondrá su Santuario en medio de ellos para siempre. El anuncio de esta Alianza queda enmarcado en la temática más general del fin del exilio y del regreso a la tierra. Y también en Ezequiel se adjunta la noticia de volver a ser un solo Pueblo, superando la división histórica de los dos reinos de Judá al Sur e Israel al Norte. En una acción simbólica se expresa este designio de Dios.

 

 

“La palabra de Yahveh me fue dirigida en estos términos: Y tú, hijo de hombre, toma un leño y escribe en él: «Judá y los israelitas que están con él.» Toma luego otro leño y escribe en él: «José, leño de Efraím, y toda la casa de Israel que está con él.» Júntalos el uno con el otro de suerte que formen un solo leño, que sean una sola cosa en tu mano. Y cuando los hijos de tu pueblo te digan: «¿No nos explicarás qué es eso que tienes ahí?»,  les dirás: Así dice el Señor Yahveh: He aquí que voy a tomar el leño de José (que está en la mano de Efraím) y las tribus de Israel que están con él, los pondré junto al leño de Judá, haré de todo un solo leño, y serán una sola cosa en mi mano. Los leños en los cuales hayas escrito tenlos en tu mano, ante sus ojos, y diles: Así dice el Señor Yahveh: He aquí que yo recojo a los hijos de Israel de entre las naciones a las que marcharon. Los congregaré de todas partes para conducirlos a su suelo.” (Ez 37,15-21)

 

La profecía sobre la Alianza definitiva también se da en un “contexto de dones salvíficos” que Ezequiel va entretejiendo para mostrar el proceso o dinámica de la obra del Señor.

 

“Haré de ellos una sola nación en esta tierra, en los montes de Israel, y un solo rey será el rey de todos ellos; no volverán a formar dos naciones, ni volverán a estar divididos en dos reinos. No se contaminarán más con sus basuras, con sus monstruos y con todos sus crímenes. Los salvaré de las infidelidades por las que pecaron, los purificaré, y serán mi pueblo y yo seré su Dios. Mi siervo David reinará sobre ellos, y será para todos ellos el único pastor; obedecerán mis normas, observarán mis preceptos y los pondrán en práctica. Habitarán en la tierra que yo di a mi siervo Jacob, donde habitaron vuestros padres. Allí habitarán ellos, sus hijos y los hijos de sus hijos, para siempre, y mi siervo David será su príncipe eternamente. Concluiré con ellos una alianza de paz, que será para ellos una alianza eterna. Los estableceré, los multiplicaré y pondré mi santuario en medio de ellos para siempre. Mi morada estará junto a ellos, seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Y sabrán las naciones que yo soy Yahveh, que santifico a Israel, cuando mi santuario esté en medio de ellos para siempre.” (Ez 37,22-28)

 

Prestemos atención a la siguiente concatenación virtuosa:

  1. El anuncio de la restauración del único Reino de un único Pueblo. Será superada la división entre los hermanos y reinstalada la convivencia fraterna.
  2. El anuncio del fin del exilio en Babilonia y del regreso a la Tierra de las Promesas para habitarla, dando continuidad y nuevo comienzo a su identidad de Pueblo elegido.
  3. La purificación que quitará las basuras (idolatrías y pecados) con los cuales han contaminado el corazón. Y serán mi pueblo y yo seré su Dios.
  4. La promesa del Mesías-Pastor que conducirá y cuidará al Pueblo para que permanezca en la Alianza definitivamente.
  5. La Alianza Nueva será una Alianza de Paz. Porque el clásico “shalom” expresa la saciedad y disfrute de los bienes y gozos salutíferos, lo cual es consecuencia de la Alianza sellada con Dios y vivida en fidelidad.
  6. La Alianza Nueva será una Alianza Eterna. El signo de tal estabilidad es que el Señor pondrá su Santuario en medio de su Pueblo para siempre. Y por esta Morada Suya en medio de ellos, santificará Dios a su Pueblo.

 

Prontamente trataremos el tema del Templo Nuevo con mayor detalle. Pero podemos anticipar que en esta línea de “interiorización” tanto de Jeremías como de Ezequiel, ya se preparan las cristianas nociones neotestamentarias de “gracia” e “inhabitación”.

El conjunto de la perícopa –además de hacer síntesis sobre tópicos que se venían elaborando-, logra entretejer con habilidad la descripción realista de un proceso de espiritualidad: el llamado a volver a la identidad fundante o gracia de los orígenes, la regeneración o renovación vocacional, la purificación o conversión, la guía y animación pastoral del camino, la Alianza o Unión con Dios a la cual tiende todo el proceso, los efectos salutíferos de tal Unión y la Unión como una realidad que aspira a ser estable y permanente.

 

Una Alianza grabada y sellada conviviendo en Amor

 

El sendero de “interiorización” de la experiencia religiosa va desvelando que la gloria del Pueblo no se encuentra en la tierra, el templo y el rey, sino que su gloria es el mismo Dios. Esto que parece una obviedad no lo es tanto. ¿Cuántas veces nos hemos focalizado en las “gracias de Dios” perdiendo como centro y eje la Unión con Dios mismo? Parafraseando algún dicho podríamos decir: “no las cosas de Dios sino el Dios de las cosas”. No busques al Señor por lo que pueda darte para ti, sino búscalo como quien quiere darse a Sí mismo a ti y encuéntralo entregándote tú a Él.

Una de las primeras cosas que se le debe señalar a quien quiera crecer en la vida interior es a despojarse de expectativas y a no ponerse ya en el centro. Así comenzamos de seguro, hablando de nosotros, presentando nuestra vida, rogando por nosotros o agradeciendo por lo que está sucediendo en nuestra historia. Y eso está muy bien, razonablemente bien para los inicios pero no para crecer. ¿Amamos al Señor por lo que pueda darnos y hacer en nuestra vida, o sea no avanzamos más allá del círculo de nuestros intereses? ¿O podremos dar el paso también de amarlo por Él mismo, amarlo no solo por lo que provee, sino desearlo y amarlo a Él?

Tierra, templo y rey, signos del Amor de Dios por su Pueblo, finalmente también se transformaron en ídolos, desplazando al Dios único y verdadero. Por eso fueron dejados en desnudez y llevados a la intemperie del desierto en el exilio. ¿Para qué? ¿Era un Dios despechado y vengativo el que los castigaba abandonándolos? ¿O era el Padre del Pueblo que les estaba diciendo: donde tú vayas Yo estaré contigo, y aunque te falten tierra, templo y rey, nunca te faltare Yo? ¿Acaso no te es suficiente que Yo sea tu Tierra de las Promesas, tu Templo y Santuario Viviente y tu Rey Pastor? ¿No te das cuenta aún que si me tienes a Mí lo tienes todo y que al enfocarte en las realidades creadas que realicé para ti y te las regalé, si te olvidas por ellas de Mí lo pierdes todo? ¿Qué es más valioso: el río que corre deslumbrante frente a tus ojos o la Fuente secreta y escondida desde la cual brota y que lo nutre inagotable? Sin la Fuente no hay río, y te parecerá haber sido solo un espejismo cuando se seque y te halles en medio del desierto.

Esta pedagogía de la “interiorización” apunta pues al vínculo de Unión y a poner en el centro de la experiencia religiosa el trato de Amor con Dios. La Alianza se sella y graba en lo profundo del corazón por la permanencia en la convivencia. Indica que todo el proceso alcanzará madurez, estabilidad y plenitud que sacia, cuando la gratuidad se vaya haciendo habitual. Por lo pronto aquí está Dios mostrándole a su Pueblo que permanece con él cuando ya no tiene nada, cuando parece que ya no es nada. Lo sigue hasta el desierto del exilio y allí quiere convertirse en su Morada. Se acerca a convivir con ellos sin ningún interés para Sí porque los ama y elige. Por su fidelidad espera que el Pueblo aprenda a desembarazarse de todos sus pegotes para quedarse con quien verdaderamente es Fuente y Tesoro.

Quizás en esta hora tan crítica de la Iglesia Peregrina, el resurgimiento de la vida contemplativa destelle como resguardo y oportunidad de rescate, además como profecía que exhorta a volver a Dios por Él mismo. La mística cristiana que busca la Unión, siempre ha sido el más poderoso remedio para revertir el obsesivo impulso del Adán pecador a ponerse idolátricamente en alto y en el centro.

Cuando la Iglesia deja de vivir para y por su Señor, desde y hacia su Dios, vive para sí misma, simplemente se ha distanciado y ya no convive con su Esposo. Y tarde o temprano se dará cuenta que está desnuda y frágil en el desierto del mundo que la ha fascinado engañosamente. Tendrá hambre pero sus apetitos sin purificar le harán devorar desesperadamente aquello que no solo no nutre, sino que al traspasar el paladar no sienta bien, cae mal y enferma. Pero no estará sola. Dios no abandona y fiel la ama gratuitamente porque la ha elegido como suya en el Amor. Tal vez entonces recapacite y conmoviéndose comprenda: “Solo Dios basta”.

 

 

Ezequiel: vivir según Dios en una tierra extraña (10)



Ven Espíritu, sopla y que revivan estos muertos

 

Aunque el profeta Ezequiel haya enrostrado a las clases dirigentes su mala praxis en el pastoreo del Pueblo, sin embargo también anuncia a esos mismos culpables –exilados en Babilonia- que pueden llegar a ser el Resto de Yahvéh, Resto Santo, si se dejan purificar y llenar de vida en el Espíritu (37,1-14). Contemplemos la famosa visión acerca de una multitud de huesos secos.

 

“La mano de Yahveh fue sobre mí y, por su espíritu, Yahveh me sacó y me puso en medio de la vega, la cual estaba llena de huesos. Me hizo pasar por entre ellos en todas las direcciones. Los huesos eran muy numerosos por el suelo de la vega, y estaban completamente secos. Me dijo: «Hijo de hombre, ¿podrán vivir estos huesos?» Yo dije: «Señor Yahveh, tú lo sabes.» Entonces me dijo: «Profetiza sobre estos huesos. Les dirás: Huesos secos, escuchad la palabra de Yahveh. Así dice el Señor Yahveh a estos huesos: He aquí que yo voy a hacer entrar el espíritu en vosotros, y viviréis. Os cubriré de nervios, haré crecer sobre vosotros la carne, os cubriré de piel, os infundiré espíritu y viviréis; y sabréis que yo soy Yahveh.»

Yo profeticé como se me había ordenado, y mientras yo profetizaba se produjo un ruido. Hubo un estremecimiento, y los huesos se juntaron unos con otros. Miré y vi que estaban recubiertos de nervios, la carne salía y la piel se extendía por encima, pero no había espíritu en ellos. El me dijo: «Profetiza al espíritu, profetiza, hijo de hombre. Dirás al espíritu: Así dice el Señor Yahveh: Ven, espíritu, de los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos para que vivan.»  Yo profeticé como se me había ordenado, y el espíritu entró en ellos; revivieron y se incorporaron sobre sus pies: era un enorme, inmenso ejército.”  (Ez 37,1-10)

 

Analicemos sumariamente algunos elementos significativos:

  1. La contraposición “huesos-Espíritu”. Evidentemente son los dos términos más notorios y cruciales en la narración de la visión, reapareciendo múltiples veces como tema central. Acerca de los “huesos” (seláh) se dice que son numerosos pero están secos, muertos y sin vida, además de dispersos y aislados. Habría que entenderlos también en el sentido de costillar o esqueleto o estructura ósea.

El “Espíritu” evidentemente hace referencia al soplo divino, al soplo del Dios Viviente que anima la vida. También se identifica con el viento del desierto y la estepa que llega sorpresivo y envolvente, a quienes los Patriarcas denominaban “ruáj”. Acerca de él se afirma que actúa en el profeta bajo el lema: “me sacó y me puso”. El hombre de Dios se halla pues bajo su influjo y es solo en el Espíritu que desarrolla su ministerio profético. Pero también es a quien se le encarga convocarlo: “Ven, espíritu, de los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos para que vivan”. Es decir desde los cuatro puntos cardinales, desde todos lados. Es el Espíritu que dio vida a cuanto existe y que es universal, está actuando en toda la creación. Evidentemente Ezequiel hace referencia a aquella cosmogonía que quedará plasmada en los relatos del Génesis, acerca de los orígenes de todo ser vivo y del hombre.

El Espíritu vendrá sobre los huesos en un proceso de reavivamiento que comienza por el ruido y el estremecimiento conjuntos al inicio de la locución profética que es Palabra de Dios. El primer efecto de la primera palabra profética será que los huesos vuelven a juntarse, es decir vuelven a ser una estructura capaz de sostener el cuerpo, y entonces crece la carne, los nervios y la piel. Aquella multitud de huesos dispersos y aislados es reintegrada a la unidad. Un segundo momento de la palabra profética impetra al Espíritu para que entre en ellos y cobren vida. Así se afirma que sin el soplo divino no hay vida. Y el Espíritu se “infunde y entra”, interioriza la vida divina.

  1. Quisiera resaltar el uso de algunos verbos. “Saber-conocer”. El profeta no sabe si podrán revivir aquellos huesos (v.3) El Señor por su obra hará que sepan, tanto el profeta como el Pueblo, que Él es Dios (v.6.13.14).

Entrar-venir”. Para expresar la venida del Espíritu (v.5.9-10). Se trata en términos posteriores de la teología de una “inhabitación”. Se infunde y se hace interior al hombre.

Salir-llevar”. Fruto de la acción del Espíritu: la vuelta a la vida-tierra-identidad (v.12). Como al profeta “lo sacó y lo puso”, al Pueblo también.

No debe interpretarse entonces este pasaje en el sentido de la resurrección de la muerte, sino en cuanto restauración del proyecto de Dios sobre el Pueblo que se encuentra exilado en Babilonia. Allí son comparables con huesos secos y dispersos a los cuales les falta vida. Pero el Señor quiere restablecerlos en la unidad y ponerlos de nuevo en pie comunicándoles su Espíritu. Entonces podrán caminar.

La descripción de la visión es completada con la Palabra del Señor que explicita su significado.

 

“Entonces me dijo: «Hijo de hombre, estos huesos son toda la casa de Israel. Ellos andan diciendo: Se han secado nuestros huesos, se ha desvanecido nuestra esperanza, todo ha acabado para nosotros. Por eso, profetiza. Les dirás: Así dice el Señor Yahveh: He aquí que yo abro vuestras tumbas; os haré salir de vuestras tumbas, pueblo mío, y os llevaré de nuevo al suelo de Israel. Sabréis que yo soy Yahveh cuando abra vuestras tumbas y os haga salir de vuestras tumbas, pueblo mío. Infundiré mi espíritu en vosotros y viviréis; os estableceré en vuestro suelo, y sabréis que yo, Yahveh, lo digo y lo hago, oráculo de Yahveh.»” (Ez 37,11-14)

 

El sentido pues de esta profecía es el anuncio del fin del destierro. El exilio concluirá y dará lugar a una nueva Creación, un nuevo comienzo, una nueva Alianza. Esta será la obra de Dios que al interiorizar su Espíritu hará que el Pueblo mismo se convierta en el Nuevo Templo de su Vida y Gloria. En el fondo es más que un oráculo de restauración, pues no se repite el pasado. El futuro desvelará la Alianza Nueva y definitiva, grabada en el corazón, realidad interior animada por el Espíritu.

La perícopa nos deja entrever el rol de los personajes en la trama histórica.

Yahvéh es el Señor de la historia de su Pueblo que con sabiduría traza caminos de crecimiento, purificación y plenitud.

El Espíritu es quien restaura, revive y reanima la identidad o proyecto del Pueblo de Dios. Cuando todo parece perdido, cuando se presagia el fin y la disolvencia del Pueblo, posibilita un nuevo y mejor comienzo verdaderamente insospechado.

El Profeta escucha la Palabra para bien de su Pueblo y la proclama para que produzca su salvífico efecto. Es el instrumento de Dios.

Israel-Huesos es el número de los desterrados en Babilonia que se están resecando y muriendo. Desconectados y dispersos se debilita su Fe en el Señor. El clima de época podría describirse con la siguiente adjetivación: desesperanza, descreimiento, fracaso, frustración, desunión y pérdida identidad.

En algún momento hemos afirmado que Ezequiel, el profeta-centinela, también es como una suerte de “maestro de novicios” que le enseña al Pueblo en medio de una tierra extraña y de una aparente cancelación de la Alianza, cuál es el sentido de su actual padecimiento, cómo mantenerse fiel al Señor y qué esperar de Él. Así el pasaje de los huesos secos se vuelve una maravillosa parábola de la purificación necesaria para un crecimiento novedoso y un salto de calidad impresionante: el Espíritu será interiorizado, pondrá en pie la estrucutura o esqueleto del cuerpo del Pueblo, le pondrá alma y vida y entonces podrán caminar como un ejército victorioso en la Alianza Nueva del Señor que no abandona.

 

Ven, Espíritu Santo, sopla sobre tu Iglesia y vivirá

 

Desde la década del noventa, a fin del siglo XX, intuyo que el exilio es el modelo o paradigma bíblico que mejor nos ayuda a interpretar la realidad de estos tiempos. Pues en el contexto de un intento de “refundación” de la vida religiosa, se comenzó a hacer oír esta idea: ya no es el éxodo cual gesta liberadora, que animó no poca literatura teológica y espiritual de los setenta y ochenta en Latinoamérica; sino el exilio del Pueblo de Dios en medio de un mundo pluricultural y signado por la nueva era de una religiosidad neo-pagana resurgente, el horizonte que se bosqueja por delante.

Aquella tímida e inicial pincelada descriptiva ha sido ampliamente superada –dos décadas después- por la realidad de un relativismo disolvente de toda referencia, la adolescente y patética efervescencia de un culto romántico y suicida al nihilismo, como una gobernanza mundial bajo simulada participación democrática –que las masas desmovilizadas ya no compran- y que esconde en su fondo el verdadero poder de grupos económicos y tecnocráticos de insospechadas conexiones y planificación secreta.

¿La Iglesia está perdida? Si el interrogante es interpretado como: ¿es el fin de la Iglesia y del cristianismo? Mi respuesta contundente es, no. Se trata de una cuestión de fe. La Iglesia está en manos de Dios, principalmente en sus manos, y los hombres de este mundo no podrán destruir la sólida Ciudad Celeste de cimientos luminosos que construye. El Señor no dejará de suscitar santos.

Pero si quieres comprenderla de este modo: ¿la Iglesia está desorientada y sin rumbo? Mi respuesta entonces claramente es, sí. Percibo una creciente disolvencia de su identidad en una entrega al mundo de sus contemporáneos que termina en traición de su misión. Porque se advierte un neo-arrianismo, una frágil confesión de la Divinidad de Jesucristo, una pobre y balbuceante aclamación de su centralidad exclusiva en materia soteriológica. Con pretexto de falso diálogo y tolerancia se pretende encubrir la pérdida de la Fe.  El Misterio Trinitario mismo va siendo alcanzado y con ello toda la doctrina bíblica sobre la cosmogonía creacional y el destino de una Comunión Eterna van siendo puestos en jaque. Y todo con pretensión de discernimiento. Un discernimiento tal no es más que el discernimiento de quien ha sido tentado y no se ha dado cuenta del engaño en el que ha caído.

“Restablecer”, me parece una palabra eclesial urgente. Restablecer la sana doctrina. Restablecer la fe y costumbres contenidas en el tesoro de la Tradición Apostólica viva. Restablecer la adhesión de mente y corazón, el obsequio obediencial en amor de nuestra fe al Depositum Fidei. Restablecer el cuidado solícito y la actualización fiel y presentación oportuna del dato revelado. Restablecer el anuncio humilde pero triunfal del Evangelio Eterno, Jesucristo Resucitado, Señor de cielos y tierra. ¿Quién podrá realizar semejante obra?

¿Acaso no se encuentra la Iglesia peregrina como multitud de huesos resecos, dispersos y sin vida, desparramados en la desertificación del mundo? ¿Quién podrá ponerlos en pie, reintegrarlos en la unidad, darles de nuevo la capacidad de ser una estructura de identidad que sostenga la vida? ¿Podrá revivir esta Iglesia desorientada y agonizante? Insisto: ¿quién podrá hacerlo?

“Ven Espíritu Santo: sopla, entra, transforma, revive, reanima, conduce, libera.” Es imprescindible llamarlo en esta hora: “Ven, Espíritu de Dios. Sácanos de la tumba sombría y fría hacia la Luz cálida y resplandeciente de una Alianza Nueva. Haz de tu Pueblo peregrino en la historia el Templo de la Gloria del Señor que quiere salvar al mundo entero e introducirlo en su eterna Comunión de Amor.

Pero si todo esto te parece demasiado y te sientes desbordado, no importa. Al menos te suplico que eleves tus manos, que presentes tus personales huesos secos, y que te abras al soplo de una nueva creación.




POESÍA DEL ALMA UNIDA 35

  Oh Llama imparable del Espíritu Que lo deja todo en quemazón de Gloria   Oh incendios de Amor Divino Que ascienden poderosos   ...