10. Un río en el desierto. ITINERARIO CONTEMPLATIVO.

 



"IMÁGENES. Un acercamiento al itinerario contemplativo." (2020) 


10. Un río en el desierto

 

            El desierto de arena innumerable no tiene otro habitante que la soledad. Es un terreno bañado enteramente por un sol tan potente y caluroso que no puede experimentarse sino resquebrajado y agobiante. Sin embargo conozco un desierto inusual. Un desierto que un día, sorpresivamente, fue invadido por un rumor desconocido que le llegaba de lejos. Desde un extremo al otro, en el centro de su geografía, apareció de pronto un río. Sí, aguas caudalosas que hundiéndose en la arena a cada paso la fueron penetrando y abriendo en ella un canal profundo. Y desde ese cauce las aguas fueron colándose entre las grietas generando hilos de frescura en toda su extensión... Un espectáculo del todo insospechable.

 

            Hemos venido diciendo, metafóricamente, que el hombre es un desierto: un deseo de infinito, una sed arrolladora. ¿Se imaginan acaso cuánto se acrecentará la sed después que el Amado ha vertido unas pocas gotas de su agua? Porque aquel acercamiento y fuga en amor que en amor incitó a la persecución, también ha dejado brotar en el alma la nostalgia de ese Dios que ha experimentado, fugazmente, en su intimidad. Ahora sí que el alma con su deseo inflamado y el Amado en retirada se ha tornado un desierto resquebrajado, un fuerte pedido de aguas.

Y cuando parecía ya partido sin fecha de regreso, ya perdido... el Amado retorna. Otra vez se hace cercanísimo del alma que vuelve a quedar como fuera de sí en Él, arrebatada en amoroso incendio. Atraviesa su tierra deseosa el río de amor del que ama con aguas que apagan la sed y recorren las más mínimas grietas. El contemplador cree, ingenuamente, que está tocando el cielo con sus manos. Sin embargo sólo se halla en el inicio del largo camino hacia la unión. (Es tan grande nuestra pobreza ante la riqueza de Dios que el más mínimo don que nos hace nos parece insuperable; pero este Amador en amor es inagotable).

Digo que el alma aún se encuentra dando primeros pasos, aunque vigorosos y encendidos, pues aún no se halla transformada y a veces las emociones, sentimientos y pasiones le juegan malas pasadas: alguna desviación o engaño sutil y escondido pero muy común es el seguir buscándose a sí misma en esta experiencia del amor, buscar el encuentro todavía para su propio goce. Por eso la pedagogía de Dios es retirarse: así le deja crecer en su ausencia el deseo de la unión y le deja patente ante sus ojos que lo ama a Él más que a ella misma.

            Su acercamiento sigue siendo para ella desmedido y brusco además de desubicado e incomprensible como río en el desierto. Pero en él aprende a dejarse enlazar por la dinámica de la gratuidad.

Su alejamiento va engendrando cada vez una mayor nostalgia. Su ausencia es ya, ciertamente, una gran tragedia. Aunque no se halle transformada el alma, es decir, todavía proclive a dejarse caer en el vómito de la voluntad propia (al decir de San Francisco), ya poco anhela fuera de Dios mismo y a éste con una fuerza inusitada, con un deseo sobredimensionado por la gracia. Así en su fuga aprende la sana dependencia en el amor que hace al hombre un hombre humanizado, santo, y deja a Dios ser su Dios, su Señor, su Amado.

Entre arribo sorpresivo y fuga inflamante va el Amado dilatando la capacidad de su contemplador para recibirlo y estarse con Él. Como un corazón que se contrae y dilata y en ese movimiento cuánto más exigido más se agranda, así el alma va siendo trabajada por este amor que irrumpe y se retira.

¡Ya desearía el alma que este río se desborde tanto que bañe completamente su tierra! ¡Ya el amor le va trayendo la promesa y el ansia de la unión!

 

9. El río y el mar (Advertencia oportuna contra frívolos). ITINERARIO CONTEMPLATIVO.

 



"IMÁGENES. Un acercamiento al itinerario contemplativo." (2020)


9. El río y el mar (Advertencia oportuna contra frívolos)

 

            Aquel río había nacido en la cima de la montaña,  junto a otro. Deslizándose entre las laderas, caudaloso por las lluvias, bajaba jovial y ágil, vertiginoso y fuerte, cristalino y rumoroso. Siguiendo su cauce observé asombrado que, a diferencia de sus compañeros, se había desviado hacia el desierto. (Los otros ríos siguieron por valles y llanuras hasta formar espejos de agua por aquí y por allá. Pero esta corriente de aguas se había adentrado en el calor solitario de la arena innumerable). Por supuesto, su caudal había disminuido enormemente. Con todo era un espectáculo asombroso descubrir un río atravesando el desierto, aunque a veces no fuera más que un tímido hilo moribundo. Más admirable fue constatar que lograba atravesarlo y dar con un terreno fértil, donde algunas acequias se le unían, ensanchándolo nuevamente. Pero sus vicisitudes no habían acabado: un terreno rocoso lo aguardaba aún. Serpenteando entre piedras alcanzaba la base de una montaña, la cual atravesaba por un túnel al principio estrecho, que en su centro se transformaba en bóveda húmeda y goteante. Todo el trayecto subterráneo y escondido lo hacía en penumbras densas y silentes. Al final de la galería se encontraba con la luz y, maravillosamente, con una pequeña playa a cielo abierto que lo conducía hacia el mar... Tras un largo y duro itinerario había llegado a casa. ¿Pero por qué él y no los otros ríos? Porque este río había sabido escuchar en su caudal la voz escondida del mar que lo llamaba.

 

            Claro que esta imagen bien podría servir para explicar todo el itinerario: tenla presente con amorosa fe y esperanza. Sin embargo éste no es el objeto de proponerla: lo que deseo es hablar de una actitud fundamental que debe sostener al contemplador para que la persecución a la que se ha lanzado y ha sido lanzado, llegue a buen término. Me estoy refiriendo a una confianza capaz de abandonarse en el Amado.

Ciertamente no se ha caminado hasta aquí fuera de esta confianza (aunque la misma no fuese tematizada). Ha tenido que abandonarse el contemplador al Amado ya sea en el anoticiarse de su amor o en la súbita persecución que brotó de su acercarse. Pues la certeza que tenía acerca de que toda esta novedad se debía a Él, no dejaba de ser certeza de amor, atada a esperanza y fe. Hay aquí para mí un signo claro de si alguien verdaderamente ha sido atraído por este pequeño, oscuro y escondido camino: una certeza en amor que ni puede explicarse ni puede ser derrumbada acerca de que lo que sucede es obra de Dios. Porque el amor verdadero ni puede dejar sospecha alguna de su buena intención, ni puede ser respondido sin identificarse: es Dios y me está haciendo un bien, aunque ni comprenda cuál es ni cómo se me comunica. Y es propio del amor generar una respuesta abandonada pues no se duda del bien que el Amado hará a la amada. Quizás éste sea un núcleo de la contemplación: un escuchar la voz escondida que llama a la unión y que deja como huella una certeza de amor que se traduce en una respuesta amorosa como abandono y confianza.

Bien, aquel río ha escuchado la voz escondida en su caudal que era la voz del mar que secretamente le susurraba y le atraía. Con esto se está diciendo que el contemplador camina en su deseo de Dios, de ver su Rostro, de saborear su Presencia. Lo que impulsa a este río no es la satisfacción de sus necesidades ni la búsqueda de experiencias religiosas extraordinarias. Este deseo por Dios sembrado está a tono con la gratuidad de su amor: se busca el encuentro por el encuentro mismo y nada más. Como el río y el mar son el uno para el otro, así el hombre y Dios.

Pero en la imagen delineada el camino se torna difícil y arduo. Lo que intento es dar una advertencia. Si no hay certeza oscura en el amor acerca de lo que sucede: aún no hay contemplación. Si no hay abandono al Amado para que  lleve al contemplador por donde quiera: aún no hay contemplación. Si no hay un deseo subido de estar fuera de sí hacia Él rumbo a un encuentro gratuito: aún no hay contemplación. Y digo todo esto porque hay quienes desean venir a contemplación e incluso intentan simularla o simplemente sobredimensionan sus experiencias pues, creyendo que todo lo que aquí sucede es dulce y maravilloso y extraordinario, nada comprenden y en todo no aciertan: se están buscando a ellos mismos y no a Dios y, por lo tanto, aún no le han dado la oportunidad de que Él los busque, mejor, de que los haga experimentar en amor su constante búsqueda de ellos. A estos tales les digo que si la amada al abrir la puerta y darse a la persecución traspasando las murallas de la ciudad en plena noche no fuese hecha ya algo fuerte en la gratuidad del amor, simplemente, sucumbiría. Pues como al río le aguarda el desierto, al contemplador también le aguarda, y en él la soledad y los demonios. Como le llegará el tiempo del terreno rocoso al curso de agua, al amador le sobrevendrán tiempos de esterilidad y fracaso. Y si el río se hace subterráneo, el perseguidor amoroso no podrá menos que experimentar la oscuridad y la falta de publicidad. Porque la contemplación no se hace fuera, en cuanto itinerario, de la dinámica de la Encarnación de Dios en su Verbo: el Pesebre implica hacerse pequeño, desnudo, indefenso, necesitado, escondido y frágil; la Eucaristía habitar en lo secreto, pobre, humilde, sin apariencia extraordinaria, sin grandilocuencia y aceptar ser ante los ojos sin Espíritu impotente y poco creíble; la Cruz que preludia la gran transformación del resurgimiento de entre los muertos, de la realidad inigualable e insospechable de la Resurrección, debe introducirnos en la muerte, en la negación total y en el absurdo que brota del aparente abandono del Padre.

Es cierto que este río corre con vocación de llegar al mar: ¡pero nada de romanticismo cursi y frívolo! Quien quiera venir a contemplación debe estar dispuesto (y esto lo da la gracia de un amor que tiene promesa de unión) de atravesar y transitar un camino estrechísimo. Y declaro esto, creo que oportunamente, pues de aquí en más hablaré, como ya lo hice en la persecución y fuga de la amada tras el Amado de su alma, de experiencias que pueden resultar luminosas e inflamantes. Mas no se acerquen a ellas, por favor, los frívolos, los magicistas, los milagreros... Todavía no es la luz de la unión, apenas una preparación misericordiosísima para una noche terrible.

 

 


8. Fuga que da persecución. ITINERARIO CONTEMPLATIVO.

 



"IMÁGENES. Un acercamiento al itinerario contemplativo." (2020)


8. Fuga que da persecución

 

            Lo que ella sabía del hijo del Señor de la aldea era muy poco. Había sentido el comentario de otras doncellas: ¡es el más galante y seductor de los hombres, el más amable de todos! Por las noches había percibido un rumor inquieto de personas  junto con algunos gritos y suspiros previos al desmayo: era la inquietud causada en las jóvenes que tras los cristales advertían su paso. Mas una bienaventurada noche aquel rumor se ha ido acercando hacia su casa. Ella presintió entonces oscuramente que él estaba frente a su puerta. Así era. Un largo y agudo silencio, un clima de honda incertidumbre, preludiaron el momento inigualable: él tocó, con su mano desnuda, y ella se quedó pasmada, paralizada, clavada al piso. Él tanteó entonces el picaporte descubriendo que había la doncella cerrado con llave. Ella dudó un instante y luego se lanzó hacia la puerta. En tanto él volvió a golpear: su tercer llamado quedó en el aire pues ella ya la entreabría y con su mano tomaba la suya. No duró el contacto más que un segundo pues él se sacudió delicadamente este atrevimiento de ella y se dio a la fuga. Algo se agitó en el pecho de la sorprendida. Él se detuvo a la distancia y miró hacia atrás. Todo su perfil en las sombras parecía una delicada invitación. Ella no había logrado verlo bien pero ¡su sola presencia ausentándose le resultaba tan cautivadora y potente!

No dejó pues que su silueta se perdiera del todo y, sin cuidado alguno por la casa, se lanzó a la persecución. La fuga de él a ella la había puesto en fuga. A ella que apenas conocía la noche y que nunca había traspasado las murallas de la ciudad. A ella que ahora corría deseosa y enfebrecida tras el perfil entre sombras de un desconocido tan conocido...

 

Lo que aquí toca decir de la contemplación es de lo más difícil. Ni hay en mí un gran entendimiento ni palabras para decirlo. Se trata, simplemente, de ese instante de poca memoria en que el alma de algún secreto modo ha dejado de percibir esa noticia amorosa y enlazante pero general y ha comenzado a experimentar un toque, una unción, una caricia. Vamos a ver si podemos decirlo con orden...

            Hasta ahora el alma, en una primera quietud y recogimiento, en una primera inflamación del deseo de Dios, en una primera dilatación de su capacidad de recibirlo, todavía navegaba en la ignorancia acerca de cuán cercana de su Amado podía estar, mejor, de cuán cercano podía él hacerse de ella. Apenas había podido intuir en el amor primero que la enlazaba por detrás de los sentidos habituales algo así como otra orilla, un más del amor algo incierto, un más de la unión aún impresagiable. Ciertamente sabía, es decir saboreaba, que como los primeros pasos fueron resultado de la iniciativa del Amado viniendo a ella, esto otro no podía ser de distinto modo. Pero ¿en qué consistiría el cambio?

Pues bien, algún día en algún instante perdido y guardado en Él, surgió la novedad. Esa noticia, cual el rumor de la imagen presentada, se hizo más intensa y presente frente a su puerta. La noticia de amor se hizo más clara, se desveló: ¡Es Él, ha llegado! ¿Cómo lo sabía el alma? En el amor que se le daba (no hay otra respuesta). Lo saboreaba y le bastaba. El entendimiento no entendía pero el alma se regocijaba. Y todo esto sucedía en la oscuridad (ya veremos en otro momento del itinerario que no era tal, sino abundancia de luz que ciega). Y su Presencia le resultó tan vívida que le pareció un toque, una caricia, una unción, una cercanía desproporcionada a su esperar. Como enseñó San Juan de la Cruz, mientras el contemplador no está del todo transformado en el amor la experiencia va de menos a más espiritual, y lo que tras la unión experimentará delicado y sutil (y no por eso menos potente) ahora le resulta, permítanme decirlo así, violento. Caricia de amor pero espada que atraviesa también.

Y este acercamiento nuevo ha provocado en ella la agitación del deseo, una mayor inflamación. Pero sorprendentemente todo ha sido muy rápido: Él ya parece retirarse y alejarse. Sin embargo este ausentarse es ahora nítidamente su ausentarse, el ausentarse de Él, el Amado. Hay ya en el alma, nacida súbitamente, la nostalgia de esa Presencia cercanísima que empero ha sido fugaz.

En su pedagogía Él se detiene y parece esperarla y así más inflamarla provocándola a seguirlo. (Digo todo esto con esta imagen del movimiento, pues en verdad hay un movimiento de dos amores en el alma, el suyo y el de Él, más no es necesario aclarar que en todo esto es mayor la desemejanza que la semejanza con lo que acontece).

Con su libertad, sí, pero en amor arrastrada, sale ella de sí hacia Él por gracia de Él. Está en éxtasis, fuera de sí. (No es un fenómeno extraño, sino una conciencia totalmente diferente en cuanto atravesada por su amor). Toda la experiencia parece desmedida dado su ser imprevista (no hay forma de esperarla tal cual es) y por la terrible diferencia de estatura de estos dos que se encuentran gratis en el amor.

Ya el alma está en la otra orilla, recién empezando a transitar un terreno del todo para ella desconocido. Y si bien todo sucede en esa noche del sentido donde hay enceguecedora luz por detrás de los sentidos dormidos y aquietados y otro sentido de amor que la recibe, digo, aunque es de noche le parece en la inflamación  del encuentro, que por ahora es fuga y persecución, tan pero tan iluminada. Luz oscura, oscuridad potente y clara...

 

 

7. La otra orilla. ITINERARIO CONTEMPLATIVO.



"IMÁGENES. Un acercamiento al itinerario contemplativo." (2020) 


7. La otra orilla

 

            No sucede con todos los ríos, sólo con algunos; con aquellos cuyo ancho es tal que la otra orilla apenas si puede ser divisada por su ribera. Así aquella orilla queda envuelta en el misterio causando el interrogante por lo que en ella hay más allá de esos matorrales verdes y densos que luce junto a las aguas tranquilas y cantoras.

Yo he conocido algunos ríos así. Siempre me han provocado el deseo de cruzarlos para descubrir la otra orilla que nunca he mirado con pesimismo, de ella he esperado que sea maravillosa y encandilante. Mas en verdad nunca me he lanzado a nado por ellos, no me he atrevido a dar rienda suelta a ese impulso desproporcionado. Sólo en ocasiones me he quedado parado junto a las aguas y he lanzado en ellas algunas flores, unos pequeños ramilletes, y los he visto navegar despacio hacia la otra orilla experimentando la dificultad de frenar el deseo de irme yo mismo con ellos.

La otra orilla seguía ahí, incitando a la mirada, a descubrirla más de cerca.

           

Claramente el contemplador viene intuyendo, en este recogerse en el amor y por él ser enlazado, que la experiencia tiene otra orilla que le deparará un terreno totalmente desconocido y novedoso. Todavía no sabe cómo ni cuándo la alcanzará (ni siquiera sabe que en realidad será alcanzado por ella) pero sí sabe por qué: porque el amor debe crecer aún más, así lo reclama el deseo, hacia un encuentro con el Amado cercanísimo e íntimo.

Todavía en esta orilla, aunque viviendo ya algo en la otra, o mejor, con el sentido despierto a la otra orilla y más dormido a ésta, aprende en el deseo a hacer de su contemplación un lanzar flores, pequeños ramilletes que surgen de los albores primeros del incendio: Amado mío, Esposo mío, ven... Con tu Fuego, ven... Arrástrame hacia ti...

Recogido en la noticia de amor que le llega apenas puede, en el deseo, responder con pequeñas palabras y expresiones sin ningún hilo argumentativo, balbuceos del alma que ansía la unión.

Ya todo está dispuesto para un salto cualitativo. Un salto que no puede tener otro resorte que un desborde del amor. Ya viene lo imprevisto...


6. Buceando en busca de una perla. ITINERARIO CONTEMPLATIVO.

 



"IMÁGENES. Un acercamiento al itinerario contemplativo." (2020)


6. Buceando en busca de una perla

 

            Las olas embaten contra las rocas y se elevan en espuma. El sol juguetea sobre el mar pintándole hermosos reflejos. El nativo, parado sobre la roca más alta de la quebrada, espera la llegada de una gran ola que haga más profundas las aguas. La mirada atenta le descubre el arribo de la oportunidad esperada. La gran ola irrumpe. El nativo, obviamente ligero de vestido, respira hondo. La ola llega hasta las rocas. Un segundo antes él se lanza de cabeza hacia el mar. El impacto es rápido y cortante. Bajo las aguas el nativo busca ostras. Con varias entre las manos sube a la superficie y las deposita sobre la roca más cercana. Vuelve a tomar aire y de nuevo se pierde en las profundidades. Repetida varias veces la operación asciende a las rocas y se dedica a abrir las ostras. Finalmente una de ellas le regala una perla redonda y brillante y tan delicada como lágrima de sal. El nativo la guarda en un pequeño receptáculo que lleva siempre con él en sus momentos de buceo. Mas de pronto el ruido de las olas le hace levantar la mirada. Oteando el paisaje descubre que no tarda en llegar una en verdad inmensa. Sube entonces ligero a la roca más alta, se concentra y se dispone a saltar...

 

El contemplador, ya algo ducho en descubrir con anticipación la venida de su Amado, es decir, más atento a aquellos leves movimientos y delicadísimas unciones que preparan su llegada fuerte en amor y enlazante, se encuentra en vigilia. Es el deseo desanudado y dilatado el que lo mueve a esperar. Y al advertir que irrumpe aquella noticia confusa y general, clara y personal, se deja arrastrar con un sí cada vez más encendido en el amor. Está ligero de vestido, casi desnudo, sin más ropa que alguna expectativa (todavía pobre e ingenua) de unión con su Amado. Y así, inundado por ese amor suave y aún algo indefinido, puede ser regalado con alguna perla: a veces es un rubor acalorado en lo más profundo de sí; o quizás una sensación oscura de ensanchamiento, un sentir ceder la tela interior rasgándose algo, abriéndose; tal vez una suspensión más profunda, un recogimiento un tanto brusco que provoca en amor cierto gemido, cierto tirón... Lo cierto es que nada se pierde y estos regalos quedan grabados, sellados en lo más profundo del alma como pequeñas ulceraciones quemantes, inquietantes, deseosas. Y esto no es menos sino más, pues es por aquí, por esta tela algo rasgada, por esta región ulcerada y frágil, donde arribará la escalada del amor rompiendo y abriendo para una comunicación mayor, para un encuentro más pleno.

El contemplador, oscuramente presiente que cada ola anoticiante es mayor que la anterior y más crecida en caudal; algo así como el anuncio bueno de una gran ola que irrumpirá en el futuro con tanto desborde y maravilla que provocará un cambio, un pasar más allá, un inexplicable avance, un algo más todavía no del todo intuible en el amor pero que provoca al deseo y le hace estar en espera ansiosa, en vigilia enamorada. Y ciertamente va ascendiendo desde las profundidades del mar una violenta y suave marejada...

 

 

5. Mar adentro. ITINERARIO CONTEMPLATIVO.





"IMÁGENES. Un acercamiento al itinerario contemplativo." (2020)


5. Mar adentro

 

La frágil barcaza se ha internado mar adentro. Tras ser  desamarrada, el viento le ha sorprendido y henchidas sus velas la ha llevado por rutas acuosas y serenas hacia la inmensidad del océano. No lleva timón ni conoce otro puerto mas que el que ha dejado atrás. Pequeña e insignificante la barca se va adentrando en el mar, abandonada al curso impredecible de los vientos. Mas, ¿podrá esta  intemperie  oscurecer  la fascinación luminosa del océano?

 

        

La contemplación es un lanzarse desnudo a la intemperie: fragilidad. ¿Acaso no es quedarse indefenso y desarmado? Diles tú a tus hermanos que ya no tienes devociones ni meditación, que has sido desamarrado de ese puerto; diles que tu oración no consiste más que en estarte silencioso y recogido frente a una vaga e imponente noticia de amor que percibes como por detrás de todos los sentidos habituales con un sentido nuevo que ni comprendes ni puedes explicar; diles que tu oración es una barca sin timón conducida impredeciblemente por los vientos del amor... Desde luego te dirán que estás loco, que eres un farsante o que, simplemente, inventas excusas espiritualistas para no aceptar tu condición: no rezas, no haces oración. La contemplación, del todo incomunicable sin el sustrato de la experiencia, en cierto modo nos ha dejado en soledad.

Pero dejándose enlazar por esta noticia amorosa que se le regala va el contemplador adentrándose en un nuevo mar de experiencias donde el encuentro con su Dios y Señor, aunque le parezca ser más incomprensible y oscuro, resulta más inmediato y atrayente. Y este anoticiarse enlazante y cautivante conduce al alma como el viento a la barcaza: hincha con un amor suave las velas del deseo y lo introduce más en el encuentro dilatándole un poco el ser en cada viaje.

Importante aspecto de la fragilidad de esta barcaza es sin duda no poseer timón ni conocer otro puerto además de aquel del que zarpó. Ya no puede el contemplador conducir pues ni tiene con qué ni sabe hacia dónde y por dónde. Pero me parece que esta fragilidad es su gran fortaleza: no le queda más que declararse dependiente en todo del Amado y dejarse conducir por su amor. La contemplación es un llamado al abandono en Aquel que es el único en quien podemos abandonarnos con confianza plena, una invitación a la desnudez.

El comienzo de la experiencia contemplativa ha puesto las cosas en su justo lugar: Dios es Dios y el hombre es el hombre. Ahora sí es posible el encuentro.

 

 

4. Cuando se desata un nudo. ITINERARIO CONTEMPLATIVO.

 





"IMÁGENES. un acercamiento al itinerario contemplativo." (2020)


4. Cuando se desata un nudo

 

Cuando se desata un nudo la cuerda libera una energía contenida allí y se queda relajada. Cuando se desata un nudo el objeto asido queda libre. Cuando se desatan varios nudos, ya sean contiguos o superpuestos, el hilo gana en longitud. Cuando se desata un nudo lo anudado cambia hacia un nuevo comienzo.

 

El nudo que se desata es el del deseo. La iniciativa de Dios al darse de forma nueva y más cercana en aquella noticia amorosa, general y atrayente, no sólo ha dejado al descubierto la profundidad que somos... ha aquietado ese fondo deseoso de él y capaz de recibirlo. Y su amor en aquella dulce y suave noticia lo ha desanudado provocando su dilatación. Al calor del amor el deseo se ha dilatado y puesto que es lo más propio del alma, y ya que en ella todo nuestro ser resuena y es llamado a resonancia, también el corazón se ha dilatado y las paredes de la afectividad parecen haber cedido y agrandado el espacio; la inteligencia ha comenzado a comprender algo en modo diminuto y muy oscuro de la novedad que acontece; la memoria parece haber sido envuelta en una cálida caricia que le incita la esperanza de que toda la vida, a través de un recuerdo general que recupera ahora con gozo, ha estado preñada de Dios y hacia él se ha encaminado secretamente; la voluntad quiere atarse con más decisión a Aquel que la busca, la seduce y la llama; hasta el cuerpo llega esta marejada experimentándose misteriosamente criatura.

El hombre ha sido desanudado para ser anudado nuevamente. Ha sido suave y delicadamente invitado a salir de sí hacia el Otro, quien es el único capaz de comunicarle la plenitud que ansía. Algo en él está cambiando y dilatándose en vistas al amor; un amor mayor y desproporcionado, un amor gratuito y no merecido... Algo en él está cediendo ante los embates tiernos del amor que viene.

 

POESÍA DEL ALMA UNIDA 35

  Oh Llama imparable del Espíritu Que lo deja todo en quemazón de Gloria   Oh incendios de Amor Divino Que ascienden poderosos   ...