Amós: el profeta de la justicia (3)



Comprendamos la situación denunciada en la profecía de Amós.

 

La acusación general

 

“Así dice Yahveh: ¡Por tres crímenes de Israel y por cuatro, seré inflexible! Porque venden al justo por dinero y al pobre por un par de sandalias; pisan contra el polvo de la tierra la cabeza de los débiles, y el camino de los humildes tuercen; hijo y padre acuden a la misma moza, para profanar mi santo Nombre; sobre ropas empeñadas se acuestan junto a cualquier altar, y el vino de los que han multado beben en la casa de su dios...”  (Am 2,6-8)

 

Israel se ha transformado para mal en el reino de la injusticia. El constante destrato del pobre y el débil es intolerable a los ojos del Señor. La descripción de atropello contra la humanidad de los más sencillos y sufrientes es casi brutal, y se añade a ello el pecado de ofrecer culto a Dios hipócritamente, profanando el templo y su Santo Nombre con esa conducta que desmiente toda plegaria y todo rito.

 

Un ejemplo: el lujo desmedido de Betel

 

“Oigan y atestigüen contra la casa de Jacob -oráculo del Señor Yahveh, Dios Sebaot- que el día que yo visite a Israel por sus rebeldías, visitaré los altares de Betel; serán derribados los cuernos del altar y caerán por tierra. Sacudiré la casa de invierno con la casa de verano, se acabarán las casas de marfil, y muchas casas desaparecerán, oráculo de Yahveh.” (Am 3,13-15)

 

Betel es significativa por su vinculación a los patriarcas Abraham y Jacob como por la actuación de Samuel. Pero en tiempo de Amós el templo ya ha sido corrompido con la introducción de imágenes idolátricas, sobre todo el becerro y el toro. El Señor no solo juzga a Israel por su culto paganizado sino por la injusticia que se aglutina en torno al templo. Betel se ha transformado en la villa real y de los ricos quienes han construido casas fastuosas con escandalosa opulencia de materiales costosísimos y poco comunes. La profecía de Amos ve en Betel como un signo evidente de la contradicción vivida: una extendida opresión del pobre, un enriquecimiento ilícito y un culto puramente formalista. A ello se suma una exhibición impúdica de su riqueza, una ostentación ofensiva de su vanagloria.

 

Otro ejemplo: la altivez de las mujeres frívolas y opulentas

 

“Escuchen esta palabra, vacas de Basán, que están en la montaña de Samaría, que oprimen a los débiles, que maltratan a los pobres, que dicen a sus maridos: «¡Traigan, y bebamos!» El Señor Yahveh ha jurado por su santidad: He aquí que vienen días sobre ustedes en que se les izará con ganchos, y, hasta las últimas, con anzuelos de pescar. Por brechas saldrán cada una a derecho, y serán arrojadas al Hermón, oráculo de Yahveh.” (Am 4,1-3)

 

Ya nos habíamos anoticiado que se había anexado el territorio de Basán, de gran riqueza agrícola y ganadera. Esta circunstancia había potenciado la economía del Reino del Norte e Israel gozaba de tiempos de gran prosperidad.

Culturalmente, los “toros de Basán”, eran utilizados como símbolo de vigor, fuerza y poderío. Amós, con tremenda osadía, compara a las mujeres de la clase alta de Israel con “vacas de Basán”. En este sentido, parece acusárseles por haberse entregado a vivir una sensualidad desbordante. Con impensada audacia para la sensibilidad de nuestro tiempo, el profeta propone una imagen bastante violenta: estas mujeres serán colgadas en ganchos como ganado tras ser matadas y llevadas a la faena. También insinúa un final trágico, al ser arrojadas al precipicio desde la cadena montañosa limítrofe con los pueblos paganos, tal vez sugiriendo que serán arrojadas hacia Asiria cual castigo divino.

La acusación que se le hace a toda la clase encumbrada parece ser una vida desenfrenada y lujosa que es posible a costa de establecer un estado generalizado de injusticia. Las mujeres aludidas como culpables son sentenciadas por su complicidad y su irresponsable vanidad. Cada quien desde su posición de privilegio oprime directamente a los débiles o participa y usufructúa una riqueza que es acumulada en un status quo que hunde a otros hermanos del pueblo en la miseria.

 

El acabose de un culto vacío y engañoso

 

Y en la cúspide del drama, los encumbrados han hecho del culto al Señor un hecho religioso formalista y vacío de sentido. Con ironía se habla de su concurrencia a santuarios corrompidos, donde hacen ostensiblemente ofrendas y diezmos mentirosos y publicitan sus donaciones voluntarias para ser reconocidos y alcanzar una vana popularidad.

 

“¡Vayan a Betel a rebelarse, multipliquen en Guilgal sus rebeldías, lleven de mañana sus sacrificios cada tres días sus diezmos; quemen levadura en acción de gracias, y pregonen las ofrendas voluntarias, vocéenlas, ya que es eso lo que les gusta, hijos de Israel!, oráculo del Señor Yahveh.” (Am 4,4-5)

 

Insisto en la imagen profética: mientras los dirigentes se auto-perciben en la cúspide de la vida social de su tiempo, el Señor solo los contempla como víctimas llevadas al matadero a consecuencia de la vida desenfrenada e injusta que llevan. Toda su opulencia y frivolidad los acusa cada vez que intentan realizar ofrendas y celebrar el culto de Dios.

 

“Yo detesto, desprecio sus fiestas, no me gusta el olor de sus reuniones solemnes. Si me ofrecen holocaustos... no me complazco en sus oblaciones, ni miro a sus sacrificios de comunión de novillos cebados. ¡Aparta de mi lado la multitud de tus canciones, no quiero oír la salmodia de tus arpas!”  (Am 5,21-23)

 

Una cuidadosa y prudente actualización

 

Siempre me ha fascinado la profecía de Amós con su desinhibida contundencia. Pero confieso que habiendo sido testigo en mi historia eclesial de lecturas ideológicas y clasistas, tengo miedo y me siento urgido a una cavilada ponderación. Sería extremadamente fácil caer en esquemas bipolares; pero una mirada sincera me dice que quizás no todos los poderosos sean demonios (porque allí tendría que incluir tal vez a las más altas jerarquías eclesiásticas que aún detentan exclusivos privilegios y un elevado nivel de vida), como tal vez no todos los pobres y sufrientes sean santos (pues aquí claramente muchos de nosotros como cristianos rasos o del montón nos incluiríamos). Claro que este posicionamiento me gana enemistades en ambos bandos. Considero que hay más peligro de perversión en la cumbre como más incubación de resentimiento en el llano. Solo quien permanece en la humildad tendrá paz y la ofrecerá en la posición donde Dios le ponga.

Por eso quisiera sugerir una apropiación de la profecía de Amós desde la responsabilidad personal. Todos nosotros podemos desde nuestro lugar oprimir y degradar a un semejante. No es necesario ser acaudalado para ser un explotador del prójimo. No es necesario ser poderoso para ser generador de injusticia. Hay cientos de formas de erigirse en un manipulador del que se encuentra más débil. Y sobre todo hay cientos de modos de vivir un culto engañoso, un acercamiento a Dios impúdico pues nuestro pecado clama justicia frente a su Presencia Santa.



Amós: el profeta de la justicia (2)

 


Su vocación profética

 

Amós presenta su propia vocación como un llamado intenso e irrefrenable. Con una serie de interrogantes nos da a entender que Dios lo ha dispuesto todo con sabiduría y que su accionar como enviado está absolutamente en concordancia con el plan divino.

 

“¿Caminan acaso dos juntos, sin haberse encontrado? ¿Ruge el león en la selva sin que haya presa para él? ¿Lanza el leoncillo su voz desde su cubil, si no ha atrapado algo? ¿Cae un pájaro a tierra en el lazo, sin que haya una trampa para él? ¿Se alza del suelo el lazo sin haber hecho presa? ¿Suena el cuerno en una ciudad sin que el pueblo se estremezca? ¿Cae en una ciudad el infortunio sin que Yahveh lo haya causado? No, no hace nada el Señor Yahveh sin revelar su secreto a sus siervos los profetas. Ruge el león, ¿quién no temerá? Habla el Señor Yahveh, ¿quién no profetizará?” (Am 3,3-8)

 

Dios quiere expresarse y ha elegidos servidores que pregonen su voz. El Señor suscitará profetas por quienes revelará sus designios. Y porque el Altísimo quiere comunicarse no podrá ahogarse la profecía, sino que crecerá imparable y se impondrá en medio de su pueblo. En el caso de Amós esta palabra poderosa –ya lo dijimos- se vincula con la imagen del león rugiente frente al cual Israel temblará de temor.

En el centro de su mensaje se encuentra el anuncio de la invasión por Asiria y la caída de Samaría y del Reino del Norte. Con ironía se dice que Dios mismo convoca a los adversarios y los guía contra su pueblo, los pone por testigos de su sentencia.

 

Pregonen en los palacios de Asur, y en los palacios del país de Egipto; digan: ¡Congréguense contra los montes de Samaría, y vean cuántos desórdenes en ella, cuánta violencia en su seno!” (Am3,9) 

 

¿Cuáles son las acusaciones que el Señor levanta contra su pueblo? Dichas faltas podrán ser corroboradas por los adversarios al otear la situación reinante desde la muralla que rodea la ciudad. Se afirma pues que Asiria es el instrumento elegido para confirmar la acusación divina y ejecutar el castigo merecido.

 

“No saben obrar con rectitud -oráculo de Yahveh- los que amontonan violencia y rapiña en sus palacios. Por eso, así dice el Señor Yahveh: El adversario invadirá la tierra, abatirá tu fortaleza y serán saqueados tus palacios. Así dice Yahveh: Como salva el pastor de la boca del león dos patas o la punta de una oreja, así se salvarán los hijos de Israel, los que se sientan en Samaría, en el borde de un lecho y en un diván de Damasco. Oigan y atestigüen contra la casa de Jacob -oráculo del Señor Yahveh, Dios Sebaot- que el día que yo visite a Israel por sus rebeldías, visitaré los altares de Betel; serán derribados los cuernos del altar y caerán por tierra. Sacudiré la casa de invierno con la casa de verano, se acabarán las casas de marfil, y muchas casas desaparecerán, oráculo de Yahveh.” (Am 3,10-15)

 

Como ya veremos en otra ocasión las acusaciones se podrían resumir en tres:

  1. Injusta actuación del rey que instaura un clima social de violencia y vulneración de los derechos de los asalariados y los pobres.
  2. Escandalosa ostentación de los ricos y poderosos de sus privilegios.
  3. Crítica a la religiosidad vacía e incoherente que se desarrolla de modo formalista en el culto del templo.

 

Es también muy interesante que comienza a insinuarse una idea que otros profetas consagrarán a posteriori: “el resto de Yahveh”. Aunque aquí la imagen es dramática: si hay salvación para este pueblo que traiciona la Alianza, sólo será como si Dios rescatara una pequeña porción de entre las fauces del león que lo mastica y devora.

 

¿Dónde en nuestros día la profecía poderosa?

 

Si hay algo que me inquieta de estos tiempos de cambio de época es la claudicación. Difícil de analizar brevemente, pero parece haberse extendido cierto clima de conformismo con lo dado, una resignación que ha apagado los fuegos de cualquier rebeldía. El mundo es así y es imposible cambiarlo. Solo resta acomodarse lo mejor que se pueda a un devenir de las cosas que está más allá de cualquier intervención nuestra. No hay más que refugiarse donde te dejen y sobrevivir lo mejor que se pueda. Una impresionante anestesia de las conciencias se desparrama al ritmo de las urgencias novedosas y de un sinfín de estímulos alienantes.

¿Y como Iglesia dónde estamos parados? A veces me temo que repitiendo viejas diatribas nostálgicas de antaño. Una serie de discursos y sentencias teológicas que no terminan de comprender que las circunstancias del mundo han cambiado radical y aun inciertamente. Unos empeños por recuperar esquemas de acción y luchas que tal vez ya haya que dejar en el pasado.  La obstinación generacional de una envejecida dirigencia que no termina de asumir que su hora ya se ha terminado.

¿Y como Iglesia dónde estamos parados? También me temo que las generaciones intermedias y más jóvenes se hallen desorientadas, con poco fundamento, viviendo una pretendida libertad liviana y ágil tan consonante con los vientos de la presentación cultural predominante.

Es urgente recuperar la profecía que supone empezar por escuchar a Dios, dejar que Él lo clarifique todo con su Sabiduría. Es urgente que haya profetas cargados de la novedad divina. Es urgente que la profecía rompa los cercos cerrados y las trampas de la historia herida por el mal. Es urgente que la fe presente abiertos los caminos de la Salvación.

 

“No, no hace nada el Señor Yahveh sin revelar su secreto a sus siervos los profetas. Ruge el león, ¿quién no temerá? Habla el Señor Yahveh, ¿quién no profetizará?”

 

Amós: el profeta de la justicia (1)

 


Pocas veces se presenta tan impresionante el poder de Dios en la debilidad de su mensajero. Amós no tiene grandes pergaminos que presentar, es alguien simple y con pocos recursos humanos, quien es enviado como extranjero al centro del poder para proferir una exhortación valiente y peligrosa. Y aún entre amenazas furibundas se mantiene fiel a la voz de Dios que se hace oír con fuerza arrasadora frente al misterio de iniquidad que reina.

 

Algunos datos sobre su persona

 

Su profecía la ubicamos entre el 752-750 a.C. según los datos que se proporcionan en Am 1,1-2.

 

“Palabras de Amós, uno de los pastores de Técoa. Visiones que tuvo acerca de Israel, en tiempo de Ozías, rey de Judá, y en tiempo de Jeroboam, hijo de Joás, rey de Israel, dos años antes del terremoto. Dijo: Ruge Yahveh desde Sión, desde Jerusalén da su voz; los pastizales de los pastores están en duelo, y la cumbre del Carmelo se seca.” (Am 1,1-2)

 

Se trataría de un profeta del sur (Técoa está a 17km de Jerusalén), pero su mensaje está dirigido a Jeroboám II (Israel, Reino del Norte). Ya comprendemos la incomodidad primigenia de su misión: trasladarse desde el Sur hacia sus hermanos en rivalidad en el Norte. Lo que Dios tiene que decirles no les agradará y menos venido de aquel que representa a sus competidores.

Significativa es la expresión tan propia de su profecía: “Ruge Yahveh”. Está claramente en juego la imagen davídico-mesiánica del “León de Judá”. No será nada fácil presentarse ante el Rey del Norte como embajador de un Dios que es “León que ruje” amenazante. Denuncia el Señor que el Pueblo ha roto la Alianza y por eso se está marchitando y que además no hay pastores que lo guíen por el camino de la salvación. Ya veremos cuánta oposición genera y cuán en peligro se pone la vida del profeta con este mensaje.

Podríamos concluir su semblanza diciendo que es un personaje vinculado al trabajo agrícola, que maneja un lenguaje bucólico y rústico. Por eso afirmábamos la tremenda desproporción que expresa un Dios fuerte que se enfrenta a los más poderosos mediante u  mensajero humilde.

Tras la caída de Samaria, probablemente su profecía es adaptada mediante algunas adiciones, para que también interpele a Judá en el Sur.

 

Estructura literaria

 

A modo de guía de lectura, la estructura de este libro profético sería:

a) 1,3-2,16 Oráculos contra las naciones.

b) 3,1-6,14 Oráculos contra Israel.

c) 7,1-9,10 Visiones.

d) 9,11-15 Oráculo de salvación.

 

Mensaje

 

En el centro de su misión profética hay una fuerte denuncia de la injusticia social como ruptura de la Alianza.

 

“Así dice Yahveh: ¡Por tres crímenes de Israel y por cuatro, seré inflexible! Porque venden al justo por dinero y al pobre por un par de sandalias; pisan contra el polvo de la tierra la cabeza de los débiles, y el camino de los humildes tuercen; hijo y padre acuden a la misma moza, para profanar mi santo Nombre; sobre ropas empeñadas se acuestan junto a cualquier altar, y el vino de los que han multado beben en la casa de su dios.”  (Am 2,6-8)

 

Dios es el que funda y lleva adelante la Alianza y aparece de nuevo como un Dios justiciero al estilo de la perspectiva de Elías. Dios es rey universal y elige a Israel de entre las naciones pero su pueblo le da la espalda al no amar al hermano, al explotarlo y esclavizarlo.

El profeta es un enviado de Dios para darle al pueblo la oportunidad de convertirse. A Samaría (capital política) se le critica la alianza con Siria-Efraín-Egipto contra Asiria; Dios le acusa de apoyarse en otros y de olvidarse de la única Alianza que puede salvarlo. A Betel (capital religiosa) se le critica el culto formalista y las casas lujosas; está cerca del templo pero lejos de Dios.

 

Una inquietante valentía

 

Siempre me ha conmovido la persona de Amós, enviado tan frágilmente al centro del poder, con un mensaje nada diplomático y conciliador, sino tremendamente confrontativo y exigente. ¿Cómo es posible que levante su voz cuando todos temeríamos y matizaríamos los gestos y palabras, anticipando la reacción negativa de los poderosos? ¿Tan sólidamente se halla apoyado en Dios el profeta, que él mismo termina siendo a su imagen, como una roca inconmovible e inconquistable? ¿Tan poderosa y victoriosa es la gracia vocacional que Dios comunica? ¿Tan eficazmente ardiente y purificadora la misión que se le ha encomendado?

En nuestros días la Iglesia contemporánea debe sentirse confrontada por el Dios que ruge en el profeta. Pues a menudo tiende a mostrarse influenciable a las propuestas de los poderosos del momento. Es cierto que a veces con auténtica caridad intenta escuchar las problemáticas de los hombres de su tiempo. Pero en otras ocasiones se la percibe temerosa de las represalias, de ser denunciada por la incoherencia de su pecado que la avergüenza. Entonces elije auto-preservarse negociando. Demasiado quizás deja de anunciar la Verdad incómoda del Evangelio; Verdad incómoda para el mundo y para ella misma.

¿Cómo romper las ataduras del miedo? ¿Cómo confiar nuevamente en el poder vencedor del Dios que nos envía? ¿Cómo aceptar humildemente nuestra condición pecadora y volver a revestirnos de la Santidad del Señor? ¿Cómo ser fieles a Dios cuándo quiere rugir? Obviamente la Iglesia profética deberá aceptar jugarse la propia vida en tal misión.


La profecía humilde versus la arrogancia del poder mundano

 


El gran comienzo de la profecía (siglo VIII a.C.)

 

Es inevitable que realicemos una breve contextualización histórica.

En el siglo X a.C., tras la muerte de Salomón (931), se forman dos reinos. Jeroboam, el representante de las tribus del Norte en la corte, procedente de Efraím, apoyado por los profetas yavistas se levanta en rebelión aduciendo que en el Sur se habían introducido bajo Salomón cultos cananeos. Esta rebelión forma el reino del Norte (Israel). La separación no es traumática pero desde ahora habrá dos reinos hermanos que conviven con cierta rivalidad. De hecho esta separación ya existía desde antes: entre las doce tribus siempre hubo competencia entre Judá (S) y Efraím-José (N); una competencia que sólo cesó con David (el genio unificador) y que comenzó a resurgir con Salomón.

Hacia el siglo IX a.C., el reino del Sur de dinastía davídica, ostenta una fuerte fundamentación religiosa. El reino del Norte en cambio, debe buscar el argumento de su existencia y mostrar que es querida por el Señor. Será el rey Omrí (885-874) el genio fundacional del Norte: defiende el sur de su reino y establece fronteras con filistea; hacia el norte conquista el valle de Yizreel (el lugar más rico en producción agrícola); se relaciona diplomáticamente con las ciudades fenicias (Tiro, Sidón, Ugarit) asegurando un próspero comercio de los productos agrícolas y para consolidar la alianza une en nupcias a su hijo con la hija del gobernante de Tiro. También compra un lugar neutral, el monte Garizim (Siquem), y allí funda la capital (Samaria) y el templo yavista (intentando emular lo hecho por David con Jerusalén). Como era territorio cananeo comienza a darse progresivamente el sincretismo religioso. Ante una población heterogénea (Israel yavista y Canaán baalista) Omrí opta por mantener la pluralidad.

Le sucede Ajab (874-853) y su esposa Jezabel que logran el refinamiento cultural y el esplendor del reino. Pero en este período el yavismo del Norte se vuelve abstracto, ritualista y no fundado en la Alianza. Es en cambio el baalismo, quien logra configurarse como religiosidad popular. A la vez comienza a emerger una marcada injusticia social. Éste será el tiempo de Elías y luego de Eliseo, luchando por mantener la pureza yavista.

Será en el Siglo VIII a.C., con Jeroboam II (750-745 / reino del Norte) que hará su gran eclosión la profecía. Damasco presiona sobre la frontera norte y Moab aprovecha para intentar independizarse. Israel junto con Fenicia pone límite al avance de Siria y hasta logra anexar en Moab-Transjordania el territorio de Basán. Se aumentan los tributos a los pueblos vasallos y se abre una época de prosperidad. Pero hacia el 750 y hasta el 600 comienza la hegemonía de Asiria sobre la región. Para Israel, presionada por el Imperio emergente, la alternativa era una alianza militar con Egipto. En el territorio comprendido por Fenicia-Israel-Moab-Judá-Edom hay dos partidos: los que querían rendirse a Asiria pagándole tributo y los que querían resistir militarmente aliándose con Egipto. En el 745 la coalición Fenicia-Israel-Edom-Egipto se enfrenta a Asiria, quien en el 732 reduce a tributo al reino del Norte (Israel) y en el 722 (tras un intento de rebelión) destruye Samaria y deporta a los habitantes. Éste es el fin del Reino del Norte o Israel. Será en este convulsionado panorama que irrumpirá con fuerza purificadora la predicación de los primeros profetas escritores: Amós, Oseas, Miqueas e Isaías I.

 

¿En quién dime, esposa mía, tienes puesta tu confianza?

 

Cuando escuchemos el mensaje de los profetas de este tiempo, seguramente resonará inquietante la pregunta: ¿Dime, en quien tienes puesta tu confianza?

Ciertamente estos hombres de Dios le recordarán al pueblo que ha roto la Alianza, sea por el pecado de la idolatría o por la creciente injusticia contra sus propios hermanos. Cebados por las riquezas y los éxitos mundanos se han olvidado del Señor. Simplemente se han vuelto arrogantes y piensan poder sostener su vida con sus propias fuerzas y recursos. Han perdido la fe en el Dios que los liberó de la esclavitud de Egipto y han encadenado su suerte a los pueblos con los que urden estrategias humanas. Han desviado su corazón hacia los ídolos.

Los profetas, con humilde presencia pero con el vigor del Espíritu de Dios, llamarán al pueblo a convertirse, a retornar a la Alianza y a fundar la vida solo en el Señor. ¿Dime, en quien tienes puesta tu confianza?

El peligro inminente del Imperio Asirio, que amenaza conquistarlo todo, será interpretado por ellos como “el nuevo Egipto”. Si Israel no se convierte de corazón y vuelve a su Señor, Dios permitirá pedagógicamente que vuelva a la esclavitud que lo haga medicinalmente recapacitar. ¿Dime, en quien tienes puesta tu confianza?

Pienso que este interrogante y esta situación siguen siendo tan actuales para la Iglesia. ¿En quién dime, esposa mía, tienes puesta tu confianza? Repasando la historia, uno puede hallar momentos en los cuales la comunidad de la fe –o al menos sus representantes institucionales-, se han inclinado a trabar alianzas con los poderosos de este mundo, ya para ganar privilegios, ya para no perderlos y frenar los embates. ¿Pero ha dado esta opción un incremento de la fe? ¿Cuál ha sido el resultado de estas alianzas estratégicas? Hoy mismo la Iglesia se ve tentada a dialogar en un fantasmagórico foro globalizado de gobernanza universal y hasta parece intentar asegurarse una suerte de capellanía del nuevo orden: ¿para qué?, ¿a costa de qué?

Nosotros mismos, cada uno de nosotros, cristianos de a pie y sin encumbramiento, no estamos exentos de la tremenda interpelación profética: ¿Dime, en quien tienes puesta tu confianza? Porque frente a la enfermedad y la muerte que nos dejan atónitos (la pandemia rudamente nos ha confrontado); o ante las diversas vicisitudes y pruebas que nos trae la vida, ante las cuales parece temblorosamente tambalear nuestra fe mal cimentada; y sobre todo cuando el iluso corazón se desvía fascinado hacia los falsos paraísos terrenales que se nos proponen a diario; seguimos todos escuchando esa humilde y purificadora insistencia profética: ¿En quién dime, esposa mía, tienes puesta tu confianza?

 

POESÍA DEL ALMA UNIDA 35

  Oh Llama imparable del Espíritu Que lo deja todo en quemazón de Gloria   Oh incendios de Amor Divino Que ascienden poderosos   ...