POESÍA DEL ALMA UNIDA 17

 



Mi Señor Jesús en quien habito

Oh mi tierra firme donde me sé reposar

Allí junto a tu ribera eternamente serena

Recortado en el hospitalario silencio

De tu corazón humilde

Justo a la sombra de los sauces

De tus brazos abiertos en Cruz

Puedo oír con claridad el caer sonoro

De tu cascada de Agua Viva

Rodeado por un horizonte donde todo es verdor

 

Mi Amado y Esposo

Manantial de Vida que me habita

Mira lo que has hecho

En la tierra de mi alma unida

Has levantado tu jardín

Y ya todo florece

Al compás del trino de las aves

Entre rayos de sol que danzan

Y una fragancia fresca y tibia

Que impregna cuanto vive

Por el vaivén juguetón de tu brisa

Que lleva y trae delicias de amor

 

Oh Creador de paraísos

Ya me quedo siempre aquí

Junto a tu ribera santa

Y no me alejo

Pues brota sin cesar de Ti Jesús

Y juntamente desde tu insondable Padre

El fuerte y sutil Espíritu de gozo

Que me eleva en alabanzas

Y me circunda por doquier

Con arrebatada Luz de Gloria

Haciéndome saber que yo te habito

Donde Tú me habitas

Justo en la antesala de tu Casa

Escondido en la última grieta

Hasta que llegue mi hora de alcanzar

La cima definitiva de tu Monte

 

 

Jeremías: el profeta de la interioridad, atravesado por el sufrimiento (10)

 




Al cerrar nuestro rápido paso por esta sección del libro de Jeremías, nuevamente nos sumergimos en un texto testimonial contenido en las llamadas “Confesiones”. Otra vez el profeta da cuenta de su crisis vocacional en términos simplemente impresionantes.

 

“Me has seducido, Yahveh, y me dejé seducir; me has agarrado y me has podido. He sido la irrisión cotidiana: todos me remedaban. Pues cada vez que hablo es para clamar: «¡Atropello!», y para gritar: «¡Expolio!». La palabra de Yahveh ha sido para mí oprobio y befa cotidiana.”  (Jer 20,7-8)

 

Lejos toda presunción que quiera comprender esta “seducción” como un inocente jugueteo amoroso, sino que conservando su rasgo de atracción o captación, se la muestra también en su carácter de fascinación engañosa. Si interpretáramos “me has engañado y me he dejado engañar, me has embaucado y me he dejado embaucar”, ciertamente acertaríamos al sentido. Por tanto estamos frente a un reclamo del profeta a Dios porque lo ha conducido, cautivándolo, pero los resultados han sido desfavorables. Claro que Jeremías se hace cargo también: “yo me he dejado seducir”. Y luego escala la afirmación a un contexto de lucha y forcejeo: “me has agarrado y me has podido”. Aquí entonces insinúa que aun habiéndose resistido e intentado zafarse, sin embargo ha sido vencido y reducido. Toda una descripción que denota su vocación tanto como una fascinación que se le impone como una contienda en la que es superado. Casi parece que ha ingresado a su ministerio engañado y al darse cuenta no ha podido desentenderse, quedando sujetado.

Evidentemente ha llegado a esta amarga conclusión dadas las consecuencias de su fidelidad a lo que Dios le manda predicar y realizar: la violencia cae sobre él (atropello y expolio), además de que todos se ríen y burlan de él en lo cotidiano. La Palabra que Dios le ha dirigido y que Jeremías transmite, le paga como salario el ser ridiculizado, resistido y rechazado.

Ya habíamos contemplado este proceso de crisis vocacional en Jer 15,10-21. Se repite pues la misma dinámica solo que expuesta hasta sus extremos.

 

“Yo decía: «No volveré a recordarlo, ni hablaré más en su Nombre.» Pero había en mi corazón algo así como fuego ardiente, prendido en mis huesos, y aunque yo trabajaba por ahogarlo, no podía.” (Jer 20,9)

 

Creo que toda auténtica experiencia religiosa, sobre todo la vocacional, nunca está exenta de este furor divino y del tironeo interior en que se debate quien es llamado. Dios quema y arde y su llama no puede ser sofocada. Y a pesar de querer resistirse es tan potente el designio divino sobre esa vida que no puede impedirse que se cumpla. Por supuesto que hay libertad en el profeta, de hecho intenta ahogar el llamado. Pero el amor –no seamos pueriles- puede ser delicado como también intenso, una pasión incontrastable.

 

“Escuchaba las calumnias de la turba: «¡Terror por doquier!, ¡denunciadle!, ¡denunciémosle!» Todos aquellos con quienes me saludaba estaban acechando un traspiés mío: «¡A ver si se distrae, y le podremos, y tomaremos venganza de él!»

Pero Yahveh está conmigo, cual campeón poderoso. Y así mis perseguidores tropezarán impotentes; se avergonzarán mucho de su imprudencia: confusión eterna, inolvidable. ¡Oh Yahveh Sebaot, juez de lo justo, que escrutas los riñones y el corazón!, vea yo tu venganza contra ellos, porque a ti he encomendado mi causa. Cantad a Yahveh, alabad a Yahveh, porque ha salvado la vida de un pobrecillo de manos de malhechores.” (Jer 20,10-13)

 

Jeremías vive en su ministerio profético una realidad un tanto paradójica: por un lado, la continua persecución de sus enemigos que le tiene siempre como sitiado y bajo asechanza; por otro, la presencia fuerte y victoriosa de Dios, que como su campeón y defensor le rescata y le permite seguir adelante con su misión en medio de tales adversidades. Aunque le buscan para hacerle el mal, no le pueden, porque el Señor está por su causa. Se cumple así la promesa vocacional de hacerlo como plaza fuerte y bastión inexpugnable. Tal fidelidad de Dios con el pequeño que ha elegido y llamado, le mueve claro a la alabanza.

Sin embargo su ejercicio profético le resulta tan desconcertante y la recurrente crisis tan hiriente que la perícopa cierra insistiendo sobre su desgracia en durísimos términos.

 

“¡Maldito el día en que nací! ¡el día que me dio a luz mi madre no sea bendito! ¡Maldito aquel que felicitó a mi padre diciendo: «Te ha nacido un hijo varón», y le llenó de alegría! Sea el hombre aquel semejante a las ciudades que destruyó Yahveh sin que le pesara, y escuche alaridos de mañana y gritos de ataque al mediodía. ¡Oh, que no me haya hecho morir desde el vientre, y hubiese sido mi madre mi sepultura, con seno preñado eternamente! ¿Para qué haber salido del seno, a ver pena y aflicción, y a consumirse en la vergüenza mis días?” (Jer 20,14-18)

 

Como vemos, está totalmente justificada nuestra presentación de Jeremías como un profeta “atravesado por el sufrimiento”. Nos queda descubrir por qué le hemos llamado también: “el profeta de la interioridad”.

 

El seguimiento de Dios no es para cualquiera

 

Evidentemente Dios nos llama a todos a seguirlo y a gozar de su compañía. Pero no siempre nos damos cuenta, sino ya comenzando a transitar el camino, que nos supondrá una tremenda transformación. Su benevolente invitación en nada nos ahorrará la lucha, la contradicción, las dificultades crecientes y una dolorosa purificación.

De alguna forma hay que hacerse fuerte para vivir en fidelidad. Por eso es oportuno volver a oír la ya clásica sentencia:

 

“Hijo, si te llegas a servir al Señor, prepara tu alma para la prueba. Endereza tu corazón, manténte firme, y no te aceleres en la hora de la adversidad. Adhiérete a él, no te separes, para que seas exaltado en tus postrimerías. Todo lo que te sobrevenga, acéptalo, y en los reveses de tu humillación sé paciente. Porque en el fuego se purifica el oro, y los aceptos a Dios en el horno de la humillación. Confíate a él, y él, a su vez, te cuidará, endereza tus caminos y espera en él. Los que teméis al Señor, aguardad su misericordia, y no os desviéis, para no caer. Los que teméis al Señor, confiaos a él, y no os faltará la recompensa. Los que teméis al Señor, esperad bienes, contento eterno y misericordia. Mirad a las generaciones de antaño y ved: ¿Quién se confió al Señor y quedó confundido? ¿Quién perseveró en su temor y quedó abandonado? ¿Quién le invocó y fue desatendido? (Eclo 2,1-10)

 

El Evangelio de Marcos nos traerá un detalle que Mateo y Lucas han omitido. Los discípulos verán recompensada su fidelidad en el seguimiento pero esa recompensa aquí en la historia será colindante con las persecuciones.

 

“Pedro se puso a decirle: «Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.» Jesús dijo: «Yo os aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno: ahora al presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, CON PERSECUCIONES; y en el mundo venidero, vida eterna.»” (Mc 10,28-30)

 

De nuevo en este sentido afirmamos que el seguimiento de Jesucristo no es para cualquiera. Todo discípulo que quiera acercarse a Dios pero que rechace la Cruz vive en un espejismo que pronto se esfumará, dando paso a la realidad de la crisis y a la necesidad de reafirmarse en su opción. Una cosa es comenzar el seguimiento y otra mantenerse en el seguimiento, y no con desgano sino con un amor crecido. Iniciar es más fácil que perseverar.

 


DIÁLOGO VIVO CON SAN JUAN DE LA CRUZ 20

 



CONVERSACIONES SUBIENDO AL MONTE 20



SOBRE EL ESPÍRITU DE PROFECÍA (I)

 

Queridísimo hermano Fray Juan: ¿qué podremos saber en el amor? ¿Acaso no es verdad que el Amor podrá descubrirnos el sentido último y profundo de todas las cosas? Tocaremos aquí un tema harto delicado y que requiere de especial precisión. Tú encuadras inicialmente el tema del “espíritu de profecía” en cuanto:

 

“…descubrimiento de alguna verdad oculta o manifestación de algún secreto o misterio: así como  es declarando al entendimiento la verdad de ella, o descubriese al alma algunas cosas que él hizo, hace o piensa hacer.” (SMC L2, Cap. 25,1)

 

Y agregas:

 

“…hay dos maneras de revelaciones: unas, que son descubrimiento de verdades al entendimiento, que propiamente se llaman noticias intelectuales o inteligencias; otras, que son manifestación de secretos, y éstas se llaman propiamente, y más que estotras, revelaciones.” (SMC L2, Cap. 25,2)

 

En líneas generales digamos que las “noticias o inteligencias” son acerca de realidades ya manifestadas y verdades ya conocidas o reveladas que, sin embargo, bajo la luz de la unión de amor entre el alma y Dios, alcanzan una comprensión más honda y madura, en cuanto el misterio que es Dios mismo y su acción salvífica pueda ser aprehendido, pues nunca dejará de excedernos en su riqueza inagotable. Se trata entonces de un crecimiento de la sabiduría sobrenatural o sabiduría infusa.  En tanto las “revelaciones” se diferencian de aquellas no en grado sino en cuanto nos descubren lo que hasta ahora no había entrado en nuestro horizonte de entendimiento acerca del Misterio y su manifestación.

Estas inteligencias y revelaciones pueden sobrevenir al alma acerca del mismo Dios o sobre las criaturas. Cuando lo que se alumbra es un conocimiento sobrenatural del mismo Señor y Creador sucede que:

 

“…el deleite que causan en ella estas que son de Dios no hay cosa a qué le poder comparar, ni vocablos ni términos con qué le poder decir, porque son noticias del mismo Dios y deleite del mismo Dios…

…todas las veces que se siente, se pega en el alma aquello que se siente. Que, por cuanto es pura contemplación, ve claro el alma que no hay cómo poder decir algo de ello, si no fuese decir algunos términos generales que la abundancia del deleite y bien que allí sintieron les hace decir a las almas por quien pasa; mas no para que en ellos se pueda acabar de entender lo que allí el alma gustó y sintió.” (SMC L2, Cap. 26,3)

 

Evidentemente esta sabiduría acerca de Dios es comunicación Suya, de Si Mismo, por la gracia de la Unión. El contemplador unido a su Esposo y Señor le gusta y saborea y en Él se deleita, dado que Él mismo se le dona. En esta íntima cercanía, el contacto y trato es descripto como una Presencia que experimentándose “se queda como pegada al alma” en tal toque. Así en la luz del amor oscuro que es fe, se alumbra en el alma inteligencia sobre el Amante y Amado que, condescendiente, se ha acercado tanto.

Pero esta maravilla de encuentro sin duda excede la palabra y se queda hundida en el silencio extasiado. Pues la pura contemplación apenas puede ser sugerida en expresiones que florecen al calor del amor y que probablemente sin ese calor de amor infuso resulten incomprensibles. Pues aquella “inteligencia y noticia” acerca de Dios mismo, por su iniciativa de acercarse en grado sumo al alma, es simplemente un colindar con el Misterio y me animaría a decir, en el Misterio ser introducido y pregustar en primicia lo que será experiencia eterna en Luz beatífica. Por ello a esta especie de “inteligencia sobrenatural” le convenía bien aquella nomenclatura de “mística teología”.

 

“Y estas altas noticias no las puede tener sino el alma que llega a unión de Dios, porque ellas mismas son la misma unión; porque consiste el tenerlas en cierto toque que se hace del alma en la Divinidad, y así el mismo Dios es el que allí es sentido y gustado.” (SMC L2, Cap. 26,5)

 

Ahora bien, aquí hay algo nuevo que debemos apreciar:

 

“…es tan subido y alto toque de noticia y sabor que penetra la sustancia del alma, que el demonio no se puede entrometer ni hacer otro semejante, porque no le hay, ni cosa que se compare, ni infundir sabor ni deleite semejante. Porque aquellas noticias saben a esencia divina y vida eterna, y el demonio no puede fingir cosa tan alta.” (SMC L2, Cap. 26,5)

 

En este grado de Unión el Adversario no puede inmiscuirse. Es pura y simple y desnuda fe la que se requiere y no tiene el Diablo de donde asirse ni en qué morder. Además de no poder producir simulacro o sustitución que se empareje de algún remoto modo a la comunicación de las noticias sobre la esencia divina y los goces prometidos de la eternidad.

 

“Porque hay algunas noticias y toques de éstos que hace Dios en la sustancia del alma que de tal manera la enriquecen, que no sólo basta una de ellas para quitar al alma de una vez todas las imperfecciones que ella no había podido quitar en toda la vida, mas la deja llena de virtudes y bienes de Dios.” (SMC L2, Cap. 26,6)

 

Esta Unión no solo trae “inteligencias de amor” en cuanto fruición sobrenatural sino que opera una verdadera transformación. Ahora el contemplador se da cuenta que todo aquello que antes le parecía cercanía del Señor y cuanto experimentaba en “sensaciones espirituales” que de algún modo redundaban expresándose en el lenguaje corporal y emotivo como de los raciocinios… ¡todo aquello era tan inicial aún y apenas destello de Quien aún no se había arrimado hasta tocarlo! Ahora que le toca conoce su poder, el poder de su Amor que recrea y hace nuevo todo. Y el Esposo enriquece al alma, adornándola con las joyas de sus virtudes, y queda al fin pues cual jardín floreciente que exhala por doquier su Fragancia.

 

“Y le son al alma tan sabrosos y de tan íntimo deleite estos toques, que con uno de ellos se daría por bien pagada de todos los trabajos que en su vida hubiese padecido, aunque fuesen innumerables, y queda tan animada y con tanto brío para padecer muchas cosas por Dios, que le es particular pasión ver que no padece mucho.” (SMC L2, Cap. 26,7)

 

Uno de los principales efectos de esta Unión es que el contemplador comienza a amar más y más la Cruz. Se apasiona ya “en padecer por Dios” y busca abrazarle crucificado y participar de sus sufrimientos por amor redentor. Ha quedado místicamente unida a su Sacrificio y Donación. Hacer ofrenda de sí a su Esposo y mostrarle su amor en padecimientos por el Reino desea concretar crecidamente. Ha sido introducida el alma en el movimiento expiatorio de su Amado y aspira a ser ya “victima permanente y ofrenda de agradable aroma”. Y todo esto parece una locura que solo es aceptable a la luz de un amor ya purificado y maduro para recibir la tremenda cercanía de su Amor y para expresar con Él justamente su propio Amor.

 

“…a veces, cuando ella menos piensa y menos lo pretende suele Dios dar al alma estos divinos toques, en que le causa ciertos recuerdos de Dios. Y éstos a veces se causan súbitamente en ella sólo en acordarse de algunas cosas, y a veces harto mínimas. Y son tan sensibles, que algunas veces no sólo al alma, sino también al cuerpo hacen estremecer. Pero otras veces acaecen en el espíritu muy sosegado sin estremecimiento alguno, con súbito sentimiento del deleite y refrigerio en el espíritu.” (SMC L2, Cap. 26,8)

 

“Y por cuanto estas noticias se dan al alma de repente y sin albedrío de ella, no tiene el alma que hacer en ellas en quererlas o no quererlas, sino háyase humilde y resignadamente acerca de ellas, que Dios hará su obra cómo y cuándo él quisiese.” (SMC L2, Cap. 26,9)

 

Cierras Fray Juan tu apreciación, insistiendo en la gratuidad y en el poder del Amor Divino que se comunica. Tan solo les aclararía a nuestros lectores que el “estremecimiento en el cuerpo” del que aquí hablas no es al estilo de las sensaciones de los iniciados, sino más bien a la economía de los arrobamientos extáticos. A veces pongo la analogía de Moisés que reflejaba en su rostro iluminado la Gloria de Dios que había contemplado. Es tan potente esta comunicación o toque divino al alma que de algún modo el contemplador percibe que se trasluce en su rostro y en toda su corporeidad. No quiere decir esto que quien observe de fuera perciba algún fenómeno extraordinario, sino que el alma es amada en tal profundidad que comprende que también el cuerpo informado por ella, que todo su ser persona es alcanzado por semejante acercamiento en gracia. Este tal “estremecimiento” creo que es pedagogía del Esposo para que el contemplador tome conciencia de lo que recibe.

Pero a estas alturas lo que será más habitual es aquella unción y toque recóndito y escondido en la hondura más secreta del alma. Pues el contemplador ya está preparado para registrar en Espíritu el movimiento suavísimo y como imperceptible y a la vez tan omnipotente y vivo del Dios que lo inhabita.

Ahora el alma recogida en serena quietud, en la cual se establece por su gracia, goza de su frecuente visita que asciende o mejor dicho, permanece colindante a su Presencia donosa.

 



Jeremías: el profeta de la interioridad, atravesado por el sufrimiento (9)

 

 



Es oportuno recordar que estamos transitando la 2da. sección del primer bloque del libro de la profecía de Jeremías, que delimitamos entre 7,1-20,18. Aquí –ya advertimos- encontraríamos básicamente los oráculos durante el reinado de Yoyaquim y las llamadas “Confesiones” del profeta. Insistimos que es un tiempo difícil para el profeta, pues interrumpida la reforma Deuteronomista bajo Josías, Judá ha vuelto a los pecados del pasado.

Nos adentraremos ahora en uno de esos textos clásicos, que han dado lugar a poemas y canciones como a diversa simbología religiosa. No creo que todos identifiquen a Jeremías tras la imagen del alfarero y la vasija, tampoco espero que anticipen el sentido no tan idílico del pasaje.

Hagamos una lectura, dividiendo en dos grandes partes, el oráculo contenido en Jer 18,1-12.

 

“Palabra que fue dirigida a Jeremías de parte de Yahveh: Levántate y baja a la alfarería, que allí mismo te haré oír mis palabras. Bajé a la alfarería, y he aquí que el alfarero estaba haciendo un trabajo al torno. El cacharro que estaba haciendo se estropeó como barro en manos del alfarero, y éste volvió a empezar, transformándolo en otro cacharro diferente, como mejor le pareció al alfarero. Entonces me fue dirigida la palabra de Yahveh en estos términos: ¿No puedo hacer yo con vosotros, casa de Israel, lo mismo que este alfarero? - oráculo de Yahveh -. Mirad que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano, casa de Israel.” (Jer 18,1-6)

 

El profeta es enviado por Dios a la alfarería y al contemplar el trabajo de aquel artesano la Palabra del Señor irrumpe, transformando el hecho en una parábola. Jeremías observa que mientras el alfarero en el torno modela el cacharro no siempre sale bien, a veces comienza a formarse imperfecto entre sus manos, y sin poder ya corregirlo, interrumpe  su obra. Entonces los movimientos del artesano cambian de formar el barro a hacerlo retornar a su informe y maleable estado inicial. Luego desde cero vuelve a comenzar la hechura entre sus manos hasta que la vasija alcance la perfección deseada.

Esta primera parte de la pericopa, por la Palabra que el Señor comunica, establece la comparación Dios-alfarero y Pueblo-barro. Habría que destacar que al reiniciar el trabajo sobre el futuro cacharro el texto marca con intencionalidad evidente que no lo hizo igual al anterior inconcluso, sino que lo hizo diferente; lo transformó el alfarero en un proyecto nuevo según le pareció mejor.

La pregunta: “¿No puedo hacer lo mismo Yo con ustedes?", que abre la alocución divina, insinúa que el Pueblo-barro se resiste y se queja de la obra del Dios-alfarero. Al mismo tiempo afirma que el Pueblo siempre será una obra entre sus manos de Artesano.

Obviamente la simbología no puede dejar de remitirnos al relato de la creación de Adam y claramente se percibe en el alfarero que arma, desarma y rearma la vasija, la acción de la Gracia de Dios sobre el hombre y el Pueblo elegido, el proceso paciente de cumplimiento del proyecto de la Alianza con sus bienes salvíficos.

En mi juventud me estremecía la canción que decía: “Yo quiero ser, Señor, amado como barro en manos del alfarero; rompe mi vida y hazla de nuevo, yo quiero ser un vaso nuevo.” La entonaba muy piadosamente, eran tiempos de conversión. Aún resuena así en la Iglesia. ¿Pero la profecía de Jeremías tiene este final feliz: ponernos libre y dócilmente entre sus manos de Padre bueno y santo que nos modela con sabiduría y amor?

 

“De pronto hablo contra una nación o reino, de arrancar, derrocar y perder; pero se vuelve atrás de su mal aquella gente contra la que hablé, y yo también desisto del mal que pensaba hacerle. Y de pronto hablo, tocante a una nación o un reino, de edificar y plantar; pero hace lo que parece malo desoyendo mi voz, y entonces yo también desisto del bien que había decidido hacerle. Ahora, pues, di a la gente de Judá y a los habitantes de Jerusalén: Así dice Yahveh: «Mirad que estoy ideando contra vosotros cosa mala y pensando algo contra vosotros. Ea, pues; volveos cada cual de su mal camino y mejorad vuestra conducta y acciones.» Pero van a decir: «Es inútil; porque iremos en pos de nuestros pensamientos y cada uno de nosotros hará conforme a la terquedad de su mal corazón.»” (Jer 18,7-12)

 

La alocución divina continúa desvelando la palabra profética que se le encomienda proferir a Jeremías. Pero antes que nada descubramos que se trata del mismo lenguaje de su llamado vocacional: “Entonces alargó Yahveh su mano y tocó mi boca. Y me dijo Yahveh: Mira que he puesto mis palabras en tu boca. Desde hoy mismo te doy autoridad sobre las gentes y sobre los reinos para extirpar y destruir, para perder y derrocar, para reconstruir y plantar.” (Jer 1,9-10)

Ahora la parábola del alfarero se aplica al destino de las naciones y de Judá.

En primer lugar el contexto es universalista y el Señor se dirige a todos los pueblos de la tierra. A unos les amonesta en sentido de “arrancar, derrocar y perder” y arrepintiéndose se convierten, con lo cual ya no recae sobre ellos la purificación divina. A otros su promesa les asegura “edificar y plantar” pero no interesados en la obra de Dios siguen por su propio camino, entonces el Señor no puede derramar sobre ellos su Gracia. Dios se muestra como quien se acerca y abre el diálogo de la Salvación esperando que el hombre en su libertad responda. Obviamente la respuesta de los hombres los introduce o los aleja de la economía de la Gracia.

Finalmente Dios se dirige a su propio Pueblo, el que se ha elegido, con una palabra de advertencia y anuncio de castigo purificador. El Señor les urge a la conversión y a volver a Él pues se han alejado de sus caminos. Pero la palabra profética conocedora del futuro adelanta su respuesta: “Pero van a decir: «Es inútil; porque iremos en pos de nuestros pensamientos y cada uno de nosotros hará conforme a la terquedad de su mal corazón.»” Así el Pueblo se mostrará obstinado en el mal camino y pertinaz en su pecado.

Ahora la parábola del alfarero se imposta con un matiz inquietante. Si el Pueblo se pusiese en sus manos podría recrearlo, llevar adelante el proyecto de la Alianza salvadora. Pero como eligen sustraerse de sus manos y quedarse lejos por su cuenta volverán a ser barro informe.

 

¿Quién se pondrá entre mis manos?

 

Con este interrogante, como si Dios mismo nos interpelara, quisiera comenzar esta breve reflexión. Porque he visto que la vida en el Espíritu de las personas y de las comunidades se juega importantemente en resolver los binomios docilidad-resistencia y entrega-reserva. ¿Entregarnos al Señor? ¿Y cuál es  el límite de ese abandono? ¿Podré reservarme algo para mí? ¿Ya no estará mi vida en mis manos y bajo mi conducción? ¿Ya no tendré libertad?

Estos interrogantes creo solo son posibles en un contexto donde aún no se ha descubierto ni el amor ni la humildad. Me explico.

¿Quién puede creer que la propia vida está enteramente en nuestras manos? Tantos imponderables nos acechan todo el tiempo. Cuando llega la adversidad inesperada lo admitimos. No es ilimitada nuestra capacidad de tener la propia vida bajo control. Somos libres y decidimos, nos auto-determinamos, hasta cierto punto. Otras libertades también entran al concierto misterioso de la reciprocidad con sus consecuencias. La historia nos tiene por delante tiempos y parajes insospechados. Caemos en la cuenta de que somos pobres y necesitados. Comprendemos que nuestra vida requiere ser rescatada, salvada por Quien solo puede hacerlo. ¿Hemos alcanzado esta humildad?

El proyecto de la Modernidad era otro: el sujeto autosuficiente que elevado sobre sí mismo se instituía como dios. ¿Acaso no es posible el proyecto del superhombre? ¿Tan solo somos barro pero barro con espíritu? Justamente cada vez que sopla el Espíritu también se levantan en nosotros secretas resistencias: el orgullo, la vergüenza, el miedo a entregarnos.

Seguramente porque aún no conocemos el Amor. Porque es propio del amor bajar las defensas y deponer las sospechas, crecer en confianza y por tanto en alegre abandono. Ponernos en manos de Quien eterna y perfectamente nos ama es tan gozoso y liberador. Es un acto libre, quizás el acto más libre del ser humano, entregarle la vida a Dios, devolvérsela porque de Él proviene, y solo Él la cuida, sostiene y rescata. Reconocer agradecidos que solo su proyecto, que benévolamente nos revela, dará sentido, plenitud y trascendencia a nuestra persona y a nuestra comunidad-pueblo, la Iglesia.

Aunque el oráculo profético no tiene por decisión del pueblo, el final deseable, el canto piadoso lo recrea según la expectativa del Dios que nos ama bien: “Yo quiero ser, Señor, amado como barro en manos del alfarero; rompe mi vida y hazla de nuevo, yo quiero ser un vaso nuevo.”

Y mientras estamos en proceso de descubrir su Amor y alcanzar una verdadera humildad, el Apóstol San Pablo nos exhorta: “¡Oh hombre! Pero ¿quién eres tú para pedir cuentas a Dios? ¿Acaso la pieza de barro dirá a quien la modeló: "por qué me hiciste así"?” (Rom 9,20)




Jeremías: el profeta de la interioridad, atravesado por el sufrimiento (8)




Jeremías, aquel que se declaraba “demasiado joven” al ser llamado por Dios al ejercicio del ministerio, quien anticipábamos tenía un temperamento que sería puesto a prueba por las reacciones de sus compatriotas al arduo mensaje que se le confiaba transmitir, no podía sino llegar a ser “el profeta de la crisis”. En 15,10-21 nos ha legado un áspero y brutal testimonio de su sufrimiento personal en el servicio de Dios y de la hondura que alcanzó en él la crisis vocacional.

 

“¡Ay de mí, madre mía, porque me diste a luz varón discutido y debatido por todo el país! Ni les debo, ni me deben, ¡pero todos me maldicen!” (Jer 15,10)

 

El comienzo del pasaje no podría ser más tremendo: es tan grande su dolor que lamenta haber nacido. Se percibe como alguien discutido y polémico, resistido y no querido, rechazado por todos pero… ¿acaso la causa de esta violencia que cae sobre él no es la fidelidad a la Palabra que Dios le ha dirigido?

 

“Di, Yahveh, si no te he servido bien: intercedí ante ti por mis enemigos en el tiempo de su mal y de su apuro. Tú lo sabes. Yahveh, acuérdate de mí, visítame y véngame de mis perseguidores. No dejes que por alargarse tu ira sea yo arrebatado. Sábelo: he soportado por ti el oprobio.” (Jer 15,11.15)

 

Su situación le parece desesperada y le recuerda a Dios que lo ha servido bien, con fidelidad, y que incluso con magnanimidad ha intercedido y solicitado su gracia incluso por quienes lo perseguían, no se ha aprovechado de su desgracia sino que ha clamado para que fuesen rescatados.

Como justo maltratado e inocente condenado maliciosamente, le recrimina al Señor que lo está entregando en manos de sus enemigos. Cara a cara se queja porque la Misericordia de Yahvéh sobre su Pueblo pecador se ejerce a costa del precio del sufrimiento personal de Jeremías. Sin duda clama al Dios que lo llamó y envió, a quien ha servido, que le haga justicia, que se ponga de su parte. No puede comprender ni aceptar el profeta esta penosa circunstancia de su servicio. ¿Le quedará algo por decir y reclamar?

 

“Se presentaban tus palabras, y yo las devoraba; era tu palabra para mí un gozo y alegría de corazón, porque se me llamaba por tu Nombre Yahveh, Dios Sebaot. No me senté en peña de gente alegre y me holgué: por obra tuya, solitario me senté, porque de rabia me llenaste. ¿Por qué ha resultado mi penar perpetuo, y mi herida irremediable, rebelde a la medicina? ¡Ay! ¿serás tú para mí como un espejismo, aguas no verdaderas?” (Jer 15,16-18)

 

Claro que Jeremías tiene más pena que expresar. Recuerda el inicio de su vocación: la Palabra de Dios era para él alegría y le llenaba de gozo, quería devorarla como con hambre insaciable. Pero ahora a esta altura de su ministerio se da cuenta que la fidelidad a esa Palabra lo ha convertido en un solitario, en alguien que denuncia el pecado y advierte sobre futuros castigos y por tanto ha terminado siendo odiado. Por defender la Santidad del Señor y llamar al Pueblo a la conversión ahora sufre terriblemente y su herida le parece incurable. Entonces le sobrevienen las preguntas más decisivas en este proceso de crisis: ¿mi vocación será falsa?, ¿me habré equivocado en mi decisión y desperdiciado mi vida?, ¿comprendí mal el mensaje que Dios me dirigió?, o peor aún… ¿el Señor me ha engañado y debo aceptar que no me quiere bien sino que busca mi mal?.

Frente a tamaña desazón, este profeta que según la tradición cristiana anticipa la pasión de Jesucristo, también parece tener en su boca la palabra del salmista que Cristo profiere gimiendo en la Cruz. “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”

¿Cómo se resolverá esta profunda crisis vocacional? ¿Jeremías se decepcionará de Dios y se echará atrás en su misión, lo quebrará esta circunstancia y abandonará el seguimiento del Señor? ¿Qué hará Dios para sostenerlo y alentarlo a seguir adelante?

 

“Entonces Yahveh dijo así: Si te vuelves porque yo te haga volver, estarás en mi presencia; y si sacas lo precioso de lo vil, serás como mi boca. Que ellos se vuelvan a ti, y no tú a ellos. Yo te pondré para este pueblo por muralla de bronce inexpugnable. Y pelearán contigo, pero no te podrán, pues contigo estoy yo para librarte y salvarte - oráculo de Yahveh -. Te salvaré de mano de los malos y te rescataré del puño de esos rabiosos.” (Jer 15,19-21)

 

Sorprendentemente en Dios no se produce como respuesta una Palabra de consuelo y alivio como cualquiera la esperaría. El Señor insiste en el llamado vocacional que ha sido claro desde el principio: Jeremías ha sido llamado para purificar al Pueblo, para plantar y arrancar, para construir y derribar en nombre de Dios. Yahvéh lo quiere como plaza fuerte, bastión de resistencia, trinchera inexpugnable, límite innegociable al avance del mal. Por supuesto entonces su ministerio profético será combate y sufrimiento. Dios estará con él y no le abandonará pero la cosa se pondrá siempre más difícil. Si ya estuviésemos en la economía neotestamentaria, afirmaríamos sencillamente que lo envía a vivir la Cruz.

Y éste ha sido todo el proceso, nada más. Jeremías ha expresado toda su queja y dolor frente al Señor en un cara a cara de inmensa confianza e intimidad. Dios le ha vuelto a repetir el llamado vocacional. El profeta se ha levantado reafirmado en su camino. Misterioso y genial preámbulo del Getsemaní del Señor Jesús: “Padre mío, si es posible que pase de mi este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya.”

 

La fragua de la fidelidad en la contradicción

 

Aunque resulte tan poco feliz a nuestra época y mentalidad, pocas veces he hallado una mejor imagen para la formación de las personas que la forja de los metales. El herrero en la fragua les pasa por el fuego hasta dejarlos al rojo vivo, incandescentes, los golpea a martillazos sobre el yunque y luego los enfría en agua llevando la temperatura al otro extremo. Esta tarea que parece tan agresiva sin embargo los templa, les da solidez y ya no se quebrarán. ¿Acaso alcanzarán firmeza de otra forma?

Uno de los grandes males de nuestro tiempo es sin duda la sobreprotección que vuelve indefensas a las personas. No es verdadero amor, sino un amor temeroso y posesivo que no les permite a los demás crecer y madurar, afrontando las inesquivables dificultades que traerá la vida. Si a tus hijos les crías en una burbuja no los quieres verdaderamente bien, pues no desarrollarán anticuerpos y al final solo un resfrío les matará. No se trata de ser sádicos sino de permitir con vigilancia y solicitud que hagan la experiencia del sufrimiento cuando les toque pasar por él. Para vivir hay que tener espalda sobre la cual cargar justamente la vida con sus vicisitudes. Los paternalismos debilitan, un verdadero padre acompaña a crecer y a hacerse cargo de sí mismo. No se trata de resolver todo por ellos sino de animarlos a resolver la propia vida con decisiones en las cuales habrá duelo: perder para ganar, renunciar para obtener.

En términos cristianos se trata del lenguaje de la Cruz que purifica y madura el amor. En la escuela de la entrega de la propia vida se aprende a ser discípulo o nunca se llega a serlo. “Quien ama su vida la perderá, quien la ofrece la ganará.” Nada menos formativo que intentar evitar las crisis. No se las busca pero vienen, son parte del proceso. Un buen formador las prevé, las distingue a la distancia y prepara a sus formandos para encararlas con valentía. Los acompaña a resolverlas pero jamás se las evita. Y en ello, aunque no parezca, los está amando profundamente. Los está forjando para bien vivir.

A Dios gracias no me han faltado esos formadores exigentes en mi vida personal, que para nada ha sido fácil nunca. Formadores que han intentado hacer de mí “un todo terreno” y se los agradezco. En cambio me duele la errónea educación que en nuestros días se hace de tantos hijos de la Iglesia. No sé si es sobreprotección paternalista o auto-justificación y complicidad en el abandono del ideal de la santidad. Quizás ambas en este amplio clima de mediocridad que domina todo. ¿Quién amorosamente dejará pasar de nuevo a los cristianos por la fragua de la fidelidad en la contradicción? ¿Cómo habrá testigos (mártires) sino se les permite templar su amor en el sufrimiento y la entrega de la propia vida? ¿Acaso será posible vivir fecundamente nuestra fe sin Cruz?


POESÍA DEL ALMA UNIDA 16

 



Tú obras Padre mío

Impetuoso en tu suavidad

Y lo transformas todo

 

Que secreta y sutilmente

Vas tallando corazones

Humilde y en silencio

 

Sumergido en tu Misterio

No dejo de asombrarme

En tu sapiencia bondadosa

 

Nada escapa de tu mano

Y todo crece bajo tu mirada

¿Mas quién se halla incomodado?

 

Como si no estuvieras

Cuanto existe lo sostienes

Sin necesidad de ser reconocido

 

¡Cuánta condescendencia de tu parte

Sellada en modesto anonimato!

Solo Quien es todo puede desaparecer así

 

Nada reclamas en tu perfecto Amor

Permaneces ofreciendo y alentando

Disponible a ser rescate y dar hostal

 

¡Con cuánta excedente simplicidad

Fulgura plenitud tu Rostro

Manifestando tu Gloria serena y triunfante!

 

Padre mío enraizado en tu Misterio

Me sé en paz y seguro

Pues todo vive entre tus manos

 

 

POESÍA DEL ALMA UNIDA 15

 


Habito en lo alto de su Cruz

Y debajo transitan peregrinos

Mientras Él les susurra

En silente voz de ofrenda:

“Permanezcan en mi amor”.

 

Habito en lo alto de su Cruz

Y cuando pasan de largo indiferentes

O burlones o sacrílegos o enemigos

Me uno a la divina voz tan clara

Y así con el Padre y el Espíritu susurro:

“Descúbranlo y permanezcan en su amor”.

 

Habito en lo alto de su Cruz

Y en el desierto de las soledades

Me ato a su voz que se alza desgarrada:

“Padre mío, ¿por qué me has abandonado?”

Y enamorado gimo y clamo:

“Hombre de duro corazón, sal de tu locura,

Deténte y permanece en este amor.”

 

Habito en lo alto de su Cruz

Y cuando alguien finalmente se detiene

Mi corazón que por gracia habita el Suyo

Se desvive en ansia y gozo de futura unión.

Y pues ya con Él latimos juntos

Aliado a la Trinidad Santa me quedo suplicando

Al novel amado amante que se acerca:

“Por tu bien y dicha, quédate y no te apartes de su amor.”

 

 

Jeremías: el profeta de la interioridad, atravesado por el sufrimiento (7)

 


¿La Palabra de Dios, que se comunica a través de sus siervos los profetas, es bien recibida? Escuchemos a Jeremías contarnos su propia experiencia. Es un testimonio sensible ya que da cuentas de lo que le sucede en su propia tierra.

 

“Yahveh me lo hizo saber, y me enteré de ello. Entonces me descubriste, Yahveh, sus maquinaciones. Y yo que estaba como cordero manso llevado al matadero, sin saber que contra mí tramaban maquinaciones: «Destruyamos el árbol en su vigor; borrémoslo de la tierra de los vivos, y su nombre no vuelva a mentarse.» ¡Oh Yahveh Sebaot, juez de lo justo, que escrutas los riñones y el corazón!, vea yo tu venganza contra ellos, porque a ti he manifestado mi causa.” (Jer 11,18-20)

 

Notemos algunos aspectos interesantes. Ya hemos avisado que Jeremías y su sufrimiento personal en el ejercicio del ministerio profético, será releído por las primeras generaciones cristianas como un signo o anticipo del sufrimiento redentor de Cristo. Así, él mismo se presenta cual “cordero manso llevado al matadero”.

Lo destacado del pasaje surge de la contraposición entre dos palabras. Una palabra pública y abierta a todos, una palabra quizás áspera pero con intención de salvación, una palabra de advertencia y corrección porque el Dios que ama a su Pueblo a través de Jeremías quiere decirles la verdad para sacarlos del pecado y hacerlos retornar a la Alianza. Y otra palabra que se esconde en las “maquinaciones”, en los rumores ocultos y maliciosos, una palabra “en los pasillos y por la espalda”, una palabra de confabulación y acechanza que busca urdir la ocasión para la trampa. La palabra del profeta tiene por fuente la Palabra Santa de Dios y es proferida en la luz, pero la palabra de los adversarios tiene por fuente el pecado y un corazón resentido y no puede sino ser dicha en las tinieblas.

Frente a tal situación el profeta clama al Señor por protección, le ruega que quede a la vista lo que es verdadero, que cada quien reciba la consecuencia de su forma de obrar.

 

“Y en efecto, así dice Yahveh tocante a los de Anatot, que buscan mi muerte diciendo: «No profetices en nombre de Yahveh, y no morirás a nuestras manos». Por eso así dice Yahveh Sebaot: He aquí que yo les voy a visitar. Sus mancebos morirán por la espada, sus hijos e hijas morirán de hambre, y no quedará de ellos ni reliquia cuando yo traiga la desgracia a los de Anatot, el año en que sean visitados.” (Jer 11,21-23)

 

La pericopa cierra con una intervención divina por la cual se declara solemnemente que Dios está de parte del profeta. No pasará por alto que su Palabra Santa ha sido rechazada y su mensajero sometido a violencia y tratado injustamente. El Señor responderá a las maquinaciones perversas de los que quieren acallar la Verdad de su Palabra, entregándolos a la muerte e infecundidad que ellos mismos han elegido al optar por permanecer en su pecado.

 

Las maquinaciones contra el hombre santo

 

¿La palabra profética es bien recibida? Ya sabemos lo que ha sucedido. Sin embargo tendemos a suponer como interlocutor a un pueblo piadoso y bueno que escucha candoroso la Palabra que Dios le dirige. Quizás porque también estamos atravesados por la ideología de que “el pueblo siempre es bueno solo por ser el pueblo”. Sin embargo la realidad es más compleja, es más misterioso y rico de matices lo que sucede en cada corazón humano y en el fenómeno comunitario.

Para que lo comprendamos mejor haré la analogía con los santos. También creemos que eran amados y apreciados por todos pero históricamente no fue así. Los santos, auténticos profetas de nuestros días, fueron no pocas veces incomprendidos y mal juzgados, atravesaron duros obstáculos y pruebas, a menudo urdidas por enemigos y adversarios dentro de la propia Iglesia de su tiempo. Nosotros en la lejanía contamos afablemente sus proezas de vida virtuosa, pero la verdad es que convivir con un santo no resulta nada fácil ni cómodo para sus contemporáneos. Los santos no se callan la Verdad de Dios que tantas veces quisiéramos disimular o recortar a nuestra conveniencia. Y si no dicen nada, igual su vida grita como una forma de ser en el mundo tan distinta de la nuestra, tan a contra corriente del estilo de las mayorías. Un santo aún en soledad y silencio nos parece un acusador que habla contra nosotros y nuestra opción por la mediocridad. Un santo es tremendamente revulsivo y peligroso.

Y lo mismo con la palabra profética, que no solo desvela la verdad de los corazones y expone a la luz la infidelidad del Pueblo, sino que de parte de Dios se pone del lado de los débiles y excluidos, de los inocentes y los que sufren injusticia. Dos clásicos adversarios tiene el profeta de Dios: los falsos profetas y los poderosos. No quisiera sugerir una lectura maniquea, sino establecer que quienes desean conservar el status quo suelen inclinarse a ser refractarios de la palabra profética que pide cambio y conversión.

Yo mismo como sacerdote he comprobado lo subrepticiamente clasistas y elitistas que pueden ser nuestras comunidades cristianas. No se trata solo de miembros adinerados o con abolengo, sino de prestigio, de protagonismo, de posicionamiento y apropiación. Y nos sucede a todos: laicos y consagrados, ricos y pobres, con grado académico o analfabetos. Lamentablemente, ese nunca confesado anhelo de poder que sigue vivo y oculto en nosotros si no nos hemos convertido de corazón y en profundidad, queda al descubierto por la palabra profética y santa de Dios a través de sus enviados. Entonces comienza el drama si nos cerramos y resentimos. Si no estamos dispuestos a hacer penitencia terminamos llevando corderos inocentes al matadero y sacrificándolos para mantener todo como estaba antes que la palabra profética interviniera. Es verdad pues, nosotros de algún modo seguimos crucificando a Cristo. Somos culpables y nuestras manos están manchadas.

 

 


POESÍA DEL ALMA UNIDA 35

  Oh Llama imparable del Espíritu Que lo deja todo en quemazón de Gloria   Oh incendios de Amor Divino Que ascienden poderosos   ...