¿CREEMOS EN UN DIOS ABANDONADO?
El contexto franciscano
“El
Amor no es amado”. A menudo se adjudica esta expresión
a San Francisco de Asís, quien predicando fervoroso por el mundo, cual heraldo
enamorado del Rey, con lágrimas en los ojos y palabra encendida, simplemente
anunciaría este drama: “el Amor no es amado”. Así pondría en conjunción dramática la gratuidad del Amor divino y la
cerrazón del corazón humano. Y todo esto lo haría para movernos a amar, para
movernos a recibir un tal Amor.
Sabemos
sin embargo que esta frase no se encuentra literalmente en sus escritos y que
sería un fraile poeta de los orígenes de la Orden quien la acuñaría. Como
también percibimos que expresa el espíritu del juglar de Asís. Así el
movimiento franciscano la ha hecho suya como leimotiv. Permítanme compartirles
un himno en tal sentido que semblantea al Poverello.
Fuiste grito enamorado
de la inefable hermosura
de una increíble locura:
Dios en hombre anonadado.
«¡Ay, y el Amor no es amado!»
Fuiste del dolor flechado
al mirar la horrible muerte
y el cuerpo sangrado, inerte,
de tu Dios crucificado.
«¡Ay, y el Amor no es amado!»
Fuiste tú el anonadado
al alimentar tu vida
con el pan y la bebida
de Jesús sacramentado.
«¡Ay, y el Amor no es amado!»
Fuiste voz, ansia, cuidado
de hacer entender a todos
los hombres, de todos modos,
que sólo existe un pecado:
«¡Ay, que el Amor no es amado!»
Hoy, ya bienaventurado,
en la familia del cielo,
danos repetir tu anhelo
de ver a Dios siempre amado.
«¡Ah, que el Amor sea amado!»
Por
lo pronto, la expresión más cercana la encontramos en San Buenaventura, que
escribe en la Leyenda Mayor 9.1:
“¿Quién será capaz de
describir la ardiente caridad en que se abrasaba Francisco, el amigo del
Esposo? Todo él parecía impregnado -
como un carbón encendido - de la llama
del amor divino. Con sólo oír la expresión ‘amor de Dios’, al momento se sentía
estremecido, excitado, inflamado, cual si con el plectro del sonido exterior
hubiera sido pulsada la cuerda interior de su corazón. Afirmaba ser una noble
prodigalidad ofrecer tal censo de amor a cambio de las limosnas y que son muy necios
cuantos lo cotizan menos que el dinero, puesto que el imponderable precio del
amor de Dios basta para adquirir el reino de los cielos y porque mucho ha de ser amado el amor de Aquel que
tanto nos amó.”
En
el contexto de esta experiencia espiritual hace años he escrito una meditación
para unos ejercicios espirituales. Hoy vuelvo a ella y se las comparto como
cierre de estas contemplaciones teologales en tiempo de crisis. Ojalá la pascua
de la pandemia nos conduzca a “amar más
al Amor”.
El término “Abandono”
En
sentido negativo habla de la ruptura de una relación, de un quiebre en la
Alianza, de una deserción del vínculo y hasta de una traición.
En
sentido positivo dice un acto de fe profundo, ponerse en las manos del otro,
confiarse enteramente a otro, como un saltar al vacío sin red.
El “abandono” en este
último sentido solo puede sostenerse desde el amor, desde una experiencia
profunda de ser amado y de amar con confianza absoluta.
En
la vida espiritual la actitud del abandono
pone en juego hasta el extremo las virtudes teologales: creer en Dios, esperar
en Dios y amar a Dios.
¿Cómo hacer crecer el
amor para que podamos abandonarnos a Dios? ¿Cómo hacer crecer el amor para que
como un amante que se abandona en el Amado que lo ama podamos creer y esperar
absolutamente todo en Dios?
El
primer paso será siempre contemplar el Amor infinito y gratuito de Dios.
El abandono de Dios
¿Creemos en un Dios
abandonado?
Si
pensáramos al responder en el sentido negativo claramente diríamos que sí. El
hombre se ha apartado de Dios desde Adán en los comienzos. Al pueblo elegido,
Israel, se le hace el reproche de quebrantar la Alianza y abandonar a su Dios
por otros dioses innumerables veces. Una rápida mirada a la cultura actual
podría titularse el abandono o el olvido
de Dios. Los santos con su vida reformada le han señalado proféticamente a
la Iglesia que ha abandonado o decaído en su fidelidad al Evangelio. Nosotros
mismos podemos reconocernos como quienes hemos abandonado a Dios en algunos
períodos de nuestra vida.
Y
si es así… ¿Por qué seguir a un Dios al
que tantos dejan de lado? Si el abandono y olvido de Dios siguieran
creciendo en nuestra cultura y cada vez más fuésemos una minoría incomprendida
y perseguida… ¿cómo podríamos sostenernos en la fe? Si en la Iglesia siguen
creciendo las deserciones (de los jóvenes, de los matrimonios, de las
familias)… ¿qué será de nosotros?, ¿seremos perseverantes?, ¿tendrá continuidad
la fe?
Para
seguir a un Dios abandonado, aparentemente derrotado y dejado a un lado, hay
que estar muy convencido.
En
mi retiro espiritual de ordenación sacerdotal, el predicador nos preguntó: ¿Si fueses el último cristiano que queda en
el mundo, Dios podría contar contigo para que empezara de nuevo la Iglesia?
¿Seguimos a un Dios
abandonado?
Pero si la pregunta
fuese en sentido positivo todo cambia. ¿Dios se ha abandonado? ¿Dios se ha
puesto en las manos de otro?
Dios
desde el comienzo de la creación se ha puesto en las manos del hombre, se ha
abandonado al hombre. Si esto es así podemos
contemplar el inmenso amor de Dios, que pudiéndolo todo y sin necesitar de
nosotros, nos ama hasta el abandono de sí mismo. ¡Impresionante misterio de
amor que rompe todas mis estructuras de comprensión y expectativas! ¡Dios
decididamente está loco, está loco de amor por mí, por todo hombre!
Así
lo contemplo al crear al Adán libre y capaz de rechazarlo. Dios se ha sometido humildemente a la aceptación del hombre. Porque
lo ha creado para el amor y la comunión lo ha hecho libre, capaz de decidir, y
se ha arriesgado Dios a no ser amado, a no ser elegido.
Así
lo contemplo al elegir al pueblo de Israel. Lo ha formado casi de la nada, lo ha
rescatado de una vida errante de insignificantes pastores sin lugar fijo y le
ha dado una alianza, una tierra, un rey, un templo. Y al dotarlo Dios porque lo
amaba se ha abandonado de nuevo… ¿repetirá el pecado del antiguo Adán o será un
hombre nuevo?, ¿no se olvidará de todo lo que ha recibido y enceguecido por la
soberbia del poder querrá ser un dios? Mejor le hubiese dejado en la nada de
donde lo sacó, pobre y frágil, dependiente, cautivo de su ayuda. Pero Dios nos ama y no quiere títeres, ni
clientes. El Dios Amante busca amantes. Por eso nos eleva para que
alcancemos algo de su altura y queda sometido a los caprichos de nuestro amor
inmaduro.
Así
lo contemplo en la historia profética de Oseas, llamado a desposarse con una
prostituta; un símbolo sin igual. La alianza nupcial –ese contrato entre dos
partes- se sostiene solo por la fidelidad del profeta que ama a esa mujer
prostituida que una y otra vez lo engaña y le abandona. Israel, la Iglesia, la
humanidad entera somos esa mujer. La
Alianza no depende mayormente de nosotros, se sostiene unilateralmente por la
fidelidad del amor del Dios Esposo que nos elige a sabiendas de nuestra
inclinación a traicionarlo. Ese amor fiel nos rescata de la miseria de nuestra
prostitución.
Podríamos
seguir con los ejemplos pero no nos alcanzaría la tinta para contemplarlos
todos. No solo es novedoso sino decididamente transformador contemplar la
Escritura desde la óptica del Dios entregado por amor. Dios siempre se ha abandonado humildemente por el amor en las manos del
hombre. Y nos hace eco en toda su dimensión la frase de San Pablo: “Pero llevamos este tesoro en recipientes de
barro” (2 Cor 4,7).
¿Cómo hacer crecer el
amor para que podamos abandonarnos a Dios?
Jesucristo es la máxima
expresión del abandono de Dios.
Miremos
el Pesebre en el silencio de la noche, casi en el anonimato. El creador del
universo no tiene posada donde hospedarse. El Rey de reyes tiene la más pobre e
insignificante de las cortes: un grupo de humildes pastores indoctos y sin
ningún poder, unos sabios que andan a tientas -casi como ciegos- guiados por
las estrellas porque no poseían la sabiduría de Israel y un grupo de ángeles
invisibles a la mirada sin fe. El
Pesebre es un verdadero preludio de la Cruz: nos habla del abandono positivo de
Dios en las manos del hombre y del abandono negativo del hombre que no lo
recibe y lo rechaza. “Ya conocen la
generosidad de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico se hizo pobre por
nosotros para enriquecernos con su pobreza” (2 Cor 8,9).
Ni
hablar de la Cruz. ¿Por qué decimos que
no hay sufrimiento más grande que el de Jesús? Quien es todo amor y
misericordia, el enteramente bueno que hace siempre el bien es traicionado y
asesinado. El Amante que se abandona
es abandonado. Ahora entiendo bien la expresión de San Juan al adentrarse
en el relato de la pasión: “Sabiendo
Jesús que llegaba la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los
suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1). Y Jesús
estuvo siempre claro: “El Hijo del hombre
no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos”
(Mt 20,28). Al contemplar a quien es la Vida sometido a la muerte, al
contemplar que aquellos a quienes ha dado Vida ahora le quitan la propia se
ilumina mejor el clamor de Cristo con los brazos abiertos, abandonado,
disponible, puesto en nuestras manos y en las del Padre: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mt 27,46); y
también “Padre, en tus manos encomiendo
mi espíritu” (Lc 23,46).
Y nos ha dejado el memorial
de su abandono amoroso en la Eucaristía. ¿Te has puesto a
pensar que Dios verdaderamente está entre tus manos? Esa humilde hostia tan
delgada y frágil podría ser triturada por tus manos cuando quisieras. Dios está en tu mano y tú hombre puedes
elegir: triturarlo o recibirlo, echarlo por tierra o llevarlo a tu interior.
¡Así de inmenso es el abandono de Dios!
Finalmente
cuando contemplo el episodio de Getsemaní comprendo el drama del abandono de
Dios. Me atrevo a ponerlo en palabras mías seguramente tan lejanas de las de
Cristo: Por amar y respetar tanto al hombre Padre, ¿dejarás que tu Hijo amado,
el único fiel y abandonado a Ti, pase por el sufrimiento y la muerte y parezca
abandonado por Ti? ¿No podríamos hacerlo de otro modo? Pero la modalidad del amor es la del
abandono y el Hijo que ha emprendido esta aventura de abandono junto al Padre
desde toda la creación se levanta resueltamente a llevar hasta el extremo el
plan de la comunión, el proyecto de la Alianza. Para rescatar a la esposa
prostituida es necesario que el Esposo fiel se entregue enteramente a ella
hasta dar su vida. El corazón egoísta y endurecido del hombre solo podrá ser
salvado por la abundancia del amor de Dios, por ese amor desinteresado y
gratuito que ama a pesar de todo rechazo y traición, un amor sin reservas que
no se guarda nada. Sólo un amor tan grande podrá revertir el pecado y provocar
una respuesta. “Padre, si quieres, aparta
de mí esta copa, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya” (Lc 22,42).
¿Y
qué diremos del abandono del Padre? Tras esta meditación cobra un más profundo
sentido la expresión de Jesús en el cuarto evangelio: “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único” (Jn 3,16).
Tomar
conciencia de este abandono de Dios hizo exclamar a San Pablo: “Me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20).
Al
contemplar este abandono de Dios, su amor desinteresado y gratuito por el
hombre, sigo insistiendo: Dios está loco,
está loco de amor. Y la verdad es
que no encuentro un mejor motor para hacer crecer el amor de abandono en mí y
en ti que el de dejarnos cautivar y seducir, asombrar e impactar por el Dios
que se abandona por amor a nosotros.
Una última palabra sobre
la Eucaristía
Les
regalo finalmente esta palabra santa de Francisco de Asís a sus hermanos en la
llamada Carta a toda la Orden. Bajo su sombra amparadora ha crecido tanto mi
vocación sacerdotal como mi respuesta cristiana en la pascua de la pandemia.
“¡Oh
celsitud admirable, condescendencia asombrosa! ¡Oh sublime humildad! ¡Oh
humilde sublimidad, que el Señor del mundo universo, Dios e Hijo de Dios, se
humilla hasta el punto de esconderse, para nuestra salvación, bajo una pequeña
forma de pan! Mirad hermanos, la humildad de Dios y derramad ante Él vuestros
corazones (Sal 61,9); humillaos también vosotros, para ser enaltecido por El
(cf. IPe 5,6; Sant 4,10). En conclusión: nada de vosotros retengáis para
vosotros mismos para que enteros os reciba el que todo entero se os entrega.”