Jeremías: el profeta de la interioridad, atravesado por el sufrimiento (6)

 


En la pericopa 9,1-8 se nos ofrece una cruda descripción de la situación en la que se encuentra el Pueblo de Dios.

 

“¡Quién me diese en el desierto una posada de caminantes, para poder dejar a mi pueblo y alejarme de su compañía!” (Jer 9,1a)

 

La primera afirmación es sorprendente y gravísima: Dios quiere alejarse de su Pueblo, huir al desierto y recluirse en algún refugio fuera de su alcance, retirarse a la soledad lejos de la compañía de Israel. ¿Qué mueve al Señor a tomar distancia y ya no gozar de convivir con su Pueblo?

 

“Porque todos ellos son adúlteros, un hatajo de traidores que tienden su lengua como un arco. Es la mentira, que no la verdad, lo que prevalece en esta tierra. Van de mal en peor, y a Yahveh desconocen.” (Jer 9,1b-2)

 

Se describe  a los habitantes como “adúlteros y traidores”, bajo la temática del desconocimiento de Yahvéh por la inclinación a las prácticas idolátricas. Pero también se introduce el problema de la ausencia de verdad por la multiplicación de la mentira y un mal uso de la comunicación: su lengua se ha entregado al pecado. Esto configura un ambiente muy difícil y poco grato para la convivencia.

 

“¡Que cada cual se guarde de su prójimo!, ¡desconfiad de cualquier hermano!, porque todo hermano pone la zancadilla, y todo prójimo propala la calumnia. Se engañan unos a otros, no dicen la verdad; han avezado sus lenguas a mentir, se han pervertido, incapaces de convertirse. Fraude por fraude, engaño por engaño, se niegan a reconocer a Yahveh.” (Jer 9,3-5)

 

El Pueblo se ha tornado un ambiente peligroso, que ya no da cobijo ni seguridad. Es muy impresionante que Dios clame: “¡Desconfía de tus hermanos, no hay nadie en quien puedas fiarte!” La fraternidad se ha quebrado y todos se mueven como falsos hermanos que en cualquier momento tienden una trampa y buscan lastimar a los demás. El engaño, la hipocresía y las calumnias han teñido todo el entramado de los vínculos. ¿Quién no se siente solo aquí? Ya no hay verdad ni justicia entre los ciudadanos sino que solo circula el fraude como moneda común. ¿Quién no teme por su vida aquí? Se entiende pues perfectamente por qué Dios quiere separarse y apartarse de ellos huyendo al yermo. ¿Quién no se sentiría impulsado a huir de un tal ambiente?

 

“Por ende, así dice Yahveh Sebaot: He aquí que yo voy a afinarlos y probarlos; mas ¿cómo haré para tratar a la hija de mi pueblo? Su lengua es saeta mortífera, las palabras de su boca, embusteras. Se saluda al prójimo, pero por dentro se le pone celada. Y por estas acciones, ¿no les he de castigar? - oráculo de Yahveh -, ¿de una nación así no se vengará mi alma?” (Jer 9,6-8)

 

El oráculo cierra con una sentencia de castigo. El Señor, aunque se resguarde y se ponga lejos de su alcance, no es indiferente a esta perversión de las relaciones fraternas que desfigura totalmente el rostro de la Alianza de la Salvación. El Pueblo deberá ser corregido y mediante la prueba ser purificado. Dios desearía devolverlo a la verdad para que reine la caridad entre los hermanos y se restablezca la convivencia con Él. ¡Esta forma de relacionarse se ha hecho sinceramente invivible!

 

Cuidemos el ambiente comunitario

 

Lamentablemente al oír esta descripción, estoy seguro que todos hemos reconocido en ella experiencias dolorosas de nuestra vida eclesial. ¡No debiera ser así pero sucede!

A veces nuestras comunidades, si el pecado personal no ha sido extirpado, si la conversión no ha alcanzado un nivel que asegure la sana relación fraterna, se tornan hostiles y áridas con resequedad de desconfianza. Un ambiente eclesial donde no se puede creer en los demás, como si toda la convivencia se volviera un tablero de ajedrez repleto de estrategias de defensa y ataque. Un tal ambiente resulta opresivo y asfixiante. Es terriblemente cansador estar midiendo todo gesto y palabra para que no pueda ser usada en tu contra, estar siempre volteando la mirada por sobre la espalda para evitar la traición y puñalada por detrás.

Es cierto que una tan desgraciada situación no solo es fruto de una malicia fríamente calculada sino también de la enfermedad o la falta de madurez humana: acomplejamientos e inseguridades, sospechas paranoicas, apetencias desmedidas de protagonismo, poder y fama, manipulaciones afectivas o ideológicas, incapacidad para ser transparente, traumas del pasado que limitan confiarse en manos de otros, heridas interiores que distorsionan la mirada y el juicio sobre la realidad, junto a una lista extensa de carencias no asumidas por las cuales miramos el mundo transformándolo en un espacio árido y sin resguardo posible. Vivir así es descorazonador. Solo se habilita la acumulación de decepciones y el sentimiento de frustración.

La esperanza según el profeta no se encuentra en un voluntarismo para cambiar de conducta sino en un retorno a Dios. Solo si el Señor está presente en cada corazón y entre los hermanos, su gracia y santidad lograrán purificarnos, sanarnos y hacernos crecer para vivir unas relaciones fraternas sanas y gozosas bajo su mirada.

Por eso estoy convencido desde hace largo tiempo que uno de los grandes problemas de la Iglesia contemporánea radica en su excesivo funcionalismo que orienta todos los vínculos hacia la jerarquización y especialización de los miembros de la comunidad, hacia una fría operatividad en busca de eficacia, configurándolos más a los modelos organizacionales meramente humanos que al Misterio de comunión que nos anuncia y al que nos llama el Dios Trinidad.

Sin duda habrá que recuperar la prevalencia del Misterio del Amor para liberar nuestros vínculos comunitarios de toda tentación y pecado. Nos urge volver a formar comunidades “inútiles”, en el sentido de que lo primero no es hacer algo sino reunirnos en Nombre del Señor, sabiendo que Él nos ha convocado. La Iglesia estoy seguro surgirá como un ambiente vivo, consolador y refulgente de luz en medio del mundo, cuando todos los hermanos pongamos en el centro de nuestra vida común la Alianza con Dios y existir solo para hacer su Santa Voluntad. Esto supone claro priorizar un camino de sanación personal y comunitaria como de maduración en nosotros del proyecto santificador de Dios. Sin esta conversión en su interior y vida ordinaria, no podrá la Iglesia ser signo del Reino.

 

 


DIÁLOGO VIVO CON SAN JUAN DE LA CRUZ 19



CONVERSACIONES SUBIENDO AL MONTE 19


ACERCA DE LAS VISIONES

 

Habiendo ya Fray Juan avisado hasta el hartazgo que hemos de apartarnos de todo gusto desordenado por lo extraordinario, tras lo cual se escabulle no poca falta de humildad y ensoñamiento de falsa gloria, clarifiquemos algunos fenómenos espirituales. Recordemos sin embargo de nuevo la importancia de no quedarse en el fenómeno en sí mismo, sino apuntar al sentido sobrenatural profundo y misterioso como a la acción que Dios quiere realizar en el alma para su transformación.

 

“Dos maneras de visiones pueden caer en el entendimiento: unas son de sustancias corpóreas, otras, de sustancias separadas o incorpóreas. Las de las corpóreas son acerca de todas las cosas materiales que hay en el cielo y en la tierra, las cuales puede ver el alma aun estando en el cuerpo, mediante cierta lumbre sobrenatural derivada de Dios,” (SMC L2, Cap. 24,1)

 

“Las otras visiones, que son de sustancias incorpóreas, no se pueden ver mediante esta lumbre derivada que aquí decimos, sino con otra lumbre más alta que se llama lumbre de gloria. …rarísimas veces acaecen y casi nunca y a muy pocos, porque lo hace Dios en aquellos que son muy fuertes del espíritu de la Iglesia y ley de Dios…” (SMC L2, Cap. 24,2-3)

 

Baste como distinción sin necesidad de mayores explicaciones. Las visiones –en cuanto aprehensiones que caen en el entendimiento de modo puramente espiritual- pueden ser sobre realidades corpóreas con cierta “luz sobrenatural” e incorpóreas con “luz de gloria” –en cuanto participación en aquella luz beatífica con la cual los santos contemplan a Dios en el Cielo-. Estas últimas son rarísimas y son concedidas a quienes ya están firmemente encaminados a la unión esponsal transformante y ya han madurado sólidamente su decisión por vivir solo según la Voluntad de Dios en verdadero espíritu eclesial. Sobre estas últimas nos enseñas además que:

 

“…aunque estas visiones de sustancias espirituales no se pueden desnudar y claramente ver en esta vida con el entendimiento, puédense, empero, sentir en la sustancia del alma con suavísimos toques y juntas, lo cual pertenece a los sentimientos espirituales…” (SMC L2, Cap. 24,4)

 

Pero en verdad yo quisiera destacar el tema de la “inteligencia mística”, es decir cómo la unión con Dios produce “sabiduría escondida”, un conocimiento tan propio del amor. Tú le llamas “inteligencia mística y confusa u oscura”:


“…mediante esta noticia amorosa y oscura, se junta Dios con el alma en alto grado y divino. Porque, en alguna manera, esta noticia oscura amorosa, que es la fe, sirve en esta vida para la divina unión, como la lumbre de gloria sirve en la otra de medio para la clara visión de Dios.” (SMC L2, Cap. 24,4)

 

Porque no es inocuo sino de gran provecho el trato de amor con el Señor y la unión del alma a su Amado y Esposo lo ilumina todo de forma nueva, tanto como Dios quiera dejar ver en fe y espíritu. “Sabiduría o ciencia infusa” podríamos también denominarla, que no se trata exactamente de contenidos conceptualizables sino más bien de aquella “iluminación” que a veces acaece conexa a la unión de amor y que nos permite mirar por vía de la vida teologal con la mirada de Dios. Es un descubrir y comprender todas las cosas desde Dios y junto a Él.

 

“…como si se le abriese una clarísima puerta y por ella viese (una luz) a manera de un relámpago, cuando en una noche oscura, súbitamente esclarece las cosas y las hace ver clara y distintamente, y luego las deja a oscuras…” (SMC L2, Cap. 24,4)

 

Podemos señalar los efectos que deja tal inteligencia oscura en fe y amor y también por los efectos distinguirla de falsificaciones del Maligno.

“El efecto que hacen en el alma estas visiones es quietud, iluminación y alegría a manera de gloria, suavidad, limpieza y amor, humildad e inclinación o elevación del espíritu en Dios.

Puede también el demonio causar estas visiones en el alma mediante alguna lumbre natural… los efectos que éstas hacenen el alma no son como los que hacen las buenas, antes hacen sequedad de espíritu acerca del trato con Dios e inclinación a estimarse, y a admitir y tener en algo las dichas visiones, y en ninguna manera causan blandura de humildad y amor de Dios.” (SMC L2, Cap. 24,6-7)

 

Aunque estas visiones puramente espirituales son más valiosas que otras a las que nos referimos en escritos previos, el consejo acerca de cómo y cuánto ponderarlas sigue inalterable:

 

“Estas visiones, por cuanto son de criaturas, con quien Dios ninguna proporción ni conveniencia esencial tiene, no pueden servir al entendimiento de medio próximo para la unión de Dios. Y así, conviene al alma haberse puramente negativa en ellas, como en las demás que habemos dicho, para ir adelante por el medio próximo, que es la fe. De donde, de aquellas formas de las tales visiones que se quedan en el alma impresas, no ha de hacer archivo ni tesoro el alma, ni ha de querer arrimarse a ellas, porque sería estarse con aquellas formas, imágenes y personajes, que acerca del interior reciben, embarazada, y no iría por negación de todas las cosas a Dios.” (SMC L2, Cap. 24,8)

 

Por tanto insistimos que el camino no es quedarse arrimado y pegoteado a los “fenómenos espirituales” sino que, como desnudándose de ellos, concentrarse en el incremento de las virtudes teologales -fe, esperanza y caridad-, que son el medio para la unión con Dios.

 

“…cuanto más el alma se quiere oscurecer y aniquilar acerca de todas las cosas exteriores e interiores que puede recibir, tanto más se infunde de fe, y por consiguiente, de amor y esperanza en ella, por cuanto estas tres virtudes teologales andan en uno.” (SMC L2, Cap. 24,8)

 

Por tanto concluimos contigo con la misma enseñanza que venimos repitiendo y queriendo dejar marcada a fuego:

 

“Que tenga fortaleza y mortificación y amor para querer quedarse en vacío y a oscuras de todo, y fundar el amor y gozo en lo que no ve ni siente ni puede ver ni sentir en esta vida, que es Dios, el cual es incomprehensible y (está) sobre todo.” (SMC L2, Cap. 24,9)

 

¿Qué le hace falta pues a nuestro peregrino que intenta ascender hasta la cima del monte santo? Solo una actitud perseverante:

 

“…desnudez espiritual y pobreza de espíritu, y vacío en fe, que es lo que se requiere para la unión del alma con Dios.” (SMC L2, Cap. 24,9)

 

Porque todas las visiones que se tengan espiritualmente en contemplación nunca deben apagar ni distraernos del interés primordial por la única Visión que es verdaderamente necesaria y que conviene a nuestra alma y que es Salvación: la visión beatífica de Dios en la Gloria del Cielo junto a todos los santos cuando la Unión alcanzada por Gracia en la historia llegue a ser plena y eterna.

 


Jeremías: el profeta de la interioridad, atravesado por el sufrimiento (5)

 



Nos introducimos ahora en la 2da. sección del primer bloque del libro de la profecía de Jeremías, que podríamos delimitar en 7,1-20,18. Aquí encontraremos básicamente los oráculos durante el reinado de Yoyaquim y las llamadas “Confesiones” del profeta.

Son tiempos difíciles para Jeremías, pues con la muerte de Josías la reforma religiosa se ha apagado y sus sucesores vuelven a repetir los pecados de los monarcas que la tradición deuteronomista juzga no agradan al Señor. Se halla el mensajero de Dios cada vez más controvertido y en soledad.

Contemplemos un gesto y una palabra que marcarán un antes y un después en su ministerio:

 

“Palabra que llegó de parte de Yahveh a Jeremías: Párate en la puerta de la Casa de Yahveh y proclamarás allí esta palabra.” (Jer 7,1-2a)

 

Dios envía a Jeremías a pararse en la puerta del Templo de Jerusalén y profetizar allí a los que entran y salen. No hay lugar más expuesto y visible, un espacio profundamente sensible. ¿Qué palabra dirá a los peregrinos y qué pensarán los sacerdotes y dirigentes religiosos de esta actitud? Oigamos como se desarrolla el anuncio divino:

 

“Dirás: Oíd la palabra de Yahveh, todo Judá, los que entráis por estas puertas a postraros ante Yahveh. Así dice Yahveh Sebaot, el Dios de Israel: Mejorad de conducta y de obras, y yo haré que os quedéis en este lugar. No fiéis en palabras engañosas diciendo: «¡Templo de Yahveh, Templo de Yahveh, Templo de Yahveh es éste!»” (Jer 7,2b-4) 

 

El punto de partida es la crítica de su religiosidad: se trata de pura palabra vacía que no se corrobora en una conducta de vida agradable al Señor. Valoran el Templo como si fuese un amuleto, como si ingresar en él y visitarlo o tocar sus paredes les fuera a dar seguridad de que Dios los bendice. Pero desde el comienzo se los invita a mejorar su conducta y que su fe se traduzca en obras, de esa forma podrán permanecer en la tierra que Dios les concedió, sino sobrevendrá el exilio -el cual también ya se insinúa-. Como vemos es un hito problemático esta profecía. En el corazón de Israel, en el centro cultual de su religiosidad, el profeta critica su forma de vivir la fe y les dice que no es agradable a Dios.

Sin embargo no es una palabra de condena sino de advertencia y un fuerte llamado a la conversión. Si el Pueblo cambia podrá revertir su suerte.

 

“Porque si mejoráis realmente vuestra conducta y obras, si realmente hacéis justicia mutua y no oprimís al forastero, al huérfano y a la viuda (y no vertéis sangre inocente en este lugar), ni andáis en pos de otros dioses para vuestro daño, entonces yo me quedaré con vosotros en este lugar, en la tierra que di a vuestros padres desde siempre hasta siempre.” (Jer 7,5-7)

 

Si cambian de vida el Señor se quedará entre ellos en la tierra prometida. Deben dejar de pecar contra los pobres, identificados por la clásica tríada viuda-huérfano-forastero y practicar la justicia; abandonar la violencia y el derramamiento de sangre inocente y por supuesto extirpar la idolatría. Como vemos se trata de los arraigados pecados del Pueblo que todos los profetas denuncian en general.

 

Pero he aquí que vosotros fiáis en palabras engañosas que de nada sirven, para robar, matar, adulterar, jurar en falso, incensar a Baal y seguir a otros dioses que no conocíais. Luego venís y os paráis ante mí en esta Casa llamada por mi Nombre y decís: «¡Estamos seguros!», para seguir haciendo todas esas abominaciones. ¿En cueva de bandoleros se ha convertido a vuestros ojos esta Casa que se llama por mi Nombre? ¡Que bien visto lo tengo! - oráculo de Yahveh -. Pues andad ahora a mi lugar de Silo, donde aposenté mi Nombre antiguamente, y ved lo que hice con él ante la maldad de mi pueblo Israel.” (Jer 7,8-12)

 

Pero Dios constata que ellos no quieren convertirse y que han pervertido el culto y el Templo con su doble vida. Siguen a los ídolos engañosos que les permiten convalidar y justificar su conducta pecadora. Acuden a la Casa del Señor  como si se tratara de un fetiche mágico, un amuleto protector. No se dan cuenta que a Dios le desagrada su culto y sus sacrificios pues conoce la oscuridad de sus corazones. Cada vez que visitan su Casa terminan profanándola. Entonces les advierte que no se confíen en la falsa seguridad de su religiosidad puramente formalista, pues también antiguos santuarios de Israel terminaron arrasados y desiertos. Y finalmente el oráculo escala hasta la sentencia condenatoria: Dios mismo los echará de su Presencia y el Templo será destruido.

 

“Y ahora, por haber hecho vosotros todo esto - oráculo de Yahveh - por más que os hablé asiduamente, aunque no me oísteis, y os llamé, mas no respondisteis, yo haré con la Casa que se llama por mi Nombre, en la que confiáis, y con el lugar que os di a vosotros y a vuestros padres, como hice con Silo, y os echaré de mi presencia como eché a todos vuestros hermanos, a toda la descendencia de Efraím.”  (Jer 7,13-15)

 

Quiero un culto santo y verdadero

 

No sé si hemos podido dimensionar el escándalo de este oráculo. Imaginen que a la puerta de nuestras iglesias alguien se parara a gritar que Dios detesta nuestras devociones y celebraciones sacramentales. Si nos acusara de nuestros pecados allí en la puerta de nuestros templos y nos advirtiese que estamos pervirtiendo el lugar sagrado con nuestra vida pecadora… ¡qué duro pero quizás qué verdadero sería!

¿Cuántas veces hemos ingresado y egresado de la Casa del Señor sin cambiar de vida, sin confesar arrepentidos nuestras faltas y sin convertirnos? ¿Cuántas veces hemos celebrado el culto sin gozar de su Presencia y sin permitirle transformar nuestro corazón? ¿Acaso no hemos transformado a veces el lugar sagrado en el ámbito del encuentro meramente social? ¿Quizás dentro de nuestros templos hablamos más entre nosotros que con Él? ¡Cuánta superficialidad mundana y exigencia de auto-justificación han traspasado el atrio en lugar de quedarse afuera! ¡Qué poco espíritu verdaderamente penitente aportamos al culto! ¡Cuánta resistencia tenemos aún a las predicaciones encendidas y proféticas que nos urgen a la santidad!

¿Comprendemos que esta Palabra de Dios es válida y vigente entre nosotros? Dios podría claramente decirnos que nuestra presencia ensucia y pervierte el lugar santo y que nuestra religiosidad es falsa por la incoherencia de vida, es vacía por formalista y superficial y es mediocre por no admitir la exigencia de una conversión a fondo. Tranquilamente el Señor podría decirnos que esta falta de auténtica disponibilidad para ser transformados por su Gracia le resulta ofensiva a su Misericordia. ¿Por qué Dios hoy no nos pediría un culto santo y verdadero?

 

 


DIÁLOGO VIVO CON SAN JUAN DE LA CRUZ 18




CONVERSACIONES SUBIENDO AL MONTE 18


CUANDO DIOS COMIENZA A COMUNICARSE MÁS DIRECTAMENTE AL ALMA

 

Inigualable Doctor y amigo de camino, Fray Juan, debemos adentrarnos ahora en territorios absolutamente desconocidos a una gran multitud de discípulos. Roguemos al Señor conceda a nuestros lectores la paciencia necesaria y a nosotros claridad de espíritu. Sobretodo pienso en aquellos hermanos que hayan alcanzado esta altura del sendero hacia la cima, esperando serles buena compañía, cálida y fraterna; pues por aquí andamos más en soledades y harto extraño es encontrarse a otros peregrinos.

Nos enseñas según tu ciencia que hay cuatro aprehensiones del entendimiento, puramente espirituales, que llamas: visiones, revelaciones, locuciones y sentimientos espirituales.

 

“…sin algún medio de algún sentido corporal exterior o interior, se ofrecen al entendimiento clara y distintamente por vía sobrenatural pasivamente, que es sin poner el alma algún acto u obra de su parte, a lo menos activo.” (SMC L2, Cap. 23,1)

 

Anteriormente, lo que en el ejercicio de la oración se percibía comunicado por Dios, se conocía por el registro de las sensaciones corporales y figuraciones imaginarias, de las emociones y sentimientos o de las ideas y raciocinios producidos. Pero en este punto no hablamos de un ejercicio concreto, es decir de una actividad orante llevada adelante por nosotros. Ahora estamos en el terreno propio de lo infuso. Supone pues el estado o gracia de quietud o recogimiento interior. Y con mucho cuidado debe hablarse de pasividad para que no sea entendido en un sentido quietista como anulación o extinción de las operaciones del alma. También supone entonces el surgimiento en gracia de una receptividad ampliada y de un nuevo sentido interior netamente espiritual. Para expresar cuanto en la contemplación se recibe de Dios suelo afirmar que aquí todo pasa más allá de sentimientos y pensamientos, y más allá significa no su eliminación sino su superación, o mejor dicho ya no destaca la percepción de lo producido por nuestra acción sino más bien de lo regalado por la Suya. Una comunicación más directa, más intuitiva, más espiritual ha comenzado.

 

“A lo que recibe el entendimiento a modo de ver (porque puede ver las cosas espiritualmente así como los ojos corporalmente) llamamos "visión"; y a lo que recibe como aprehendiendo y entendiendo cosas nuevas, así como el oído oyendo cosas no oídas, llamamos "revelación"; y a lo que recibe a manera de oír, llamamos "locución"; y a lo que recibe a modo de los demás sentidos, como es la inteligencia de suave olor espiritual, y de sabor espiritual, y deleite espiritual que el alma puede gustar sobrenaturalmente, llamamos "sentimientos espirituales". De todo lo cual él saca inteligencia o visión espiritual, sin aprehensión alguna de forma, imagen o figura de imaginación o fantasía natural, sino que inmediatamente estas cosas se comunican al alma por obra sobrenatural y por medio sobrenatural.” (SMC L2, Cap. 23,3)

 

Estimado fray, ya habíamos adelantado que nos clasificas estas comunicaciones espirituales en cuatro tipos: visiones, revelaciones, locuciones y sentimientos espirituales. Y evidentemente la clave en tu escrito son los giros “a modo de”, “a manera de” y el adverbio “como”. Nos introduces pues en la dinámica de la analogía. Porque no hay forma de poder decir lo que la palabra humana no termina de alcanzar sino la comparación con lo conceptualizable. El encuentro místico con el Misterio de Dios y su acción salvífica pues lo presentas en continuidad y discontinuidad a las percepciones de los sentidos corporales y comprensiones tanto intelectuales como sensaciones y sentimientos. Pues ahora todo es de orden sobrenatural, desnudo ya de toda forma, figura o imagen natural.

Soy consciente que leer e interpretar la experiencia mística es una tarea asequible a quien ya tiene vida mística en sí, y a su vez configura un empeño arduo y habitualmente desmotivador para quien carece de ella. No desmayes, pide crecer en el amor de unión a tu Señor. La experiencia escondida en Dios alumbra la ciencia escondida en Dios.

Finalmente nos señalas que este género de comunicaciones más puramente espirituales, directas e interiores y sin mediaciones operativas son más seguras y menos influenciables por la acción engañosa del Adversario.

 

“…son más nobles aprehensiones y más provechosas y mucho más seguras que las corporales imaginarias (por cuanto son ya interiores, puramente espirituales y a que menos puede llegar el demonio, porque se comunican ellas al alma más pura y sutilmente sin obra alguna de ella ni de la imaginación, a lo menos activa).” (SMC L2, Cap. 23,4)

 

¡Oh cuánto más debes esperar en Dios de lo que esperas! Al concluir este apartado así quiero animarte. Dios es mucho más grande que tus sensaciones y por supuesto supera todas tus interpretaciones e imágenes acerca de Él. Y te ha creado para la Alianza. Tu humanidad ha sido diseñada para una comunicación plena con Él, elevada y simple, pura y desbordante de sentido. Si lograras al fin entregarte y ponerte en sus manos dejándolo actuar y no resistiéndote a su Sabiduría escondida ni intentando tú retomar la conducción por temor a no tenerlo todo en tus manos, ¡cuánto bien y provecho en tu alma gozarías!

 

 


Jeremías: el profeta de la interioridad, atravesado por el sufrimiento (4)

 

 


Una 1era. sección del libro de la Profecía de Jeremías se contiene en 2,1-6,30. Son oráculos bajo el reinado de Josías. Es un intenso tiempo de reforma religiosa donde se intenta erradicar la idolatría y reencontrarse con la ley de Dios para vivir la Alianza. En este contexto el profeta vuelve con elocuencia y crudeza a retomar la imagen sembrada por Oseas acerca del Pueblo cual esposa infiel.

Contemplemos el pasaje 2,1-13:

 

“Entonces me fue dirigida la palabra de Yahveh en estos términos: Ve y grita a los oídos de Jerusalén: Así dice Yahveh: De ti recuerdo tu cariño juvenil, el amor de tu noviazgo; aquel seguirme tú por el desierto, por la tierra no sembrada. Consagrado a Yahveh estaba Israel, primicias de su cosecha. «Quienquiera que lo coma, será reo; mal le sucederá» - oráculo de Yahveh -.”  (Jer 2,1-3)

 

En principio se trata de un recuerdo consolador. Dios vuelve su mirada hacia el pasado, hacia los orígenes del Pueblo, período de amor juvenil y Alianza sellada en el camino del desierto. Israel es el consagrado de Dios, quien se goza en él y le defiende celosamente, pues ambos están unidos por un recíproco amor. Sin embargo la remembranza se tuerce pronto hacia la amargura, la queja y el reclamo:

 

“Oíd la palabra de Yahveh, casa de Jacob, y todas las familias de la casa de Israel. Así dice Yahveh: ¿Qué encontraban vuestros padres en mí de torcido, que se alejaron de mi vera, y yendo en pos de la Vanidad se hicieron vanos? En cambio no dijeron: «¿Dónde está Yahveh, que nos subió de la tierra de Egipto, que nos llevó por el desierto, por la estepa y la paramera, por tierra seca y sombría, tierra por donde nadie pasa y en donde nadie se asienta?» Luego os traje a la tierra del vergel, para comer su fruto y su bien. Llegasteis y ensuciasteis mi tierra, y pusisteis mi heredad asquerosa.” (Jer 2,4-7)

 

Dios recuerda que su Pueblo se ha olvidado. Se ha olvidado de la obra de su Señor que lo eligió y lo rescató de Egipto, se ha olvidado de la gesta liberadora de la Pascua, se ha olvidado del tiempo de camino y formación para la Alianza en el desierto, se ha olvidado de la tierra de promisión que le concedió en su bondad. Y este olvido fatal ha terminado arruinando la obra de la Salvación, estropeando la promesa, corrompiendo cuanto era Gracia.

 

“Los sacerdotes no decían: «¿Dónde está Yahveh?»; ni los peritos de la Ley me conocían; y los pastores se rebelaron contra mí, y los profetas profetizaban por Baal, y en pos de los Inútiles andaban. Por eso, continuaré litigando con vosotros - oráculo de Yahveh - y hasta con los hijos de vuestros hijos litigaré.”  (Jer 2,8-10)

 

Aquella cándida novia de la juventud ahora en su adultez ha devenido en una apóstata y ha traicionado a su Esposo yendo detrás de los ídolos, a los cuales se califica como “inútiles”. Dios tiene litigio contra su Pueblo que le ha abandonado.

 

“Pues mi pueblo ha trocado su Gloria por el Inútil. Pasmaos, cielos, de ello, erizaos y cobrad gran espanto - oráculo de Yahveh -. Doble mal ha hecho mi pueblo: a mí me dejaron, Manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas, cisternas agrietadas, que el agua no retienen. (Jer 2,11b-13)

 

El pasaje culmina con una lamentación en la que se invita a la creación a quedarse paralizada y atónita frente a la tragedia. Entonces introduce la famosa imagen donde se compara a Dios con un “Manantial de aguas vivas” y a los ídolos como “cisternas agrietadas que no retienen el agua”. Han cambiado la Verdad y el Bien por ilusiones y espejismos seductores pero llenos de falsedad y vacío. Mal negocio ha hecho aquella mujer, inocente y fiel en su juventud, que ha terminado pervirtiéndose.

Para completar la composición veamos también este otro pasaje contenido en la misma sección:

 

 “«Supongamos que despide un marido a su mujer; ella se va de su lado y es de otro hombre: ¿podrá volver a él? ¿no sería como una tierra manchada?» Pues bien, tú has fornicado con muchos compañeros, ¡y vas a volver a mí! - oráculo de Yahveh -.” (Jer 3,1)

 

Desde el inicio la parábola postula al Pueblo como una mujer muy manchada por su prostitución que ya no tiene derecho ni oportunidad para regresar a su Esposo.

 

 “Alza los ojos a los montes desolados y mira: ¿en dónde no fuiste gozada? A la vera de los caminos te sentabas para ellos, como el árabe en el desierto, y manchaste la tierra con tus fornicaciones y malicia. Se suspendieron las lloviznas de otoño, y faltó lluvia tardía; pero tú tenías rostro de mujer descarada, rehusaste avergonzarte.” (Jer 3,2-3)

 

Con tremenda descripción el profeta denuncia la entrega impúdica del Pueblo a cuanto amante idolátrico se apareciera en su camino. A consecuencia de su pecado las cumbres de las colinas eran como un desierto estéril y ya no había lluvias. Pero el Pueblo ni aun así se arrepentía y perseveraba descaradamente en su infidelidad.

 

“¿Es que entonces mismo no me llamabas: «Padre mío; el amigo de mi juventud eres tú?; ¿tendrá rencor para siempre?, ¿lo guardará hasta el fin?» Ahí tienes cómo has hablado; las maldades que hiciste las has colmado.” (Jer 3,4-5)

 

La pericopa termina con una sentencia condenatoria. Incluso se juzga negativamente el tardío intento de arrepentimiento, entendiendo que no es sincero. Evidentemente a la hora de este oráculo de Jeremías el Reino del Norte ya ha caído bajo Asiria y sufrido tanto destrucción como destierro. A esa situación del pasado no tan distante se aplican sus palabras. Pero entonces hábilmente el hombre de Dios conecta esta realidad señalada para que sirva de advertencia al Reino del Sur, quien ha caído en el mismo pecado y también pretende volver engañosamente a su Señor.

 

“Yahveh me dijo en tiempos del rey Josías: ¿Has visto lo que hizo Israel, la apóstata? Andaba ella sobre cualquier monte elevado y bajo cualquier árbol frondoso, fornicando allí. En vista de lo que había hecho, dije: «No vuelvas a mí.» Y no volvió. Vio esto su hermana Judá, la pérfida; vio que a causa de todas las fornicaciones de Israel, la apóstata, yo la había despedido dándole su carta de divorcio; pero no hizo caso su hermana Judá, la pérfida, sino que fue y fornicó también ella, tanto que por su liviandad en fornicar manchó la tierra, y fornicó con la piedra y con el leño. A pesar de todo, su hermana Judá, la pérfida, no se volvió a mí de todo corazón, sino engañosamente - oráculo de Yahveh -.” (Jer 3,6-10)

 

Haz memoria, nunca olvides quien eres ni a Quien perteneces

 

Una Reforma religiosa es siempre un intento de volver a los orígenes, a las raíces de santidad de la vocación. En este sentido el profetismo hace memoria de las maravillas obradas por el Señor y de la fidelidad de su Amor, intentando hacer recapacitar al Pueblo y purificarlo de las tentaciones y pecados que se le pudiesen haber pegoteado en el camino. La Reforma religiosa pues llama al arrepentimiento sincero del corazón, a una revisión de vida a la luz de la Palabra de Dios y a una puesta en valor de la experiencia que dio origen al trayecto. Se trata claro de una renovación de la Alianza.

Los profetas no dudaron en aplicar las durísimas imágenes de la prostitución a la situación del Pueblo Elegido. ¿Por qué nosotros no podríamos hacerlo también con la Iglesia peregrina en la historia, animada por el Santo pero aún penitente en sus miembros? Creo que es sano hacer memoria de la obra salvadora del Esposo Jesucristo por su esposa la Iglesia. De hecho lo hacemos constantemente en el culto que le dirigimos en Espíritu y en Verdad, ya por la liturgia de la Eucaristía y de los Sacramentos, ya por la plegaria en el Oficio Divino.

Quien verdaderamente ama recuerda y tiene siempre presente a su Amado y vigila sin desfallecer para guardarse en fidelidad. En este sentido la Iglesia peregrina se halla inmersa en una corriente permanente de conversión, una inacabada reforma de sí misma para vivir a imagen y semejanza de Cristo –dinámica que cesará cuando llegue a ser la Jerusalén Celeste-, una incesante renovación de su mente y corazón según el Espíritu.

O al menos este es el signo de su vitalidad y salud en la historia. Pues si decayera en esta continua renovación de la Alianza, haciendo memoria agradecida y creciendo en fidelidad a su Señor, si dejara de mirar con esperanza hacia la Gloria prometida, se daría cuenta que se ha  olvidado de quien es y a Quien le pertenece, que ha caído enredada por las tentaciones de este mundo y está atrapada bajo la red de inútiles ídolos agrietados.

No es mi intención ahora detenerme en considerar si nuestra Iglesia contemporánea se ha prostituido de alguna forma y en qué manera. En todo caso hacer con Jeremías un llamamiento a vivir en espíritu de reforma. A su vez implorar a Dios que nunca falten a su Pueblo en cada tiempo esos grandes reformadores que son los Santos, quienes se constituyen como el medio providencial para que el rescate de Dios en Jesucristo siga vigente siempre.

 

 


POESÍA DEL ALMA UNIDA 13

 



Perdidas ya todas las cosas

Se aquieta el viento tempestuoso

De cuantos engañosos afanes antaño

Blandían su empuje poderoso

 

Se erige entonces el silencio

De este oscuro y pobre sepulcro nuevo

Donde yace oculta y serena la Luz Viva

Aguardando el clarear de su renuevo

 

Han quedado atrás infames los peligros

Ya no mueve tentación maledicente

Solo se vigila y guarda con esmero

En el corazón un Amor indeficiente

 

Aquí la espera es tarea cotidiana

De una fe simple y sosegada

Que no vive ya para incremento

De la mundanidad ardiente ya apagada

 

 

DIÁLOGO VIVO CON SAN JUAN DE LA CRUZ 17

 

 

 CONVERSACIONES SUBIENDO AL MONTE 17


LA ÚNICA LOCUCIÓN FINALMENTE ATENDIBLE


Mi hermano San Juan de la Cruz, habiendo explicado algo ya acerca de las diversas representaciones, conversaremos pues ahora sobre las locuciones o palabras interiores que adjudicamos a Dios en el ejercicio de la oración.

 

“…el que se atare a la letra, o locución, o forma, o figura aprehensible de la visión, no podrá dejar de errar mucho y hallarse después muy corto y confuso, por haberse guiado según el sentido en ellas y no dado lugar al espíritu en desnudez del sentido.” (SMC L2, Cap. 19,5)

 

“De donde se ve que, aunque los dichos y revelaciones sean de Dios, no nos podemos asegurar en ellos, pues nos podemos mucho y muy fácilmente engañar en nuestra manera de entenderlos; porque ellos todos son abismo y profundidad de espíritu…” (SMC L2, Cap. 19,10)

 

Seguimos claro con la misma tónica, prefiriendo la desnudez de espíritu, pues en cuanto interpretamos podemos errar o ser engañados. De hecho he visto tantas personas confiarse ciegamente a alguna palabra interior recibida o proferida por mediación de otros, que han equivocado tristemente el camino y se han debido lamentar por ello. Entonces les suele sobrevenir la crisis de fe: ¿por qué Dios me ha engañado?, ¿acaso yo no me confié en esta palabra Suya? Sin llegar a advertir que la confusión proviene de otra fuente, de nosotros, a quienes nos falta la debida humildad para aceptar que cuanto entendemos del Misterio será siempre limitado y la debida prudencia para no entregarnos mágica e ingenuamente a cualquier señal pues esperamos ser conducidos sin poner nada de nuestra parte. De esta forma nunca el error es nuestro sino de Dios que no sabe explicarse o que simplemente nos miente o nos dice apenas medias verdades.

¿Entonces nunca podremos consentir las comunicaciones divinas en nuestro corazón? Obviamente debemos aceptarlas agradecidos pero con espíritu de maduro discernimiento.

 

“…el maestro espiritual, apartándole de todas visiones y locuciones, impóngale en que se sepa estar en libertad y tiniebla de fe, en que se recibe la libertad de espíritu y abundancia, y, por consiguiente, la sabiduría e inteligencia propia de los dichos de Dios.” (SMC L2, Cap. 19,11)

 

“De esta y de otras maneras pueden ser las palabras y visiones de Dios verdaderas y ciertas, y nosotros engañarnos en ellas, por no las saber entender alta y principalmente y a los propósitos y sentidos que Dios en ellas lleva. Y así, es lo más acertado y seguro hacer que las almas huyan con prudencia de las tales cosas sobrenaturales, acostumbrándolas, como habemos dicho, a la pureza de espíritu en fe oscura, que es el medio de la unión.” (SMC L2, Cap. 19,14)

 

Entre la comunicación de Dios y la “audición” que hace la persona, la interpretación es relativa a factores que inciden significativamente. No interpreta igual el santo que el pecador, quien se conduce más carnalmente o más espiritualmente, quien es más inmaduro en las cuestiones de la fe y quien es más experimentado y se halla más probado en gracia, quien posee una mayor formación o quien es prácticamente ignorante.

Querido fray, cuántas veces he enseñado teología te confieso que he recurrido a esta sentencia tuya para bien introducirnos en la contemplación del Misterio.

 

“Él está sobre el cielo y habla en camino de eternidad; nosotros, ciegos, sobre la tierra, y no entendemos sino vías de carne y tiempo.” (SMC L2, Cap. 20,5)

 

Dios habla en camino de eternidad… Nosotros estamos ciegos sobre la tierra… Por tanto solo entendemos vías de carne y tiempo…

¡Cuántas veces, al pasar el tiempo, una interpretación de lo que Dios nos ha comunicado ha terminado ampliamente superada! Nos pusimos en camino creyendo que era esto o aquello lo que el Señor nos pedía, y ya andado gran parte del trayecto al mirar hacia atrás, descubrimos cuán insuficiente era nuestra interpretación primera. Dios quería decirnos mucho más de lo que podíamos en principio asimilar. Ahora el camino transitado nos ayuda a comprender todo cuanto Él quería para nosotros. Por eso yo suelo decir: “Los caminos de Dios no son en principio para ser comprendidos. Los caminos de Dios son para ser caminados.”

Caminamos impulsados por estas “locuciones divinas” –sean del tipo que fueren-, pero esta “audición espiritual de su voz” sin embargo debe ser humilde y en fe adulta, sabiendo aceptar desde el comienzo que su Misterio nos sobrepasa y que andamos como a tientas. La fe pues es esperanza, hasta diría que la fe es apuesta y abandono.

Claramente tenemos resguardos y seguros, señalamientos precisos que nos orientan. (Ya hablaremos de la importancia de la Revelación de Dios contenida en la Tradición y en la Escritura.) Como deberíamos tener maestros espirituales que nos ayuden a discernir, no intentar caminar solos sino en la solicitud de la Iglesia que nos acompaña en diálogo pastoral.

Pero aquí sin embargo surge una objeción. ¿Por qué Dios en la oración comunica lo que puede ser mal interpretado?

 

“Tiene un padre de familia en su mesa muchos y diferentes manjares y unos mejores que otros. Está un niño pidiéndole de un plato, no del mejor, sino del primero que encuentra; y pide de aquél porque él sabe comer de aquél mejor que de otro. Y, como el padre ve que aunque le dé del mejor manjar no lo ha de tomar, sino aquel que pide, y que no tiene gusto sino en aquél, porque no se quede sin su comida y desconsolado, dale de aquél con tristeza.

Condesciende Dios con algunas almas, concediéndoles lo que no les está mejor, porque ellas no quieren o no saben ir sino por allí. Y así, también algunas alcanzan ternuras y suavidad de espíritu o sentido, y dáselo Dios porque no son para comer el manjar más fuerte y sólido de los trabajos de la cruz de su Hijo, a que él querría echasen mano más que a otra alguna cosa.” (SMC L2, Cap. 21,5)

 

Ya vemos que el Padre acompaña pedagógicamente el crecimiento de sus hijos. Porque de una no podrán digerir el manjar escondido. Pero el problema se produce cuando los hijos se quedan detenidos caprichosamente en ciertas experiencias espirituales a las cuales se aficionan, interrumpiendo pues su andar. No quieren ya avanzar, se apropian de lo que no les pertenece y erróneamente consideran alto lo que aún es bajo. Porque les falta la humildad creen ser de los adelantados sin aceptar que siguen siendo principiantes. El Padre les da lo que aceptan para que no se queden sin nada, pero ciertamente quiere que se alimenten mejor y más nutritivamente. Por ello no debe cansarse el buen maestro espiritual de señalar la Cruz que está por delante. Debe ser un buen hermano, ayudando a los discípulos a liberarse de las ataduras que los retienen y favoreciendo que se encaminen a ser introducidos en el lenguaje de la Cruz; insensatez y locura para quienes no crecen, pero Sabiduría escondida de Dios para quienes son llevados a Unión.

 

“Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene más que hablar.” (SMC L2, Cap. 22,3)

 

“Si te tengo ya habladas todas las cosas en mi Palabra, que es mi Hijo, y no tengo otra, ¿qué te puedo yo ahora responder o revelar que sea más que eso? Pon los ojos sólo en él, porque en él te lo tengo todo dicho y revelado, y hallarás en él aún más de lo que pides y deseas. Porque tú pides locuciones y revelaciones en parte, y si pones en él los ojos, lo hallarás en todo; porque él es toda mi locución y respuesta y es toda mi visión y toda mi revelación.” (SMC L2, Cap. 22,5)

 

Finalmente debemos recordar que la Palabra de Dios es Jesucristo y que dicha gloriosa y salutífera Palabra se nos ha transmitido a través de la Tradición y la Sagrada Escritura. Como también recordamos que al Magisterio le toca como servicio guardar, transmitir e interpretar este Depósito de Fe para todo bien en la Iglesia. Por tanto la locución divina que el orante oye y la interpretación que realiza se mide siempre bajo el canon de la fe auténtica, es decir, no puede quitar ni agregar, completar o disminuir, menos cambiar o corregir el contenido de la Revelación pública. Es Jesucristo, Verbo del Padre, “el mismo ayer que hoy y para siempre” quien habla a los hombres para su Salvación. Esta Palabra Eterna y Testigo Fiel, según cuantos modos la economía de la gracia provee, se dirige a todos para sellar con cada uno Alianza de Amor.

Además queridísimo Fray Juan, insistámoslo una vez más, esta bendita Palabra de Vida se muestra esplendorosa y elocuente en la Cruz. Por tanto toda locución que se oiga contraria a este santo derrotero de la entrega de la vida por amor, la Suya por nosotros y la nuestra hacia Él, simplemente no viene de Dios ni conduce a Él. Porque toda Palabra que Dios ha querido dirigirnos ha sido proferida en plenitud en el silencio desnudo de la Cruz.

 


Jeremías: el profeta de la interioridad, atravesado por el sufrimiento (3)

 

 



Continuación del relato vocacional

 

El relato de la vocación de Jeremías no puede leerse sin dos perícopas anexas y contiguas. La primera de ellas se encentra en 1,11-14.

 

“Entonces me fue dirigida la palabra de Yahveh en estos términos: «¿Qué estás viendo, Jeremías?» «Una rama de almendro estoy viendo.» Y me dijo Yahveh: «Bien has visto. Pues así soy yo, velador de mi palabra para cumplirla.» Nuevamente me fue dirigida la palabra de Yahveh en estos términos: «¿Qué estás viendo?» «Un puchero hirviendo estoy viendo, que se vuelca de norte a sur.» Y me dijo Yahveh: «Es que desde el norte se iniciará el desastre sobre todos los moradores de esta tierra.” (Jer 1,11-14)

 

Se trata de una doble visión. En la primera sutilmente se ofrece un juego implícito de palabras entre almendro y centinela, términos que en el lenguaje hebreo comparten las mismas consonantes y que solo se diferencian por la vocalización. Dios será un vigilante-vigía-centinela para guardar a su pueblo. Y esa será la misión participada a Jeremías; el profeta deberá vigilar para que la Palabra de Dios sea oída por su Pueblo y se cumpla en la historia.

En la segunda visión, la olla hirviendo que se derrama y vuelca su contenido desde el Norte hacia el Sur, significa el castigo divino que recae sobre Israel mediante la invasión babilónica.

El segundo pasaje anexo al relato vocacional es el siguiente:

 

“Porque en seguida llamo yo a todas las familias reinos del norte - oráculo de Yahveh - y vendrán a instalarse a las mismas puertas de Jerusalén, y frente a todas sus murallas en torno, y contra todas las ciudades de Judá, a las que yo sentenciaré por toda su malicia: por haberme dejado a mí para ofrecer incienso a otros dioses, y adorar la obra de sus propias manos. Por tu parte, te apretarás la cintura, te alzarás y les dirás todo lo que yo te mande. No desmayes ante ellos, y no te haré yo desmayar delante de ellos; pues, por mi parte, mira que hoy te he convertido en plaza fuerte, en pilar de hierro, en muralla de bronce frente a toda esta tierra, así se trate de los reyes de Judá como de sus jefes, de sus sacerdotes o del pueblo de la tierra. Te harán la guerra, mas no podrán contigo, pues contigo estoy yo - oráculo de Yahveh - para salvarte.” (Jer 1,15-19)

 

Aquí se desarrolla un rib. Ya sabemos que se trata de un género literario que simula un juicio, litigio o querella. Es Dios el que pone asedio contra Jerusalén. Cuando Babilonia amenace el país y ponga sitio a la ciudad, deberán entender que es el mismo Señor quien por este medio se ha vuelto contra ella amenazante. La sentencia condenatoria es consecuencia de que el Pueblo ha roto la Alianza adorando a otros dioses-ídolos fabricados con sus manos.

El pasaje adelanta todo el contenido y la dinámica de la profecía de Jeremías. El profeta debe en nombre de Dios “apretarse la cintura y alzarse”, es decir, debe ser una presencia fuerte y firme que confronte al Pueblo. Se trata de un enviado de Dios al estilo de los reyes invasores que envían sus mensajeros prepotentes a amedrentar al pueblo para que no se resista y acepte el vasallaje.

A Jeremías se le promete que será sostenido por Dios en su misión: “no desmayes y yo no te haré desmayar delante de ellos”. Una misión dura y áspera tiene por delante: Dios hace guerra contra Israel y el profeta es la avanzada del ejército divino que paradójicamente es una nación extranjera: Babilonia.

Irónicamente el Pueblo tratará a Jeremías como a ciudad sitiada. Lo rodearán e intentarán doblegarlo pero resistirá porque Dios es su fortaleza. El Señor salvará al profeta que ha enviado y castigará a su Pueblo.

 

No desmayes, proclama con valentía mi Palabra

 

A veces en nuestros días percibo que la Iglesia peregrina está a punto de flaquear y desmayar frente a los embates de este mundo. Entonces para evitar la conflictividad se siente tentada a entregar la doctrina perenne de la Salvación a las modas temporales, la opinión pública o las agendas de los señores de la tierra. Comprendo el temor, también Jeremías hubiese preferido huir de su misión y la constante tensión a la que se verá expuesto lo hará vivir hondas crisis purgativas. Pero Dios es fiel. Y quiere sin duda que como Él es fiel a su Palabra, la Iglesia también lo sea.

Insisto, percibo una excesiva acomodación de la Iglesia contemporánea a una cultura que es hechura de una humanidad sin Cristo. Como si se estuviese renunciando a reclamar la conversión. Un “bautizar sin más” todo lo que se presente masivamente aceptado bajo simulacro de una falsa condescendencia divina que exceptúa de la santidad.

Yo creo que Dios enviará a nuestro tiempo profetas como “plaza fuerte”, posición elevada e inconquistable, estandarte enarbolado victorioso, signo de la fidelidad divina a su proyecto de Alianza Nueva y definitiva en la Pascua del Señor Jesús. Porque Dios por fidelidad a su Amor también pondrá sitio a lo mundano impío e inconverso, y si es necesario también sitiará a su Iglesia-Pueblo si llegase a romper la Alianza y se entregara a los ídolos.

 


POESÍA DEL ALMA UNIDA 12

 





 

Claridad de claridades

Que disipas las tinieblas

Refulge serena

En el alma a Ti unida

 

Oh mi Llama de Amor

Huésped  y Dueño

Cálido refugio

Reserva de Vida

Atalaya de centinela

Flecha que apunta a su presa

 

Claridad de claridades

Palabra que procede del Silencio

Tú que rompes la sordera

Y alumbras el sentido de los días

 

Oh mi Llama de Amor

Vida oculta en Dios

Escondida Presencia que fulgura

Secreto Camino que conduce

Discreta Sabiduría que dirige

Humilde Revelación de la Verdad Paterna

 

Claridad de claridades

Pastor Santo de ovejas penitentes

Y de voluntades entregadas

Que ya han dejado atrás el mundo

 

Oh mi Llama de Amor

Cuando reina la confusión

Y la oscuridad de los demonios arrecia

Tú das Luz indeficiente

A los ojos ya anochecidos a la carne

Que contemplan solo a través de tu Mirada

 

Claridad de claridades

Haz del alma a Ti unida

Santuario de sedientos peregrinos

Eleva aquí tu estandarte de Rescate

 

 

POESÍA DEL ALMA UNIDA 35

  Oh Llama imparable del Espíritu Que lo deja todo en quemazón de Gloria   Oh incendios de Amor Divino Que ascienden poderosos   ...