A impulsos de amor. Poesía escondida

 

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"Cantar de amadores. Acerca del inicio de la contemplación." (2019)


A impulsos de amor

Quemante

     Hiriente

 

A impulsos de amor

Ocultante

                Creciente

 

Yo me muevo en amor

Tras de ti

                O mejor

Tú te mueves en amor

Tras de mí

 

A impulsos de amor

Escondido

     Viviente

 

A impulsos de amor

Pequeño

  Oscuro

 

Te mueves tú en amor

Tras de mí

     O mejor

Tú me mueves en amor

Tras de ti

 

A impulsos de amor

Oh noche

    Alumbrada

 

A impulsos de amor

Oh telilla

   Rasgada

 

Aquieta y mueve el amor

En la unión

                   O mejor

Se mueve y mueve sin moverse

Este amor tan vivo

 


Maduro para el Reino, corazón y vida. Florecillas de contemplación

 




"Cantar de amadores. Acerca del inicio de la contemplación." (2019)



Maduro para el Reino,

corazón y vida



Yo quiero estar así. Porque si estoy maduro para el Reino estoy maduro en el amor, es decir, desposado a mi Señor, en concordia con todo lo creado. Mientras tanto gimo y sufro el desamor que me hiere: volver a volcarme en mí y no acabar de volcarme en Él. ¡Ay Jesús, dame ya un corazón como el tuyo que lata al unísono con el corazón del Padre! ¡Que deje de hacer la guerra a mis hermanos! ¡Que todos mis deseos me conduzcan a Ti! Madúrame, Señor Amado, haciendo pasar mi corazón y mi vida por entero por aquella fuente que hace crecer en el amor: tu Cruz. Ya no soporto más hacer el mal que no quiero, ¡extírpalo de mi corazón con todas sus raíces!

Quiero ir día a día, en los pequeños gestos, en las diminutas situaciones, creciendo en el amor. ¡Dame amor tuyo para dar! ¡Dame amor tuyo sin medida que no me permita volver atrás en este doloroso y dulce parto de madurar para el Reino! ¡Dame tu amor que madura, oh fiel Esposo, el corazón y la vida!

 

 

Surcos y huellas. Sobre el inicio de la contemplación

 




"Cantar de amadores. Sobre el inicio de la contemplación." (2019)

Contemplar es dejar que el Amado abra en su contemplador surcos de amor.


 

Tengo la mirada puesta en Ti

porque tu mirar se ha puesto en mí

y ha roto la delicada tela.

Sé que Tú abrirás surcos de amor

fértiles en tu voz;

sé que Tú abrirás surcos de amor

ardidos en tu querer.

 

Surcos de amor, huellas suaves, incendios,

sabor a Ti en mi corazón.

 

Mi respirar está entrecortado en Ti

porque has soplado tu viento en mí

y ha roto la delicada tela.

Sé que Tú abrirás surcos de amor

florecidos en tu cantar;

sé que Tú abrirás surcos de amor

amanecidos en tu latir.

 

Surcos de amor, huellas suaves, incendios,

sabor a Ti en mi corazón.

 

            Contemplar es dejar que el Amado abra en su contemplador surcos de amor.

            Los dos amadores ya se han encontrado, están frente a frente y se miran. Y en la comunión silenciosa el amor es dicho en la mirada. La mirada del contemplador ya ciega y desencajada mira a tientas colmada de serenidad y dulzura, atraída irresistiblemente hacia el Amado. Y en esta comunión de amor la mirada del Señor puede mirarlo todo causando gozo, alegría, fe y esperanza en el contemplador.  Sucede que el contemplador ya ha puesto toda su confianza en el Amado pues sabe de su amor infinito, y entonces permanecer desnudo ante su mirada no le causa ningún temor, ninguna vergüenza, más bien lo libera y lo sana. Esta mirada misericordiosísima del Señor limpia y purifica al contemplador y parece restituirlo al estado de inocencia original, al menos durante el lapso del encuentro.

            Así por el mirar el Amado rompe la tela delicada que separa a ambos. Con tal ruptura ingresan los amadores, el Señor primero, al aposento del amor, un aposento que irán construyendo por el trato amoroso. Y ya en el aposento la fértil voz del Amado que pronuncia el nombre de su contemplador, el querer ardido que le dona sin medida menor que la de su capacidad de albergar, van removiendo la tierra y haciéndola buena. ¿Y para qué sino para recibir un tan alto e indispensable amor?

            Y se abren surcos. Surcos que son huellas, caricias, miradas y sabor del Señor en el corazón. Surcos que vibran colmados de su Presencia. Surcos que son canales de gracia. Surcos desde donde el amor del Amado riega la tierra. Surcos que a lo largo de la vida de tanto recibir se van ensanchando hasta que quizás un bienaventurado día toda la tierra se haga surco. Surcos donde la historia entera del contemplador es conducida a los brazos del Amado.

            Y al igual que la mirada el respirar ha quedado entrecortado en el encuentro. Ya no es posible respirar sino aliento del Amado. Y el Señor sopla su Espíritu indecible, suave como una brisa, potente como un temporal. Y ese Espíritu Santo inunda el alma con toda la presencia del Señor. Obra por su Espíritu el Buen Dios lo indescriptible, lo inenarrable, lo impresagiable. Tan rica su obra que con el correr del tiempo se sigue desenvolviendo y sigue causando sorpresa y resulta siempre novedosa. Sopla el Señor su Espíritu, toca al contemplador y abre en su tierra surcos, canales y grietas; y en ellos derrama su fuego y su agua. Por ellos corre el cantar del Señor, cantar de los cielos. Desde ellos el alma vibra al unísono con el latir del Señor, ya amanecida para la eternidad.

            Contemplar es pues llevar el contemplador en sí las huellas vivas del trato con su Amado.


Tocata y fuga, capullo y transformación. Relato

 

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"De amor, de noche y de luz. Ficción contemplativa." (2016)


Sexto relato en el cual Fray Juan abre entero su corazón y su experiencia al novicio que ya ha crecido en el amor.

 



            Las ramas de los árboles se mecían en el viento con tanta liviandad y cadencia que hacían brotar ante los ojos delicados de Fray Juan un espectáculo exquisito de ballet. Así las avecillas con corto vuelo, casi como saltando, itineraban de verde en verde, sorpresivamente, con sus trajes amarillos, pardos y grises. Y en el firmamento una formación despareja de nubes blancas pintaban sobre un celeste límpido y abierto una coreografía sugerente para la imaginación de este hombre que aún conservaba en sí algo del niño que fue. No estaban ausentes las flores con sus tonalidades pasteles y su ternura desnuda como un canto cromático de esperanza y de fe. Tampoco faltaban los insectos, diminutos y casi imperceptibles, deambulando con una extraña geometría entre las hierbas. ¡Oh, vibrante armonía viviente de lo diverso dado a la unidad en las horas tranquilas, henchidas de luz y de color, vestigio y huella llameante del Dios Creador que desde siempre nos invita a la unión!; alcanzarte definitivamente desea Fray Juan detrás de la noche y de la muerte.

            Y, mientras admirado contemplaba y deseaba, se le acercó el novicio con paso ya sigiloso. Habían acordado encontrarse y salir a caminar. En realidad Fray Juan veía que ya era tiempo, dado el proceso encendido y avanzado de su andar, de declararle algunas etapas de su itinerario hacia la amorosa unión con el Amado y Señor. Y se lanzaron por el sendero, en sentido opuesto al cerro, el maestro con el mate entre las manos y el novicio con el termo bajo el brazo. (Por estas regiones del sur del globo el mate es un rito ineludible a la hora de compartir, de ir poniendo la vida en común. Hasta se podría decir que se espera que el Tata Dios nos reciba en el cielo con el más delicioso amargo extendido junto con una sonrisa bonachona y transparente como la del paisano).

            Y el maestro sin demora comenzó la confesión. La tarde con todos sus habitantes pareció volcarse curiosa hacia ellos.

            -¿Te acuerdas de la amada del Cantar?

            -¡Cómo no!

            -¡Qué bueno! Yo pasé todo mi noviciado repasando en mi interior algunas escenas, imaginándolas de nuevo, recreando este encuentro en su juego de idas y venidas...

 

Si me parece poder visualizar ahora a la doncella que entretenida en sus labores hogareñas sólo sabe del Amado por comentarios lejanos, acaso por el murmullo alborotado en que se estremece la ciudad a su paso. ¡Cuánta habrá sido su sorpresa cuando aquel golpeó en su puerta la vez primera y se dio a la fuga sin que pudiera verlo! “Por aquí ha pasado pero con él no he estado, algo de él permanece sin embargo en su ausencia”, se habrá dicho. Y desde entonces, desde esa ausencia tan presente, se le fue inflamando el deseo en una suerte de delicada añoranza. Así fue brotando en ella, por gracia de sutiles e insospechados toques del Amado a su puerta que dejaban el umbral de la casa vibrando en su presencia ya ida, la capacidad de la vigilia, por la cual su corazón permanecía cada vez más atento  en la añoranza a su regreso. Detrás de la puerta de la casa la doncella se quedaba  ahora aguardando.

           

            Quiero decir con estos quehaceres domésticos no las actividades y espectáculos en las que nos volcamos fuera de nosotros desatendiéndonos a nosotros y también al Señor, esos son quehaceres farandulescos; sino el fatigoso trabajo de la oración que reclama esfuerzos, cuidados y una esmerada voluntad de darse a ella a diario. Y la oración en su etapa inicial tiene sus fórmulas, sus técnicas, sus modos que apuntan a la disposición, a la exclamación, a la escucha, al diálogo. Mas toda ella está marcada por nuestra iniciativa por hacer un espacio, por darle un lugar al Señor. Le presentamos nuestras necesidades e inquietudes para que las tome y libres de ellas podamos dedicarnos  enteros a Él. Le pedimos el Espíritu para que nos enseñe a orar y nos haga gustar de su amor. Reconocemos y agradecemos inflamados por su Don las maravillas que hace en nuestra vida. También buscamos escuchar su Palabra, meditarla en el corazón para ver claro el camino. Y otra vez pedimos el Espíritu que nos impulse con fuerza a la conversión. Arrepentidos, en otras ocasiones, nos acercamos a Él para implorar su perdón, nos deshacemos en lágrimas y nos retiramos sanados y limpios. En fin, la oración es un trabajo constante que dura toda la vida, que atraviesa desolaciones y consuelos, un trabajo que da sus frutos experimentando como el Señor está vivo en nosotros y nos regala su amor, su paz, su fuerza, su alegría, su sabiduría y todo lo que Él es capaz de dar. Así sabemos de Él y le gustamos por este murmullo alborotado de su gracia que hace temblar nuestra persona entera y sus alrededores. Diría que le conocemos por su acción, por lo que obra. Sin embargo este orante fatigoso, que no podría trabajar empero sin la invisible asistencia del Espíritu, aún podría gritar: “Señor, déjame ver tu Rostro”. Este orante se cansa en el amor haciendo en sí más espacios para el Buen Dios y su Reino para algún día poder estarse con Él cara a cara.  Y así lo va el Señor santificando, hermoseándole la casa para poder entrar y cenar allí con él.

            Pero algunos días, en algún insospechado momento, después de tanto trabajo, se experimenta su Presencia suave, profunda, serena, que simplemente parece llenarlo todo. Es el toque del Amado a la puerta de la casa de la oración. Es la iniciativa de Dios que irrumpe sin dejar lugar a dudas y que deja al orante enmudecido, maravillado, perplejo y amorosamente centrado en Él. Se han cambiado los papeles y Él sale en busca de la doncella de forma desvelada, o mejor, le da nuevos ojos para ver lo que siempre ha hecho. Es la experiencia de la adoración que lleva la oración a su cumbre: el Señor esta allí, no se sabe cómo pero se sabe, y ya no hay que hacer más nada sino quedarse a su lado aún detrás de la puerta de la casa. Ya no son sus regalos sino Él mismo.

            Y a algunos orantes esta experiencia, por pura gracia, se les hace más constante de modo tal que ya comienza a haber poco trabajo. Más exactamente, el trabajo ahora es aquietarse, silenciarse y aguardar al que viene. Detrás del umbral se añora aquella Presencia y se comienza a no querer otra cosa fuera de ella. Detrás de la puerta se le van muriendo a la doncella las viejas sensaciones capaces de percibir el murmullo de los regalos y le va naciendo un nuevo sentido capaz de intuir la cercanía de su Presencia. ¡Menudo regalo éste tan inexplicable y desconcertante! El Señor la está moldeando para que pueda salir de la casa al campo abierto.

            -Entiendo lo que dices, yo también lo he experimentado. ¡Qué difícil explicar este cambio, este salto de nivel, este nuevo verle sin verle, oírle sin oírle, olfatearle sin olfatearle, tantearle sin tantearle, gustarle sin gustarle! En la casa se ha hecho de noche, y en la noche nuestra su Luz es más clara.

            Fray Juan asintió con un cabeceo y una delicada y sabrosa sonrisa. La tarde los rodeaba sosegada y lenta. Su andar se impregnó del canto espumoso de un arroyo pequeño que corría a escasos metros jubiloso. Lo atravesaron haciendo equilibrio sobre un tronco. El sol iluminaba su secreteo amoroso.

            -Pero éste sólo es el comienzo del viaje de aquella enamorada.

 

Mas una noche sintió la doncella sus pasos dirigiéndose a la casa. Como siempre se quedó tensa en la espera amante. Y el Amado tanteó el picaporte de la puerta y empujó suavemente: estaba con llave. Ella se apresuró a abrirle. Él introdujo su mano y ella la tomó entre las suyas. Pero Él se libró dulcemente y se dio a la fuga. Ella le vio alejarse mientras sentía sus manos ungidas de néctar y ternura. La noche reinaba afuera; la doncella no la conocía. Pero fue tan fuerte y apremiante el palpitar de su corazón que, en un impulso de amor, se lanzó atrevidamente fuera de la casa y corrió a su encuentro. El Amado se volteó y entonces ella pudo verle como se ve en lo oscuro. Su belleza le cautivó aún más y la dejó más enamorada. Pero Él huyó raudamente y con su movimiento atrayente la puso en fuga encendida e incendiada. Y corriendo detrás de Él, sorprendida de su habilidad para deambular en la noche, atravesó las murallas de la ciudad persiguiéndolo hasta el campo abierto e ilimitado. Inflamada de amor ardiente, de un fuego interior que le abrasaba, no deseaba más que unirse a su Amado.

           

            Sucede, querido hermano, que a algunos de estos adoradores que les ha sido dado este permanecer detrás de la puerta de la casa de la oración, por pura gratuidad, el Señor los arranca hacia afuera. Es la experiencia de la noche que en su primer momento se caracteriza por este aflorar novedoso del sentido interior y por este jugueteo de llegada y retirada que termina en fuga hacia la hondura.

            La casa de nuestro interior es más amplia y más profunda de lo que solemos experimentar. Tras la puerta de la adoración, aún cuando nos parece estar en lo más nuclear de nuestro yo, es posible llegar al campo abierto que preludia el centro más íntimo de nuestro ser donde Dios mora secretamente. Decirlo no se puede y todo lenguaje caduca: hablaría yo del centro del alma pero quien no lo vive difícilmente entiende.

            Pero volviendo a lo que le acontece al adorador, éste, aquietado, permaneciendo en esa suave añoranza como noticia confusa y lejana pero vibrante y fuerte de su Presencia ausente, ha sentido un toque que le viene no sabe de dónde ni cómo: es el Señor sin duda, es Él, con total certeza. Y se ha dejado libremente arrastrar en ese toque. Y ha salido de sí hacia Él y ha descubierto que hay más de sí aún. Tierras nuevas e inexploradas que recorre sorprendido con la mirada fija en Aquel que se retira y lo lleva suavemente tras de él.

            Mientras corre apresurado en amor descubre sorprendido la habilidad que el nuevo sentido le da para andar en lo oscuro, es decir, saboreando sin hacerlo, o mejor aún, percibiendo al Amado de un modo espiritual difícil de explicar pues dista ya bastante de la sensación, de la emoción y del sentimiento. También advierte como aquel toque fugaz ha abierto en sí, de forma que le parece desproporcionada, una herida quemante, una llaga dulcísima que le incita a buscar enloquecido de amor a su causante. Y corre ciertamente en un deseo sobredimensionado por la gracia, pero no corre sino que es atraído, es decir, es del Señor la iniciativa y el trabajo y suyo la recepción pasivamente activa del don del encuentro.

            Aquel orante esforzado ha nacido de nuevo traspasando el umbral de la adoración hacia el escondido sendero de la contemplación amorosa.

            -He experimentado lo que describes durante algún tiempo. Es ciertamente como tú lo dices, como si de un momento a otro, sorpresivamente, inesperadamente, Él irrumpiera totalmente novedoso y cercanísimo. Y justo cuando uno quiere asirle y retenerle, recuperado de lo que le parece insólito, advierte que ya se ha ido. Pero no se ha alejado tanto, parece esperar y atraernos y desatar en nosotros un deseo loco y enfebrecido (que no producimos por nosotros mismos pues no podríamos) de ir tras de Él. Nos parece que ese toque nos ha dilatado el ser, que lo ha ensanchado inexplicablemente, especialmente el deseo de estar con Él y ser de Él. Ardores incomparables nos recorren enteros y nos dejan totalmente sedientos de Él. Vamos tras de sus huellas y cuanto más se oculta y huye más nos enciende en la búsqueda con sabia pedagogía amorosa. Se asemeja a esos jugueteos de enamorados corriendo entre los árboles, sólo que aquí es de noche y todo se percibe como se percibe en lo oscuro.

            -Es increíble que haya tanto movimiento en tanta quietud, tantos destellos de luz en la noche de unos ojos ciegos.

            -Supongo que seguirás tu relato... así lo espero porque después de esto estoy experimentando como otro estado, no sé decirlo, es como una crisis de identidad con sobreabundante paz, como si lo que constituyó mi mundo ya poco importara o fuera prescindible, como un reubicamiento que escapa de mí, como estar todo envuelto en una apatía dulce y una necesidad de soledad para estar con Él difícil de saciar. Y todo esto sin ningún escándalo o duda o temor sino con certeza interior de que se trata del Buen Dios que trabaja en mí sin saber lo que hace ni cómo lo hace. Y porque está la certeza encendida de que son cosas del Amado que me quiere hacer suyo hay tranquilidad y no hay desesperación, hay paciencia y un sereno deseo de comprender a su tiempo.

            -Pues me alegro entonces de que el Señor te siga haciendo crecer. En verdad es un regalo para ti y para mí que podamos hablar de estas cosas. Yo tuve que caminar solo sin nadie que me acompañara fuera del Amado. Pero Dios da a cada uno según su sabiduría que supera todas nuestras conjeturas.

            Y mientras caminaban Fray Juan se detuvo frente a un árbol pequeño y pobrecito de un verdor tenue pero acariciante. Se quedó en silencio mirando itinerar por una rama a un gusano de seda.

            -Amigo mío y hermano mío, mira ese gusanillo tan feo y desagradable... ¿qué podríamos esperar de él? Sin embargo dentro de poco estará dentro de un capullo oscuro y solitario cambiando, transformándose, y cuando esté preparado emergerá de él como brillante mariposa de belleza sin fin. Míralo tú y comprenderás. Mas para decírtelo de otro modo volveremos a la doncella enamorada.

 

Como enloquecida de amor, que le asaltaba con ardores desmesurados, corrió tanto que dejó la casa muy lejos con apasionada imprudencia. De pronto perdió de vista al Amado como si se hubiera escondido abruptamente entre las sombras sin dejar rastro alguno. No conocía el terreno y todo estaba tan quieto y tan oscuro... Y aunque no podía ver siquiera a unos pocos pasos no desesperó pues no se sentía abandonada, el Amado estaba aún con ella aunque no lo percibiera. Algo en su pecho le decía con fuerza que estaba más cerca que antes. No entendía pero en el amor encendido, ahora en una pujante añoranza elevada silenciosamente como súplica y llamado, no desesperaba. Tranquilamente aguardaba que volviera a ella, que le devolviera con un certero toque la luz de la mañana. Sin deseo alguno de volver atrás se quedó parada dando secretas voces, suaves invocaciones, tiernos reclamos de la Presencia deseada. Y de pronto un rayo cruzó la noche, un rayo oscuro de luz delicada. Era Él, su toque rápido y fugaz. Se sintió enteramente atravesada. Una oleada de amor le incendió el rostro y la dejó suspendida, como raptada. Tras el toque brotó en su pecho una herida dulce y quemante como paso vibrante de un hierro al rojo vivo o de una flecha aguda y punzante. Y en medio de la herida una pequeña llama de amor le animaba y le ponía más en Él todo el anhelo. Una dulce inteligencia nacida del amor le declaraba su Presencia. Y se anduvo como absorta en ese toque incontables instantes, aún embriagada en sus efectos. Y se reconoció ya diferente, más de Él y a su medida por su obrar escondido y afanoso. Después se puso a caminar en la dirección que la llama de amor que habitaba su herida le indicaba, llama que era prenda y presencia del Amado de su alma. Y libremente arrastrada siguió camino aquietada. En su reposo cargado de añoranza y de invocaciones el rayo oscuro de tanto en tanto le llegaba ensanchando la herida, haciendo más viva la llama. El rayo iluminaba cada vez más el paisaje y cuando él se retiraba la llama de su pecho también le iluminaba. Y fue divisando en la lejanía la casa del Amado donde ya estaba preparada la fiesta de esponsales justo a la madrugada.

 

            Quiero decir que el contemplador ha pasado del noviazgo de la fuga venturosa al tiempo del compromiso que prepara el matrimonio y que conlleva una transformación a menudo dolorosa que tiene por objetivo hacerle fiel para la unión. Ahora está más quieto y más en soledad, esperando al que parece haberse retirado. Pero no se ha ido sin embargo sino que está mas cerca y lo tiene más sujeto en el amor. Es tiempo de trabajo del Buen Dios en él que con fugaces y densísimas visitas, a veces fuertes y desgarradoras, a veces suaves y sutiles, lo excava, vaciándolo de todo lo que no le ayuda a la unión, esculpiéndolo a imagen de Cristo Señor. Tiempo de ser sumergido en el sepulcro y de morir a su pecado en la muerte del Amado para ser un hombre nuevo en Él. Y todo esto por obra de Aquel que con sabiduría infinita sabe moldearnos para ver su Rostro.

            Y comenzaba ya el sol a descender para ocultarse en el horizonte. Ya las sombras tímidamente emergían poblando el paisaje de un delicado contraste entre luz y oscuridad. Un contraste semejante al de aquellas metáforas propuestas por el maestro, semejante al tiempo interior que vivía el novicio.

            Fray Juan se detuvo de nuevo en el árbol y observó largamente al gusanillo. Ya sobraban las palabras. Ya el silencio lo inundaba todo con su mensaje escondido. Ya la noche se avecindaba y en ella la nueva luz. Tranquilamente sedientos de amor volvieron a la casa aguardando el tiempo venturoso de la gran transformación en el Amado.

            Sucede que contemplar no es sino pasar por la noche para alcanzar gratuitamente las primicias de un alba definitiva y nueva.

 

 

 

 

Dependo de ti. Florecillas de contemplación

 

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"Cantar de amadores. Sobre el inicio de la contemplación." (2019)

 

Dependo de Ti



¡Qué verdad tan simple y profunda, donde brillan la libertad y la paz! Su amor engendra obediencia que no ata aprisionando ya que enlazando libera. ¡Qué libertad tan noblemente ejercida la que decide entregarse enteramente a la voluntad de su Señor! Su amor pacifica. ¿Qué podrá turbar el alma unida a su Amado? Depender de Ti, Señor, quiere decir que te amo y que tanto me amas que no podría vivir sin Ti. ¿Si no respirara tu amor cómo latiría mi corazón? ¿Si no me abandonara a Ti cómo se abriría el camino? ¿Acaso no son tus manos creadoras las más amantes? Ponerme en Ti para crecer en mi vocación, pues desde siempre me has llamado a ser en Ti. Dependo de Ti a causa de tu elección por mí sellada en Encarnación, Eucaristía y Cruz. ¡Depender de Ti: cuánta dulzura y cuánto consuelo! Saber en la fe que Tú, Altísimo Señor, Dios Bueno y Único, saldrás fiador por mí. Depender de Ti es vivir ya venciendo toda muerte. ¡Dependo de Ti!

 

Monte y noche. Sobre el inicio de la contemplación

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"Cantar de amadores. Sobre el inicio de la contemplación." (2019)

Contemplar es un camino, una travesía en amor.

 

 

Camino al monte de Tú

que a la vez es abismo de yo

sé que al mirar tu Rostro

enmudecido me quedaré

y nacerá entre nosotros

la llama de amor que engendra la fe.

 

Camino al monte de Tú

que a la vez es abismo de yo

traspaso la noche oscura

y me quedo sordo de sensación,

preparando la acogida

Tú te escondes con atracción.

 

Camino al monte de Tú

que a la vez es abismo de yo,

sorpresivo será el encuentro

todo transido el corazón,

palabra será el silencio

nombrando la intimidad de dos.

 

           

    Contemplar es un camino, una travesía en amor.

            La meta de esta travesía es la cumbre del monte donde habita el Señor; cumbre que es abismo del yo del contemplador por la Presencia sobrepasada del Amado; Presencia densísima de sí e inenarrable que coloca al yo en éxtasis, lo enmudece y anonada con entrañable dulzura, lo saca desde dentro hacia afuera y lo abraza en amor unitivo. Así el contemplador desde lo más hondo de su alma, por el sentido interior que le ha sido regalado, experimenta una tremenda cercanía. Y con la sabiduría del Amado sabe está frente a su mismísimo Rostro que tanto resplandece y como ciego conoce a tientas. Y desde este encuentro brota la fe verdadera, la fe nueva, capaz de contemplar y de dar saltos de amor hacia el vacío porque ya ve por detrás de todo el Rostro amado que la convoca; una fe destinada a ser inconmovible, encaminada ya a la paz y a la concordia absoluta con todo lo existente.

            Pero esta travesía, como todo caminar, supone dificultades, fatigas y pruebas. La travesía hacia el luminoso monte del Amado la hace el yo en noche cerrada. Noche que purifica el corazón de todo interés. Noche que parece someter a la fe casi hasta quebrarla para hacerla fuerte. Noche que destruye al hombre exterior para que el hombre interior quede al descubierto y se expanda. Noche que ciega, enmudece, quita el olfato, el gusto y el tacto. Noche donde muere la sensación y nace el sentido interior; un sentido que a tientas adivina, presiente y reconoce al que viene de más allá de este mundo.

            Y esta noche terrible y grandiosa la prepara el Señor. En esta noche el Amado prepara el corazón fiel para el encuentro íntimo con Él, “que es todo y nada”, indecible absoluto.  En esta noche atrae escondiéndose, invita retirándose, enamora escabulléndose y fugándose. Así despierta en el pobre corazón el fuerte deseo de ponerse en fuga tras los pasos de su Amado.

            Pero esta noche que es única no se da en un sólo momento. Muchos momentos de noche tiene la vida lanzada a la travesía del contemplar. Sucede que cuando sale de un momento de sombra el yo enloquecido de amor ya cree estar en la cumbre pero sólo está en una terraza, aún en camino. La cumbre la alcanzará sólo en la vida bienaventurada y eterna. Mientras tanto seguirá ascendiendo y alcanzando felices terrazas y la noche volverá siempre más profunda y dolorosa, con forma de cruz cada vez más precisa y hará madurar más y más al contemplador y crecerá la riqueza de su sentido interior y se unirá cada vez más íntimamente a su Amado.

            De la noche se conoce su inicio, el que ha hecho nacer de nuevo al contemplador, pero no su final. Acabará la noche cuando el yo colme la medida de su cruz y haya completado en sí lo que aún falta a los sufrimientos de Cristo.

            Y por la noche el Amado prepara al contemplador para ser raptado por su aparecer sorpresivo, por su amor que todo lo inunda, por su Presencia que todo lo traspasa y enaltece. Tras el primer toque de la noche vivirá ya el corazón transido  por la angustia del amor; una angustia que espera como quien en la espera se juega la vida, una angustia suave y dulce que es clamor incesante y súplica sollozante de encuentro. Encuentro íntimo y silencioso donde lo único que se dice con el lenguaje del hombre interior (el del corazón) y con el lenguaje del Amado es el Amor. 

Contemplar es vivir para el encuentro con un tal Amado y nada más.


Oh mares de amor y de dolor. Poesía escondida

 




"Cantar de amadores. Sobre el inicio de la contemplación." (2019)



Oh mares de Amor y de Dolor

 

Encarnación

         Eucaristía

     Cruz

 

Abajarse

  Anonadarse

 

Ganarse

Es perderse

                   Para ganarte

 

Oh Señor apura ya

                               La Hora de la Muerte

                Y tras de ella

             La Hora de la Vida

 

No vienen nunca los benditos mares del Amor

Sin los mares benditos del Dolor

 

Oh Cristo Desnudo

Tres llaves. Relato

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"De amor, de noche y de luz. Ficción contemplativa." (2016)


Quinto relato en el cual Fray Juan muestra el camino de la Encarnación, el anonadamiento, como clave del andar contemplativo.

 

 

 

            El novicio se encontraba intrigado por la actitud de Fray Juan. En los últimos días lo había visto absorto en el trabajo manual. Lo sorprendió varias veces seleccionando maderas en el taller que luego tallaba y mas tarde dibujaba y pintaba. Supuso que su maestro estaba preparando alguna obra artística ya que era muy dado a la plástica. Sin embargo lo había desconcertado verlo salir con sus producciones envueltas en un trapo tricolor una mañana luminosa y perderse por los caminos en una actitud zigzagueante parecida a una búsqueda. Más curiosidad le causó verlo regresar al ocaso con las manos vacías. ¿Estaría preparando otra lección? Y la pregunta le fue contestada a la tarde siguiente cuando, después de la siesta, Fray Juan lo llamó con ese tono misterioso que preludiaba toda su didáctica.

            -Ya te habrás imaginado que estuve preparando otro acontecimiento lúdico. Bien, quiero invitarte hoy a jugar a la búsqueda del tesoro.

            El novicio, ya del todo reconciliado con esa manera peculiarísima de enseñarle de su maestro, se dispuso a escuchar las reglas, sumamente interesado y hasta impaciente por dar inicio al juego. Fray Juan sacó de su bolsillo un papel prolijamente doblado y lo extendió sobre el pasto.

            -Este es un mapa que te servirá para hallar tres maravillas que he escondido. A la usanza de los piratas fílmicos he marcado los lugares con una cruz. Sigue las instrucciones con precisión y te conducirán sin error. Hay algunas marcas que son descripciones del terreno y que irás comprendiendo en el camino. ¡Buena suerte en la búsqueda!

            El improvisado cazador de tesoros se sintió de pronto tocado por una emoción intensa de agradecimiento y de ternura que se tradujo en un abrupto abrazo a su maestro. Fray Juan acusó la inesperada reacción quedándose desorbitado unos instantes e interiormente conmovido. Con su mano derecha acarició sus cabellos revolviéndoselos como a un chiquillo.

            -Anda, hermano, anda. Sólo devuelvo gratuitamente lo que gratuitamente me ha sido regalado.

            Y el novicio se puso en camino con paso vigoroso y alegre mientras su maestro ilusionado lo miraba alejarse para acercarse a Aquel que los iba uniendo día a día en un afecto profundo.

            Al principio leer el mapa le resultó fácil. Tomó el sendero que conducía al cerro en sentido contrario. El primer trecho del trayecto lo hizo atravesar la solitaria pradera con un telón de cerros cercenados en el lejanísimo horizonte. Mas el mapa le indicó que debía apartarse del sendero justo allí donde una gran roca y tres ombúes añosos desafiaban la intemperie sólidamente inertes a su izquierda. No habían pasado más de veinte minutos de caminata. Siguiendo las instrucciones anduvo cortando campo en línea recta. Tras saltar un par de alambradas y toparse con algunos caballos y vacas pastando halló, tal como se lo describía, un bosquecillo alargado y flaco de altísimos habitantes que danzaban en el viento. Se dirigió hacia él y lo partió al medio con su paso decidido y vivaz. Vio entonces una casa sencilla indicada también en su itinerario. A sus espaldas una formación rítmica de siete colinas le anunciaba que estaba cerca del primer tesoro.

            Y el sol le prodigaba su brillante y potente luz.  Una bandada de avecillas lo saludó mientras cruzaba el firmamento. Al llegar a la vivienda saludó a los vecinos que estaban tomando mate en la puerta bajo la sombra del alero. Era una pareja de simpáticos ancianos que después de una breve presentación lo invitaron a quedarse. Sin embargo les explicó delicadamente que debía continuar camino y les pidió permiso para seguir atravesando su terreno en dirección a las colinas. Le comentaron entonces que ayer había pasado Fray Juan por allí y les había anticipado que vendría un joven al día siguiente. Escuchó atentamente los elogios que aquellas personas hicieron de su maestro y no pudo resistirse a tomar con ellos unos refrescantes amargos. Se marchó luego pero no sin antes prometer que volvería algún día a visitarlos con más tiempo.

            Ya había transcurrido una hora desde el comienzo de la búsqueda. Retomó la marcha alegremente y deseoso de descubrir la primera sorpresa que le había preparado su maestro. Ascendió la primera colina y desde ella accedió a la segunda. Descendiendo por ésta bordeó la base de la siguiente. Tal como lo mostraba su hoja de ruta entre la tercera y la cuarta se deslizaba apacible una cristalina acequia. Siguiéndola hasta su nacimiento alcanzó la última colina donde divisó el pequeño ojo de agua desde donde la corriente afluía subterránea. Ascendió algunos metros hasta una cavidad en forma de arco rodeada de arbustos. En el mapa el sitio correspondía a la primera cruz. Al acercarse comprendió que se trataba de algún tipo de excavación hecha por las manos del hombre pero cuya finalidad no imaginaba. A la entrada encontró una antorcha y una caja de fósforos que sin duda le había dejado Fray Juan. La encendió y comenzó a divisar una galería. Anduvo algunos metros y el túnel rocoso viró a la derecha haciéndose más bajo y estrecho. De pronto el techo se le hizo más cercano hasta obligarlo a andar de cuclillas. Experimentó algo de temor. A los pocos metros ascendía serpenteando. Lo transitó gateando como si fuera un bebé. Bajo la mortecina luz de la antorcha descubrió al final de la excavación con gran  sorpresa una llave de madera de unos cuarenta centímetros de alto por unos veinte de ancho entre las rocas. En la penumbra no logró percibir con claridad el dibujo que lucía en su centro. La tomó y se deslizó casi acostado hacia atrás. Al alcanzar la parte ancha de la galería apagó la antorcha pero decidió conservarla al igual que los fósforos. La tarde luminosa danzaba afuera.

            Al mirar entonces el tesoro le desencajó la mirada un pesebre pobrecito con un Niño Jesús desnudo y tierno pintado con delicada adoración. Los bordes de la llave se encontraban invadidos por llamas de fuego refulgente y nuevo.

            Se quedó en silencio y recordando los avatares a los que fue sometido por el túnel pensó: “Hay que hacerse pequeño para encontrarse con el Dios Altísimo que se hizo tan pequeño por nosotros”. Y desempolvándose continuó camino llevando el tesoro bajo su brazo muy cerca de su corazón. Ya había pasado una hora y media de búsqueda y las colinas lo despidieron jubilosas. Pero aún lo aguardaba la segunda cruz retornando por el medio del campo en dirección  hacia la casa. Los pájaros lo acompañaron en silencio revoloteando a su alrededor de tanto en tanto. Aún estaba embebido de ese amor grande que se hizo pequeño cuando divisó otra acequia cruzando el prado. Como antes la siguió obediente y la abandonó cuando lo puso frente a un sendero que según el mapa debía transitar. Era sereno y delgado y tenía la lentitud cansada de la media tarde. La hoja de  ruta le indicaba que el trayecto sería sencillo. Al rato de andar el camino le dejó observar una depresión del terreno habitada por un conjunto de una veintena de rocas grandes de entre unos tres y cinco metros de altura de color grisáceo y formas rudas. Era un espectáculo poco atrayente, sin gracia, acaso sólo un poco peculiar ya que parecían formar un laberinto. El tesoro se hallaba en el centro del grupo.

            Apartándose del sendero descendió hacia el pedregal e intentó hallar el trayecto que lo llevara hasta su meta. Penetró la formación por las aberturas entre una y otra roca pero tras algunos intentos fallidos decidió subirse a una de ellas. Desde su altura no divisó el tesoro pero sí pudo descubrir el curso correcto. Al bajar alcanzó la meta rápidamente. Apenas era un espacio reducido y casi circular en el conjunto. Depositada en el piso se encontraba una gran caja cerrada. Al abrirla se topó con otra caja cerrada y al abrir ésta con otra y así unas cinco veces. La última contenía otra llave del mismo tamaño de la anterior pero en su centro, bordeado por llamas de fuego, Fray Juan había pintado un cáliz y sobre él una hostia.

            Se quedó en sorprendido silencio un largo tiempo. Luego meditó: “Aquí, en un lugar poco extraordinario al que accedí por un sendero cotidiano, hallé escondido un tesoro. Yo estoy escondido también ahora de la vista de cualquiera que pase. Contemplar es entonces dejarse esconder en el Escondido, en el Dios que todo lo sostiene con su Presencia secreta y humilde entre nosotros”. 

            Tras quedarse en oración enamorada unos instantes reanudó la marcha. Ya habían transcurrido dos horas y media desde el inicio de la aventura.

            La tercera cruz lo llevaría, según el mapa, a la espalda del cerro cercano a la casa al que había ascendido en varias oportunidades. Pero su hoja de ruta lo colocó frente a un campo de espinillos y arbustos agresivos. Anduvo lentamente, calculando los movimientos y haciéndose camino intentando esquivar las ramas cargadas de espinas y los agudos abrojos que se adherían a sus piernas sobre el pantalón. Su lento transitar de equilibrista lo llevó hasta el río. Para cruzarlo tuvo que seguir con sus malabares sobre un tronco que servía de puente hasta la mitad del cauce y luego saltar sobre unas resbaladizas rocas. Al alcanzar la otra orilla volvió a vérselas con otra legión de arbustos espinosos.

            La cruz indicaba solamente un arbusto entre ese mar de espinas. El tesoro se hallaba entre sus ramas. Después de varias oportunidades y ya con las manos algo heridas dio con el correcto. Al mirar en su interior vislumbró otra llave del mismo tamaño de las anteriores. Ésta tenía pintado en el centro de las llamas de fuego un Jesús Crucificado de indecible belleza. La tomó con cuidado e hincado la contempló largamente mientras una sonrisa amplia y limpia brotaba en su rostro. Sentenció para sí por última vez: “El Amor de mi Señor tuvo que abrazarse a un grandísimo y punzante dolor y a una muerta atroz y solitaria para darnos Vida. Desde entonces el Amor y el dolor, la muerte y la Vida, caminan misteriosamente juntos. Contemplar es abrazarse a este Dios Crucificado e identificarse con él por amor movido por su Amor”.

            Habían transcurrido unas tres horas y media desde que salió de la casa y el sol ya comenzaba a descender. Con los tesoros bajo el brazo y la antorcha en la mano buscó, como se lo indicaba el mapa, el puente colgante que ya era un entrañable amigo suyo. Cuando lo alcanzó el ocaso ya estaba en auge. Retornó a la casa por el acostumbrado sendero adorando enloquecido y excitado desde las profundidades más inalcanzables de su ser:

            Cuando llegó a la casa ya era de noche. Fray Juan lo aguardaba sentado afuera sobre un tronco. Se ubicó a su lado. El maestro tomó las tres llaves y las colocó en hilera sobre el piso formando un tríptico. Detrás de ellas enterró la antorcha y la encendió. Bajo la luz del fuego que no despejaba totalmente la oscuridad aparecían más hermosas, más sugerentes, más seductoras.

            -He aquí el tesoro, el misterio de los misterios.

            Y el novicio le contó entusiasmado lo que había meditado tras descubrir cada llave. Fray Juan lo escuchó hondamente complacido. Ante todo lo alegró verlo tan profundamente embelesado, tan enamorado y tan grandemente regalado y regado por un río de gracia.

            -Hace más de veinte años me hallaba en un monasterio Trapense realizando una semana de retiro. Recuerdo aún con vivos detalles una de las últimas tardes. Me paseaba  sin compañía alguna, absorto, por la Iglesia majestuosa y sencilla, luminosa y desnuda, vigorosa y pobre. Le preguntaba al Señor con encendido amor cómo debía andar por el camino de la contemplación en el que hacía poco me había iniciado su gratuita iniciativa. Entonces, casi como siempre, un rayo oscuro y fulgurante pareció atravesarme enteramente y sin aviso. Un rayo, digo, porque fue fugaz pero tan hiriente en amor desmedido que dejó en mí una marca felizmente imborrable. Un rayo imponente: Encarnación, Eucaristía y Cruz.

            Y sin decir más el maestro se retiró y lo dejo a solas con el Amado.

            En la noche contemplaba el novicio las tres llaves de entrada a un mismo tesoro en tanto el amor le iba quemando las entrañas del alma y secretamente lo iba transformando a su Amado y Señor.

            Encarnación, Eucaristía y Cruz: contemplaba el Espejo de Fuego.


Que pena tan penosa. Poesía escondida

 




"Cantar de amadores. Sobre el inicio de la contemplación." (2019)


Que pena tan penosa

Cual ninguna

Y tan grande

         Y tan suave

Y tan aguda

       Y excavante

Y tan dulce

       Enamorante

 

Tu Presencia

Qué difícil estarme sin gozarte

Y tu Ausencia

                        Que inflama más

Y que arrebata

Del seno de la tierra

Donde ya poca cosa liga

 

Para qué construir un vivir mío

Todo intento es un morir

Y morir yo quiero

Por estar contigo

   Que cuando sin Ti me quedo

Tengo el yo tan vacío

Y el futuro tan estéril

Que solo deseo que regreses

Y me hagas más esclavo

 

    Y así más libre

    Y con sentido

 

Que soy sin Ti Amado

Mas que un sediento hueco

        Enamorado

 

 


Dame noche, Señor, que si te soy fiel tú me sacarás hecho luz. Florecillas de contemplación


Ver las imágenes de origen



"Cantar de amadores. Sobre el inicio de la contemplación." (2019)


Dame noche, Señor,

que si te soy fiel

tú me sacarás

hecho luz



Es el decir del alma que ya andada en amor, es decir, ya gozando de sus altas mercedes, desea seguir creciendo hasta el desposorio. Así en los tiempos del estar reposada en los brazos del Amado, fortalecida y alegre en su amor, se atreve a pedir tanto. No pediría yo tal locura si el amor no me ardiese. Pero dado que arde y que incrementa el deseo de llevarlo más perfectamente arrasa el estar satisfecho. Así me atrevo a pedirle noche movido por Él. Porque solo en la noche se opera aquella purificación que hace más capaz al corazón y a la vida. Y en la noche se prueba y el contemplador no se engaña, cuál es su amor al amor.  El amor que en verdad ama permanece fiel. Fidelidad prestada, pues viene por mi libertad pero está totalmente posibilitada por Él, ya que dura es la noche y experimentar al Amado alejado hace desfallecer al alma y provoca que las potencias y pasiones se subleven y quieran buscar por otros rumbos consuelo. En la noche se lucha y se espera y en el dolor se crece. Como un puñal afilado que el corazón atraviesa la noche sondea y excava y pone ante los ojos lo peor y lo mejor del alma. Entonces el Señor regala un mayor consuelo y saca a su amador de la noche. Con mano poderosa en amor lo arrastra ya más purificado y resplandeciente en su luz. Así en la noche me aferro a la Cruz y el Señor me vuelve más capaz de transparentar algo de su divino rostro. Así en la noche, sostenido por la gracia de la fe que da ojos en la ceguera, me voy configurando a Cristo por su obrar en mí.
¡Oh, bendita noche, que profundiza el encuentro y el regalo! ¡Oh, santa noche, que me devuelves más amante de mi Amado! ¡Oh, noche, que bien tan bueno y tan brillante que me haces!


La escucha propia del amor. Relato





"De amor, de noche y de luz. Ficción contemplativa." (2016)

Cuarto relato en el cual Fray Juan enseña al novicio la escucha atenta y sutil propia del amor para reconocer la visita de Dios; se trata del nuevo sentido interior.

 

 

            El sol comenzaba a decaer sobre el horizonte y en su retirada llamaba a la luna. También llamaba el avecilla a su pareja y arreglaba el nido. La tierra llamaba sedienta al rocío. Llamaba la caliente roca al  frío. Todo un universo de llamadas merodeaban los oídos extáticos de Fray Juan.

            Y a su lado pasó el novicio envuelto en sus quehaceres. Lo tomó, casi como siempre, desprevenido.

            -Espera, ven acá. Escucha.

            Y después de un rato sin lograr percibir nada comenzó a descubrir la misma maravilla.

            -Parece que a ciertas horas logramos oír mejor esta sinfonía de invocaciones y convocatorias que sin embargo resuenan todo el día. Y las que estallan de noche nos provocan miedo. Será que en la oscuridad ya no vemos. Será que nuestro miedo más profundo es a la ceguera. Será que en la visión permanecemos seguros y dominadores porque tenemos al otro bien delimitado delante nuestro, lo tenemos controlado, lo poseemos. Será que el oído en la noche nos deja desnudos y expuestos sólo pudiendo confiar en el otro que viene y que llama. Será que el oído educado sabe reconocer al otro y abolido el temor de la ceguera lo deja simplemente ser-el-otro. Entonces... ¡bienaventurada es la noche que nos deja sin ojos! Mas... ¿cómo llega el oído al reconocimiento?  

            -Veo que hoy se te despertó la veta filosófica -comentó sarcásticamente el novicio.

            -No tanto. Hoy anduve entre recuerdos alrededor de un Cantar. Tal vez sería conveniente que te lo lleves en el corazón para masticarlo.

            Y sorpresivamente el maestro tomó la Biblia que tenía junto a la silla, recostada sobre el piso, y le leyó: “Yo duermo, pero mi corazón vela: oigo a mi amado que golpea” (Ct 5,2).

            Como otras veces le sonrió cálidamente y se quedó en silencio. ¡Otra lección en puerta!

            Hasta la hora del descanso nocturno anduvo meditando este pasaje y sus alrededores. Lo cautivó la amada que de tan deseosa y enamorada se quedó dormida con su corazón despierto y vigilante. Y entre cavilaciones incendiadas se dirigió también él a la tierra de los sueños.

            Fray Juan se levantó a la madrugada y se acercó a su puerta. Permaneció parado un largo instante frente a ella. Finalmente lo llamó por su nombre con voz suave. No respondió. Repitió la convocatoria por dos veces más y se marchó. Dejó una esquela entre la rendija del marco y de la puerta: ¡Ay de ti que duermes y no velas!.

            El novicio la encontró al día siguiente. Dejó pasar la oración comunitaria y el desayuno y a la primera oportunidad de estar a solas con Fray Juan le preguntó sobre el recado.

            -Te llame tres veces y no respondiste.

            -¿Cuándo?

            -Al alba.

            -Pues tu llamado debió ser muy débil pues no logró romper mi sueño.

            -Te estaba llamando a ti y no a los otros hermanos. Esperaba que tú estuvieras en vela y no ellos.

            -Si no disfrutara de tus juegos y aprendiera tanto de ellos diría que son ridículos.

            -Lo son. Tienen una lógica distinta de la lógica de la sensatez.

            -Bueno, me supongo que seguirás con este ejercicio hasta que comprenda aquello de “Yo duermo pero mi corazón vela”.

            Fray Juan se sonrió y le respondió afirmativamente con un lento cabeceo.

            Durante las tres noches siguientes intentó dormir con el oído atento. La primera durmió tenso y se despertó agotado sin que nada le reclamara el maestro. La segunda, pensó, sería la escogida por Fray Juan aprovechando que estaba cansado y de seguro se iba a dormir profundamente; pero aunque descansó intensamente nada le fue reclamado. La tercera programó la alarma del reloj y permaneció en vela entre las dos y las cuatro sin advertir ningún movimiento y tampoco nada le fue reclamado.

            Al otro día se acercó a Fray Juan y le preguntó:

            -Han pasado ya tres noches y nada. No entiendo. ¿Cuándo piensas continuar con el juego? Esta espera ya es desgastante.

            -Pero si ya te llame otras tres veces y tampoco respondiste.

            -¿Cuándo?

            -El primer día me paré debajo de tu ventana a media mañana y te nombré con voz suave, el segundo mientras trabajabas en la quinta estuve a tu espalda unos veinte metros y te llamé con voz suave, y el tercero pasé por tu cuarto a la hora de la siesta y te convoqué con voz suave.

            -Pero... pensé que sería en la noche.

            -Todo momento es oportuno si se está vigilante.

            -¿Y nada me reclamaste?

            -No hay reclamos porque no hay correcciones, sólo avisos que incentivan la espera.

            El novicio lo miró desconcertado y en ese gesto le suplicó le impartiera la lección que debía aprender. Fray Juan se compadeció de su confusión que no buscaba y abrazándolo lo arrastró hacia el bosque. En uno de esos caprichosos refugios que tejían las enramadas se sentaron mientras una humedad verdosa impregnaba el ambiente.

            -El contemplativo es un hombre herido de amor. Como la amada del Cantar ha sido visitado y en ese acercamiento el Amado le ha excitado con su toque el deseo de encontrarse con Él cara a cara y lo ha sobredimensionado grandemente, y escabulléndosele luego lo ha puesto en fuga enamorada tras de sus huellas escondidas y claras. Y así este andar en anochecida contemplación -por oscura iluminada- es un estar vigilante el corazón por la herida de amor que lleva en su centro aunque el resto del ser se duerma. Esa herida de amor como vestigio siempre nuevo del paso de la Llama de Amor que es el Amado mantiene lo más profundo del alma en vela apasionada. Y el alma escucha como desde más allá de ella adviene hacia lo más íntimo de ella la presencia de su Señor y Dueño que la tiene cautivada. Escucha con el oído finísimo de la herida de amor que le han abierto los pasos silenciosos del Esperado y advierte sus toques y unciones imperceptibles que en el fondo de sí, sorpresivos, le regala. Llamados delicados, convocatorias suaves y secretas a un encuentro al que sólo puede acudir el alma aquietada y a oscuras con el sólo oído de la herida de amor por guía y con todas las demás potencias enceguecidas y acalladas.

            El joven novicio seguía sin entender demasiado.

            -No te preocupes, ya comprenderás. Sólo recuerda que el encuentro con el Señor crece cuanto menos tú te empeñas en hacer por ti mismo y cuanto más dejas que Él haga y tú le sigues. Porque contemplar es experimentar que Él tiene siempre la iniciativa, que su oferta de amor es constante, que su salida hacia ti nunca decae. ¡Ay, si aprendiéramos a quedarnos desnudos y en silencio, enceguecidos y quietos, en simple adoración del que nunca está ausente! Pero esta sabiduría viene del amor. Pon toda tu energía en desear encontrarte con el Señor por encontrarte con Él y nada más. Clama día y noche suplicándole que haga de ti su amador y que no encuentres reposo fuera de Él. ¿Qué más decirte? La contemplación es un don y el Buen Dios la da a quien quiere y cuando quiere. Sólo sé que hay que estar uno muy aniquilado para recibir este regalo, hay que estar muy convencido de que nada puede uno ya hacer por sí mismo sin Él para crecer en el amor, hay que tocar a fondo la raíz de nuestra pobreza y aceptar alegremente la dependencia de Aquel de quien todo depende secreta y ocultamente. No es el contemplativo alguien rico en recursos sino un pobre mendigo sin más tesoro que el de querer abrazarse al Amado y ser uno con Él, a quien reconoce como fuente de todos sus tesoros. Es un ser rescatado, un creyente que vivencia con frecuencia creciente la Salvación que da Dios. Sólo superando la tentación del voluntarismo y sin caer en un quietismo pueril y vago, podrá el contemplador adiestrarse en esa quietud y silencio que serán espera vigilante del llamado y ardiente respuesta al amor que lo convoca…

            Y dándole una cariñosa palmadita sobre la espalda se levantó Fray Juan, dejando al novicio ensombrecido e inflamado.

            Esa noche se durmió serenamente mas se despertó de pronto como si desde dentro de sí una voz lo convocara. Creyó oír el movimiento casi imperceptible de una puerta abriéndose. Se levantó y se paró tras de la suya.  Los pasos de Fray Juan, sigilosos y diestros, se acercaban por el corredor. Al llegar hasta su habitación se detuvo. El novicio esperó que tocara. El maestro se dio cuenta que lo estaba aguardando. En la oscuridad una sonrisa amplia se le dibujó en el rostro. Se retiró tan silenciosamente como había llegado y penetró en su celda. El novicio también se dio cuenta de que el maestro había adivinado su presencia vigilante. Volvió a la cama e intentó retomar el sueño. No pudo. Seguía escuchando sin escuchar esa voz lejana que le llegaba desde dentro de sí, o mejor aún, que desde más allá de sí retumbaba en lo más profundo de sí. Sintió un impulso irrefrenable a convocarla, un deseo fogoso de abrazarla. En medio de la noche se sintió atravesado por un rayo oscuro de inusitada luz y quedó unos instantes embelesado, amorosamente cautivado y secretamente transformado. Tomó luego un bolígrafo y un papel y escribió de un solo golpe enamorado un poema de intimidades que acaso las palabras nunca podrán traducir con exactitud.

 

Suave y transparente

tu voz me llega

desde lo más íntimo

de mi corazón.

Delicada y profunda

tu voz me acaricia

repleta de silencios

y de ruiseñores.

 

Tu voz relámpago y trueno,

tu voz como un pausado atardecer,

tu voz de refrescante aguacero,

tu voz como mariposa del alba.

 

Tu voz que me despierta en la noche,

me seduce y me llama.

 

Tu voz que despeja las sombras

con su luz dada a bocanadas.

 

Tu voz descalza y pobre,

tu voz desnuda y simple,

tu voz inesperada y tierna,

tu voz encendida y clara.

 

Tu voz

que en amores grita:

                                Ven.

 

Y deja

resonando un eco:

                             Voy.

 

Tu voz

          y mi noche:

                           Los dos.

 

            El caminar contemplativo se había abierto tímida e irrefrenablemente.

 

 

 

 


POESÍA DEL ALMA UNIDA 35

  Oh Llama imparable del Espíritu Que lo deja todo en quemazón de Gloria   Oh incendios de Amor Divino Que ascienden poderosos   ...