Cubrir con tu amor en mi el dolor del mundo. Florecillas de contemplación

 







"Cantar de amadores. Sobre el inicio de la contemplación." (2019)


Cubrir con tu amor en mí

el dolor del mundo

 

¡Cuántos varones y mujeres han deseado subir a la Cruz del Amado y crucificados con Él hacer lo que Él! Y a muchos se les ha concedido tan alto favor. Yo también anhelo ser digno de sufrir con Él y de cargar sobre mí los dolores del mundo para cubrirlos por entero con su amor.

Pero esta locura de amor sólo es alcanzable desde una total desapropiación, desde un abandono sin medida. ¡Cuántas quejas todavía llevo de mis propios sufrimientos! ¿Cuándo, Señor, alcanzaré una fe inconmovible en Ti y viviré todo como regalo? ¿Cuándo alcanzaré una fe, atravesada por certeza de amor, fundada en tu Sacrificio de una vez y para siempre? ¿Cuándo mis dolores se transformarán en gozo por poder padecer contigo y se alegrará mi corazón por unirme a tu Pasión?

Pocos son mis hermanos aún. Por pocos daría la vida. ¿Cuándo mi corazón cederá y se desbordará? ¿Cuándo será como corriente intensa que brota de la fuente inagotable de tu amor gratuito y universal? ¿Cuándo miraré al mundo con tus ojos? ¿Cuándo abrazaré a todos sin dejar ninguno fuera?

El camino largo, estrecho y riguroso es ahondar en tu Cruz. Esa Cruz desde donde tanto me amas y que provoca en mí aún salvajes resistencias y negativas. El camino es contemplar tu Pasión y Cruz y llegar a padecer y ser crucificado yo contigo por amor a Ti.

¡Transforma todo mi ser en la noche de tu Pasión y Cruz para que ya no viva yo sino que Tú vivas en mí! ¡Arráncame de mí en mí y poniéndome todo en Ti sea como un reflejo de Ti para los que tanto amas! ¡Aumenta mi amor hacia tu Amor!


Contraste y gratuidad. Sobre el inicio de la contemplación




"Cantar de amadores. Sobre el inicio de la contemplación." (2019)


 Contemplar es unión de contrastes; admirada experiencia de la disparidad y la desproporción.

 

 

En el ocaso y en la aurora

la noche y el día,

la oscuridad y la luz

juegan con delicadeza

a aparecer y desaparecer.

 

Así es el amor con mi Señor,

un juego unitivo de contrastes,

Él todo y yo nada,

Amor mediante.

 

Nada de mí es Él

y nada de Él soy yo.

Barro y cielo, diamante y carbón

rompiendo la tela, buscando comunión.

 

           


Contemplar es unión de contrastes; admirada experiencia de la disparidad y la desproporción.

            Contrastes donde uno es todo y otro es nada, donde uno es luz y otro oscuridad, donde uno es aurora y otro es ocaso, donde uno es día y otro noche. Y bien claro está quien es el Amado y quien el contemplador. Este hombre creado bueno, a imagen de su Creador, caído y herido, regenerado y redimido, también experimenta que frente a Él no es nada, que es lo que es frente a Dios y nada más.  No es su noidad negativa en el sentido de privación, sino positiva en cuanto posibilidad de alabanza agradecida. Su grandeza –que es grandeza donada- es diminuta frente a la más pequeña mostración de Dios, la cual provoca un sagrado reconocimiento de la disparidad. Frente al Dios tres veces Santo que lo elige experimenta una alegre y sanadora dependencia. El Verbo encarnado, hecho hombre, anonadado y abajado por puro amor que busca comunión; el Cristo presente bajo una pequeña forma de pan, bajo el olor y el gusto y el color del vino por amor que engendra comunión; el Hijo clavado en la cruz por amor que salva y abre definitivamente las  puertas de la comunión; ese Dios-Hombre es incalificablemente más grande que el contemplador. Por eso contemplar es como un jugueteo amoroso y delicado, un jugar donde se juega la vida para encontrarse aún en el contraste de lo diferente, para encontrarse aún en la distinta medida del dar y en la diversa apertura del recibir; un juego grave donde lo diferente desde siempre es llamado a la unión. Un llamado a la unión que suena desproporcionado y se agradece.

            Y los contrastantes se buscan para romper la tela y erigir la morada íntima del amor. Dejar que el Amado lo sea todo porque verdaderamente lo es. Dejarse el contemplador ser nada porque verdaderamente lo es. Nada de la nada del contemplador es el Amado y nada sin el Amado es el contemplador. Así se encuentran, amor mediante, y en la diferencia absoluta por el ofrecerse absoluto del Amado  -que mueve al contemplador a un ofrecimiento cada vez más crecido- se le regala el milagro de la comunión a quien nada merece ni debiera aspirar.

            Contemplar es lanzarse a los brazos del Amado, reconociendo su absolutez, reconociendo la inabsolutez  absoluta del contemplador sin el Amado, y así reconociendo e implorando, suplicando amor, mendigando misericordia, dejarse regalar la comunión gratuita de Aquel a quien no mueve más que la gratuidad.

            Contemplar es experimentar el más grande milagro de misericordia.


Espejo y cruz. Sobre el inicio de la contemplación

 



"Cantar de amadores. Sobre el inicio de la contemplación." (2019)


Contemplar es mirarse en el espejo del Amado.



Espejo que espejea el rostro del sol;

espejo que nutre la llama de amor;

espejo sin mancha, diáfano y puro;

espejo eterno, cruz y elevación.

 

Espejo que seduce con suave cantar;

espejo que abraza y sabe inflamar;

espejo que enamora en la intimidad;

espejo eterno, cruz y transfigurar.

 

Espejo que enriquece al mendigo amor;

espejo que enaltece al hediondo amor;

espejo que reanima al tullido amor;

espejo eterno que despeja reunión.

 

           


Contemplar es mirarse en el espejo del Amado.

            Espejo que brilla más que el sol. Espejo que es sol de salvación. Espejo donde se muestra el rostro Trinitario, la perfecta e infinita comunión de las tres Personas divinas. Espejo donde el rostro de Cristo Señor transparenta el rostro del Padre Dios. Espejo que ilumina y enceguece y abre el panorama al misterio de una comunión indecible. Espejo que invita a la participación y nos regala primicias por el don del Espíritu Santo. ¡Oh Espejo irrechazable!

            Espejo que nutre y alimenta la llama de amor que el Amado encendió en el contemplador. Espejo cristalino y transparente, fuente de todo bien, donde todo es bueno, donde todo está llamado a retornar para ser bueno para siempre.

            Espejo donde puede contemplarse la centralidad de la Cruz, su misterio salvífico, su elevación en la elevación de Cristo, la recapitulación de todo en Él, recapitulación desde el reverso y no desde el anverso de nuestro esperar. Cruz que el Espejo nos devuelve para despejarnos el itinerario del contemplar. No basta ciertamente salir en fuga y buscar la unión. Esta unión no se realiza sino por la Cruz, por el desnudamiento y desapropiación creciente del yo. El contemplar se aborta cuando se queda en el saborear una exquisita experiencia y no se pone en obra. Pasar la vida entera por la Cruz por amor al Amado es verdadera contemplación. La oración contemplativa es un regalo que se nos da para aprender a ver en toda circunstancia y en todo rostro al Amado en Cruz y amarlo allí con todas nuestras fuerzas. Contempla quien ora viviendo y vive orando a los pies del Amado en Cruz.

            Espejo que atrae al contemplador con fuerza irresistible y lo invita a participar del Amor Eterno. Espejo donde la Cruz y el transfigurar se encuentran unidos como misterio y como acción salvífica sobre la historia y sobre el contemplador. Todo será recapitulado en El se muestra como todo será crucificado en El, es decir, todo será transfigurado en El por la puerta estrecha de la Cruz.

            Espejo éste que recoge y recibe el limitado amor del contemplador y en el camino vivo del encuentro -caminado durante toda la vida- lo va haciendo un amor a su medida: lo va ensanchando a la medida de la eternidad, lo va haciendo capaz de lo eterno, lo va preparando para la reunión eterna. Así lo va convirtiendo en espejo para que él también despeje amor. Lo va sacando de mendigar amor a prodigarlo, de ser hediondo a ser aroma de Cristo para el mundo, de estar tullido a caminar con fervor y a llevar en sus brazos a los tullidos. En fin, lo va transformando.

            Contemplar es tener la vista fija en el eterno Espejo de Amor y dejarse modelar a su imagen.


Sometido a todos por amor a Ti. Florecillas de contemplación




"Cantar de amadores. Sobre el inicio de la contemplación." (2019)



Sometido a todos

por amor a Ti

 

Absorto en la Cruz, como metido en ella, escuché estas palabras de labios del Señor Amado. Y rasgó mi corazón la brusca exigencia de su mandato, la profunda renuncia de su invitación. ¿Quién puede hacerse pobre como Dios, que humilde y manso, se hace en el amor atento y sujeto a todos? ¿Quién puede como el Señor Jesús mantenerse en paz, en profunda búsqueda de concordancia con todos, y a la vez marcar con firmeza el camino? ¿Quién puede como él amar a los enemigos? ¿Quién como él puede seguir sembrando amor en tierra estéril hasta hacerla fecunda?

Ante semejante derrotero toco el límite de mis talentos y mis fuerzas. Pero el corazón del atleta quiere seguir la marcha y alcanzar la meta aunque su cuerpo ya no pueda seguir la carrera. ¿Qué mueve el corazón a tan alto morir? ¿Qué atrae al alma a pasar por tan dolorosísima cruz? Sin duda, el desposorio con su Amado.

 

Río y abundancia. Sobre el inicio de la contemplación


"Cantar de amadores. Sobre el inicio de la contemplación." (2019)


Contemplar es bañarse en los días cada vez más momentos en el río de amor del Amado.

 



Abriendo un cauce de hermosura

tus aguas recorren

mi tierra reseca y agrietada

reverdeciendo lo marchito,

perfumando las riberas,

renovando sonidos y silencios.

 

Aguas de amor, desbórdense;

aguas de amor, inúndenme;

aguas de amor, rebálsense;

aguas de amor, empápenme.

 

Tu río de amor es mi vivir,

en él me bañaré hasta el fin.

 

           


Contemplar es bañarse en los días cada vez más momentos en el río de amor del Amado.

            Y este río de amor que el Amado es, abre cauces de hermosa fertilidad en la tierra del contemplador; así el alma de reseca pasa a refrescada, de agrietada a fecunda, y lo mustio es reanimado, lo muerto revive. Las riberas del corazón se cargan de aromas y así  perfumado destila olores de Cristo. Y se hacen nuevos los sonidos con los que decir el amor del Señor, y se hacen nuevos los silencios de la intimidad con el Amado. Por la afluencia de este río todo es refrescado y devuelto al seno amoroso del Padre; el alma es así reanimada para el camino de retorno a la casa donde eternamente se celebra el banquete de bodas del Cordero, el desposorio eterno.

            Contemplar es entonces tener por horizonte este río de amor que vivifica la vida. Tener por hábitat este río y sus cercanías. Vivir del contacto con este río. Bañarse en él anhelando la unión con él. Desear ser uno y participar en cuanto criatura de esta correntada de amor y de vida infinita. Bañarse hasta el fin para que el fin sea un inicio: ser en este río.

            Y este anhelo de unión, que es un verdadero don del cielo, agigantado desde que el alma se ha puesto en fuga, no puede menos que llevar al corazón a querer ser desbordado por un tal amor; deseando que no sólo sea río, sino mar y todos los océanos juntos, y más, un diluvio interminable, aguas torrenciales y copiosas, incontenibles, imparables.

            Contemplar es querer recibir al Señor de modo desbordante; entrar en comunión con el Amado hasta ser alcanzado “en arras y primicia” por esa intensa y sobreabundante comunión solo propia de la Bienaventuranza eterna.


Aprendo todo en esta escuela. Relato

 



"De amor, de noche y de luz. Ficción contemplativa." (2016)


Octavo y último relato donde Fray Juan contempla gozoso el crecimiento del novicio que ya tiene la madurez para caminar por sí mismo en la vida contemplativa.

 


            Era Viernes. Un Viernes solemne como un repiqueteo cadencioso de campanas. Fray Juan le vio salir de la casa por la noche, sigiloso, después de haberse retirado los frailes a sus celdas. También le vio volver a la madrugada, luchando contra el sueño, cual heroico vigía desgarrado en el amor. Y como adivinaba la feliz razón de aquella fuga secreta y solitaria le dejó seguir adelante. Él mismo le había sugerido al comenzar su noviciado que se lanzara a aquella enfebrecida aventura. Y cual repiqueteo solemne de campanas, cual caliente resonar de tamboras, cual aliento suspendido de fagotes... Viernes tras Viernes se repitió el episodio durante casi dos meses como un adagio casi imperceptible.

            El Viernes séptimo se decidió a seguirlo. Sentado tras su ventana, en la habitación sin luz, le vio salir a medianoche. Y él también salió detrás, aún más oscuro y sigiloso. En la casa el resto de los frailes dormía, o tal vez sólo guardaba un respetuoso silencio.

            El novicio enderezó su andar hacia el cerro. Fray Juan a la distancia se extasiaba viéndolo caminar tan sediento y arrastrado. Las estrellas en tanto titilaban una silenciosa canción de resplandores. La brisa suave acariciaba los rostros tiernamente. La luna menguante parecía esconderse para no violar sus intimidades sagradas.

            Y al llegar al puente el novicio no se detuvo. Ya no había temores ni inseguridades en él. Lo atravesó con paso firme y decidido. Ya andaba en lo oscuro con otras luces. Fray Juan se alegró.

            El camino de ascenso lo transitaron ambos con paso continuo y acompasado. Al llegar a la cumbre el novicio se sentó a los pies de la Cruz. Estuvo en silencio orante un largo rato mientras Fray Juan lo miraba satisfecho. Ya había aprendido mucho y no necesitaba casi de su guía. El maestro ya no lo era y había ganado en el andar contemplativo un hermano que itineraba a su lado.

            -¿Qué haces?

            El novicio no se sorprendió pues contaba con que Fray Juan descubriera sus fugas nocturnas, aunque hubiese preferido pasaran ante él inadvertidas. Y algo de ese deseo frustrado se hizo visible en alguna mueca, en alguna leve torsión de su rostro.

            -Ya sé que tu intención era hacer lo que haces a escondidas, sin ser visto más que por el Padre. Pensé durante semanas que debía fingir un invencible desconocimiento y respetar así tu intimidad. Sin embargo no podía desechar esta gran oportunidad para constatar agradecido que el Buen Dios lleva a término tan maravillosamente lo que él mismo ha comenzado. Una oportunidad para confirmar que mi trabajo ha concluido y que ya puedes valerte por ti mismo en esta noche tan iluminada. Ahora no hay maestro fuera del Señor. Apenas encontrarás algunos caminantes que precediéndote pueden darte algunas pistas. El caminito oculto y diminuto de la contemplación es único para cada amador.

            El novicio lo miró con un dejo de tristeza.

            -Tienes razón... pero tú siempre serás para mí uno de esos caminantes que van delante abriendo senderos seguros y claros.

            Fray Juan se ruborizó y con un enérgico movimiento de su mano desechó humildemente el halago. El novicio se sonrió. El maestro se sentó a su lado. Parecían dos niños puros y cristalinos a la hora de las confidencias.

            -¡Último examen! Dime por favor para mí edificación... ¿qué haces?

            El novicio elevó sus ojos limpios hacia el Amador Crucificado.

            -Aprendo todo en esta escuela. Aquí leo el único texto que vale la pena: el libro de sus llagas. Aprendo en la escuela de Cristo Desnudo lo que es el amor. Aprendo en la escuela de Cristo Pobre y Crucificado lo que es el amor. Si no hay dolor semejante a su dolor es porque no hay amor semejante a su amor. Recogido y aquietado en la noche del dolor dejo que arda incesante el fuego del amor para ser transformado y configurado a mi Amado Señor. La puerta del capullo es única y estrecha: tiene por supuesto forma de Cruz.

            -Excelente... no te alejes nunca de esta ermita.

            Y sorpresivamente Fray Juan le abrazó derramando algunas incendiadas lágrimas. Luego le dejó sin decir más. Al novicio le pareció una transitoria pero acentuada despedida. Su maestro bajó del monte silencioso y terminó cobijándose en una enramada cercana a la casa. Allí aguardó en silencio que irrumpiera la claridad del día. Abrazó las horas previas con serena pasión y lo que esperaba llegó. Como era su costumbre, costumbre siempre novedosa, se extasió contemplando la irrupción esplendorosa de la sinfonía de la luz. Estaba inmensamente contento. El novicio ya conocía la noche... ¡Ahora era capaz de alcanzar el Alba! Se sumaba otro amador a la escondida y oculta travesía de la contemplación. Esperaba Fray Juan un tiempo futuro donde poder con él intercambiar la inefable experiencia de la unión. Amanecía.

            Al mismo tiempo el novicio descendió del cerro cantando una tonadilla compuesta en la vibrante quemazón de una noche larga y fecunda.

 

Ven cual aurora esplendente

que mi noche anhela tu don,

ven por detrás de mis sombras

Luz verdadera que infundes calor;

pues me muero, Señor, sin tu ardor

en un rudo frío: mi desamor.

 

Ven, Amado Cristo sol,

con tu fuego a tu pobre amador

trocando el negro episodio

de oscuridad en un nuevo fulgor.

 

Ven, visítame.

 

Ven cual primavera olorosa,

en mi capullo el tiempo aguardo aún

cuando del gusano florezca

la mariposilla capaz de la unión

con un tan alto y tan grande Señor

quedando el alma hinchada de amor.

 

Ven, Amado cauterio,

hierro vivo que sellas en Cruz

a tu anochecido amador

llevando a culmen la transformación.

 

Ven, visítame.

 

Ven cual aguacero copioso,

¡oh lluviecita de blanda unción!

que mi tierra se encuentra reseca,

agrietada, sedienta de río;

abre cauces de vasto caudal

recorridos por tu dulce cantar.

 

Ven, Amado manantial,

agua viva que das claridad;

beberte quiere el amador

y saborear desde ya eternidad.

 

Ven, visítame.

 

            Y amanecía. Simplemente, amanecía. Maestro y novicio se encontraron en plena luz y volvieron a la casa, henchidas las velas de sus barcas por un fuerte y cálido viento de amor. Amanecía. Simplemente, amanecía.

 

 

Sólidos cimientos. Relato

 



"De amor, de noche y de luz. Ficción contemplativa." (2016)


Séptimo relato en el cual Fray Juan invita al novicio a poner sólidos cimientos en su vida contemplativa. Debe aprender a estabilizarse para poder subir más alto.

 

 

            El arroyo cantaba con voz de agua fresca mientras un suave perfume a azucenas habitaba la brisa acariciante y tierna. El novicio atravesó la corriente sobre el tronco inestable y un tanto travieso. Ya habían pasado algunos días desde la última conversación con Fray Juan y se preguntaba qué habría sucedido con aquel gusanillo al que le esperaba un futuro desproporcionado con su situación. Y buscó el delgado árbol con la expectativa de encontrarlo allí, deambulando aún entre las ramas. Aunque sabía que sería difícil hallarlo en el mismo lugar no perdía la esperanza. Mas su inocencia delicada fue recompensada abundantemente: un capullo tímido y rústico pendía del árbol hamacándose puerilmente y sin apuro. ¡Ya había comenzado la transformación!

            Se quedó observándolo un largo rato, poniendo delante del Señor su propia vida. Se preguntaba si sería capaz de dejarse trabajar, purificar y modelar por el Buen Dios. Sabía que la fidelidad no era su mayor virtud, que una y otra vez se replegaba sobre el vómito de la voluntad propia y abandonaba a Aquel que no le dispensaba más que amor, que era un pobre pecador. Pero también reconocía que el Amado siempre había estado cerca para levantarlo en las caídas, para atraerlo de nuevo a su casa, para perdonarlo y ofrecerle un nuevo comienzo. Sin embargo ahora, después de haber experimentado su Presencia tan cercana, vibrando en ese deseo inextinguible que le había regalado de unirse a Él, maravillado de la sobreabundancia de amor con que lo trataba, tenía miedo. Miedo de no poder corresponderle. Miedo de que estando más en lo alto la caída fuese más brusca y más trágica. Como si al haber traspasado aquel bendito umbral caminara sobre una cuerda delgada, como si toda la vida de seguimiento se le hubiera vuelto más exigente. Se hallaba como angustiado por el fuerte tironeo de dos fuerzas contradictorias en él: el Don de Dios que le impulsaba a más y más unión pasando por la puerta estrecha del desnudamiento y del abajamiento constante, y su propia libertad todavía débil y flaca en el amor. Era el drama del discípulo que quiere y no quiere, que sufre avergonzado su incoherencia en la respuesta a Aquel que siempre le ofrece un sí.

            Con este clima interior regresó a la casa para buscar a Fray Juan. Lo encontró trabajando la tierra acompasadamente. Apenas le vio el rostro el maestro supo que tenía que acariciarlo con la mirada y alentarlo con alguna palabra. Se sentó en tierra y lo invitó a hacer lo mismo. El joven hermano le contó su preocupación mientras Fray Juan desbarataba terrones de tierra tranquilamente entre sus manos. Sin interrumpir aquel gesto, casi exagerándolo,  el maestro volvió a ejercer su oficio de cuentista.

           

Había una vez un padre y había una vez un hijo. El hijo había sido arrastrado de pequeño bien lejos de la casa del padre pero ya de grande necesitó volver a sus raíces. Buscando informes recabó algunos datos y se puso en marcha. El padre, avisado que regresaba, lo encontró a medio camino y en casa de unos amigos suyos le hizo una fiesta. El hijo estaba alegre pero poco conocía a su padre. Quería estar cerca de él pero también necesitaba irse arrimando de a poco, como un animal salvaje que necesita ser domesticado. El hijo tenía que crecer y tanto él como el padre lo sabían. Se imponía entonces construir una casa para el hijo no muy lejana a la del padre. El joven eligió un lugar cerca del mar sobre la tibia arena de la playa. El padre se lo desaconsejó por lo complicado de la empresa de cimentación, porque la salobre la dañaría tarde o temprano, porque el clima no era propicio en el invierno y porque estaba demasiado alejada a su entender. Sin embargo el hijo la deseaba allí, en ese paraje que era toda una metáfora para él de la libertad. El padre lo amó y le regaló todos los materiales y herramientas que necesitaba. Incluso más, le ayudó a construirla a su gusto.

Durante largos años el padre fue a visitarlo a diario, aunque pocas veces lo encontró, y en esas ocasiones se fueron conociendo un poco más. Pero el hijo tenía los ojos puestos más en la inmensidad del mar que le despertaba ansias de viajero, que en la casa de su progenitor que aún no conocía salvo por vagas indicaciones. Empero el padre tuvo razón y aquella salobre fue deteriorando la vivienda y el húmedo frío de los inviernos fue desmejorando su salud. Entonces el hijo, desencantado de sus fantasías marinas, reconoció la sabiduría de su padre y vio la conveniencia de mudarse a otro lugar.

Pero llegado el momento recrudeció en él la cerrazón en sí y sin preguntar al que hace poco tiempo había reconocido como poseedor de una sabiduría mayor que la suya, se le antojó construirla en un bosque. Algo sin embargo había aprendido pues el paraje se hallaba ahora más cerca de la casa paterna. Su progenitor nuevamente le desaconsejó el sitio porque en él las fieras nocturnas hacían su festín. ¡Pobre hijo no acostumbrado a ellas... cómo haría para enfrentar su miedo! Además siempre podía llegar una tormenta y derribar algún árbol sobre la vivienda ocasionando su destrucción y tal vez su muerte. Pero el hijo otra vez no lo escuchó. Y el padre volvió a mirarlo y amándolo le proveyó lo necesario y le ayudó a levantar la morada. Así disfrutó el hijo su primer día entre los trinos alegres de los pájaros y el danzar de las hierbas y los árboles. Fue una jornada esplendorosa. Mas al llegar la noche comprendió que el padre tenía razón: afuera reinaban los aullidos, los ruidos salvajes y un huidizo aroma a sangre caliente; era la muerte rondando. No podía dormir. Entonces escuchó unos golpes a la puerta y la voz ya familiar. Era su padre que venía delicadamente a hacerle compañía. Pensó ocultar su temor para no pasar vergüenza pero lo invadió al dejarle pasar una cálida sensación de protección y no pudo hacerlo. Mas cuando quiso comenzar a confesarse el padre lo palmeó en la espalda tranquilamente y lo interrumpió: no quiso escuchar más, era tan grande su amor que no quería arriesgarse a esparcir sobre el orgullo herido del hijo cualquier sombra de reclamo o de superioridad. No necesitaba el padre que le diera la razón, solo deseaba que recibiera su amor. Y se pusieron a charlar mientras tomaban un vaso de leche tibia. De a poco el sueño vino a él y el padre lo dejó. Tras su visita logró dormir serena y plácidamente a la sombra de la presencia amparadora del padre que aún habiéndose marchado parecía permanecer allí.

Y la mañana siguiente se encontraron. El hijo, ya pasado el mal momento, le expresó el deseo de permanecer en esa casa riesgosa pues le parecía que era un lugar apto para crecer y madurar a la vez que un desafío. El padre no estaba de acuerdo pero le prometió su visita cada vez que lo necesitara. (Aunque en realidad vino a él gratuitamente incontables veces).

Pasaron varias semanas en las que el hijo se fue acostumbrando al lugar y a sobrepasar sus miedos. Sin embargo estaba secretamente decepcionado a causa de una pequeña huerta que le exigía mucho trabajo y le respondía con poco fruto: al principio se la destrozaban los animales nocturnos y tuvo que protegerla, luego el terreno duro y nunca removido se negaba a dar sus mejores nutrientes, más tarde los pájaros se comían lo poco que brotaba... ¡era un verdadero fracaso! Lo único bueno de la experiencia fue descubrir la generosidad inmensa de su padre que lo ayudaba, sin reclamos ni reproches, cada vez que venía a visitarlo. Poco a poco el hijo se iba dejando conquistar por la paciencia larga y suave de su amor.

De hecho estaba ya pensando en salir de allí y preguntarle al padre dónde podía establecerse cuando una noche le sorprendió una terrible tormenta. Todo el bosque parecía hamacarse descontrolado en el viento. El miedo volvió a él más fuerte y paralizante. Pero otra vez sintió los golpes en la puerta. El padre había venido a buscarlo y salió con él presuroso. No tardó el temporal en derribar los árboles en derredor a su casa dejándola destruida. El padre no se equivocaba.

Pero esta sabiduría no le resultaba amarga como una derrota, sino la alegre victoria de reconocer que aquellos intentos suyos, obstinados y egocéntricos, ni siquiera hubieran sido posibles sin su padre. Siempre los cimientos más sólidos de su casa habían sido las actitudes de aquel que, derrochando amor, lo había sostenido sin dejarlo caer, más aún, lo había rescatado de la ruina. Entonces, con amor sincero y crecido, se puso en sus manos.

El padre lo llevó hacia la montaña y ascendieron por un camino tosco y serpenteante. En la cima se hallaba su casa que apenas podía divisarse en parte cuando las nubes bajas se dispersaban a instancias del vigoroso sol del mediodía. Y en un paraje solitario, una inmensa grieta en el macizo, el padre le aconsejó levantar su morada. Allí estaría protegido del viento frío, de las fieras, del fragor de la tormenta. A su vez podría levantar siempre la mirada y sentirse acompañado. Sin embargo al hijo se le ocurrió preguntarle por qué no irse directamente a la casa paterna. Su progenitor fue claro y contundente en la respuesta: mejor sería para ambos que ese traslado lo hiciera cuando ya estuviese totalmente seguro de no volver a marcharse. De nuevo el padre tenía razón.

La casa la construyeron ahora según la sabiduría del mayor y quedó apta para ser habitada aunque austera y no demasiado confortable para que fuera tan sólo un lugar de tránsito y no un hogar permanente. Y los días fueron pasando... El hijo experimentaba cada vez más crecido el deseo de irse a vivir con su padre, pero dado que el lugar era solitario y sus visitas incomprensiblemente más fugaces y aisladas no pocas veces volteaba la vista hacia el mar. Aún no era tan fuerte su amor como para comprometerse definitivamente a una mudanza sin retorno. El padre lo sabía pues siempre le observaba desde la altura atento a sus necesidades. No lo abandonaba a su suerte sino que en cada visita le amaba intensamente. Y el hijo cada vez se sentía más traspasado y sediento de ese amor. Un amor que cuando partía parecía dejarle abandonado aunque no lo hiciera, tal su calidad y hondura, su presencia plenificante. Sin embargo aún luchaba consigo mismo y sentía pena de sí por no poder dar el paso final. A veces el padre se quedaba a mitad de camino invitándolo, atrayéndolo. Él subía entonces, liviano y ágil en el deseo, a su encuentro. No sabía cuando sería capaz del encuentro definitivo pero fue aprendiendo que cada vez que ponía la mirada sólo en sí mismo, arrastrado por la pena y la decepción, se tentaba de volver atrás, lo cual sería su ruina; mas cuando la mirada la ponía en el padre que paciente esperaba y no le reprochaba sus tiempos le conquistaba el corazón un viento de esperanza fuerte y persistente, no exento empero del dolor de negarse a sí para darse por entero al padre en el cual se recuperaba ya nuevo y realizado. Se dio entonces tiempo para madurar no poniendo tanta atención en su incoherencia sino en la coherencia del padre, sólido cimiento de su opción. Y en ese sólido cimiento su libertad fue creciendo y ganando altura. La casa del padre estaba ya más cercana.

           

            El novicio suspiró. El relato de Fray Juan le había resultado como siempre transparente e iluminador. Se quedó por un instante en silencio esperando que su maestro agregara alguna aclaración, alguna moraleja, alguna referencia al caminar contemplativo. Sin embargo Fray Juan siguió callado. Él lo miró entonces interrogante.

            -¿Que estás esperando? No hay nada más... El resto es tuyo.

            Y se levantó serenamente para continuar con su trabajo. El joven hermano comprendió que el maestro ya lo consideraba capaz de sacar sus propias conclusiones. También él se levantó y se puso a caminar errante. Mas sin darse cuenta terminó nuevamente frente al árbol donde el capullo seguía hamacándose en el viento. Lo miró largamente sin hacer ningún movimiento. Parecía que estuviera escuchando de él una secreta confesión. Luego, acercándose todo lo posible, el novicio le susurró mentalmente al gusanillo encerrado en el capullo una dulce exhortación:

            -Ya sé hermano que es dolorosa esta gran transformación. Ya sé que es duro quedarse a oscuras y como encerrado en este capullo sin querer volver atrás ni poder ir aún hacia delante. Ya sé que es exigente este transitorio abandono a la tensión de una libertad aún no sanada. Si a veces parece que Dios nos ha dejado a nuestra suerte y que librados a nosotros no queda más porvenir que el fracaso y la condenación. Pero otras veces su Presencia como los rayos poderosos del sol parece atravesar las paredes del capullo e iluminarlo todo. Y aunque fugaz su paso deja una luz oscura en el recinto, una herida de amor en nuestro ser y una certeza de que trabaja donde no vemos, sino con el tiempo, transformándonos. Y no está lejos sino más cercano que antes; sólo que quizás a veces, en esos momentos terriblemente oscuros de la noche y salvando las enormes distancias, está cercano el Padre al modo en que lo estuvo del Hijo en Getsemaní, en el camino al Calvario, en la Cruz. El drama es que quisiéramos recorrer un camino distinto al Suyo y en verdad hay un sólo camino, que nuestra humanidad quede configurada a la humanidad de Cristo Señor, Dios y el Hombre en plenitud. De eso se trata, de querer crecer en el amor hasta una entrega filial y total de la vida. Sí, de eso se trata, de que se rompan definitivamente en nosotros las murallas, esa terca actitud de estar centrados en el propio yo para tener toda la mirada puesta en Él. Sólo en la salida de sí, una salida sin retorno, se hace posible la unión con aquel que siendo amor sale constantemente de sí hacia nosotros. ¿Qué es el amor como vínculo sino una mutua donación? ¡Por cuántos trabajos habrá que pasar entonces para que este vínculo llegue a ser indisoluble! Mas el contemplativo experimenta que es Él quien tiene la iniciativa y la primacía en el trabajo y quien da la fuerza para aceptarlo y perseverar, de nosotros depende el sí, la cooperación, el secundar su obra. Pero lamentablemente lo que encontramos a menudo son nuestras innumerables negativas. Y si nos quedáramos anclados en nuestra incoherencia y en nuestro pecado bajaríamos los brazos. Una mirada así en el fondo es una disimulada expresión del amor propio que no soporta ser un pobre gusano y quisiera ser un dios, la expresión de un yo autosuficiente que no aprendió a ser dependiente en el amor. Sólo aceptando lo que somos, poniendo la mirada enteramente en aquel que no vino a juzgarnos sino a salvarnos, justamente por ser pecadores, podremos dar algún paso firme y decidido. Es cuestión de no poner por cimientos, tentados a dudar de la amplitud de la Misericordia de Dios, nuestro pecado y nuestra debilidad: la casa se derrumbaría con peligro mortal para nosotros. Es cuestión de construir sobre la base firme de un amor siempre dispuesto a salvarnos, un amor tan fiel que nunca se escandaliza o asquea de nosotros. No quiero decirte que no valgan nada la abnegación, la ascesis, la penitencia, la mortificación, la autodisciplina: todo eso es necesario y respuesta de amor. Lo que digo es que no nos asegurarán nunca una coherencia absoluta y perfecta pues sólo hubo y habrá una sola coherencia así, la de Cristo (y unida a Él la de su Madre), quien justamente vivió toda su existencia en una relación de donación, de amor cara a cara con el Padre, y sólo desde allí fue donación constante de amor a sus hermanos. ¿De qué valdrían además todos los medios humanos para lograr una coherencia vital si no están movidos por el amor? Sí, hay que aceptar la pobreza y quedarse bien desnudo para lograr abrirse al regalo de la transformación. ¡En fin, feliz de ti gusano que no estás en el capullo mirando tu fétido estado sino que a través de las oscuridades estás buscando el sol del cual vives y al cual volarás como radiante mariposa!

            Y el viento cesó por un instante quedando el capullo quieto como si quisiera de ese modo asentir a lo expresado. El novicio lo acarició con una mirada tierna y transparente; luego se marchó. Sabía que el camino que tenía por delante era largo, exigente y árido, sin embargo ahora se hallaba más dispuesto a transitarlo con mirada de fe abierta a un amor que inflama la esperanza. Ya había comenzado a cimentar su transitar sólo en Dios, roca fuerte, sólido cimiento.  Ya se iba decidiendo a ponerse, por un amor no exento del dolor, definitivamente en sus manos.

            Dentro del capullo, entre estertores agónicos y gemidos silenciosos, el gusano estaba cambiando.

 

“El rey me introdujo en sus habitaciones." Cantar de los cantares


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"Cantar de amadores. Acerca del inicio de la contemplación." (2019) 


Llévame contigo: ¡corramos! El rey me introdujo en sus habitaciones: ¡gocemos y alegrémonos contigo, celebremos tus amores más que el vino! ¡Cuánta razón tienen para amarte!” (1,4)

 

 

            Es frecuente en el alma pedir a su Señor que la lleve consigo, que la lleve más con Él, que la haga capaz de una unión más íntima y duradera. Y este “corramos”  lo ha vivido sin duda en los primeros tiempos de la contemplación donde ha experimentado el inicio de la noche, el desatarse sobrenatural del deseo y la fuga en que la ha puesto el Amado. Mas luego se queda quieta, no porque antes no lo estuviera, sino en una quietud más profunda y completa y es el Amado quien la introduce a veces con sutiles invitaciones, otras con delicados tirones y otras con mano fuerte en diversas habitaciones. Allí celebran juntos el amor y el Buen Señor da a beber al alma diversos vinos, gracias diversas que la colocan en diversos tipos de unión con Él. Así el caminar contemplativo es dejarse conducir el alma por su Señor a distintas habitaciones hasta quizás algún día ser introducida en la habitación central donde se sirve el más precioso néctar: el culmen de la unión.

¡Oh, cuánta razón tienen para amarte Amado mío! ¡Tu amor indecible e inefable vale más que la propia vida! ¡Tu amor, Señor, qué gran tesoro! ¡Oh, todo por tu amor! ¡Pago el precio absoluto de mi vida por unirme a Ti, Amado y Hermoso Señor! ¡Oh, pago el precio de mi vida para que te conozcan, te saboreen y te den a luz todos los hermanos y hermanas que te buscan por innumerables caminos! ¡Oh, qué no haría yo para que todos gozaran de tan alto amor! ¡Oh, Señor, dime qué hacer para ayudarte a enamorar y cautivar la vida de todas tus humanas creaturas!

 


“Porque tus amores son más deliciosos que el vino". Cantar de los cantares

 

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"Cantar de amadores. Acerca del inicio de la contemplación." (2019)


“Porque tus amores son más deliciosos que el vino; sí, el aroma de tus perfumes es exquisito, tu nombre es perfume que se derrama: por eso las jóvenes se enamoran de ti.” (1,2b-3)

 

            ¿Cómo no embriagarse el alma si disfruta del Sumo Bien, fuente y efluvio de todos los bienes? Quien ha experimentado una caricia, un toque, una mirada amorosa del Amado sabe que el alma queda fuera de sí ante tanta delicia. Y aún causa un gran gozo el experimentar que su pequeña y frágil vasija es incapaz de contener tanto derroche. El amor de Dios embriaga tanto que desmaya, saca de sí, cautiva. Y este amor sobreabundante de la vasija del alma se derrama ya que no hay continente que pueda contener a tal Señor.

Así el alma  sobrepasada y atravesada por tanto amor queda embriagada y olorosa en Él. El amor del Amado la tiene secretamente transformada, y perdida en Él lleva de Él su vino y su perfume. Y ese perfume del Amado es como su nombre, su nombre como diferentes fragancias: Bondad, Misericordia, Fortaleza, Ternura, Piedad, Sabiduría, Perdón y todas las demás. Cuando el Amado derrama su amor lo hace con diferentes fragancias y si con todas a la vez cuán rápido se desarraiga el alma y participa de la unión que prefigura y da primicias de la eternidad.

¡Oh, qué maravilla este amor más delicioso que el más sabroso de los vinos y  más perfumado que el más aromado elixir! ¡Oh, cuán favorecida el alma que queda por él ungida... ya se dirá de ella que es toda una reina desposada!

Pero, gran desgracia, si tu alma no es joven no podrá recibir este don más que a pequeñas gotas. Un alma joven, lo sé, es un alma que busca y espera, capaz de sacrificarlo todo, aventurera y osada para conquistar grandes premios, que desea convertirse más, que no se cree ganada sino en peligro, que se experimenta necesitada, que no tiene otra meta más que vivir el amor en parámetros de santidad. Si tu alma es joven tarde o temprano, cuando Él lo disponga, quedará prendada del más grande amor por aquel Amor que todo lo llena y lo sacia, fuente y culmen de todo, donde se sostiene todo en dependencia secreta, que invita a la unión.

¡Oh Amor tan amado, no tardes! ¡Ven pronto a arrebatarme y elevado en tu llama hazme más semejante a Ti, que yo contigo quiero arder y dar de Ti y de mí, por Ti y en Ti!

 

“¡Que me bese ardientemente con su boca!” Cantar de los cantares

 

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"Cantar de amadores. Acerca del inicio de la contemplación." (2019)


“¡Que me bese ardientemente con su boca!” (1,2a)

 

            ¡Oh glorioso escándalo y apasionado desatino! ¿Qué alma es ésta que se atreve a pedirle tanta intimidad a su Rey y Señor? Es un alma encendida e incendiada y como tal desvergonzada en el amor. Porque éste su amor no es suyo sino llama vibrante que la quema y la hiere, llama que le trajo la flecha punzante que la ha atravesado toda entera. Alma inflamada y ya desnuda sin rastro de vergüenza ante el Señor. Y no es éste su pedir sino el clamor que a una voz hace con el mismísimo Señor, pues es Él quien la alienta a tanto insistir. ¿Acaso no fue Él quien la sacó de su estado y la hizo traspasar el umbral? ¿Acaso no fue Él quien la acarició y la puso en bienaventurada fuga? ¿O acaso tampoco fue Él quien la encegueció, quien la puso en la noche y le regaló el sentido interior para verle sin verle y así andar tras Él mejor? Ahora Él, que la ha encerrado en un capullo para purificarla hasta la raíz, que trabaja sin cesar en sus profundidades excavándola y vaciándola por completo, que la deja en la intemperie frente a la tormenta, que la colma con sequedades y purificaciones para fortalecerla y bien templarla a recibirlo; ahora Él  también la incita a pedir el don de la unión.

Si una caricia la puso en fuga, si una mirada la desnudó y la dejó en tinieblas, si un toque la atravesó hiriéndola y transformándola, ahora quiere un beso. Pasar del noviazgo con todos sus raptos y pruebas a una unión más duradera. Desea el alma que apure su Amado el tiempo de la noche, que descargue ya todos sus trabajos y cauterios y flechas, que la vacíe ya, que la tome ya, que la haga morir ya para gozar de la unión, de la participación serena y total en cuanto en esta vida es posible de su Ser. ¡Ay, que la rapte tanto que ya no pueda más que vivir enteramente raptada para siempre! ¡Ay, que la introduzca tanto en su muerte y su sepulcro que ya no viva más que resucitada! ¡Que se apaguen por la recompensa de un beso todas las fascinaciones de este mundo y ya no vuelvan a encenderse! ¡Que se mueran los quereres y que no quede otro querer más que el del Amado hecho uno con el querer del alma!

¿Y si no se esperara la dulcísima meta del beso de la unión cómo podría el alma soportar la dolorosa purificación que en la noche del capullo realizará el Amado para que pueda recibirlo? ¡Sí, apura todos tus trabajos, cauterios y flechazos; apura las pruebas, mortificaciones y contradicciones; apura todo el dolor de la noche hasta la altura de la Cruz y luego bésame, oh Señor, con el beso ardiente de tu boca!

 

 


A impulsos de amor. Poesía escondida

 

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"Cantar de amadores. Acerca del inicio de la contemplación." (2019)


A impulsos de amor

Quemante

     Hiriente

 

A impulsos de amor

Ocultante

                Creciente

 

Yo me muevo en amor

Tras de ti

                O mejor

Tú te mueves en amor

Tras de mí

 

A impulsos de amor

Escondido

     Viviente

 

A impulsos de amor

Pequeño

  Oscuro

 

Te mueves tú en amor

Tras de mí

     O mejor

Tú me mueves en amor

Tras de ti

 

A impulsos de amor

Oh noche

    Alumbrada

 

A impulsos de amor

Oh telilla

   Rasgada

 

Aquieta y mueve el amor

En la unión

                   O mejor

Se mueve y mueve sin moverse

Este amor tan vivo

 


POESÍA DEL ALMA UNIDA 35

  Oh Llama imparable del Espíritu Que lo deja todo en quemazón de Gloria   Oh incendios de Amor Divino Que ascienden poderosos   ...