14. Espejo que despeja. ITINERARIO CONTEMPLATIVO.





"IMÁGENES. Un acercamiento al itinerario contemplativo." (2020)


14. Espejo que despeja

 

            Hay espejos especiales, trucados, que nos devuelven nuestra imagen deformada: altísimos y estirados, petisos y ensanchados, redondeados, torcidos, zigzagueantes. El común de los espejos nos devuelve nuestra imagen tal cual somos y aparecemos ayudándonos a retocarla sin modificarla esencialmente. Sin embargo conozco un pueblo que posee un espejo muy especial: no devuelve pasivamente lo que tiene enfrente sino que despeja su propia imagen y al hacerlo devuelve la imagen nuestra hacia el futuro definitivo, la imagen que estamos llamados a ser. Más aún, la imagen despejada parece venir hacia quien se mira en el espejo e irrumpiendo en él plasmarse en él escondida y misteriosamente. Un espejo tal es un grandísimo tesoro...

 

            No quiero referirme aquí a los espejos trucados o comunes: tú podrás sacar tus propias conclusiones reflexionando sobre la metáfora. Lo que quiero es referirme a ese Espejo especial, a ese Espejo que despeja, es decir, Cristo Señor. No es original lo que diré: la tradición cristiana ha abundado en esta imagen y ha sido propuesta por diversos contemplativos. La Iglesia, Pueblo Nuevo, sabe que sólo mirándose en Cristo Espejo el hombre puede llegar a la plenitud sembrada en él. Sólo en el misterio del Verbo Encarnado se halla la respuesta total al misterio del hombre. Y los cristianos nos miramos en ese Espejo a través de diversas mediaciones: las Sagradas Escrituras, la Liturgia y los Sacramentos, la vida de la Comunidad animada por el Espíritu, la teología, etc. Lo hacemos para llegar a nuestra meta: ser cristiformados, ser en Cristo. Ya los Santos Padres hablaban de esta obra gratuita de de actualizar plenamente en nosotros la Semejanza, desfigurada por el pecado, imborrablemente presente en cuanto Imagen sembrada. Pero quisiera yo referirme a cómo específicamente le es dado mirarse a los contemplativos en este bendito e inmaculado Espejo.

El amador, en amor atraído y enlazado por el Espíritu hacia Cristo y en él hacia el Padre, saborea el misterio que contempla. Este saborear el misterio de Cristo en la luz oscura del amor es gracia transformante en cuanto unión a Él. Sin embargo este Espejo despeja para ellos ciertos acentos del Misterio: los que más convienen a la vocación recibida y al designio gratuito de Dios. Más siempre Cristo está presente y despejado en cuanto Amado y Esposo. A mí, hijo y hermano de San Francisco y de Santa Clara de Asís, este Espejo particularmente me despeja su Imagen gloriosa por el camino de su abajamiento en el Pesebre, la Eucaristía y la Cruz. Mirando porque primero he sido mirado, voy siendo atraído a la unión con el Dios que se hizo pobre por amor, voy siendo transformado en Él por el camino del abajamiento; camino éste escondido, pequeño, oscuro y desnudo.

Por detrás de las formulaciones dogmáticas, mas no sin ellas sino más plenamente adherido a ellas, el contemplador saborea en amor escondido el Misterio, se mira en el Espejo y comprende en el amor y en el amor es transformado hacia la Imagen que contempla. Pero decir no puede la experiencia que le es dada. La formulación dogmática dice lo que no es y dice lo que es permaneciendo en la oscuridad iluminada del Misterio que toca. La contemplación es tocada por el Misterio e ingresando de algún modo dentro de esa oscuridad iluminada ya no dice nada. Por la una somos enseñados y encaminados hacia una fe sólida; por la otra somos transformados en el amor; y por ambas caminamos en la esperanza de ver cara a cara al Dios Trinidad que nos salva.

Mirarse en el Espejo es para el contemplador dejarse transformar a Imagen de Aquel a quien contempla y ama.

 

13. Un ave entre las grietas de la montaña altísima. ITINERARIO CONTEMPLATIVO.




"IMÁGENES. Un acercamiento al itinerario contemplativo." (2020)


13. Un ave entre las grietas de la montaña altísima

 

            Arriba, en la soledad de la montaña, un avecilla se cobija entre las grietas filosas y rudas de las grandes rocas. Desde allí mira todo el panorama de espléndida belleza. Allí el viento, la lluvia, el sol, la luna y las estrellas, el día y la noche tienen otra densidad, otra presencia. En esa soledad austerísima todo parece más colosal y conmovedor. Tan pobre como es y tan pequeña de tanto en tanto se lanza al vacío y llevada por la corriente de aire caliente planea, asciende y dibuja figuras en el aire. Con las alas extendidas, tan frágil ante el poder de aquella inmensidad, experimenta la libertad nacida de la desnudez y del ser sostenida.

 

            El contemplador experimenta ya un cambio de nivel bastante difícil de retrotraer. Tocado por la cercanía de un amor que tiene como eje la gratuidad ha comenzado a cambiarse fuertemente su centro. Mira la existencia ya desde un ángulo insospechado y cautivador.

Como avecilla entre escarpadas rocas el amador vive en una soledad austerísima que en principio no ha buscado: una necesidad quemante de retirarse para estar exclusivamente dedicado a su Amado lo mueve; no una fuga del mundo sino una fuga hacia el Amado vaciándose, mejor, siendo desasido de yo y de mundo para recuperarlos en Él según su identidad original y verdadera. Para ganarse ha tenido que empezar a perderse, es decir, rechazar todo intento de auto-sustentamiento (engañoso y mortal) y restituirse entero a Aquel que enteramente le da ser. Retirarse, no sólo físicamente a la celda o al desierto como búsqueda concreta del espacio de la intimidad y el encuentro, sino más, pues en ello se retira del auto-sostenimiento idolátrico del yo a la dependencia amorosa del Amado. Sólo entonces el panorama de la existencia lo ve poblado de signos y de presencias de un Señor que todo lo cuida paternalmente, ocupándose gozosamente de lo más insignificante a nuestros ojos.

Y en la contemplación esto es excluyente: sólo es un don dado al pobre y al desnudo, al indefenso y al frágil. Hablo aquí de una situación real de existencia. Sólo quien ha sido atravesado por la pobreza, la desnudez, la indefensión y la fragilidad (entendidos no sociológicamente sino vitalmente, antropológicamente) puede ser capaz de clamar a Dios: Ahora descubro que nada soy sin Ti; sálvame, que estoy condenado a la disolución. Y quien así llama, con corazón puro, no puede menos que obtener una respuesta sin tardanza. A veces esta respuesta es una irrupción tal del amor que genera un itinerario hacia el Amado, tan escondido y oscuro, que llamamos contemplación.

Este itinerario, cuanto más se ahonda y profundiza, radicaliza la pequeñez y la dependencia del amador por el simple acercamiento progresivo del Dios grande y majestuoso que ni cielos ni tierra pueden contener. Pero una tal desmedida no causa pavor ni paralizante miedo. Atravesado está el caminar por el efluvio del amor que genera confianza cada vez más ilimitada en el contemplador. Si se lanza desde la roca donde se guarece sabe que no caerá al vacío, sino que sostenido por las corrientes cálidas del amor del Padre podrá planear y dibujar figuras cual reflejos amorosos del amor que le es dado para abrazar. Así la soledad desnuda y la frágil pobreza han dado a luz la libertad gozosa que no es más que dependencia de quien nos sostiene y salva por gratuito amor.

Ser libre: dejarse depender en todo de Dios; dejarse amar.

 

 

12. Jardín sellado, jardín cerrado. ITINERARIO CONTEMPLATIVO.






"IMÁGENES. Un acercamiento al itinerario contemplativo." (2020)


12. Jardín sellado, jardín cerrado


            Se dice que en aquella comarca existe una bellísima fuente. Cuenta la leyenda que hay que adentrarse en el rudo bosque, plagado de incertidumbre y de peligros, para alcanzarla. Una vez traspasada la espesura un tímido sendero en el claro nos coloca frente a dos columnas que hacen las veces de portal. Sobre ellas se encuentran grabadas dos inscripciones: la primera es un acertijo, la segunda una orden del Rey por la cual no se permite pasar más allá a quien no logre descifrar el enigma. Tras las columnas el caminito nos va acercando a una verde pared de ligustros. Atravesándola por un espacio luminoso se puede contemplar multitud de flores de todo tipo y color alegrando con su belleza a la madre tierra. Canteros de plantas exóticas, por aquí y por allá, desencajan la mirada por su porte tan inusual. Los pájaros trinan y las abejas trabajan. En el centro del inefable y precioso jardín hay una fuente delicada y austera, blanca, circular. El efluvio constante de aguas subterráneas la alimenta y hace que se desborde de continuo. Mas el agua es conducida por cuatro acequias que a sus pies nacen hacia tierras lejanas e inciertas. El jardín sellado con su fuente escondida obsequia la vida que le es regalada secretamente, sin publicidad ninguna, sin aplauso, en quietud y silencio.

 

            El contemplador va tomando conciencia de la envergadura de lo que vive. Por un lado se da cuenta que se halla sellado, cerrado, inaccesible en cuanto a su experiencia contemplativa para todo aquel que no la tenga por regalo del Altísimo. ¿Cómo explicar lo inexplicable? ¿Cómo valorar lo invalorable? Que Dios se acerque así al hombre no es esperable... Ni es esperable la vivencia de la profunda intimidad con Él, ni que esta vivencia sea del todo escondida y pobrecita no dando lugar a la publicidad y al aplauso. El contemplador, cual aquel jardín hermoseado por el efluvio de las aguas subterráneas, no puede ser visitado sino por otro jardín, quiero decir, por otro saboreador de la dulzura secreta de un Amador tan humilde. Es jardín sellado, cerrado y por tanto en soledad oscura mas en exclusividad luminosa.... El Señor lo ha reservado para sí, de un modo inusual, aquilatando su amor por este caminito, esquivo a los ojos habituados al día, que lo llevará tal vez por los terrenos de la incomprensión y de la falta de alabanza. Así escondido, sin parecer hacer nada importante y digno de publicidad, se entrega silencioso y quieto al amor que lo atrae.

Por otro lado, toma conciencia de que no es indiferente este encuentro: ¿acaso este encuentro en amor tan pequeño y simple no cambia el mundo?, ¿es indiferente para la historia que subterráneamente a ella un hombre sin fama sea visitado y en amor unido al Señor de la historia? Es lo que no se ve, muchas veces, lo que sostiene al mundo. Son innumerables rostros de amadores escondidos (que habitaron, habitan y seguirán habitando la historia) los que proclaman con suave voz: ¡Mira, oh, hombre que lo que más anhelas es posible! ¡Aquí esta la primicia de lo que será! ¡Aquí está el sentido sobre todo sentido de tu existencia y de la historia: que toda tu persona y todo el cosmos participe de la plenitud amorosa de su Dios! El contemplador provoca, al adherirse al amor que lo enlaza, un hecho relevante que no por falta de publicidad deja de ser fecundo. ¿Pero cómo es comunicado el beneficio que recibe a otros? Más allá de que el Amado lo vaya transformando para ser reflejo suyo en la vida cotidiana, rostro suyo para el mundo, también en ese instante dichoso del encuentro cercanísimo al contemplador le parece que con él vibra en amor todo el mundo. ¿No es amado en este hombre todo el género humano? ¿No es sostenida en esta criatura todo el universo? El sí salvífico de Dios expresado en el acercamiento al contemplador no es solo personal, es un sí amoroso a todo hombre y a toda creatura suya. El sí a Dios de la creatura hombre en uno solo lleva consigo la posibilidad del sí de todo hombre y anima a toda creatura a la comunión. Es decir, la relevancia de la contemplación es ser reflejo de aquella respuesta filial del Hijo al Padre y de aquella condescendencia del Dios que se abaja en un Pesebre. El jardín sellado hay que comprenderlo a la luz de la Eucaristía, Jardín Sellado donde resplandece todo el misterio de la salvación, Jardín Sellado que tan secretamente día a día sostiene y riega al universo entero.

Repito lo dicho buscando mayor claridad: en la contemplación se adentra el hombre en el misterio de su divinización por la unión de Dios al hombre en su Encarnación y del hombre a Dios en el sí filial de Jesús, el Cristo, radicalizado en la Cruz y exaltado por su Resurrección; y todo esto lo mira espléndidamente presente en la Eucaristía... En este encuentro en amor pequeño y escondido, puro y simple, se adentra el contemplador en el misterio de esa Alianza indestructible sellada en Cristo y participa del anuncio escatológico de la recapitulación de todo en Él que arrastra todo hacia la participación definitiva en la Vida Trinitaria a la cual  seremos incorporados bienaventuradamente en el Día feliz y beatificante que está llegando. Ya sumergidos en ella por el Bautismo, ya inhabitados secretamente, ya saboreando el misterio en el que todos somos, nos movemos y existimos por el don del Espíritu Santo que obra en nosotros pero aguardando aún verle cara a cara, anuncia el contemplador lo que experimenta: que en el encuentro unitivo en amor Dios le da vocación, participación en el misterio de la Eucaristía, de co-sostener junto con Él al mundo y de co-regarlo con su amor escondido y fecundo.

Claro que todo esto es apenas un intento de fundamentación de una convicción por parte de quien no es un teólogo profesional, sino un oteador amoroso del misterio que irrumpe, enlaza y cautiva.

 

 


11. Efluvios. ITINERARIO CONTEMPLATIVO.






"IMÁGENES. Un acercamiento al itinerario contemplativo." 


11. Efluvios

 

            El terreno no es del todo fértil ni del todo árido. Observándolo se puede apreciar el efluvio en él de aguas subterráneas, las cuales a veces surgen delicadas, pero también lo hacen con potencia. Tras algún tiempo de estarse regalando cesan. Las inmediaciones del efluvio se tornan húmedas y frescas. Pequeños hilos de agua se extienden algunos metros por el terreno en variadas direcciones.

No hay ley, empero, que explique su aflorar. No debe cesar uno para que brote otro; a veces el primero en surgir tarda más en agotarse y dejar de fluir que otros brotados después de él; no nacen necesariamente en los sectores más áridos, ni en los más fértiles, ni en los intermedios. En definitiva, por aquí y por allá, sin que descubramos lógica alguna van naciendo y haciéndole al terreno un bien gratuito que nos parece desordenado e incierto... Efluvios.

 

            Quisiera cantar aquí, con alegría, a la lógica ilógica del amor.

Sin estar el contemplador necesariamente sumergido en la oración, a veces entre pensamientos generales y fugitivos sobre su Señor, o concentrado en un paisaje hermoso, o caminando por la calle; o tal vez, sí, recogido en su celda y en noticia de amor enlazado y seducido... sobreviene un efluvio. Una sorpresiva arremetida del amor (siempre es sorpresiva) que desde las capas más profundas de su ser hasta las más superficiales asciende. En ocasiones como unciones delicadas, toques suaves en el alma, cual un tranquilo brotar de agua en el fondo de un pozo reseco, un agua que lenta y dulcemente asciende llenando todo el espacio disponible. En otras circunstancias es como un surgir burbujeante y poderoso, como agua en ebullición, como un rubor acalorado, un fuego interior desmedido que asciende con gran rapidez tomando toda la persona del contemplador a quien le parece se le sale por el rostro, por los ojos, por las manos y lo coloca hacia fuera del todo de sí, en dirección hacia Él y le mantiene por algún tiempo como en una enfebrecida búsqueda de abrazarlo y de asirlo a sí.

Estos efluvios del amor tienen de propio este movimiento ascendente desde lo más íntimo del alma hasta la exterioridad reconocible del cuerpo que somos. Ya más cerca de la unión serán distintos, pero ahora, como todo es menos espiritual que lo que después será, aún hay lugar para pasiones, sentimientos, emociones y sensaciones en la contemplación. Claro que ya no se mueven por sí ni por estímulos que no provengan de lo más profundo del alma. Dios arremete en la hondura más honda del contemplador pero permite que esa experiencia de encuentro en el amor también sea traducida en el corazón y en el cuerpo para mostrar más claramente (con sabroso proceso pedagógico) que todo el ser está involucrado, que todo él es llamado a transformación y que, ciertamente, algo nuevo va siendo...

Todo efluvio, levantando las aguas del amor escondidas en las profundidades, hace crecer con él y ascender a las alturas el deseo del Amado en el contemplador. Tras dejar de brotar el amor, este deseo, ya más fuerte y elevado, se queda en amorosa tensión y permanece así quizás durante un tiempo prolongado al compás de una agitación que suspira asombro y consuelo: ¡Tú has pasado y las olas de tu amor me han arrollado! ¡No puedo creer que sea capaz de experimentar tanto amor! ¡Ven, vuelve pronto entre mis brazos como huracán potente de amor que arrasa todo sin destruir nada, haciéndolo todo nuevo! El amor de Dios tiene para el hombre una potencia imposible de medir...

Mas decía yo que deseaba sobre todo cantar la lógica del amor de Dios, tan ilógica a nuestros ojos, es decir, la gratuidad. Porque uno inconscientemente, quizás por una excesiva moralización de la espiritualidad cristiana en Occidente, tiende a concebir que Dios responde con su gracia a nuestros trabajos para disponernos a ella. Raramente pensamos que es la gracia ya quien nos dispone y nos pone a trabajar contando con nuestra adhesión. Claro que estoy diciendo inconscientemente pues a nivel teológico la razón conoce fórmulas, las que ha estudiado, y las pone por escrito y las enseña. Mas en la praxis es difícil abandonar cierto modelo recargado en las obras y exclusivista a favor de lo que llamaría la fantasmática de los perfectos. Pero en la contemplación suelen romperse los esquemas. Si, por pedagogía, los itinerarios parecen demasiado lineales y lógicos, como si de tal se siguiera cual, la realidad no es esa. Ni todo el más increíble y esforzado trabajo de negación y desasimiento (el desierto, la soledad, la mortificación, etc.) nos puede asegurar una escalada del amor; no son un boleto de compra-venta. La irrupción novedosa y cercana del Amado en la contemplación siempre es experimentada como sorpresiva y gratuita. Y también hace surgir la queja: ¿por qué a aquel si este otro está más preparado, es más bueno, más piadoso, más recatado en el hablar, más moderado en el comer? ¿por qué a aquel que es un pecador si este es más “santo”? Simplemente porque la contemplación es un camino y un don por el cual somos por Dios santificados, divinizados, pero no el único. Y porque es don es gratis y Dios lo da a quien quiere. Ciertamente hay disposiciones, resultado de nuestra historia de “sí” a la gracia, que nos colocan frente al umbral, pero nada más que frente al umbral. Y el buen Dios en su sabiduría a algunos los lleva por un camino y a otros por otro; mas la meta es la misma: que nuestra voluntad se vaya identificando cada vez más con la suya. No es la contemplación signo de mayor santidad: sólo un camino hacia ella algo inusual que nos suscita cierta fascinación a veces desubicada y extravagante.

Estos efluvios, entonces, nos hablan con su sobreabundante presencia del amor del Amado, de su gratuidad inmensa y de nuestra falta de mérito autónomo y autosuficiente (nuestros méritos son “en Cristo”), de nuestra realidad de pecado y de dependencia amorosa en cuanto a la salvación.

Por estos efluvios he comprendido que ningún pecador se encuentra sin esperanza frente a un Dios ilimitadamente generoso para hacernos el bien. He saboreado que el Amado y Esposo tiene iniciativas mucho más allá de todas nuestras ofertas. Me han dispuesto a esperar de Él una medida exagerada y fuera de todo cálculo. Me han dejado más enamorado de Él, que no me mira a través del diagnóstico de mis males sino que, teniéndolos en cuenta para sanarlos pero superándolos, me mira con los ojos del amor, me mira con ojos de posibilidad.

Estos efluvios me han dispuesto a trabajar para consolidar mi “sí” sabiendo que no soy más que un humilde cooperador de su obrar en mí. Me han liberado de una especulación agobiante que fija su mirada en el pecado y en la imperfección, haciéndome abrir los brazos suplicante y confiado. Me han ganado para la gratuidad de su amor.

Efluvios... arremetida generosa y gratuita del amor.

 

 


POESÍA DEL ALMA UNIDA 35

  Oh Llama imparable del Espíritu Que lo deja todo en quemazón de Gloria   Oh incendios de Amor Divino Que ascienden poderosos   ...