Abba Desierto 2

 



"Apotegmas contemplativos" (2021)


Otro iniciado se acercó:

-Abba Desierto, indícame dónde está mi celda por favor.

-Hijo mío, desnúdate de todo y yo seré tu celda, tu santa intemperie.

 

“Tu celda, tu cielo”. Así me lo enseñaron. “Retírate a tu celda y haz de ella tu cielo”. Siempre lo entendí conforme aquella sentencia evangélica de que cuando ores retírate a tu habitación donde el Padre ve en lo secreto… Debo confesar que no pocas veces ha sido un infierno, lugar de los demonios….

La intemperie de uno mismo… ¿Quién pudiese estar frente a sí mismo desnudo y transparente? ¿Quién pudiese estar consigo mismo en paz, en serena aceptación gozosa del propio ser?

“Donde esté tu celda, esté tu cielo” o “sé tú la celda donde se abra el cielo”. Para ello es necesario que se vaya desmontando todo. Habitar la celda interior, paradójicamente, consiste en derribar todas sus paredes y su techo e ir quitando todo amueblamiento. Pues la celda interior no será cielo mientras tantas apropiaciones nos esclavicen, un sinfín de pegotes que nos mantienen adheridos a la terraquiedad mundana y lejos del abrazo del Padre.

La contemplación es práctica pues de una humilde intemperie y una santa desnudez. Un descubrimiento en fe de la radical fragilidad que somos. Un reconocimiento en gracia de nuestra dependencia del Padre que nos ama. Una claudicación, una capitulación del yo autónomo que pretendía auto-afirmarse solo fundado en sí mismo. En cambio libremente surgirá la plegaria filial: “Necesito, Señor, ser rescatado. Acepto ser fundado en Ti. Eso soy y seré con alegría, un ser rescatado por Ti. Sólo Tú serás mi cimiento.”

Solo así, desnudo en su intemperie existencial, como haciéndose nada para poseerlo todo, como perdiéndose para ganarse, podrá el contemplador sentirse seguro en el refugio del Padre que lo ama con libre gratuidad. Y sólo entonces la intemperie se volverá cobijo.


 

Abba Desierto 1

 



"Apotegmas contemplativos." (2021)


Se acercó un discípulo recién llegado y le preguntó:

-Abba Desierto, ¿cómo haré para sobrevivir aquí en ti?

Y se le respondió simplemente:

-Aquí no has venido a vivir sino a morir.

 

El Desierto es un símbolo bíblico entrañable. Es el lugar de la Alianza. Pero también el lugar de la tentación y la prueba.

Cuando se sale de Egipto se encuentra el Desierto. Es el mismo Dios quien nos conduce allí. Arrancados del alboroto de Egipto somos llevados al silencio del Desierto que nos permitirá oír la Palabra. El Desierto árido y desprovisto será experiencia de profunda austeridad: todo sabrá a provisorio y la itinerancia se hará regla. Ciertamente la vida parece haberse reducido a su más desnuda pequeñez para quien habita en el Desierto. Y ahora se debe tomar una decisión. Sólo una decisión permitirá dejar atrás el Desierto y pasar a la Tierra Prometida.

Quien es acercado a la vida contemplativa aprende pronto que debe dejar atrás todo cuanto antes le parecía vida. Las cadenas de la esclavitud del pecado han sido rotas pero el alma aún necesita ser sanada y purificada de sus desviadas apetencias. En el silencio aún emergen tantos ruidos y voces confusas. La vida que se ha llevado aún está vigente. No ha quedado atrás sino que late en nosotros. La vida vieja ha venido con nosotros al Desierto. El contemplativo comprende que no se trata de sobrevivir como quien se aferra desesperadamente a lo poco que le queda y no desea soltar. Todo lo contrario, la cuestión es dejar que muera para que definitivamente quede atrás. No podrá salir del Desierto Purificador hacia la Alianza Nueva mientras siga cargando en sí mismo lo que no tiene lugar delante. Al Desierto Dios nos ha traído a terminar de morir.


 

23. Entre la noche y el alba. ITINERARIO CONTEMPLATIVO.

 


"IMÁGENES. Un acercamiento al itinerario contemplativo." (2020)


23. Entre la noche y el alba

 

            La oscuridad se va tornando menos densa y viscosa. Hay cierta agilidad en la noche. La negritud va decayendo en su intensidad. Sin embargo la coloración es insulsa e indefinida. Aún no hay variaciones temáticas en el firmamento que anuncian el arribo del sol. Aún las estrellas fulguran, mas ahora en un contraste alicaído. Hay como cierto anuncio leve, cierta insinuación debilitada del alba. Pero todavía hay noche, aunque no tan anochecida como en horas pasadas. Es un tiempo raro, de transición. Un tiempo que se prevé corto y que sabe largo. Un tiempo extraño...

 

            Este es el tiempo más agudo y más intenso en cuanto tiempo. Porque parece como un instante largo y pausado, un abismo entre noche y alba. Ya parece haber quedado atrás aquel duro trabajo de purificación del capullo que, reseco, está  a punto de quebrarse y de abrirse pero todavía no. Ya el contemplador ha experimentado de Dios lo que jamás hubiera esperado y ni siquiera podido anhelar pero aún hay más. El día de la unión esponsal todavía no llega. Y de a poco va descubriendo que este tiempo entre la noche y el alba es en purificación más hondo, más suave y más denso. Es el tiempo del paso definitivo y por eso el tiempo de vérselas cara a cara con los demonios más escondidos y más sutiles. Un tiempo donde el corazón desea ser todo de Él y ser introducido totalmente, en cuanto en esta vida nos es dado, en la Vida Trinitaria. Un tiempo doloroso, porque el corazón experimenta cuánto se retrasa aún este suceso del que ya algo ha gustado, fugaz y vigorosamente. Otra vez está como la amada en el umbral. Todavía su fe es débil, su esperanza errática y su amor dividido; no como al comienzo pero sí en cuanto al detalle. Hay tanta luz oscura que hasta lo más imperceptible del alma se ha vuelto impactantemente visible. Partículas y partículas de pecado subsisten por aquí y por allá como flotando en ese rayo de luz oscura que ingresa a la habitación secreta por las rajaduras del capullo. ¡Oh, apaga ya Amado, todo destello de fascinación que aún me roba la mirada! ¡Aniquila ya todo vestigio de yo autosustentado! ¡Extirpa las raíces del pecado! ¡Cuánto más amor de Ti será necesario recibir para que de mí brote una gota pequeña de amor puro y total! ¡Oh, rompe ya todas las cadenas que aún me atan y detienen! ¡Unifica ya todo mi ser en Ti! ¡Recoge ya todo lo mío en Ti!

Pero es pedagógico de parte de Dios sostenernos en este suspenso mortal, en esta dulce y dolorosa agonía del alma. Porque aquí, entre la noche y el alba, todo el ser queda atravesado por este ya pero todavía no en el amor, y esta tensión que lo atraviesa también lo acrisola y lo unifica y lo sana y lo recrea hasta la raíz más última. Si en medio de la noche, sin ver nada, la primicia del amor le movía hacia delante y sustentaba en la purificación gruesa; cuánto más ahora, ya cercana el alba, ya viendo algo en la noche que cede, el amor le excitará hacia el horizonte y le dará firmeza frente a la purificación fina de lo recóndito de su alma. Si antes la purgación parecía una excavación hecha con garra, ahora solo hay un débil gemido agonizante que entrecortado se sostiene. Porque es ahora cuando el Señor toca lo más hondo de nosotros, limpiando nuestras raíces de todo gusanillo que enferma y debilita la planta. Ahora es el tiempo de una limpieza total y minuciosa, a fondo y en detalle.

Ahora es la delicadeza del amor que no deja ningún espacio sin su luz y ningún hueco con resquicio de polvo o grasitud. Ahora es la radicalidad de la conversión que prepara la radicalidad de la unión. Ahora, entre la noche y el alba, viene el tres veces Santo a hacernos capaces de Él en su santidad. Ahora la voluntad es llevada a juicio de amor donde se le sentencia a someterse del todo, a morir ya del todo, a abandonarse sin dejar nada de sí para sí. Ahora está a punto de quebrarse el capullo haciendo que el contemplador se sumerja del todo en Cristo Hijo y en su filiación absoluta experimente la muerte a sí absoluta y el abandono al Padre sin resquicio de especulación o seguro. Ahora es el tiempo del todo o nada. Ahora es el amor un amor exigente hasta la raíz. Ahora es el salto en el abismo de la muerte para ganar Nueva Vida. Ahora es la agonía de la Cruz con el horizonte claro del sepulcro. Ahora es el tiempo de la fe. Ahora es el sí y es el no. Ahora, en un instante, es la eternidad. Ahora es el drama de la libertad. Ahora es el abandono a la libertad. Ahora es el clamor y el gemido: No me abandones Dios mío, ni te quedes lejos. Ahora es el doloroso parto del amor que permite nacer de nuevo desde y hacia lo alto.

Ahora es la crisis total para ser aunados totalmente en Él y siendo absolutamente de Él ya no ser de nada ni de nadie más sin Él. Porque ¿qué es la paz y el bienestar y la felicidad sino ser un ser simple y unificado sin atisbo de división? Si hemos sido creados para habitar en Él, simple y uno en el amor, ¡tendrá que acallarse la división que nos enferma y nos mata y que pone distancia con Él! ¡Amor, amor, amor! ¡Oh Tú que eres tres veces Amor y uno solo ven, no me dejes, hazme tuyo! Así saliendo del capullo seré como pozo de agua serena y traslúcida. Tú entonces Amado arrojarás la piedrecita del Amor y las ondas acuosas suavemente tocarán todas mis riberas. Sé que llegarán los días del Esposo. Amén.

           

 

 

22. El beso. ITINERARIO CONTEMPLATIVO.

 



"IMÁGENES. Un acercamiento al itinerario contemplativo." (2020)


22. El beso

 

            Ellos están enamorados y se miran. Con los ojos cargados de amor se acarician. El silencio lleva y trae consigo el canto secreto de mil ruiseñores y de doscientas noches serenas y estrelladas. Y hay perfume... perfume a embrujo de amor en el aire; perfume que se expande y hechiza al entorno entero también. La mano de él acaricia la mejilla levemente ruborizada de ella que deja caer sus párpados vencidos por el peso de una mirada más luminosa que el amanecer. Pero ningún gesto todavía alcanza a expresar la intimidad que los une en el amor. Cuando ella vuelve a abrirle sus ojos y a sostener la mirada encontrada, él se le aproxima más. Entonces, con la timidez despaciosa que conllevan los pasos verdaderamente importantes, se besan. El universo entero se resquebraja... El beso ha llegado a expresar la unión de dos que permaneciendo dos en el amor, de algún modo, llegan a ser uno solo. El beso ha roto el velo etéreo del enamoramiento y ha puesto los cimientos del amor. Ha sellado el compromiso de ofrecerse y recibirse mutuamente. El beso es la fruta madura de las pasadas búsquedas, de los suspiros escondidos y de los anhelos de fuego. El beso ha cambiado todo entre ellos... lo ha cambiado todo.

 

            Esta es sin duda una imagen peligrosa. Peligrosa porque uno puede quedarse con la cáscara de un romanticismo banal. Peligrosa porque es atrevidísimo proponer que el contemplador y Dios se dan un beso. Mas no soy el primer atrevido ni de lejos. ¡Que me bese con los besos de su boca! exclama la amada en el comienzo del Cantar de los cantares y no pocos autores espirituales se han valido de ello. Sin embargo estoy de acuerdo: urge dar el sentido por el que proponemos esta imagen incómoda e inusual.

En todo este itinerario hemos hablado del encuentro del Amado con el contemplador, pero también hemos dicho que hay encuentros y encuentros... No es la misma circunstancia la del Amado llamando de lejos o golpeando a la puerta de la casa y arrastrando a su amada hacia fuera, que la del Amado presente y oculto en la noche que la amada atraviesa enceguecida y confiada. No es lo mismo el encuentro que se da en la persecución o el que se ofrece en la purificación transformante. Dios es siempre el mismo mas nosotros nos movemos por su operación cada vez más hacia Él en cuanto verdaderamente Él, todo Él.

Como sucede en la imagen de los enamorados no es el rapto en cuanto estar todo hacia Él, ni el efluvio en cuanto experimentarse todo lleno de su amor que viene sorpresivo, ni la liberación  y sanación que nos produce el quedarnos desnudos ante su mirada, ni todo lo demás ya descripto lo más encumbrado de la relación. En el beso (símbolo de que se han traspasado las fronteras que distancian) los enamorados se tocan de tal modo que aunque dos también uno solo. Y cuando el contemplador es invitado a entrar en la bodega más secreta de su alma es cuando se le da experimentar ese toque verdaderamente directo y sin mediaciones de Dios en él. Es la evidencia de la Trinidad viviendo en uno y de uno que ya va teniendo alguna primicia de cómo vivirá en ella eternamente. El beso va anunciando entonces que ya algunos trabajos de purificación van concluyendo y que el alma está más dispuesta a recibir el don de una unión duradera. Sin embargo el beso es una unión aún provisoria pues todavía no está el contemplador del todo desnudo, desasido de sí, aniquilado por el amor a su pecado. La noche del capullo más sutilmente, más suavemente pero con mayor fecundidad y fuerza aún debe escalar y ascender...

Como sucede con los enamorados un besarse aislado e infrecuente no dice más que una relación todavía impredecible en su derrotero. Solo cuando este besarse, signo de su búsqueda amorosa de ser dos pero en uno, se va tornando más frecuente y pueden vivir en esa misma unidad aún en la distancia se puede afirmar que se encaminan hacia el desposorio.

En el beso ya algo se nos anuncia de este matrimonio espiritual que no puede ser sino participación de la Vida intra-Trinitaria: Dios y el contemplador donándose totalmente, estableciendo una comunicación de amor que no empobrece a ninguno al despojarse de sí y ponerse entero en el otro sino que gesta una unidad viviente y sobreabundante, forma participada de aquella incesante circulación de Amor entre las Personas divinas.

Y ese instante del beso entre Dios y el hombre me parece entonces capaz de atravesar toda la historia y hacerla mejor: el hombre acepta y se restituye a la filiación que le fue regalada desde siempre por el Padre en Cristo Señor y en el Espíritu.

 

 


POESÍA DEL ALMA UNIDA 35

  Oh Llama imparable del Espíritu Que lo deja todo en quemazón de Gloria   Oh incendios de Amor Divino Que ascienden poderosos   ...