Los profetas y su vigencia hoy (2)

 


Cuando pensamos en los profetas supongo que nos vienen a la memoria los “profetas escritores”, es decir aquellos cuyos oráculos leemos en la Biblia. Sin embargo no debemos olvidar que el fenómeno profético es más amplio y antiguo. El profeta por excelencia es Moisés y se deberá esperar un Profeta semejante a él pero definitivo, ya figura del Mesías (Dt 18,18). Como tampoco debemos obviar a esos grandes profetas, más de la acción que de la palabra: Samuel, Elías y Eliseo. Ellos comenzarán la gran campaña de purificación del pueblo, aún no convertido plenamente al monoteísmo yavista y todavía atraído por un politeísmo idolátrico.

 

La profecía en Israel

 

Otro dato inquietante tal vez para algunos. Israel toma de los pueblos circundantes géneros literarios y vías de comunicación con lo divino. Aún en la época de los Jueces era un pueblo politeísta: Él, Yahvéh, Astarté y Baal. Ciertamente hubo en el exilio y pos-exilio una depuración de los textos por las redacciones deuteronomista y sacerdotal en favor del yavismo, intentando argumentar una situación monoteísta antigua y original. Los únicos textos exentos de retoques fueron las colecciones proféticas –ya consideradas como textos sagrados-, que siendo claramente yavistas, nos dejan sin embargo un impresionante testimonio acerca de ese Israel todavía politeísta e idolátrico.

Los profetas son concebidos como en otros pueblos: no todos son vocacionales, los hay cortesanos y profesionales. En la Biblia se los nombra de diversos modos:

1) Roéh / vidente. Tienen una percepción desde un objeto de concentración, una percepción extrasensorial aumentada por un don de Dios (Samuel). Son más comunes en la época de los Jueces cuando el Yavismo aún no es preponderante. Son profetas urbanos que obtienen recompensa.

2) Hozéh / visionario. Reciben visiones en éxtasis. Se trata de un estado alterado de conciencia que hace más patente la libertad de lo divino y el carácter de la persona (Eliseo). Los hallamos al comienzo de la sedentarización-monarquía. Están vinculados al yavismo de Judá, en ese momento clan hegemónico.

3) Ish Elohim / hombre de Dios. Jefes de escuelas proféticas (profetismo grupal); presiden las comidas, son encargados de la providencia, convocan a la asamblea extática (Elías-Eliseo). El contexto es de lucha entre el Yavismo y el Baalismo. El profeta es algo así como un misionero popular yavista  del Sur (Judá), propagandista contra el mimetismo-sincretismo religioso que triunfa en el Norte (Israel). En Yahvéh se destaca, sobre todo, su poder. Estos profetas llegan a ser líderes políticos.

4) Nabí  / profeta. Caracterizados por la conciencia de su vocación y de la trascendencia de su misión (Isaías, Jeremías, Ezequiel, etc). Predican un Dios que denuncia actitudes personales y sociales contrarias a la Alianza, un Dios que sana y reconcilia. Son mediadores entre Dios y su Pueblo. Son mediadores suscitados por Dios dado la decadencia de otros mediadores (reyes,  sacerdotes, falsos profetas, etc) y que entran en conflicto con estos grupos de poder hegemónicos. La profecía es individual y no grupal. Dios se les manifiesta mediante oráculos auditivos (experiencia profética por excelencia). Sus alocuciones-oráculos las comienzan y cierran con 2 fórmulas: Palabra de Yahvéh y Así dice Yahvéh; con ellas indican que hablan una Palabra que no es suya sino que la han recibido de Dios, que cumplen un mandato. El profeta no dispone de esa palabra a voluntad porque Dios es libre; a veces le sorprende, a veces se retrasa inexplicablemente. Pero el profeta también es libre y puede rechazar la Palabra que se le dirige.  La profecía es una respuesta de Dios a la realidad que vive su Pueblo; una palabra clara, dura y exigente. A veces esa palabra, desagradable y difícil de aceptar, les hace incomprendidos, solitarios y perseguidos.

El profeta y el pueblo saben que existen falsos profetas, oportunistas del poder de turno,  predicadores a conveniencia. El profeta sabe que de la Palabra de Dios él solo recibe una fracción, la Palabra total se desvela en la historia; por eso el cumplimiento histórico del oráculo es la señal de su autenticidad, de que Dios realmente le envió.

 

Los profetas versus los predicadores oportunistas y a conveniencia

 

Pienso que esta coexistencia de profetas falsos y verdaderos se ha mantenido a lo largo de la historia y es vigente también hoy. Siempre hay quienes dicen lo que se quiere escuchar. Predicadores oportunistas que se presentan de parte de Dios para justificar las ideologías imperantes, para endulzar y sobar el lomo de los que no quieren ser interpelados o corregidos, para convalidar las prácticas de los poderosos de turno, para mantener el status quo dominante y para básicamente anestesiar cualquier esfuerzo de purificación tendiente a la santidad. Los falsos profetas buscan aprobación y popularidad personal; suelen manejarse digamos con habilidad política para contentar a todos. Son pues serviles a cierto relativismo que les permita diluir la verdad y sostener contradicciones.

Los verdaderos profetas, quienes realmente escuchan y comunican la Palabra del Señor, deberán sufrir inexorablemente. Uno podría dirigir la mirada inmediatamente a Jesucristo, el Justo. Pero también podríamos contemplar a los santos. Nuestra devoción por ellos es bastante inmadura creo. Los vemos hoy en una estampita y contamos asombrados sus acciones legendarias. ¿Pero nos damos cuenta de lo incómodos que los santos fueron para sus contemporáneos? Eran de Dios, ¡demasiado de Dios!. Parecían locos o fanáticos, exagerados y exigentes en su forma de vivir la fe y sobre todo su testimonio cuestionaba la forma de creer de tantos cristianos. No la pasaron bien los santos muchas veces, no solo de parte del mundo sino de la propia Iglesia. Podríamos ver en los santos los verdaderos profetas que Dios nos ha regalado en la historia.

Otro dato inquietante. ¿Es posible que en nuestra Iglesia hoy coexistan predicadores oportunistas y a conveniencia con verdaderos profetas santos? ¿Cómo discernir y distinguirlos? O mejor aún: ¿queremos conocer la verdad que interpela y purifica?

 

Los profetas y su vigencia hoy (1)




¿Qué es un profeta? ¿Quién lo elige y con qué criterios? ¿Cuál es su misión? ¿Quién lo recibe y acredita? ¿Cómo se discierne su actuación?

Haremos una catequesis bíblica sobre los profetas y sobre todo nos preguntaremos cuál es la vigencia de su mensaje hoy.


La profecía en las culturas de la antigüedad

¿Qué hace propiamente un profeta? ¿Entiende a Dios e interpreta sus ocultos designios? ¿Tiene poderes sobrenaturales que proporcionan soluciones milagrosas? ¿Posee una sabiduría derivada de una experiencia mística? ¿Tiene el poder de convocar a Dios y con su plegaria interceder y desencadenar acontecimientos históricos? ¿Conoce el futuro por revelaciones divinas? ¿Cómo se comunica con Dios: en trances extáticos o con ritos más o menos mágicos?

La primera aproximación al fenómeno profético nos puede sorprender o turbar: no es original de Israel o de la Biblia, aunque claro se comprenderá y ejercerá de un modo nuevo y original. La “profecía” en sentido amplio es pues antigua en la historia humana, al menos en unos antecedentes más o menos conexos con la vida de Israel, quien convive en un marco cultural mixturado con otros pueblos. Veamos algunos ejemplos.

En Egipto los dioses no son señores de la historia y sólo organizan el plano trascendente. El faraón con sus decretos redacta la historia. Es que hay un eje que vincula los dos planos (trascendencia-historia) y ese eje pasa por el faraón. En este sentido el faraón es hijo de los dioses y su autoridad se fundamenta y emana de la autoridad divina. El faraón interpreta y traslada con su gobierno, el orden del plano trascendente al plano terrenal. Pero cuando hay desorden y caos en el plano de la historia, ¿cómo se explica?  Pues porque el faraón se desconectó, está fuera de eje. ¿Cómo reencausar las cosas? Aparecen entonces los magos y adivinos de la corte que con sus ritos y fórmulas restablecen al monarca en su equilibrio. La casta sacerdotal funciona al fin como una legitimación dinástica. Aunque rescatamos que ya tienen esa función de ayudar a interpretar y correlacionar cielo y tierra, trascendencia e historia.

En Ugarit en cambio, el rey es el custodio de un orden basado en la justicia y la solidaridad; debe cuidar por eso que los pobres y débiles sean defendidos. Cuando el rey no cumple su función se genera el desorden. Pero como la historia humana es el reflejo visible del mundo invisible-divino, los problemas de acá son efecto de los problemas de allá. Nuevamente funciona la legitimación del monarca y su exculpación. Ha pasado algo en el mundo invisible, un desorden en el nivel divino, que explica lo que pasa en la tierra y las acciones inquietantes del rey. Aparece otra vez la magia para descubrir el problema de allá y por el uso de palabras mistéricas, gestos y ritos restablecer el orden del cielo. Pero otra vez lo divino celestial y lo humano terreno están conectados y hay personajes que comprenden y actúan sobre esa conexión.

En Babilonia el destino está escrito en el cielo, en las estrellas y hay sabios que lo leen para conocer los caminos de la historia. Ni influyen ni descubren, solo comprenden el movimiento de los dioses que desean comunicarse, revelarse. La interpretación astrológica es realizada por el ministerio de los sacerdotes. Aquí aparecen conceptos más cercanos a la fe bíblica como una divinidad que tiene designios sobre la historia de los hombres y quiere revelarlos. Los dioses no pueden ser dominados por acciones o intervenciones mágicas. Los hombres pueden escuchar a los dioses que quieren comunicarles su destino por los astros, pero permanecen libres también para acoger beneficiosamente o desestimar trágicamente su mensaje.

En Mari y Hatti la concepción es bastante más cercana a Israel. Los dioses son libres y no están sometidos a las leyes de los soberanos o a la magia. Entre ellos hay un dios preponderante, principio de la ciudad-imperio llamado, SADDAY o el dios de la tormenta. Obviamente con cierto parentesco con la experiencia religiosa del Dios de los patriarcas hebreos. La única forma de encontrarlo es que él quiera comunicarse. La profecía es espontánea –digamos carismática- bajo el influjo de la divinidad que posee al mensajero; o ejercida por el orden sacerdotal mediante celebraciones rituales –o sea institucionalizada-. Suele inducirse la profecía por trance extático  a través de la música, danza, aspiración de vapores de hierbas arrojadas al fuego, laceraciones y mutilaciones corporales. La sugestión hipnótica y la alteración de conciencia produce un contacto numinoso, hace factible la manifestación divina pero no la asegura ni controla. La profecía no legitima el orden establecido.

Hemos citado estos ejemplos porque Israel ha estado siempre en contacto con estas culturas. De hecho, cuando los profetas bíblicos buscan purificar al pueblo y sacarlo de sus idolatrías, suponemos que practican ritos paganos donde se encuentran con estos personajes.


Nuestro presente no es tan distinto

En este sentido pienso hay un punto de contacto con nuestro hoy. Tras una modernidad que se erigía racionalista y descreída de cuanto no se podía explicar “científicamente”, va surgiendo nuestra época con un nuevo esoterismo. Es ya habitual la convivencia con las creencias mágicas, la apertura a las energías y su manipulación, las interpretaciones astrológicas, la preponderancia inquietante del destino, como  sabidurías y prácticas ocultas de diverso tipo. Una religiosidad difusa y divergente, de tendencia sincretista y panteísta, emerge discordante y rupturista de la imagen del mundo medible y cuantificable con exactitud por el método racional.

En nuestros días ya no es solo el ateísmo sino la religiosidad pagana el ambiente de la evangelización. ¿Y acaso este no es el humus donde brotó y actuó el movimiento profético en Israel? Es más, ¿no es un contexto similar al de la primera evangelización cristiana? Reencontrarnos con la dimensión profética de nuestra fe parece pues ineludible para evangelizar el mundo de hoy.

 

ABBA AGUA. Explorando manantiales. Una alegoría acuosa.





En mi experiencia de “explorador espiritual” he comprendido que los manantiales, como los efluvios, son “caprichosos”, tienen sus reglas.

Los primeros manantiales se muestran fácilmente disponibles. Allí el agua fluye bastante cercana a la superficie, basta un poco de excavación nomás. Si uno quiere obtener más agua debe trabajar. Perforar el pozo, apuntalar las paredes e ir más hondo sin que se desmorone. Aquí el trabajo es continuo: excavar, apuntalar, ganar profundidad. Quien no persevera en la labor verá inevitablemente que el túnel por donde asciende el agua se va obstruyendo hasta que ya no brota más que exiguamente y embarrada. Cuando un pozo se cierra no nos queda más que volver a excavarlo. ¡Qué pérdida de tiempo y de esfuerzo, qué oportunidad desperdiciada!

Los segundos manantiales son extremadamente juguetones, en verdad son efluvios. Uno nunca sabe cuándo y dónde van a surgir. Sus aguas son pujantes y como una columna repentina que emerge, ascienden hacia lo alto. Aquí no hay trabajo sino mayor gratuidad. Lo que se requiere es estar el en lugar y la hora oportuna. Se necesita que el explorador, ya en gran sintonía con el palpitar de la tierra, intuya en fe, esperanza y amor el brotar del agua adviniente. Sólo quien transita esta comunión persistente con la tierra profunda podrá gozar de estas aguas caudalosas que ascienden.

Los terceros manantiales son difíciles de encontrar, más bien diría que ellos nos salen al encuentro. El explorador advierte el rumor del agua que corre pero está debajo de la tierra, en la profundidad escondida. Haciendo un hondo silencio y oyendo podrá rastrear su origen. Entonces encontrará un agujero en el terreno absolutamente oscuro. Allí abajo, brota un agua exquisita y poderosa. Pero aquí arriba no hay auxilios posibles, estamos solos, sin compañeros y sin herramientas de descenso. La única forma es saltar dentro del pozo. ¿Hasta dónde caeremos? ¿Valdrá la pena la apuesta? O simplemente ¿no nos moriremos en el intento? ¿Caeremos en agua o roca sólida? Es aquí donde la mayoría de los exploradores dejan la aventura.

¿Quieres saber qué pasará si saltas? No serás defraudado. En el fondo una vertiente de agua inigualable por su pureza y frescura mana siempre. De hecho podrás explorar diversas galerías con sus propias fuentes. Pero el precio a pagar es alto: estar dispuesto a perderte, entregar tu vida considerando más valiosa esa agua que todo cuánto tienes. A grandes ofrecimientos, grandes decisiones y grandes respuestas. A todo o nada, sin reservas ni segundos planes. Para ganarte debes perderte. Para vivir debes morir. Esta agua escondida es agua de renacidos.

El cuarto manantial es único y original, no hay otro como él. No se busca y no se encuentra sino que se aparece. Aquí el agua es definitiva y verdadera y mana eternamente. ¿Bajo qué regla? Sólo si enfrente hay un sediento brotará el agua. Un agua inagotable para una sed inagotable.

 

 

Abba Agua 5

 



Abba Agua se encontraba serenamente parado bajo la intensa lluvia.

El discípulo se le acercó corriendo.

-¡Vamos Abba, ponte a reparo en la cueva!

-¿Tú sabes por qué llueve?, le preguntó.

Pero el joven se quedó estupefacto, desencajado.

El anciano Abba Agua sonriendo le dijo:

-Para que no olvidemos que el Agua es Don.

¿Qué sería de nosotros si no se regalara?


            La vida contemplativa es sorprendente y continua experiencia de gratuidad. Dios nos ama libre y gratuitamente; Él es el Amor. Dios nos ama simplemente porque nos ama, podríamos decir. Amarnos no incrementará su Gloria y que nosotros lo amemos a Él tampoco acrecerá su divinidad. De hecho en su eternidad Él ha ordenado a su creación hacia la Gloria, hacia la participación gozosa y la fruición desbordante en el misterio de una eterna comunión que llamamos bienaventuranza. Él, amándonos con eterno, gratuito y libérrimo designio en Jesucristo, nos ha predestinado al amor. El Padre, fuente de las eternas procesiones inmanentes del Hijo y del Espíritu, les ha dado su misión económica para que el hombre en la historia pueda descubrir su vocación divina. Nos ha amado para que pudiésemos participar de la Gloria del Amor.

¡Ay que difícil es para el hombre carnal, aún no purificado para la vida en el Espíritu, aceptar y gozar de la simplicidad del Amor, de la simplicidad de Dios!

Ciertamente no dejarse amar le pondrá en peligro. Por aquí entrará en las ruinosas desviaciones de todos los matices pelagianos. Queriendo afirmar al hombre en su libertad, voluntad e inteligencia, negará o degradará la primacía de la Gracia. ¡Debemos aceptar que Él nos ama primero, dejarnos amar primero! ¿Es tan simple no? Abrirnos a Él que siempre atrae y llama. Dejarnos amar por el Dios que es Amor. No nos hará daño que nos ame y aceptar que necesitamos su Amor. Porque el hombre que se aleja de su Amor se resiente y se encierra en sí y la tentación lo conduce a concluir que para autoafirmarse a sí mismo sobre la tierra debe matar al Dios del cielo. Y entonces ya no tendrá el Amor en su vida y todos sus amores sin su Fuente se deformarán monstruosos y nocivos. El hombre sin Dios arruinará su vida, pervertirá la tierra y perderá el cielo.

Pero esperar que nos ame sin que nosotros respondamos en amor por un amor nuestro, un real y operante amor nuestro sanado y elevado por su Amor, nos llevaría a las engañosas tierras del quietismo.

Los quietistas de todo tipo representan un misticismo extremo donde Dios –didácticamente expresado y con exageración- posee al alma de tal modo que anulando sus potencias de alguna forma las suplanta. Aquí por afirmar la primacía del Altísimo y solo Santo, se diluye o niega el papel del hombre creado justamente a su imagen y semejanza, capaz de Dios y ordenado ónticamente a la interacción con la Gracia. Desbalanceada la ecuación –ya por desconfianza de la naturaleza humana ya por admiración dada la inmensidad de la acción salvífica-, aquí se yergue la posibilidad de la despersonalización panteísta y el antiquísimo error de la fusión con el Uno.

            No se perderá el hombre si se abandona libremente en las manos de Dios, si sanamente declara su dependencia en amor de quien lo ha creado y destinado a la salvación. Ni al ejercer su acción redentora el Señor disminuirá a su criatura, sino que la elevará a la participación de la naturaleza divina. Pero esta sabiduría de Alianza sólo se engendra en la experiencia del Amor desproporcionado e inmerecido que se dona y que al alma eleva en vuelo de espíritu y arroba en éxtasis.

            Es causa de harta desconfianza y desaliento creo, que el lenguaje y la conceptualización humana nunca terminen de dar cuenta del Misterio. Pero es más simple de lo que esperamos. La “quietud o sueño” de las potencias no habla en modo alguno de anulación sino de maduración y elevación al lenguaje de la Gloria, de arras de la comunión bienaventurada y del diálogo ininterrumpido y eterno. Toda en Dios por el amor que se le ha acrecido, por la donación total de Él y por la respuesta de abandono total de ella, el alma lo vive todo en Gracia de Unión.

            La negación de sí –tan evangélica-, de largo proceso en la ascesis y en las purgaciones místicas, no culminan en una nada como aniquilación de la persona, derivando hacia una fusión y mezcla absorcionista con lo divino; sino en una noidad vincular relativa al Absoluto de Dios, debiendo ser entendida mas bien como plena disponibilidad a la Unión, como querida y operante receptividad del Amado, quien puede ya llenar la vida de la amada.

Insisto que la vida contemplativa es más simple, y se funda en la simplicidad de Dios. Santa Teresa de Jesús al enseñar sobre los cuatro grados de oración hablaba de regar el huerto: con agua de pozo, con noria, reconduciendo por canal un caudal de agua y finalmente cuando simplemente llueve. Tener vida contemplativa es saber que llueve. Que Dios es Amor y que eternamente ama. Que su amor está cerca y se derrama, haciendo habitación y morada en el alma y reconduciendo al alma a la Gloria esponsal definitiva y eterna.

Cuándo los espirituales en la cumbre de su maduración alumbran místicamente la experiencia gozosa de la inhabitación Trinitaria: ¿qué significa? Que descubren que simplemente llueve. El único eterno y absoluto es el Dios que es Amor y que se dona sin medida en propuesta de comunión eterna. La única sabiduría proporcional a este Amor que benevolente se abaja a acontecer es el humilde aprendizaje de una activa receptividad que elige permanecer en el Amor. Simplemente llueve. Dios es Amor y ama. Eso es lo que no cambia ni pasa ni se muda, lo único verdadero y firme. “La Cruz permanece en pie mientras el mundo gira”, reza la tradición cartujana asignada a San Bruno. Todo tiene su centro de gravedad aquí y descubrirlo es auténtica contemplación: Dios es Amor y ama. Simplemente nos hace Don de Sí. ¿Qué sería de nosotros si en Amor no se regalara?


Abba Agua 4



"Apotegmas contemplativos" (2021)


 -Dime Abba Agua: ¿qué hago para vivir en el Espíritu?

-Excava tu pozo, apuntala tus paredes y ve siempre más profundo.

Detente solo cuando el Agua que vive dentro tuyo ascienda desbordando tu brocal.


            El Agua Viva vive dentro de ti. El Agua Viva late y nos llama desde nuestro fondo escondido. Así hemos sido creados. Somos como un pozo y el Agua Viva quiere llenar desbordante nuestro brocal.

Esto debe entenderse en dos niveles. En un nivel metafísico y antropológico creemos que el ser humano es “espíritu”. La antropología bíblica, pre-filosófica, concibe al hombre como estructuralmente creado para la comunicación con Dios. Los Santos Padres hablaban del “capax Dei”. El ser humano está ontológicamente abierto a Dios y lleva dentro de sí la capacidad para el encuentro con Él.

A nivel de la Nueva Creación en Cristo y por su Pascua, la Gracia Sacramental del Bautismo ha introducido en la naturaleza humana redimida (justificada) la presencia del mismísimo Dios, la inhabitación Trinitaria que se apropia a la acción del Espíritu Santo. Mientras el discípulo permanezca en la gracia santificante goza de este don y cuando por el pecado mortal lo pierda puede recuperarlo por el sacramento de la Reconciliación.

La experiencia de los espirituales y místicos nos enseña que el camino de la vida interior es una progresiva experiencia personal de esta Vida de Dios dentro nuestro; como un anoticiarse y tomar conciencia en la dinámica de la Gracia, de este fondo escondido donde Dios habita y nos espera para vivir en plenitud de Alianza. Así Santa Teresa en “Las Moradas o Castillo interior” ponía la imagen de las múltiples habitaciones por recorrer hasta introducirnos en la alcoba nupcial del Rey. En verdad todos los místicos han intentado describir itinerarios usando diversas imágenes. Siempre se trata de recorrer un camino hacia la meta que podríamos decir se encuentra a la vez hacia lo alto y hacia lo profundo.

La vida de oración se podría decir que es como una excavación del corazón. Hay que adentrarse en la propia tierra porque en el fondo brotará el Agua Viva del Amor. La vida espiritual por tanto supone este trabajo de excavación, este ir hacia la profundidad. Sin embargo podríamos afirmar que hay dos dinámicas distintas, que a su vez constituyen niveles o dimensiones.

Una le corresponde al orante que está iniciándose en la vida interior. El orante pues lucha por concentrarse, persevera en el tiempo dedicado a rezar, aprende a defender ese espacio de encuentro con el Señor superando distracciones y arideces; en fin, hace de su oración personal un empeño metódico, frecuente y cotidiano. Sin orden y sin perseverancia no se puede crecer. He visto a muchas desalentarse y volver atrás, pues al no ser perseverantes y firmes en su opción orante, están siempre volviendo a comenzar. Como no apuntalan el pozo, las paredes se desmoronan y se obtura nuevamente el brocal; sacan un poco de Agua, pero su desidia les hace pasar más tiempo en árida excavación que en gozo de encuentro.

Aunque ciertamente en este nivel no es tanta el Agua que se puede sacar. Las herramientas con las que trabaja el orante no alcanzan grandes profundidades. Además es harto trabajo apuntalar las paredes del pozo, o sea consolidar lo alcanzado y permanecer en el diálogo. Pero es verdad que uno podría alcanzar cierta profundidad lindera a un salto de nivel en la experiencia orante: la adoración, el silencio asombrado y enmudecido frente a la Presencia misteriosa que parece envolvernos enteramente en derredor y llenarlo todo. La postración (exteriorización física de una actitud interior) suele expresar bien este acercamiento a lo Sagrado que irrumpe haciendo notar su vecindad con nosotros.

Otra dimensión es la contemplativa. Aquí se percibe la primacía del trabajo de Dios. Es difícil hablar de las purificaciones místicas o purgaciones infusas. Se han descripto con imágenes diversas: la noche, el cauterio, el flechazo, el capullo y más. ¿Quién pudiese dar cuenta con precisión de esta experiencia interior cual si fuésemos metidos en el sepulcro de Cristo? Obviamente es una profundización de la gracia de la Pascua comunicada en la gracia del Bautismo e incrementada por toda la economía de la gracia sacramental. Yo mismo he utilizado una imagen atrevida: el alma experimenta el toque del Señor, que si bien es como mano delicada y suave, se siente espiritualmente como una garra afilada que proveniente de las profundidades escondidas desgarra entre amor y dolor. Dios excava en amor y desmorona apuntalando en Cruz. Invita seductor al vaciamiento interior y el corazón clama: “Arráncalo todo. Ya arráncalo todo de una vez.” ¿Qué pide que arranque? Todo cuanto separa y retrasa la Unión. Todo cuanto obtura que el Agua Viva ascienda poderosa y desbordante llenando el brocal del alma y regando toda tierra en derredor.



POESÍA DEL ALMA UNIDA 35

  Oh Llama imparable del Espíritu Que lo deja todo en quemazón de Gloria   Oh incendios de Amor Divino Que ascienden poderosos   ...