Contraste y gratuidad. Sobre el inicio de la contemplación




"Cantar de amadores. Sobre el inicio de la contemplación." (2019)


 Contemplar es unión de contrastes; admirada experiencia de la disparidad y la desproporción.

 

 

En el ocaso y en la aurora

la noche y el día,

la oscuridad y la luz

juegan con delicadeza

a aparecer y desaparecer.

 

Así es el amor con mi Señor,

un juego unitivo de contrastes,

Él todo y yo nada,

Amor mediante.

 

Nada de mí es Él

y nada de Él soy yo.

Barro y cielo, diamante y carbón

rompiendo la tela, buscando comunión.

 

           


Contemplar es unión de contrastes; admirada experiencia de la disparidad y la desproporción.

            Contrastes donde uno es todo y otro es nada, donde uno es luz y otro oscuridad, donde uno es aurora y otro es ocaso, donde uno es día y otro noche. Y bien claro está quien es el Amado y quien el contemplador. Este hombre creado bueno, a imagen de su Creador, caído y herido, regenerado y redimido, también experimenta que frente a Él no es nada, que es lo que es frente a Dios y nada más.  No es su noidad negativa en el sentido de privación, sino positiva en cuanto posibilidad de alabanza agradecida. Su grandeza –que es grandeza donada- es diminuta frente a la más pequeña mostración de Dios, la cual provoca un sagrado reconocimiento de la disparidad. Frente al Dios tres veces Santo que lo elige experimenta una alegre y sanadora dependencia. El Verbo encarnado, hecho hombre, anonadado y abajado por puro amor que busca comunión; el Cristo presente bajo una pequeña forma de pan, bajo el olor y el gusto y el color del vino por amor que engendra comunión; el Hijo clavado en la cruz por amor que salva y abre definitivamente las  puertas de la comunión; ese Dios-Hombre es incalificablemente más grande que el contemplador. Por eso contemplar es como un jugueteo amoroso y delicado, un jugar donde se juega la vida para encontrarse aún en el contraste de lo diferente, para encontrarse aún en la distinta medida del dar y en la diversa apertura del recibir; un juego grave donde lo diferente desde siempre es llamado a la unión. Un llamado a la unión que suena desproporcionado y se agradece.

            Y los contrastantes se buscan para romper la tela y erigir la morada íntima del amor. Dejar que el Amado lo sea todo porque verdaderamente lo es. Dejarse el contemplador ser nada porque verdaderamente lo es. Nada de la nada del contemplador es el Amado y nada sin el Amado es el contemplador. Así se encuentran, amor mediante, y en la diferencia absoluta por el ofrecerse absoluto del Amado  -que mueve al contemplador a un ofrecimiento cada vez más crecido- se le regala el milagro de la comunión a quien nada merece ni debiera aspirar.

            Contemplar es lanzarse a los brazos del Amado, reconociendo su absolutez, reconociendo la inabsolutez  absoluta del contemplador sin el Amado, y así reconociendo e implorando, suplicando amor, mendigando misericordia, dejarse regalar la comunión gratuita de Aquel a quien no mueve más que la gratuidad.

            Contemplar es experimentar el más grande milagro de misericordia.


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