NO TIENES EXCUSAS QUIENQUIERA QUE SEAS
DESPRECIAS SU BONDAD, PACIENCIA Y
LONGANIMIDAD
SIN RECONOCER QUE ESA BONDAD DE
DIOS
TE IMPULSA A LA CONVERSIÓN
Queridísimo
Pablo, santo Apóstol de los gentiles, comprendemos que estás atravesado por una
tensión interior que te conmueve. Por un lado amas a tu pueblo y has sido
educado apasionadamente en sus tradiciones, pero por otro has sido enviado a
los paganos y viendo la Gracia de Dios actuando en ellos has redefinido todo tu
pensar. Tu óptica ha cambiado desde la revelación del Evangelio de Cristo.
Ahora en tu carta, tras mirar ese mundo sumido en el pecado no admites excusas,
a nadie le faltaba la Ley de Dios y el Juicio pesa sobre todos.
“Por
eso, no tienes excusa quienquiera que seas, tú que juzgas, pues juzgando a
otros, a ti mismo te condenas, ya que obras esas mismas cosas tú que juzgas, y
sabemos que el juicio de Dios es según verdad contra los que obran semejantes
cosas. Y ¿te figuras, tú que juzgas a los que cometen tales cosas y las cometes
tú mismo, que escaparás al juicio de Dios? O ¿desprecias, tal vez, sus riquezas
de bondad, de paciencia y de longanimidad, sin reconocer que esa bondad de Dios
te impulsa a la conversión? Por la dureza y la impenitencia de tu corazón vas atesorando
contra ti cólera para el día de la cólera y de la revelación del justo juicio
de Dios, el cual dará a cada cual según sus obras: a los que, por la
perseverancia en el bien busquen gloria, honor e inmortalidad: vida eterna; mas
a los rebeldes, indóciles a la verdad y dóciles a la injusticia: cólera e
indignación.
Tribulación
y angustia sobre toda alma humana que obre el mal: del judío primeramente y
también del griego; en cambio, gloria,
honor y paz a todo el que obre el bien; al judío primeramente y también al griego; que no hay acepción de personas en Dios.
Pues
cuantos sin ley pecaron, sin ley también perecerán; y cuantos pecaron bajo la
ley, por la ley serán juzgados; que no
son justos delante de Dios los que oyen la ley, sino los que la cumplen: ésos
serán justificados. En efecto, cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen
naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismos son
ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón,
atestiguándolo su conciencia, y los juicios contrapuestos de condenación o
alabanza... en el día en que Dios
juzgará las acciones secretas de los hombres, según mi Evangelio, por Cristo
Jesús.” Rom 2,1-16
Aunque
siempre a los hombres de todos los tiempos les ha causado resistencia y rechazo
esta verdad, la verdad de que hay Juicio de Dios es una de esas verdades tan
arraigadas en la Revelación que parece imposible remover. Hasta el mismo
sentido común de la razón humana parece pedirlo: ¿acaso da lo mismo vivir de
cualquier modo?, ¿no hay diferencia alguna entre los que obran el bien o el
mal? Si el resultado es el mismo para todos: ¿por qué hacer distinción entre
bien y mal?, ¿por qué elegir un camino difícil de donación de sí mismo si se
puede transitar sin peligro el sendero fácil de una egoísta y permanente
autocomplacencia? Si el resultado es el mismo y no hay Juicio o ese Juicio es
para todos absolutorio sin necesidad alguna de enmienda: ¿qué sentido tiene
aspirar a superarnos de algún modo?, ¿acaso la aspiración a la santidad no es
un absurdo?
Así
San Pablo vas entretejiendo el diálogo entre la realidad de los judíos y de los
paganos. Unos tienen la Ley de Dios y orgullosos por ese don recibido creen
estar en condición de superioridad para juzgar a los demás; sin embargo deben
darse cuenta que ese juicio se vuelve contra ellos mismos sino son coherentes
en su estilo de vida. Pues no tienen excusa quienes conocen la Ley divina y la
transgreden. “No son justos delante de Dios los que oyen la ley, sino los que la
cumplen: ésos serán justificados.”
Pero
tampoco tienen excusa los otros, que no conocen la Ley escrita sobre tablas,
pues la Ley de Dios está escrita en los corazones de los hombres y rige sobre
su conciencia. “Los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las
prescripciones de la ley… muestran tener la realidad de esa ley escrita en su
corazón, atestiguándolo su conciencia.”
Por
lo tanto sobre unos y otros se levanta el horizonte del Juicio de Dios cuya
voluntad se encuentra expresada y puede ser conocida por el orden natural de la
Creación y el sobrenatural de la Ley revelada antes de la manifestación de
Cristo Jesús. Nadie tiene en la humanidad de todos los tiempos excusa alguna: “Dará
a cada cual según sus obras: a los que, por la perseverancia en el bien busquen
gloria, honor e inmortalidad: vida eterna; mas a los rebeldes, indóciles a la
verdad y dóciles a la injusticia: cólera e indignación.”
Tras
lo cual me pregunto entonces temblando: ¿y para los cristianos qué? No solo
poseemos con toda la humanidad esa ley del orden de la Creación naturalmente
escrita en los corazones y grabada en las conciencias sino que somos herederos
de la tradición de la primera Alianza dada a nuestros padres. Tenemos todo lo
que los que aún no han llegado a la fe en Cristo tienen y que por ello serán juzgados,
pero además tenemos la plenitud de la Revelación por la fe en Jesucristo Señor
nuestro. ¿Qué será de nosotros “en el día en que Dios juzgará las acciones
secretas de los hombres, según mi Evangelio, por Cristo Jesús”?
Lo
cual nos trae a todos –a quienes dependen solo de su conciencia, a quienes son
asistidos por la Ley mosaica y los profetas, o mucho más a quienes hemos sido plenamente
iluminados por el Evangelio de la Salvación-, tener a mano esta advertencia y
ponderarla con urgencia: “¿desprecias, tal vez, sus riquezas de
bondad, de paciencia y de longanimidad, sin reconocer que esa bondad de Dios te
impulsa a la conversión? Por la dureza y la impenitencia de tu corazón vas
atesorando contra ti cólera para el día de la cólera y de la revelación del
justo juicio de Dios.”