DIOS LOS ENTREGÓ
A LAS APETENCIAS DE SU CORAZÓN,
A
SU MENTE INSENSATA,
RECIBIENDO EN SÍ MISMOS EL PAGO MERECIDO
DE SU EXTRAVÍO
Estimadísimo Apóstol de Jesucristo, tras escuchar que te
presentases como quien ha sido escogido para el Evangelio y que no se
avergüenza de él, dialogaremos contigo en el contexto de esta importantísima
Carta dirigida a la comunidad cristiana de Roma.
Deben
saber nuestros lectores que es un escrito de madurez donde explicitas tranquila
y ordenadamente la novedad del Evangelio con todas sus implicancias, donde
quieres mostrar tu comprensión del misterio de la Salvación manifestado y
realizado en Cristo. También debo aclarar que este “Diálogo vivo” no tendrá
carácter exegético ni la intención de un estudio bíblico sino simplemente una
lectura espiritual, un dejar que resuene la Palabra de Dios comunicada por tu
ministerio y que siga llegando fertilizante hasta nuestros días. Es pues desde
el marco de mi propia oración personal y sus resonancias donde quisiera invitarlos
a vivir su experiencia de encuentro con San Pablo.
“Porque
en él (el Evangelio) se revela la justicia de Dios, de fe en fe, como dice la
Escritura: El justo vivirá por la fe.
En
efecto, la cólera de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e
injusticia de los hombres que aprisionan la verdad en la injusticia; pues lo
que de Dios se puede conocer, está en ellos manifiesto: Dios se lo manifestó. Porque
lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la
inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad, de forma
que son inexcusables; porque, habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como
a Dios ni le dieron gracias, antes bien se ofuscaron en sus razonamientos y su
insensato corazón se entenebreció: jactándose de sabios se volvieron estúpidos,
y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por una representación en forma de
hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos, de reptiles.” Rom 1,17-23
Para
llegar más adelante a concluir que todos necesitábamos ser redimidos por
Cristo, contrapones la justicia de Dios manifestada por el Evangelio y que por
la fe puede ser recibida justificándonos, con el estado generalizado de
impiedad e injusticia en el que se encuentra sumida la humanidad sin fe y al
cual le conviene la cólera de Dios. Y esta situación es inexcusable pues por el
orden de la Creación el Señor se ha dejado conocer a la inteligencia pero los
hombres no le quisieron reconocer, glorificándolo y dándole gracias. Usas
términos duros: “antes bien se ofuscaron
en sus razonamientos y su insensato corazón se entenebreció: jactándose de
sabios se volvieron estúpidos”. La primera parada de este pecado es la
idolatría, cambiando al Dios Creador por representaciones que son hechura de
nuestras manos.
También
en nuestra época parece ofuscada esta capacidad de la inteligencia para
descubrir al Señor del universo en sus obras y para aceptar que hay un orden y
sentido de cuanto existe. La “razón moderna” –que no ha pasado en algunos casos
de proponer un difuminado teísmo- se ha empeñado en afirmar una exagerada
capacidad de comprensión al pensamiento humano. Pero sin referencia a Dios que
se manifiesta en el orden natural, desligados de la verdad metafísica,
jactándonos de sabios terminamos haciéndonos estúpidos.
Y
de hecho frente a las proclamas positivistas de un cientificismo extremo, la
técnica cada vez más descontextualizada de un horizonte ético, a la vez que ha
producido beneficios también ha provocado catastróficos males. Cuesta entender
la paradoja vigente: que semejante credo racionalista empiece a convivir con el
retorno del paganismo energético, animista y panteísta. A la fe en el progreso
de la historia le ha sucedido el retroceso a la degradación de un primitivismo
inhumano. Prácticamente parecemos asistir a un proceso de involución del
hombre.
“Por
eso Dios los entregó a las apetencias de su corazón hasta una impureza tal que
deshonraron entre sí sus cuerpos; a ellos que cambiaron la verdad de Dios por
la mentira, y adoraron y sirvieron a la criatura en vez del Creador, que es bendito
por los siglos. Amén. Por eso los entregó Dios a pasiones infames; pues sus
mujeres invirtieron las relaciones naturales por otras contra la naturaleza; igualmente
los hombres, abandonando el uso natural de la mujer, se abrasaron en deseos los
unos por los otros, cometiendo la infamia de hombre con hombre,
recibiendo en sí mismos el pago merecido de su extravío.” Rom 1,24-27
“Por
eso Dios los entregó”, nos dices. Resuena aquí todo el discernimiento del
hombre bíblico que no adjudica los males presentes al Señor que es bueno y todo
lo ha hecho bien sino al pecado del hombre. La ruptura de la Alianza por la
infidelidad tiene consecuencias, nos enseñaron los profetas. Justamente se
halla en la pedagogía de Dios –que respeta nuestras decisiones-, permitir que
sopesemos nuestra responsabilidad érsonal. No se trata de un abandono desalmado
o la venganza de un progenitor ofendido sino de la didáctica de un Padre que
pone delante de sus hijos los frutos de la desobediencia para que se hagan
cargo de sí mismos. Con verdadero amor los deja librados al derrotero que se
han trazado, no les resuelve sobreprotectoramente los problemas, no les
facilita que rehúyan del pesar que trae la autosuficiencia. El abandono del
proyecto de Gracia los ha conducido a desbarrancar en una creciente espiral de
impureza. La segunda parada es un desorden de las pasiones que se vuelve contra
ellos mismos dañándolos, retorciéndolos fuera de eje sin referencia al orden
creado, empujándolos contracorriente de la identidad por naturaleza.
Nuestro
tiempo conoce ampliamente esta desorientación pero ya no se la admite como tal.
En el colmo de la necedad se la reivindica y hasta se la propone de parámetro,
incluso bajo pretexto de discriminación inmisericorde se la asciende por
victimización al ámbito de lo virtuoso. Por supuesto cualquier intento de
reivindicación de la verdad en el orden de la Creación no tardará en ser
catalogado como discurso de odio. Tal las cosas, lo que otrora causaba pudor
hoy es causa de aplauso y premiación.
“Y
como no tuvieron a bien guardar el verdadero conocimiento de Dios, los entregó
Dios a su mente insensata, para que hicieran lo que no conviene: llenos de toda
injusticia, perversidad, codicia, maldad, henchidos de envidia, de homicidio,
de contienda, de engaño, de malignidad, chismosos, detractores, enemigos de
Dios, ultrajadores, altaneros, fanfarrones, ingeniosos para el mal, rebeldes a
sus padres, insensatos, desleales, desamorados, despiadados, los cuales, aunque
conocedores del veredicto de Dios que declara dignos de muerte a los que tales
cosas practican, no solamente las practican, sino que aprueban a los que las
cometen.” Rom 1,28-32
“Dios
los entregó”, insistes. ¿Por qué? Pues no quisieron guardar el conocimiento
verdadero que tiene al Señor como fuente. ¿A qué los entregó? “A las apetencias
de su corazón impuro, a su mente insensata, a pasiones infames.” Entonces
aparece en la tercera parada un mundo totalmente inconveniente para lo humano,
lleno de maldad, plagado de perversidad, colmado de impiedad y de mortíferos
enfrentamientos. Con tu tremenda lista Apóstol Pablo pintas un paisaje del todo
desolador, un infierno anticipado en la historia. Un mundo de corrupción
creciente donde se arruina siempre más a las nuevas generaciones que llegan a
él. Y nada de esto está lejos de nuestros días sino más bien en apabullante
escalada de oscuridad.
¿Habrá
alguna esperanza? Sabemos que la hay. Pero lamentablemente preferimos el camino
difícil: no entraremos en humildad sin pasar primero por la ofuscación de las
apetencias desenfrenadas de nuestro
corazón impuro y de nuestra mente insensata. ¡Verdaderamente qué lástima
elijamos sufrir tanto para anhelar la Redención!
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