DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 29

 



GUARDEN FIELMENTE EL EVANGELIO DE CRISTO

 

Estimado maestro, Apóstol San Pablo, al cerrar tu carta a la comunidad cristiana en Roma, tus últimos consejos van dirigidos sabiamente a conservar la identidad que es un don de Dios.

 

“Les ruego, hermanos, que se guarden de los que suscitan divisiones y escándalos contra la doctrina que han aprendido; apártense de ellos, pues esos tales no sirven a nuestro Señor Jesucristo, sino a su propio vientre, y, por medio de suaves palabras y lisonjas, seducen los corazones de los sencillos.” Rom 16,17-18

 

“La doctrina que han aprendido” no es sino el testimonio apostólico sobre el Misterio de Jesucristo y la Salvación en Él. La Revelación, que ha llegado a su plenitud por el Verbo encarnado, ha sido recibida íntegramente para nuestra salvación y transmitida fielmente en el Espíritu Santo por el colegio apostólico,  y consignada por escrito por aquellos santos a quienes se les concedió el carisma de la divina inspiración bíblica.

Esto lo reafirmamos hoy según la permanente fe eclesial. Pero cuando San Pablo escribe estamos aún en la etapa de las tradiciones orales –sobre todo la predicación- y al comienzo de la producción de las tradiciones escritas. ¡Y sin embargo, cuánta conciencia tiene de que debe ser guardado puro y sin menoscabo el depósito de la fe! Pues claramente cualquier cambio o agregado o censura afectaría y volvería confuso e incierto el camino de la Salvación en Cristo.

Por tanto el consejo es que tengan cuidado “de los que suscitan divisiones y escándalos contra la doctrina”. No se refiere solo a aquellos que por la incoherencia de vida, caídos en el pecado, terminan siendo un anti-testimonio pues no viven según la fe que creen y predican. Sino que directamente apunta a quienes no respetan o manipulan a conveniencia y adulteran la doctrina recibida. Los tales son unos pervertidores de la fe apostólica. “No sirven a nuestro Señor Jesucristo”, les acusa. Es que se sirven oculta y fraudulentamente a sí mismos. Son estafadores que usan “suaves palabras y lisonjas”, es decir, un lenguaje manipulador y engañoso. Se dirigen a “seducir “los corazones de los sencillos”, en el sentido de los que pueden ser ingenuamente crédulos y más frágiles para admitir como verdadero cuanto les dicen a aquellos a quienes consideran superiores. Estos personajes pues son peligrosísimos, su maledicencia es profunda y se percibe en estos dos rasgos: primero, son capaces de apropiarse para su propia ventaja la mismísima Palabra de Dios sin remordimiento alguno; segundo, para lograr sus cometidos intentan coptar a los más frágiles e indefensos en la Iglesia.

Seguramente esta advertencia ha sido y seguirá siendo válida en todo tiempo de la Iglesia peregrina. Herejes, visionarios ideológicos y negociantes de la fe, siempre han estado al acecho desde el comienzo. ¿Cómo se hace presente este peligro en nuestros días? En mi parecer personal bajo múltiples y diversificadas demagogias pastorales, acomodaciones facilistas, sofismas y argumentos retorcidos, dispensas morales sesgadas e impropias y un populismo soteriológico inmanentista. Benedicto XVI lo consignaba bajo la expresión “dictadura del relativismo”.

Y como en todo tiempo también en nuestros días, para llevar adelante este influjo es necesario una relevancia eclesial, algún púlpito un poco más elevado sobre el resto desde el cual adoctrinar falsamente. Esta posición de privilegio puede ser tanto por ministerio sacramental como por popularidad carismática adquirida y cultivada por las modernas comunicaciones. Por tanto cuando desde algún púlpito elevado, que en el fondo es consecuencia de un don de Dios, se busca el propio provecho a instancias de traicionar el Evangelio de Cristo, ocasionando confusión en los corazones acerca de la Verdad de la Salvación, el daño puede ser tremendo y la responsabilidad a afrontar delante del Señor inquietante.

 

“Su obediencia se ha divulgado por todas partes; por lo cual, me alegro de ustedes. Pero quiero que sean ingeniosos para el bien e inocentes para el mal. Y el Dios de la paz aplastará bien pronto a Satanás bajo sus pies. La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con ustedes.” Rom 16,19-20

 

Pero como la Gracia de Cristo triunfa y no puede ser jamás vencida, no faltan en la Iglesia peregrina de todos los tiempos hermanos fieles al Evangelio, aun en un mar de confusión que siembra el Maligno para introducir tristeza. mediocridad y desgano. Deben cuidarse simplemente del contagio ambiental, saber medir tiempos y distancias. No sea que por combatir a destiempo o por conceder para evitar conflictos terminen enmarañados en la trampa. San Pablo nos da la clave: ser ingeniosos para el bien. Y nadie más creativo que el Espíritu Santo. Pues en tiempos recios, ser buenos amigos de quien llamamos Don y Sello, ejercitándonos en todos los medios de gracias que disponemos. Y sobre todo dejarnos conducir por el Espíritu, maestro interior y fuente de toda Sabiduría en la Fe, Esperanza y Caridad. En cuanto al mal –nos dice el Apóstol-, permanezcamos inocentes. Una inocencia que quiero suponer por un lado significa no involucrados, desentendidos, distanciados y claramente separados de toda la dinámica del mal. Y por otro quizás signifique simplicidad, no ingenuidad. Una tesitura interior que sepa mantenernos libres de las tentaciones del Adversario con todas sus estratagemas y libres de la influencia de un ambiente eclesial enrarecido. Una libertad para ser fieles al Evangelio de Cristo.

Y todas estas consideraciones que San Pablo necesita realizar como cierre de su carta a los romanos, lamentablemente las veo tan vigentes y necesarias en nuestros días. Pocas veces en la historia ha reinado en la Iglesia tanta confusión doctrinal emparejada con una temible decadencia moral y espiritual, a las que fatalmente se suma un abismal desconocimiento de la doctrina evangélica y un estado masivo de desnutrición formativa. Pido perdón por este crudo estado de situación pero es hora que despertemos.

Mientras tanto quienes permanezcan fieles al Evangelio sepan esperar el tiempo en que Dios aplastará a Satanás debajo de los pies de la Mujer, sin duda en dos niveles interpretativos, la Virgen y madre María tipo e imagen de la Virgen y Madre Iglesia.

 

“Aquel que puede consolidaros conforme al Evangelio mío y la predicación de Jesucristo: revelación de un Misterio mantenido en secreto durante siglos eternos, pero manifestado al presente, por la Escrituras que lo predicen, por disposición del Dios eterno, dado a conocer a todos los gentiles para obediencia de la fe, a Dios, el único sabio, por Jesucristo, ¡a él la gloria por los siglos de los siglos! Amén.” Rom 16,25-27

 

No quiero agregar nada más a esta magnífica alabanza final. Solo al culminar este comentario orante a la primera carta que suele encabezar el corpus paulino, invitarme e invitarlos a orar y ofrecer la Eucaristía por la comunidad de Roma en la actualidad. Ella tiene el privilegio de contar con el testimonio martirial de los santos Pedro y Pablo. Ella es la sede del sucesor de Pedro y vicario de Cristo en la tierra. ¡Que el testimonio de fidelidad de Roma al Evangelio resplandezca! ¡Que no se enturbie ni se apague! Un día la fe en Jesucristo por la predicación del Evangelio de la Pascua conquistó Roma y con sangre de mártires lo hizo. Roma siempre debe estar a la altura de Roma. Sería penoso verla caer de nuevo bajo las hordas paganas como ya ha ocurrido. En aquella circunstancia el gran San Agustín nos invitaba a contemplar la Ciudad de Dios invicta en el Cielo. Que Roma también hoy, como cabeza de todas las Iglesias, levante la mirada y contemple su vocación: llegar a ser la Ciudad Santa, la Jerusalén Celeste donde eternamente se celebran las Bodas del Cordero.

 

DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 28

 



HE DADO CUMPLIMIENTO AL EVANGELIO DE CRISTO

 

 “Tengo, pues, de qué gloriarme en Cristo Jesús en lo referente al servicio de Dios. Pues no me atreveré a hablar de cosa alguna que Cristo no haya realizado por medio de mi para conseguir la obediencia de los gentiles, de palabra y de obra, en virtud de señales y prodigios, en virtud del Espíritu de Dios, tanto que desde Jerusalén y en todas direcciones hasta el Ilírico he dado cumplimiento al Evangelio de Cristo.” Rom 15,17-19

 

“Tengo, pues, de qué gloriarme en Cristo Jesús en lo referente al servicio de Dios.”

¡Cuánta alegría, querido San Pablo, viven los servidores de Cristo! Al menos así yo mismo lo experimento: no hay vida más plena, realizada, con sentido y gozosa que cuando se vive para Jesús, cuando se hace de toda la vida una misión absolutamente orientada a que el Señor sea conocido y amado por todos. Quizás estoy expresando una óptica demasiado estrecha desde mi vocación de consagrado y ministro de la Iglesia. Y sin embargo tan contento  de la opción tomada y de la llamada recibida, agradecido y sin ninguna nostalgia por lo que he dejado atrás y renunciado, no dudaría de invitar a todos los jóvenes a entregarse sin reservas a vivir enteramente para el servicio del Hijo de Dios.

Por supuesto que también la vida laical, por la vocación matrimonial y en la misión de pastorear una familia de discípulos, es elevada a la santidad y dedicada al servicio del Evangelio. Y sin embargo no puedo dejar de anhelar que cada vez haya más y más consagrados en la Iglesia, una multitud de varones y mujeres que solo vivan para anunciar a Cristo y puedan entregarse sin reservas ni impedimentos a esta tarea sagrada. Hasta diría que sería un contundente signo profético de la cercanía del Reino de Dios que viene. Justamente, tanto la crisis de vocaciones religiosas y consagradas como al ministerio sacerdotal, no son sino consecuencia del enfriamiento eclesial del amor a Cristo y de la secularización progresiva de la familia hasta su disolvencia.

Supongo que cada vocación, cuando se vive en plenitud, termina considerándose invaluable y anhelando que todos puedan disfrutar del tesoro que se ha descubierto. Por eso mi primera reacción a tus palabras es afirmar que quienes hemos sido llamados a consagrarnos al servicio del Evangelio hemos optado por la mejor parte que no nos será quitada.

 

“No me atreveré a hablar de cosa alguna que Cristo no haya realizado por medio de mi para conseguir la obediencia de los gentiles, de palabra y de obra, en virtud de señales y prodigios, en virtud del Espíritu de Dios.”

Así, según el dinamismo de la recepción y cooperación con la Gracia, quienes estamos al servicio del Evangelio experimentamos que es en verdad Cristo quien realiza la obra y nos capacita a nosotros para ser sus instrumentos adecuados. En la tarea apostólica y misionera no falta el abundante derramamiento del Espíritu Santo, con señales y prodigios, con carismas y dones, con toda clase de poder celestial fecundante de los corazones de quienes oyen la proclamación del Evangelio como de quienes lo anuncian.

 

“Tanto que desde Jerusalén y en todas direcciones he dado cumplimiento al Evangelio de Cristo.”

Lo que nos testimonias, querido Apóstol San Pablo, es tu experiencia personal de esa gesta de la Iglesia naciente que podríamos decir incendió el mundo conocido con aquel fuego que el Señor vino a traer y por el cual se entregó a su bautismo. La efusión del ígneo amor celebrado en la Pascua que corrió raudamente, invencible y transformador, conquistando a los hombres de su tiempo, ganándolos para el Evangelio de la Salvación.

Y no dejó en toda la historia de manar el Espíritu desde la Pascua de Jesús, encontrando servidores consagrados a la obra de la evangelización de las gentes, dinamizando apostólicamente a la Iglesia para que el Evangelio llegase a cumplimiento, es decir, fuese aceptado y recibido como estilo de Vida Nueva y Verdadera, único camino de Gracia e inestimable herencia de Gloria.

¿Por qué cesará ahora, entonces, en nuestros días, de ocurrir el perenne Pentecostés que nos rescata y nos hace pasar de la oscuridad a su Luz admirable? ¡De ninguna forma será derrotada la Gracia de Cristo! Y aunque las actuales circunstancias del mundo al comienzo del tercer milenio nos parezcan tremendamente adversas y la crisis eclesial se presente como un continuo desmoronamiento sin fin, no dudo que el Señor tiene todo el poder y ya está abriendo los senderos de un renovado y victorioso amanecer de la Fe. No sin purificaciones, pues quienes no se hagan disponibles al servicio del Evangelio verán cómo se amustia y marchita su vida cristiana y sus comunidades inexorablemente correrán peligro de extinción. Cualquier renuncia, mutilación, tergiversación, postergación de la conversión, suplantación engañosa, acomodamiento impropio, reinterpretación ideológica a conveniencia del mundo, toda mediocridad y tibieza para encarnarlo con santidad, en definitiva, cualquier infidelidad al Evangelio de Cristo tendrá como consecuencia la muerte. Pero quienes permanezcan fieles participarán del indecible gozo de su Señor viendo ampliamente cumplido el Evangelio de Gracia y Salvación. Amén.


DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 36

  LA IGLESIA ES EDIFICACIÓN DE DIOS (I)   “Porque, mientras haya entre ustedes envidia y discordia ¿no es verdad que son carnales y vive...