HE
DADO CUMPLIMIENTO AL EVANGELIO DE CRISTO
“Tengo, pues, de qué gloriarme en Cristo Jesús
en lo referente al servicio de Dios. Pues no me atreveré a hablar de cosa
alguna que Cristo no haya realizado por medio de mi para conseguir la
obediencia de los gentiles, de palabra y de obra, en virtud de señales y
prodigios, en virtud del Espíritu de Dios, tanto que desde Jerusalén y en todas
direcciones hasta el Ilírico he dado cumplimiento al Evangelio de Cristo.” Rom
15,17-19
“Tengo,
pues, de qué gloriarme en Cristo Jesús en lo referente al servicio de Dios.”
¡Cuánta
alegría, querido San Pablo, viven los servidores de Cristo! Al menos así yo
mismo lo experimento: no hay vida más plena, realizada, con sentido y gozosa
que cuando se vive para Jesús, cuando se hace de toda la vida una misión
absolutamente orientada a que el Señor sea conocido y amado por todos. Quizás
estoy expresando una óptica demasiado estrecha desde mi vocación de consagrado
y ministro de la Iglesia. Y sin embargo tan contento de la opción tomada y de la llamada recibida,
agradecido y sin ninguna nostalgia por lo que he dejado atrás y renunciado, no
dudaría de invitar a todos los jóvenes a entregarse sin reservas a vivir
enteramente para el servicio del Hijo de Dios.
Por
supuesto que también la vida laical, por la vocación matrimonial y en la misión
de pastorear una familia de discípulos, es elevada a la santidad y dedicada al
servicio del Evangelio. Y sin embargo no puedo dejar de anhelar que cada vez
haya más y más consagrados en la Iglesia, una multitud de varones y mujeres que
solo vivan para anunciar a Cristo y puedan entregarse sin reservas ni
impedimentos a esta tarea sagrada. Hasta diría que sería un contundente signo
profético de la cercanía del Reino de Dios que viene. Justamente, tanto la
crisis de vocaciones religiosas y consagradas como al ministerio sacerdotal, no
son sino consecuencia del enfriamiento eclesial del amor a Cristo y de la
secularización progresiva de la familia hasta su disolvencia.
Supongo
que cada vocación, cuando se vive en plenitud, termina considerándose
invaluable y anhelando que todos puedan disfrutar del tesoro que se ha
descubierto. Por eso mi primera reacción a tus palabras es afirmar que quienes
hemos sido llamados a consagrarnos al servicio del Evangelio hemos optado por
la mejor parte que no nos será quitada.
“No
me atreveré a hablar de cosa alguna que Cristo no haya realizado por medio de
mi para conseguir la obediencia de los gentiles, de palabra y de obra, en
virtud de señales y prodigios, en virtud del Espíritu de Dios.”
Así,
según el dinamismo de la recepción y cooperación con la Gracia, quienes estamos
al servicio del Evangelio experimentamos que es en verdad Cristo quien realiza
la obra y nos capacita a nosotros para ser sus instrumentos adecuados. En la
tarea apostólica y misionera no falta el abundante derramamiento del Espíritu
Santo, con señales y prodigios, con carismas y dones, con toda clase de poder
celestial fecundante de los corazones de quienes oyen la proclamación del
Evangelio como de quienes lo anuncian.
“Tanto
que desde Jerusalén y en todas direcciones he dado cumplimiento al Evangelio de
Cristo.”
Lo
que nos testimonias, querido Apóstol San Pablo, es tu experiencia personal de
esa gesta de la Iglesia naciente que podríamos decir incendió el mundo conocido
con aquel fuego que el Señor vino a traer y por el cual se entregó a su
bautismo. La efusión del ígneo amor celebrado en la Pascua que corrió raudamente,
invencible y transformador, conquistando a los hombres de su tiempo, ganándolos
para el Evangelio de la Salvación.
Y
no dejó en toda la historia de manar el Espíritu desde la Pascua de Jesús,
encontrando servidores consagrados a la obra de la evangelización de las gentes,
dinamizando apostólicamente a la Iglesia para que el Evangelio llegase a
cumplimiento, es decir, fuese aceptado y recibido como estilo de Vida Nueva y
Verdadera, único camino de Gracia e inestimable herencia de Gloria.
¿Por
qué cesará ahora, entonces, en nuestros días, de ocurrir el perenne Pentecostés
que nos rescata y nos hace pasar de la oscuridad a su Luz admirable? ¡De
ninguna forma será derrotada la Gracia de Cristo! Y aunque las actuales circunstancias
del mundo al comienzo del tercer milenio nos parezcan tremendamente adversas y
la crisis eclesial se presente como un continuo desmoronamiento sin fin, no
dudo que el Señor tiene todo el poder y ya está abriendo los senderos de un renovado
y victorioso amanecer de la Fe. No sin purificaciones, pues quienes no se hagan
disponibles al servicio del Evangelio verán cómo se amustia y marchita su vida
cristiana y sus comunidades inexorablemente correrán peligro de extinción.
Cualquier renuncia, mutilación, tergiversación, postergación de la conversión,
suplantación engañosa, acomodamiento impropio, reinterpretación ideológica a
conveniencia del mundo, toda mediocridad y tibieza para encarnarlo con santidad,
en definitiva, cualquier infidelidad al Evangelio de Cristo tendrá como
consecuencia la muerte. Pero quienes permanezcan fieles participarán del
indecible gozo de su Señor viendo ampliamente cumplido el Evangelio de Gracia y
Salvación. Amén.
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