DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 28

 



HE DADO CUMPLIMIENTO AL EVANGELIO DE CRISTO

 

 “Tengo, pues, de qué gloriarme en Cristo Jesús en lo referente al servicio de Dios. Pues no me atreveré a hablar de cosa alguna que Cristo no haya realizado por medio de mi para conseguir la obediencia de los gentiles, de palabra y de obra, en virtud de señales y prodigios, en virtud del Espíritu de Dios, tanto que desde Jerusalén y en todas direcciones hasta el Ilírico he dado cumplimiento al Evangelio de Cristo.” Rom 15,17-19

 

“Tengo, pues, de qué gloriarme en Cristo Jesús en lo referente al servicio de Dios.”

¡Cuánta alegría, querido San Pablo, viven los servidores de Cristo! Al menos así yo mismo lo experimento: no hay vida más plena, realizada, con sentido y gozosa que cuando se vive para Jesús, cuando se hace de toda la vida una misión absolutamente orientada a que el Señor sea conocido y amado por todos. Quizás estoy expresando una óptica demasiado estrecha desde mi vocación de consagrado y ministro de la Iglesia. Y sin embargo tan contento  de la opción tomada y de la llamada recibida, agradecido y sin ninguna nostalgia por lo que he dejado atrás y renunciado, no dudaría de invitar a todos los jóvenes a entregarse sin reservas a vivir enteramente para el servicio del Hijo de Dios.

Por supuesto que también la vida laical, por la vocación matrimonial y en la misión de pastorear una familia de discípulos, es elevada a la santidad y dedicada al servicio del Evangelio. Y sin embargo no puedo dejar de anhelar que cada vez haya más y más consagrados en la Iglesia, una multitud de varones y mujeres que solo vivan para anunciar a Cristo y puedan entregarse sin reservas ni impedimentos a esta tarea sagrada. Hasta diría que sería un contundente signo profético de la cercanía del Reino de Dios que viene. Justamente, tanto la crisis de vocaciones religiosas y consagradas como al ministerio sacerdotal, no son sino consecuencia del enfriamiento eclesial del amor a Cristo y de la secularización progresiva de la familia hasta su disolvencia.

Supongo que cada vocación, cuando se vive en plenitud, termina considerándose invaluable y anhelando que todos puedan disfrutar del tesoro que se ha descubierto. Por eso mi primera reacción a tus palabras es afirmar que quienes hemos sido llamados a consagrarnos al servicio del Evangelio hemos optado por la mejor parte que no nos será quitada.

 

“No me atreveré a hablar de cosa alguna que Cristo no haya realizado por medio de mi para conseguir la obediencia de los gentiles, de palabra y de obra, en virtud de señales y prodigios, en virtud del Espíritu de Dios.”

Así, según el dinamismo de la recepción y cooperación con la Gracia, quienes estamos al servicio del Evangelio experimentamos que es en verdad Cristo quien realiza la obra y nos capacita a nosotros para ser sus instrumentos adecuados. En la tarea apostólica y misionera no falta el abundante derramamiento del Espíritu Santo, con señales y prodigios, con carismas y dones, con toda clase de poder celestial fecundante de los corazones de quienes oyen la proclamación del Evangelio como de quienes lo anuncian.

 

“Tanto que desde Jerusalén y en todas direcciones he dado cumplimiento al Evangelio de Cristo.”

Lo que nos testimonias, querido Apóstol San Pablo, es tu experiencia personal de esa gesta de la Iglesia naciente que podríamos decir incendió el mundo conocido con aquel fuego que el Señor vino a traer y por el cual se entregó a su bautismo. La efusión del ígneo amor celebrado en la Pascua que corrió raudamente, invencible y transformador, conquistando a los hombres de su tiempo, ganándolos para el Evangelio de la Salvación.

Y no dejó en toda la historia de manar el Espíritu desde la Pascua de Jesús, encontrando servidores consagrados a la obra de la evangelización de las gentes, dinamizando apostólicamente a la Iglesia para que el Evangelio llegase a cumplimiento, es decir, fuese aceptado y recibido como estilo de Vida Nueva y Verdadera, único camino de Gracia e inestimable herencia de Gloria.

¿Por qué cesará ahora, entonces, en nuestros días, de ocurrir el perenne Pentecostés que nos rescata y nos hace pasar de la oscuridad a su Luz admirable? ¡De ninguna forma será derrotada la Gracia de Cristo! Y aunque las actuales circunstancias del mundo al comienzo del tercer milenio nos parezcan tremendamente adversas y la crisis eclesial se presente como un continuo desmoronamiento sin fin, no dudo que el Señor tiene todo el poder y ya está abriendo los senderos de un renovado y victorioso amanecer de la Fe. No sin purificaciones, pues quienes no se hagan disponibles al servicio del Evangelio verán cómo se amustia y marchita su vida cristiana y sus comunidades inexorablemente correrán peligro de extinción. Cualquier renuncia, mutilación, tergiversación, postergación de la conversión, suplantación engañosa, acomodamiento impropio, reinterpretación ideológica a conveniencia del mundo, toda mediocridad y tibieza para encarnarlo con santidad, en definitiva, cualquier infidelidad al Evangelio de Cristo tendrá como consecuencia la muerte. Pero quienes permanezcan fieles participarán del indecible gozo de su Señor viendo ampliamente cumplido el Evangelio de Gracia y Salvación. Amén.


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