DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 34

 




   

POR EL ESPÍRITU SANTO 

NOSOTROS TENEMOS LA MENTE DE CRISTO

 

San Pablo, padre y hermano nuestro, nos has dejado absortos con tu presentación de la Sabiduría de la Cruz, una Palabra que reclama más nuestro silencio que nuestras  palabras. ¿Y entonces la Palabra de la Cruz será puro silencio y su Misterio tan insondable como indecible? Pues no, con genial inteligencia teologal nos anuncias que esta Palabra puede plenamente ser comunicada en el hábitat o atmósfera donde propiamente es recibida y crece transformando nuestra vida. La Palabra de la Cruz es una Palabra excelentísima y tan subida de Dios que solo puede ser recibida y transmitida en el Espíritu Santo.

 

“Más bien, como dice la Escritura, anunciamos: lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman.  Porque a nosotros nos lo reveló Dios por medio del Espíritu; y el Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios.”  1 Cor 2,9-10

 

Pues Cristo en su Misterio, tan desbordantemente visible en su Encarnación y Cruz, está más allá de este mundo. Por eso su Sabiduría a unos les resulta locura y a otros necedad. No es de este mundo sino que vino a este mundo, asumiendo lo humano, para revelar a su Padre y reconducirnos a Él. Ya le contemplaremos San Pablo según tu expresión: “el Misterio escondido en Dios desde toda la eternidad”. Pero para que la revelación -que es misión del Hijo Enviado- pueda ser aceptada por nosotros también ha sido enviado el Espíritu Santo. El Espíritu –según lo atestiguan otros pasajes neo-testamentarios- tiene una necesaria función docente: nos conduce a la verdad plena y total, facilitando la maduración en nosotros de cuanto Cristo nos ha enseñado, haciendo pues crecer el sentido de la fe de los creyentes.

El Espíritu que inhabita a los fieles en estado de gracia santificante sondea el interior del hombre –iluminando la inteligencia y esclareciendo el corazón- y viene a nosotros “desde las profundidades” del Misterio del Dios Uno y Trino para celebrar en gozo la Alianza de Salvación con los hombres. “En el Espíritu Santo”, confiesa ininterrumpidamente la fe de la Iglesia. “Hacia el Padre por Cristo en el Espíritu”, como desde sus orígenes celebra y proclama el culto cristiano a Dios.

¡Qué belleza, finalmente, querido Apóstol, esta expresión tuya!: lo que Dios preparó para los que le aman”. ¿Y qué preparó Dios, el Padre, con amor para quienes recibiendo su Misericordia le amen? ¡Qué preparó con excedente Sabiduría que quedaba más allá del oído, del ojo, de la inteligencia y del corazón del hombre? Pues preparó para nosotros con Amor y predestinación eterna el Misterio de Jesucristo, el Verbo encarnado para nuestra Salvación y llamamiento a la Gloria.

 

“En efecto, ¿qué hombre conoce lo íntimo del hombre sino el espíritu del hombre que está en él? Del mismo modo, nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios.  Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para conocer las gracias que Dios nos ha otorgado, de las cuales también hablamos, no con palabras aprendidas de sabiduría humana, sino aprendidas del Espíritu, expresando realidades espirituales.” 1 Cor 2,11-13

 

Ahora bien, hemos recibido ese Espíritu Santo que posibilita conocer a Dios en su Misterio y las gracias que concede para nuestra salvación en Cristo. No el espíritu del mundo y su sabiduría humana ciertamente limitada y a menudo vocacionalmente desorientada, sino la Sabiduría eterna por medio del Espíritu de Dios. Por tanto no hablamos solo según lo propio de la naturaleza humana compartida con nuestros pares, sino que hemos sido capacitados y sobre-elevados para hablar según el Espíritu santificador. Podemos con su gracia expresar, testimoniar y conducir a los hombres hacia el Misterio de Dios, pues en el Espíritu lo hemos contemplado y aceptado con Alianza de Amor.

¿De dónde entonces este afán actual de gran parte de la Iglesia peregrina por hablar prioritariamente con el lenguaje del mundo? Evidentemente estos tiempos de apostasía, secularización y descristianización creciente nos han impactado tantísimo más de lo que creemos. La pérdida del sentido por lo sagrado ha extendido su sombra sobre amplios sectores de ministros ordenados. Una pátina inmanentista lo cubre todo y ya no se vislumbra el Misterio. ¿Y si estamos empeñados en festejar una Iglesia tan humana que ya no conoce más que una “soteriología antropocéntrica desescatologizada”: quién hablará de Dios en el mundo y quiénes tendrán la capacidad de expresar las realidades espirituales?

 

“El hombre naturalmente no capta las cosas del Espíritu de Dios; son necedad para él. Y no las puede conocer pues sólo espiritualmente pueden ser juzgadas. En cambio, el hombre de espíritu lo juzga todo; y a él nadie puede juzgarle. Porque ¿quién conoció la mente del Señor para instruirle? Pero nosotros tenemos la mente de Cristo.” 1 Cor 2,14-16

 

Nosotros los cristianos somos o debiéramos ser quienes tenemos la mente de Cristo. ¡Esta es la obra principal del Espíritu Santo: formar a Cristo en nosotros! Y sin embargo cada vez son más los erráticos discípulos que se esfuerzan por sintonizar sin reservas con la mente del mundo y se van volviendo siempre más indiferentes y ciegos ante el sentido sobrenatural y el fin último de la vocación humana. Simplemente la palabra de la Cruz ya no puede ser pronunciada eficazmente por gran parte de la Iglesia peregrina pues no tiene en el Espíritu la mente de Cristo, sino que parece colonizada por la necedad de la mentalidad efímera y pasajera del mundo. Y si la Cruz desconocida o poco transitada ya no es presentada poderosa en su crudeza para ser abrazada por la fe, tampoco se infundirá el Espíritu ni en la Iglesia ni en el mundo.



DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 33

 


LA PALABRA DE LA CRUZ (2)

 

“¡Miren, hermanos, quiénes han sido llamados! No hay muchos sabios según la carne ni muchos poderosos ni muchos de la nobleza. Ha escogido Dios más bien lo necio del mundo para confundir a los sabios. Y ha escogido Dios lo débil del mundo, para confundir lo fuerte. Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada lo que es. Para que ningún mortal se gloríe en la presencia de Dios. De él les viene que estén en Cristo Jesús, al cual hizo Dios para nosotros sabiduría de origen divino, justicia, santificación y redención, a fin de que, como dice la Escritura: El que se gloríe, gloríese en el Señor.” 1 Cor 1,26-31

 

Estimado hermano San Pablo, evidentemente no podemos caminar como discípulos sin Verdad. Y en el punto de partida debe haber un ejercicio de sinceramiento que se traducirá en gozosa acción de gracias: ¿quiénes seríamos nosotros sin Cristo?, ¿qué sería de nuestra vida sin la Gracia de Dios derramada por la Pascua del Señor Jesús? Así en un proceso vocacional en buen estado, saludable y correctamente orientado, existe siempre esta conciencia de la desproporción entre el Dios totalmente Santo y nosotros pecadores, entre su Grandeza y nuestra pequeñez. ¡Hasta la Virgen María, sin pecado, cantó asombrada la alabanza por semejante desigualdad y por tamaña condescendencia divina!

Adviertes pues que en la comunidad cristiana de ayer, como la de hoy seguramente, no son mayoría los sabios, poderosos y nobles. Por lo contrario Dios parece haber optado por quienes se ubican en el reverso de las cúspides mundanas. Los que no destacan según los criterios de calificación cultural parecen constituir el número grueso de los discípulos. No porque no tengan valor ni porque Dios no pueda elevarlos y capacitarlos por encima de todos los saberes y poderes de este mundo, sino porque se encuentran más fácilmente identificados con aquella pobreza y fragilidad propias de la condescendencia de la Encarnación y Cruz.

Recuerdo que cuando iniciaba mi camino vocacional, con otro compañero, acuñamos esta expresión: “Los mejores salen”. Ese “salen” significaba que en algún momento del proceso se iban del convento, que no perseveraban. Lo decíamos constatando que los formadores siempre se encandilaban con formandos llenos de dotes y virtudes naturales y se relamían pensando: “¡Qué gran religioso será!” Y verdaderamente eran sobresalientes y con mucha mejor materia que nosotros, los que quedamos. Los formadores tuvieron que contentarse con nosotros que quizás no teníamos tan grandes dotes pero poseíamos lo más necesario para un proceso vocacional: nuestra fragilidad, nuestra sincera aceptación de la propia realidad personal y una fe que clamaba a Dios el rescate como lo hacen los pobres y mendigos, creyendo que todo era posible para su Gracia.

Entre el Crucificado y sus discípulos deberá haber al final del camino una plena identificación. Por eso solo pueden sostener el andar quienes ya tienen las marcas, las ranuras, las molduras, las muecas que puedan recibir la Cruz y llevarla.

 

“Pues yo, hermanos, cuando fui a ustedes, no fui con el prestigio de la palabra o de la sabiduría a anunciarles el misterio de Dios, pues no quise saber entre ustedes sino a Jesucristo, y éste crucificado. Y me presenté ante ustedes débil, tímido y tembloroso. Y mi palabra y mi predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría, sino que fueron una demostración del Espíritu y del poder para que su fe se fundase, no en sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios. Sin embargo, hablamos de sabiduría entre los perfectos, pero no de sabiduría de este mundo ni de los príncipes de este mundo, abocados a la ruina;  sino que hablamos de una sabiduría de Dios, misteriosa, escondida, destinada por Dios desde antes de los siglos para gloria nuestra, desconocida de todos los príncipes de este mundo - pues de haberla conocido no hubieran crucificado al Señor de la Gloria -.” 1 Cor 2,1-8

 

El predicador, nos testimonias, debe ser un crucificado y su palabra debe brotar del silencio escandaloso, punzante y filoso de la Cruz. Jesucristo Crucificado es materia ineludible y central de la predicación del Evangelio. Se podrá buscar el camino pedagógico más adecuado al estado de los interlocutores y se podrán elegir variados métodos de comunicación que se consideren más oportunos; pero no se podrá esquivar la Cruz. Se partirá desde la Cruz o se arribará a ella o se la intercalará transversalmente en todo el itinerario pero será esencial en el llamado al discipulado. De no ser así todos, predicadores y vocados perderán el tiempo. Porque a la palabra de la Cruz se debe dar una respuesta, tomar una decisión. Todo lo previo es preparación, acercamiento, precalentamiento y generación de disposiciones pero la hora de la verdad es la hora del encuentro con Cristo en Cruz. El camino del discipulado inicia con la aceptación y el abrazo del Crucificado o allí se aborta el intento.

El mismo Señor Jesús en el tiempo oportuno de la cercanía de la Pascua, rumbo a Jerusalén, por tres veces les anuncio la Pasión. Y lanzó un llamado definitivo, interpelante y claro, los convocó a la madurez: “Quien quiera venir en pos de mí que tome su Cruz, la cargue y que me siga”. Y agregó aquello de: “Quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien la entregue en ofrenda la ganará”. Y puestos en la encrucijada una inmensa mayoría lo dejaron, se apartaron de él y se volvieron atrás. Lo siguieron a tientas unos pocos frágiles, que incluso a la hora decisiva le traicionaron, negaron o se dispersaron mirando desde lejos el revulsivo y estremecedor acontecimiento pascual. De entre los pocos unos pocos, la Mujer y Madre, el discípulo amado y otras mujeres y discípulos en secreto permanecieron cerca a los pies de la Cruz.

A veces me pregunto si como Iglesia peregrina al comienzo del Tercer Milenio comprendemos la ciencia de la predicación evangélica, si conocemos la Sabiduría escondida y misteriosa de Dios, si la hemos alumbrado en nuestro corazón por el abrazo de la Cruz. Y distingo a unos que masivamente van por el camino de asimilarse al mundo y sus proyectos, que buscan ser expertos en el lenguaje de los hombres y en las sensibilidades de la época. Su presentación de Jesucristo termina siendo disolvente de su Misterio y de su Escándalo. Ofrecen un Cristo recortado a las conveniencias, a las necesidades del mercado, diseñado según el marketing y de rápida pero efímera circulación. Como vislumbro a otros que minoritariamente no hablan tanto ni son tan visibles, que intentan vivir con radicalidad evangélica y son incomprendidos inclusive entre sus hermanos, que aspiran a santidad y son consecuentes con ese ideal, que abrazan la Cruz y se aferran a ella como confesores de la fe y mártires. ¿Tú contemplas también esta doble vía en la Iglesia que peregrina hoy en la historia? ¿Y percibes donde la Iglesia se marchita y muere y dónde rejuvenece y crece? Quitada la Cruz sobreviene la muerte, pero donde se levanta en alto el estandarte victorioso del Amor en Cruz hay Vida.


EFLUVIOS DE MANANTIAL