DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 33

 


LA PALABRA DE LA CRUZ (2)

 

“¡Miren, hermanos, quiénes han sido llamados! No hay muchos sabios según la carne ni muchos poderosos ni muchos de la nobleza. Ha escogido Dios más bien lo necio del mundo para confundir a los sabios. Y ha escogido Dios lo débil del mundo, para confundir lo fuerte. Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada lo que es. Para que ningún mortal se gloríe en la presencia de Dios. De él les viene que estén en Cristo Jesús, al cual hizo Dios para nosotros sabiduría de origen divino, justicia, santificación y redención, a fin de que, como dice la Escritura: El que se gloríe, gloríese en el Señor.” 1 Cor 1,26-31

 

Estimado hermano San Pablo, evidentemente no podemos caminar como discípulos sin Verdad. Y en el punto de partida debe haber un ejercicio de sinceramiento que se traducirá en gozosa acción de gracias: ¿quiénes seríamos nosotros sin Cristo?, ¿qué sería de nuestra vida sin la Gracia de Dios derramada por la Pascua del Señor Jesús? Así en un proceso vocacional en buen estado, saludable y correctamente orientado, existe siempre esta conciencia de la desproporción entre el Dios totalmente Santo y nosotros pecadores, entre su Grandeza y nuestra pequeñez. ¡Hasta la Virgen María, sin pecado, cantó asombrada la alabanza por semejante desigualdad y por tamaña condescendencia divina!

Adviertes pues que en la comunidad cristiana de ayer, como la de hoy seguramente, no son mayoría los sabios, poderosos y nobles. Por lo contrario Dios parece haber optado por quienes se ubican en el reverso de las cúspides mundanas. Los que no destacan según los criterios de calificación cultural parecen constituir el número grueso de los discípulos. No porque no tengan valor ni porque Dios no pueda elevarlos y capacitarlos por encima de todos los saberes y poderes de este mundo, sino porque se encuentran más fácilmente identificados con aquella pobreza y fragilidad propias de la condescendencia de la Encarnación y Cruz.

Recuerdo que cuando iniciaba mi camino vocacional, con otro compañero, acuñamos esta expresión: “Los mejores salen”. Ese “salen” significaba que en algún momento del proceso se iban del convento, que no perseveraban. Lo decíamos constatando que los formadores siempre se encandilaban con formandos llenos de dotes y virtudes naturales y se relamían pensando: “¡Qué gran religioso será!” Y verdaderamente eran sobresalientes y con mucha mejor materia que nosotros, los que quedamos. Los formadores tuvieron que contentarse con nosotros que quizás no teníamos tan grandes dotes pero poseíamos lo más necesario para un proceso vocacional: nuestra fragilidad, nuestra sincera aceptación de la propia realidad personal y una fe que clamaba a Dios el rescate como lo hacen los pobres y mendigos, creyendo que todo era posible para su Gracia.

Entre el Crucificado y sus discípulos deberá haber al final del camino una plena identificación. Por eso solo pueden sostener el andar quienes ya tienen las marcas, las ranuras, las molduras, las muecas que puedan recibir la Cruz y llevarla.

 

“Pues yo, hermanos, cuando fui a ustedes, no fui con el prestigio de la palabra o de la sabiduría a anunciarles el misterio de Dios, pues no quise saber entre ustedes sino a Jesucristo, y éste crucificado. Y me presenté ante ustedes débil, tímido y tembloroso. Y mi palabra y mi predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría, sino que fueron una demostración del Espíritu y del poder para que su fe se fundase, no en sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios. Sin embargo, hablamos de sabiduría entre los perfectos, pero no de sabiduría de este mundo ni de los príncipes de este mundo, abocados a la ruina;  sino que hablamos de una sabiduría de Dios, misteriosa, escondida, destinada por Dios desde antes de los siglos para gloria nuestra, desconocida de todos los príncipes de este mundo - pues de haberla conocido no hubieran crucificado al Señor de la Gloria -.” 1 Cor 2,1-8

 

El predicador, nos testimonias, debe ser un crucificado y su palabra debe brotar del silencio escandaloso, punzante y filoso de la Cruz. Jesucristo Crucificado es materia ineludible y central de la predicación del Evangelio. Se podrá buscar el camino pedagógico más adecuado al estado de los interlocutores y se podrán elegir variados métodos de comunicación que se consideren más oportunos; pero no se podrá esquivar la Cruz. Se partirá desde la Cruz o se arribará a ella o se la intercalará transversalmente en todo el itinerario pero será esencial en el llamado al discipulado. De no ser así todos, predicadores y vocados perderán el tiempo. Porque a la palabra de la Cruz se debe dar una respuesta, tomar una decisión. Todo lo previo es preparación, acercamiento, precalentamiento y generación de disposiciones pero la hora de la verdad es la hora del encuentro con Cristo en Cruz. El camino del discipulado inicia con la aceptación y el abrazo del Crucificado o allí se aborta el intento.

El mismo Señor Jesús en el tiempo oportuno de la cercanía de la Pascua, rumbo a Jerusalén, por tres veces les anuncio la Pasión. Y lanzó un llamado definitivo, interpelante y claro, los convocó a la madurez: “Quien quiera venir en pos de mí que tome su Cruz, la cargue y que me siga”. Y agregó aquello de: “Quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien la entregue en ofrenda la ganará”. Y puestos en la encrucijada una inmensa mayoría lo dejaron, se apartaron de él y se volvieron atrás. Lo siguieron a tientas unos pocos frágiles, que incluso a la hora decisiva le traicionaron, negaron o se dispersaron mirando desde lejos el revulsivo y estremecedor acontecimiento pascual. De entre los pocos unos pocos, la Mujer y Madre, el discípulo amado y otras mujeres y discípulos en secreto permanecieron cerca a los pies de la Cruz.

A veces me pregunto si como Iglesia peregrina al comienzo del Tercer Milenio comprendemos la ciencia de la predicación evangélica, si conocemos la Sabiduría escondida y misteriosa de Dios, si la hemos alumbrado en nuestro corazón por el abrazo de la Cruz. Y distingo a unos que masivamente van por el camino de asimilarse al mundo y sus proyectos, que buscan ser expertos en el lenguaje de los hombres y en las sensibilidades de la época. Su presentación de Jesucristo termina siendo disolvente de su Misterio y de su Escándalo. Ofrecen un Cristo recortado a las conveniencias, a las necesidades del mercado, diseñado según el marketing y de rápida pero efímera circulación. Como vislumbro a otros que minoritariamente no hablan tanto ni son tan visibles, que intentan vivir con radicalidad evangélica y son incomprendidos inclusive entre sus hermanos, que aspiran a santidad y son consecuentes con ese ideal, que abrazan la Cruz y se aferran a ella como confesores de la fe y mártires. ¿Tú contemplas también esta doble vía en la Iglesia que peregrina hoy en la historia? ¿Y percibes donde la Iglesia se marchita y muere y dónde rejuvenece y crece? Quitada la Cruz sobreviene la muerte, pero donde se levanta en alto el estandarte victorioso del Amor en Cruz hay Vida.


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