POR EL ESPÍRITU SANTO
NOSOTROS TENEMOS LA MENTE DE CRISTO
San
Pablo, padre y hermano nuestro, nos has dejado absortos con tu presentación de
la Sabiduría de la Cruz, una Palabra que reclama más nuestro silencio que
nuestras palabras. ¿Y entonces la
Palabra de la Cruz será puro silencio y su Misterio tan insondable como
indecible? Pues no, con genial inteligencia teologal nos anuncias que esta
Palabra puede plenamente ser comunicada en el hábitat o atmósfera donde propiamente
es recibida y crece transformando nuestra vida. La Palabra de la Cruz es una
Palabra excelentísima y tan subida de Dios que solo puede ser recibida y
transmitida en el Espíritu Santo.
“Más
bien, como dice la Escritura, anunciamos: lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó,
ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman. Porque a nosotros nos lo reveló Dios por
medio del Espíritu; y el Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de
Dios.” 1 Cor 2,9-10
Pues
Cristo en su Misterio, tan desbordantemente visible en su Encarnación y Cruz,
está más allá de este mundo. Por eso su Sabiduría a unos les resulta locura y a
otros necedad. No es de este mundo sino que vino a este mundo, asumiendo lo
humano, para revelar a su Padre y reconducirnos a Él. Ya le contemplaremos San
Pablo según tu expresión: “el Misterio escondido en Dios desde toda la
eternidad”. Pero para que la revelación -que es misión del Hijo Enviado- pueda
ser aceptada por nosotros también ha sido enviado el Espíritu Santo. El
Espíritu –según lo atestiguan otros pasajes neo-testamentarios- tiene una
necesaria función docente: nos conduce a la verdad plena y total, facilitando
la maduración en nosotros de cuanto Cristo nos ha enseñado, haciendo pues
crecer el sentido de la fe de los creyentes.
El
Espíritu que inhabita a los fieles en estado de gracia santificante sondea el
interior del hombre –iluminando la inteligencia y esclareciendo el corazón- y
viene a nosotros “desde las profundidades” del Misterio del Dios Uno y Trino
para celebrar en gozo la Alianza de Salvación con los hombres. “En el Espíritu
Santo”, confiesa ininterrumpidamente la fe de la Iglesia. “Hacia el Padre por
Cristo en el Espíritu”, como desde sus orígenes celebra y proclama el culto
cristiano a Dios.
¡Qué
belleza, finalmente, querido Apóstol, esta expresión tuya!: “lo
que Dios preparó para los que le aman”. ¿Y qué preparó Dios, el Padre,
con amor para quienes recibiendo su Misericordia le amen? ¡Qué preparó con
excedente Sabiduría que quedaba más allá del oído, del ojo, de la inteligencia
y del corazón del hombre? Pues preparó para nosotros con Amor y predestinación
eterna el Misterio de Jesucristo, el Verbo encarnado para nuestra Salvación y
llamamiento a la Gloria.
“En
efecto, ¿qué hombre conoce lo íntimo del hombre sino el espíritu del hombre que
está en él? Del mismo modo, nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de
Dios. Y nosotros no hemos recibido el
espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para conocer las gracias
que Dios nos ha otorgado, de las cuales también hablamos, no con palabras
aprendidas de sabiduría humana, sino aprendidas del Espíritu, expresando
realidades espirituales.” 1 Cor 2,11-13
Ahora
bien, hemos recibido ese Espíritu Santo que posibilita conocer a Dios en su
Misterio y las gracias que concede para nuestra salvación en Cristo. No el
espíritu del mundo y su sabiduría humana ciertamente limitada y a menudo
vocacionalmente desorientada, sino la Sabiduría eterna por medio del Espíritu
de Dios. Por tanto no hablamos solo según lo propio de la naturaleza humana compartida
con nuestros pares, sino que hemos sido capacitados y sobre-elevados para
hablar según el Espíritu santificador. Podemos con su gracia expresar,
testimoniar y conducir a los hombres hacia el Misterio de Dios, pues en el
Espíritu lo hemos contemplado y aceptado con Alianza de Amor.
¿De
dónde entonces este afán actual de gran parte de la Iglesia peregrina por
hablar prioritariamente con el lenguaje del mundo? Evidentemente estos tiempos
de apostasía, secularización y descristianización creciente nos han impactado
tantísimo más de lo que creemos. La pérdida del sentido por lo sagrado ha
extendido su sombra sobre amplios sectores de ministros ordenados. Una pátina
inmanentista lo cubre todo y ya no se vislumbra el Misterio. ¿Y si estamos
empeñados en festejar una Iglesia tan humana que ya no conoce más que una “soteriología
antropocéntrica desescatologizada”: quién hablará de Dios en el mundo y quiénes
tendrán la capacidad de expresar las realidades espirituales?
“El
hombre naturalmente no capta las cosas del Espíritu de Dios; son necedad para
él. Y no las puede conocer pues sólo espiritualmente pueden ser juzgadas. En
cambio, el hombre de espíritu lo juzga todo; y a él nadie puede juzgarle. Porque
¿quién conoció la mente del Señor para instruirle? Pero nosotros tenemos la
mente de Cristo.” 1 Cor 2,14-16
Nosotros
los cristianos somos o debiéramos ser quienes tenemos la mente de Cristo. ¡Esta
es la obra principal del Espíritu Santo: formar a Cristo en nosotros! Y sin
embargo cada vez son más los erráticos discípulos que se esfuerzan por
sintonizar sin reservas con la mente del mundo y se van volviendo siempre más
indiferentes y ciegos ante el sentido sobrenatural y el fin último de la
vocación humana. Simplemente la palabra de la Cruz ya no puede ser pronunciada
eficazmente por gran parte de la Iglesia peregrina pues no tiene en el Espíritu
la mente de Cristo, sino que parece colonizada por la necedad de la mentalidad
efímera y pasajera del mundo. Y si la Cruz desconocida o poco transitada ya no
es presentada poderosa en su crudeza para ser abrazada por la fe, tampoco se
infundirá el Espíritu ni en la Iglesia ni en el mundo.
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