Escritos espirituales y florecillas de oración personal. Contemplaciones teologales tanto bíblicas como sobre la actualidad eclesial.
ESPECIAL DE CUARESMA
¿QUÉ
HAREMOS CON LA CRUZ?
Pbro.
Silvio Dante Pereira Carro
Miércoles
de Ceniza 2025
Desde
el año 2020, he asumido el compromiso de colaborar con un artículo semanal –frecuencia
no siempre exacta- con un portal digital católico. Se han sucedido diversas
temáticas, ya sea de índole bíblica, espiritual o de actualidad eclesial.[1]
Últimamente me he propuesto comentar las cartas paulinas. Es en el marco de la
Cuaresma 2025 que quisiera ofrecerles pues este compilado que creo podría ser
un aporte válido para la consideración espiritual. Tengan todos por gracia de
Dios una santa Cuaresma hacia la Pascua.
LA
PALABRA DE LA CRUZ (1)
Te
confieso querido Apóstol Pablo, santo de Dios, que al darme cuenta que tenía
que comentar este famoso texto tuyo me he sentido abrumado como quien se
encuentra parado frente a un abismo. Ruego al Señor no me falten palabras
talladas en el silencio porque el silencio sería la mejor y quizás única
palabra.
“Porque
no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio. Y no con palabras
sabias, para no desvirtuar la cruz de Cristo. Pues la predicación de la cruz es
una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan - para nosotros
- es fuerza de Dios.” 1 Cor 1,17-18
Has
alcanzado esta certeza: el centro de la predicación del Evangelio es el
misterio de la Cruz. Y tienes razón; aquí se estrellan las palabras
aparentemente sabias, la elocuencia colisiona contra el Madero que la hace
trizas y la reduce a un asombro extático frente a lo desconmensurado, la
ciencia de los hombres se revela del todo insignificante y nimia. Aquí a los
pies de la Cruz todo el edificio del universo entero cruje y se conmueve y con
dolores de parto alumbra un sentido que le sobreviene desde más allá de este
mundo.
“¿Por
qué la Cruz?” Me han enseñado cuando estudiante que una buena cristología debe
poder hacerse esta pregunta. Casi como decir que un cristiano que no se hace
esta pregunta no tiene la más mínima chance de realizar un proceso de
discipulado. “¿Por qué la Cruz?”
Y
tú como predicador has descubierto que toda la fuerza que requieres es la Cruz
desnuda, con toda su crudeza, tan difícil de digerir y tan revulsiva.
Arruinarías la palabra de la Cruz si la revistieras de explicaciones humanas,
de rebuscados argumentos intelectuales o de efervescente superficialidad
emotiva. Tarde o temprano la Cruz por si misma habla, solo hace falta que la
presentemos tal cual como es con toda su fuerza transfiguradora del alma.
Los
Viernes Santos, cada uno de ellos desde que soy sacerdote, están llenos de un
silencio que se torna palabra de fuego. No puedo sino decir de mil maneras a
los corazones apagados y a las mentes sordas que no hace falta nada más sino la
Cruz. Cuando todos huyen de ella escandalizados, horrorizados, temerosos;
cuando la mayoría quiere que pase rápido y que se borre pronto; yo solo quiero
quedarme aferrado a la eternidad de la Cruz de Cristo, victorioso Cordero
degollado y Esposo de la Iglesia. ¡Es que aún no hemos comprendido que la Cruz
es el Amor de Dios! ¡Amar la Cruz! ¿Quién podrá crecer y madurar hasta amar la
Cruz?
He
aquí pues la causa de que se pierdan los que se pierden: el rechazo de la Cruz.
He aquí pues también la causa por la cual somos alcanzados por la Salvación de
Dios: la apertura y aceptación de la Cruz, nuestra personal participación en
Getsemaní. Porque la Cruz es toda la fuerza de Cristo en el Espíritu hacia el
Padre para redención nuestra, el altar de la Pascua eterna, la Alianza
definitiva y nueva.
“Porque
dice la Escritura: Destruiré la sabiduría de los sabios, e inutilizaré la
inteligencia de los inteligentes. ¿Dónde
está el sabio? ¿Dónde el docto? ¿Dónde el sofista de este mundo? ¿Acaso no
entonteció Dios la sabiduría del mundo? De hecho, como el mundo mediante su
propia sabiduría no conoció a Dios en su divina sabiduría, quiso Dios salvar a
los creyentes mediante la necedad de la predicación.” 1 Cor 1,19-21
A
veces en nuestros días, estos oscuros y descarriados días de la Iglesia
peregrina –especialmente de tantísimos ministros y teólogos-, me pregunto: ¿qué
estarán buscando cuando desesperadamente quieren llenar su inteligencia y
corazón de las voces de este mundo y de las efímeras teorías de la época
transitoria en la que viven? ¿Acaso ya no lo tienen todo en la Cruz de Cristo,
desbordante de la verdadera sabiduría y del triunfante poder de Dios?
Pues
creo que no tienen la Gracia cuya fuente es la Cruz. Me temo que están huyendo
de ella y sumándose a tantos hombres –tan insensatos como infestados por las
semillas del Príncipe oscuro de este mundo-, buscando diseñar una salvación
diferente, una salvación sin Cruz y si es posible también una salvación sin
Dios. ¡Hombre que te quieres salvar a ti mismo, corres raudamente hacia el
abismo del que ya no habrá vuelta atrás! Pues la Cruz que rescata al que la
abraza, aplasta al que quiere poner otro fundamento que no sea ella.
Al
fin y al cabo no hay que inventar nada nuevo, nuestros santos siempre lo
supieron y nos lo han testimoniado. Lo único decisivo es ponerse de rodillas
humildemente a los pies de la Cruz. Allí termina el pecado y comienza la
santidad. La Cruz es desierto de mundo y puerta a la tierra de promisión.
“Así,
mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros
predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los
gentiles; mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza
de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es más sabia que la
sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de
los hombres.” 1 Cor 1,22-25
¡Que
nunca entonces lo olvide la Iglesia: nosotros predicamos a un Cristo
crucificado que es y seguirá siendo escándalo y locura para este mundo!
Nos
equivocamos cuando intentamos pulir las aristas filosas de la Cruz, cuando
procuramos que sea suave y confortable para que no cause resistencias o cuando
la convertimos en un artículo o símbolo inerte, apenas una “marca de mercado”,
estéticamente presentada pero despotenciada de toda su salvaje interpelación.
No hay forma de que el hombre se despierte del sueño engañoso a la Luz de
Cristo sino se da un golpazo, -digámoslo con claridad-: necesitamos darnos un
golpazo y estamparnos contra el Leño de la Cruz para que nazca el Camino en
nosotros.
Yo
veo que lamentablemente en la Iglesia siempre ha habido -y hoy proliferan-, los
que olvidándose de Cristo o creyéndose más que Él, se congracian con las
ideologías de toda índole desvirtuando el Evangelio de la Cruz. Cambian el
Misterio oculto desde toda la eternidad y revelado en la madurez de los tiempos
por la Encarnación del Verbo que mira hacia la cúspide de la Pascua, por
sofismas e inventivas humanas, por idolillos portentosos que en el fondo no son
más consistentes que el humo que se desvanece pronto y por espejismos de
omnipotencia humana que no son sino la torpe prolongación del viejo pecado de
Adán que hizo crecer exponencialmente el pecado en la historia hasta el
desvarío de Babel. ¿Acaso aún no lo hemos aprendido? ¡Qué testarudo y cerrado
el corazón del hombre!
Pero
seguramente como ayer, hoy y mañana, no faltará ese ejercito humilde y
silencioso de santos que a arrodillados o postrados con rostro en tierra frente
al Árbol de la Vida, alumbrará la palabra de la Cruz. Esa palabra de la Cruz
que es bendita locura y santo escándalo, “debilidad” de un Dios infinitamente
más fuerte que todos los poderes de la humanidad entera desde el inicio hasta
el fin de la historia, los cuales quedan reducidos a la insignificancia y a la
intrascendencia sin su Amor manifestado sobreabundantemente en la Pascua del
Señor. ¡Ya lo siento, ya lo escucho y ya lo anhelo: ese susurro de los santos
que se convierte en clamor: la palabra de la Cruz por la cual es pastoreada la
Iglesia y rescatado el mundo! ¡Aquí lo tienes Madre Iglesia, toma resueltamente
entre tus manos el báculo de la Cruz y se fiel a tu vocación!
LA
PALABRA DE LA CRUZ (2)
“¡Miren,
hermanos, quiénes han sido llamados! No hay muchos sabios según la carne ni
muchos poderosos ni muchos de la nobleza. Ha escogido Dios más bien lo necio
del mundo para confundir a los sabios. Y ha escogido Dios lo débil del mundo,
para confundir lo fuerte. Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios;
lo que no es, para reducir a la nada lo que es. Para que ningún mortal se
gloríe en la presencia de Dios. De él les viene que estén en Cristo Jesús, al
cual hizo Dios para nosotros sabiduría de origen divino, justicia,
santificación y redención, a fin de que, como dice la Escritura: El que se
gloríe, gloríese en el Señor.” 1 Cor 1,26-31
Estimado
hermano San Pablo, evidentemente no podemos caminar como discípulos sin Verdad.
Y en el punto de partida debe haber un ejercicio de sinceramiento que se
traducirá en gozosa acción de gracias: ¿quiénes seríamos nosotros sin Cristo?,
¿qué sería de nuestra vida sin la Gracia de Dios derramada por la Pascua del
Señor Jesús? Así en un proceso vocacional en buen estado, saludable y
correctamente orientado, existe siempre esta conciencia de la desproporción
entre el Dios totalmente Santo y nosotros pecadores, entre su Grandeza y
nuestra pequeñez. ¡Hasta la Virgen María, sin pecado, cantó asombrada la
alabanza por semejante desigualdad y por tamaña condescendencia divina!
Adviertes
pues que en la comunidad cristiana de ayer, como la de hoy seguramente, no son
mayoría los sabios, poderosos y nobles. Por lo contrario Dios parece haber
optado por quienes se ubican en el reverso de las cúspides mundanas. Los que no
destacan según los criterios de calificación cultural parecen constituir el
número grueso de los discípulos. No porque no tengan valor ni porque Dios no
pueda elevarlos y capacitarlos por encima de todos los saberes y poderes de
este mundo, sino porque se encuentran más fácilmente identificados con aquella
pobreza y fragilidad propias de la condescendencia de la Encarnación y Cruz.
Recuerdo
que cuando iniciaba mi camino vocacional, con otro compañero, acuñamos esta
expresión: “Los mejores salen”. Ese “salen” significaba que en algún momento
del proceso se iban del convento, que no perseveraban. Lo decíamos constatando
que los formadores siempre se encandilaban con formandos llenos de dotes y
virtudes naturales y se relamían pensando: “¡Qué gran religioso será!” Y
verdaderamente eran sobresalientes y con mucha mejor materia que nosotros, los
que quedamos. Los formadores tuvieron que contentarse con nosotros que quizás
no teníamos tan grandes dotes pero poseíamos lo más necesario para un proceso
vocacional: nuestra fragilidad, nuestra sincera aceptación de la propia
realidad personal y una fe que clamaba a Dios el rescate como lo hacen los
pobres y mendigos, creyendo que todo era posible para su Gracia.
Entre
el Crucificado y sus discípulos deberá haber al final del camino una plena
identificación. Por eso solo pueden sostener el andar quienes ya tienen las
marcas, las ranuras, las molduras, las muecas que puedan recibir la Cruz y
llevarla.
“Pues
yo, hermanos, cuando fui a ustedes, no fui con el prestigio de la palabra o de
la sabiduría a anunciarles el misterio de Dios, pues no quise saber entre
ustedes sino a Jesucristo, y éste crucificado. Y me presenté ante ustedes
débil, tímido y tembloroso. Y mi palabra y mi predicación no tuvieron nada de
los persuasivos discursos de la sabiduría, sino que fueron una demostración del
Espíritu y del poder para que su fe se fundase, no en sabiduría de hombres,
sino en el poder de Dios. Sin embargo, hablamos de sabiduría entre los
perfectos, pero no de sabiduría de este mundo ni de los príncipes de este
mundo, abocados a la ruina; sino que
hablamos de una sabiduría de Dios, misteriosa, escondida, destinada por Dios
desde antes de los siglos para gloria nuestra, desconocida de todos los
príncipes de este mundo - pues de haberla conocido no hubieran crucificado al
Señor de la Gloria -.” 1 Cor 2,1-8
El
predicador, nos testimonias, debe ser un crucificado y su palabra debe brotar
del silencio escandaloso, punzante y filoso de la Cruz. Jesucristo Crucificado
es materia ineludible y central de la predicación del Evangelio. Se podrá
buscar el camino pedagógico más adecuado al estado de los interlocutores y se
podrán elegir variados métodos de comunicación que se consideren más oportunos;
pero no se podrá esquivar la Cruz. Se partirá desde la Cruz o se arribará a
ella o se la intercalará transversalmente en todo el itinerario pero será
esencial en el llamado al discipulado. De no ser así todos, predicadores y
vocados perderán el tiempo. Porque a la palabra de la Cruz se debe dar una
respuesta, tomar una decisión. Todo lo previo es preparación, acercamiento,
precalentamiento y generación de disposiciones pero la hora de la verdad es la
hora del encuentro con Cristo en Cruz. El camino del discipulado inicia con la
aceptación y el abrazo del Crucificado o allí se aborta el intento.
El
mismo Señor Jesús en el tiempo oportuno de la cercanía de la Pascua, rumbo a
Jerusalén, por tres veces les anuncio la Pasión. Y lanzó un llamado definitivo,
interpelante y claro, los convocó a la madurez: “Quien quiera venir en pos de
mí que tome su Cruz, la cargue y que me siga”. Y agregó aquello de: “Quien
quiera salvar su vida, la perderá, pero quien la entregue en ofrenda la
ganará”. Y puestos en la encrucijada una inmensa mayoría lo dejaron, se
apartaron de él y se volvieron atrás. Lo siguieron a tientas unos pocos
frágiles, que incluso a la hora decisiva le traicionaron, negaron o se
dispersaron mirando desde lejos el revulsivo y estremecedor acontecimiento
pascual. De entre los pocos unos pocos, la Mujer y Madre, el discípulo amado y
otras mujeres y discípulos en secreto permanecieron cerca a los pies de la
Cruz.
A
veces me pregunto si como Iglesia peregrina al comienzo del Tercer Milenio
comprendemos la ciencia de la predicación evangélica, si conocemos la Sabiduría
escondida y misteriosa de Dios, si la hemos alumbrado en nuestro corazón por el
abrazo de la Cruz. Y distingo a unos que masivamente van por el camino de
asimilarse al mundo y sus proyectos, que buscan ser expertos en el lenguaje de
los hombres y en las sensibilidades de la época. Su presentación de Jesucristo
termina siendo disolvente de su Misterio y de su Escándalo. Ofrecen un Cristo
recortado a las conveniencias, a las necesidades del mercado, diseñado según el
marketing y de rápida pero efímera circulación. Como vislumbro a otros que
minoritariamente no hablan tanto ni son tan visibles, que intentan vivir con
radicalidad evangélica y son incomprendidos inclusive entre sus hermanos, que
aspiran a santidad y son consecuentes con ese ideal, que abrazan la Cruz y se
aferran a ella como confesores de la fe y mártires. ¿Tú contemplas también esta
doble vía en la Iglesia que peregrina hoy en la historia? ¿Y percibes donde la
Iglesia se marchita y muere y dónde rejuvenece y crece? Quitada la Cruz
sobreviene la muerte, pero donde se levanta en alto el estandarte victorioso
del Amor en Cruz hay Vida.
POR
EL ESPÍRITU SANTO NOSOTROS TENEMOS LA MENTE DE CRISTO
San
Pablo, padre y hermano nuestro, nos has dejado absortos con tu presentación de
la Sabiduría de la Cruz, una Palabra que reclama más nuestro silencio que
nuestras palabras. ¿Y entonces la
Palabra de la Cruz será puro silencio y su Misterio tan insondable como
indecible? Pues no, con genial inteligencia teologal nos anuncias que esta
Palabra puede plenamente ser comunicada en el hábitat o atmósfera donde
propiamente es recibida y crece transformando nuestra vida. La Palabra de la
Cruz es una Palabra excelentísima y tan subida de Dios que solo puede ser
recibida y transmitida en el Espíritu Santo.
“Más
bien, como dice la Escritura, anunciamos: lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó,
ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman. Porque a nosotros nos lo reveló Dios por
medio del Espíritu; y el Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de
Dios.” 1 Cor 2,9-10
Pues
Cristo en su Misterio, tan desbordantemente visible en su Encarnación y Cruz,
está más allá de este mundo. Por eso su Sabiduría a unos les resulta locura y a
otros necedad. No es de este mundo sino que vino a este mundo, asumiendo lo humano,
para revelar a su Padre y reconducirnos a Él. Ya le contemplaremos San Pablo
según tu expresión: “el Misterio escondido en Dios desde toda la eternidad”.
Pero para que la revelación -que es misión del Hijo Enviado- pueda ser aceptada
por nosotros también ha sido enviado el Espíritu Santo. El Espíritu –según lo
atestiguan otros pasajes neo-testamentarios- tiene una necesaria función
docente: nos conduce a la verdad plena y total, facilitando la maduración en
nosotros de cuanto Cristo nos ha enseñado, haciendo pues crecer el sentido de
la fe de los creyentes.
El
Espíritu que inhabita a los fieles en estado de gracia santificante sondea el
interior del hombre –iluminando la inteligencia y esclareciendo el corazón- y
viene a nosotros “desde las profundidades” del Misterio del Dios Uno y Trino
para celebrar en gozo la Alianza de Salvación con los hombres. “En el Espíritu
Santo”, confiesa ininterrumpidamente la fe de la Iglesia. “Hacia el Padre por
Cristo en el Espíritu”, como desde sus orígenes celebra y proclama el culto
cristiano a Dios.
¡Qué
belleza, finalmente, querido Apóstol, esta expresión tuya!: “lo
que Dios preparó para los que le aman”. ¿Y qué preparó Dios, el Padre,
con amor para quienes recibiendo su Misericordia le amen? ¡Qué preparó con
excedente Sabiduría que quedaba más allá del oído, del ojo, de la inteligencia
y del corazón del hombre? Pues preparó para nosotros con Amor y predestinación
eterna el Misterio de Jesucristo, el Verbo encarnado para nuestra Salvación y
llamamiento a la Gloria.
“En
efecto, ¿qué hombre conoce lo íntimo del hombre sino el espíritu del hombre que
está en él? Del mismo modo, nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de
Dios. Y nosotros no hemos recibido el
espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para conocer las
gracias que Dios nos ha otorgado, de las cuales también hablamos, no con
palabras aprendidas de sabiduría humana, sino aprendidas del Espíritu,
expresando realidades espirituales.” 1 Cor 2,11-13
Ahora
bien, hemos recibido ese Espíritu Santo que posibilita conocer a Dios en su
Misterio y las gracias que concede para nuestra salvación en Cristo. No el
espíritu del mundo y su sabiduría humana ciertamente limitada y a menudo
vocacionalmente desorientada, sino la Sabiduría eterna por medio del Espíritu
de Dios. Por tanto no hablamos solo según lo propio de la naturaleza humana
compartida con nuestros pares, sino que hemos sido capacitados y sobre-elevados
para hablar según el Espíritu santificador. Podemos con su gracia expresar,
testimoniar y conducir a los hombres hacia el Misterio de Dios, pues en el
Espíritu lo hemos contemplado y aceptado con Alianza de Amor.
¿De
dónde entonces este afán actual de gran parte de la Iglesia peregrina por
hablar prioritariamente con el lenguaje del mundo? Evidentemente estos tiempos
de apostasía, secularización y descristianización creciente nos han impactado
tantísimo más de lo que creemos. La pérdida del sentido por lo sagrado ha
extendido su sombra sobre amplios sectores de ministros ordenados. Una pátina inmanentista
lo cubre todo y ya no se vislumbra el Misterio. ¿Y si estamos empeñados en
festejar una Iglesia tan humana que ya no conoce más que una “soteriología
antropocéntrica desescatologizada”: quién hablará de Dios en el mundo y quiénes
tendrán la capacidad de expresar las realidades espirituales?
“El
hombre naturalmente no capta las cosas del Espíritu de Dios; son necedad para
él. Y no las puede conocer pues sólo espiritualmente pueden ser juzgadas. En
cambio, el hombre de espíritu lo juzga todo; y a él nadie puede juzgarle.
Porque ¿quién conoció la mente del Señor para instruirle? Pero nosotros tenemos
la mente de Cristo.” 1 Cor 2,14-16
Nosotros
los cristianos somos o debiéramos ser quienes tenemos la mente de Cristo. ¡Esta
es la obra principal del Espíritu Santo: formar a Cristo en nosotros! Y sin
embargo cada vez son más los erráticos discípulos que se esfuerzan por
sintonizar sin reservas con la mente del mundo y se van volviendo siempre más
indiferentes y ciegos ante el sentido sobrenatural y el fin último de la
vocación humana. Simplemente la palabra de la Cruz ya no puede ser pronunciada
eficazmente por gran parte de la Iglesia peregrina pues no tiene en el Espíritu
la mente de Cristo, sino que parece por la necedad de la mentalidad efímera y pasajera
del mundo. Y si la Cruz desconocida o poco transitada ya no es presentada
poderosa en su crudeza para ser abrazada por la fe, tampoco se infundirá el
Espíritu ni en la Iglesia ni en el mundo.
NO
PUDE HABLARLES COMO A ESPIRITUALES
“Yo,
hermanos, no pude hablarles como a espirituales, sino como a carnales, como a
niños en Cristo. Les di a beber leche y
no alimento sólido, pues todavía no lo podían soportar. Ni aun lo soportan al
presente; pues todavía son carnales.” 1 Cor 3,1-3a
Estimado
Apóstol, ¡qué pena tengas que dirigirte a los discípulos en estos términos!
Aunque más penoso es constatar que la inmadurez en el seguimiento de Cristo
siempre acecha a todos los miembros de la Iglesia que peregrina en el tiempo.
Ya veremos acerca de qué circunstancia concreta haces esta exhortación. Pero
antes me permito una mirada personal en mi contexto actual.
En
primer término, mi experiencia pastoral me ha puesto tantísimas veces en esta
disyuntiva: poder y querer dar a quienes tengo a mí cuidado bienes de Gracia
más subidos y sustanciosos y no poder hacerlo. ¿Por qué? Pues porque faltan las
disposiciones necesarias, porque es insuficiente el ejercicio de la vida
interior, porque no existe aún una robustez de vida moral proporcionada, en
fin, por falta de crecimiento o procesos lentos y trabajosos de maduración. “La
gracia supone la naturaleza”, expresaba famoso adagio. Ahora bien, es
tristemente demasiado habitual que la gracia del Señor no encuentre un soporte
adecuado y una recepción oportuna en nosotros. Falta a menudo –insisto en ello-
musculación espiritual, dado el creciente abandono de la dimensión ascética y
el olvido generalizado de la vida penitencial. Esto nos está sucediendo hoy en
la Iglesia.
Y
nos acaece, en segundo término, algo más grave, gravísimo en verdad. La
autocomplacencia y la justificación de la inmadurez discipular. Pocos son los
que quieren crecer en santidad y ahondar el seguimiento de Cristo. Se ha
desplomado masivamente la calidad de vida en el Espíritu. Ya sea porque el mal
espíritu modernista ha introducido un antropocentrismo idolátrico y sin una
correcta referencia a Dios, ya sea por la soteriología intramundana –de corte
secularizante- que no alcanza a vislumbrar el horizonte escatológico o ya sea
por la plaga del relativismo que socava todos los cimientos y no le permite a
una gran mayoría de fieles hallar un piso firme donde apoyarse y proyectar un
crecimiento.
Mas
lo realmente álgido es la falta de deseo por el crecimiento de la vida
cristiana. Una mentalidad pueril que espera que Dios lo haga todo por nosotros
sin nosotros. Una suerte de “clientelismo soteriológico” donde plácidamente
esperamos consumir bienes salvíficos a los que pretendemos tener derecho.
Es
el resultado de la deriva del “buenismo pastoral” y de la “falsa misericordia
sin exigencia de conversión y santidad”. Al fin y al cabo no asistimos sino a
una variante más de la herejía del quietismo. Detrás de muchas predicaciones
que levantan el estandarte del “inclusivismo absoluto” no hay sino la realidad
de un “falso misticismo”.
Por
tanto, lo que se cultiva es una religiosidad puramente emocionalista, la cual
se ofrece de placebo a los incautos. Los cristianos de comienzos del siglo XXI
pasan de experiencia en experiencia, sin nunca echar raíces ni establecer cimientos.
Se trata de una verdadera espiritualidad “líquida y a la carta” que los lleva
de estímulo en estímulo como adictos a unas sensaciones espirituales que juzgan
valiosas pero que en verdad son superficiales. Caminan volátiles y volubles
sobre el vacío sin pisar verdadera y firme tierra. Paradójicamente, ensalzando
inauténticamente lo humano, se trata en el fondo de una espiritualidad de la
desencarnación.
Es
sugestivo que esta queja del Apóstol –que se dirige a un tema bien específico,
el cual abordaremos adelante en otro apartado- también sea una derivación de la
palabra de la Cruz. Justamente es la Cruz el alimento sólido que no pueden
digerir pues aún no tienen la mentalidad de Cristo. Por eso aún no puede
tratarlos como a espirituales sino como a carnales, pues siguen viviendo
humanamente como viven todos y aún no despunta ni se consolida en ellos una
mirada superior, un sentido sobrenatural. Por eso debe considerarlos niños y no
adultos en Cristo y no puede anunciarles la sólida Palabra de la Salvación pues
aún tienen gusto y apego a los sabores meramente mundanos y pasajeros.
¿Y
acaso este reclamo no nos viene como anillo al dedo a los cristianos de hoy
según la problemática que hemos descripto? ¡Claro que sí! Nunca más ajustado y certero
el requerimiento. ¡No podemos todavía soportar a Cristo! Y vaya que nos lo
estamos quitando de encima en la Iglesia que peregrina. ¡Miren cómo quienes
hemos sido engendrados por la Pascua redentora nos venimos deslizando hacia
abajo hasta convertirnos trágicamente en enemigos de la Cruz de Cristo!
[1] Se trata del portal “VERDAD EN LIBERTAD. Noticias
y pensamiento en clave cristiana.” También puedes acudir a mi blog personal www.manantialdecontemplación.blogspot.com.
Contenidos audiovisuales en mi canal de youtube Presbítero Silvio Dante Pereira
Carro.
DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 35
NO
PUDE HABLARLES COMO A ESPIRITUALES
“Yo,
hermanos, no pude hablarles como a espirituales, sino como a carnales, como a
niños en Cristo. Les di a beber leche y
no alimento sólido, pues todavía no lo podían soportar. Ni aun lo soportan al
presente; pues todavía son carnales.” 1 Cor 3,1-3a
Estimado
Apóstol, ¡qué pena tengas que dirigirte a los discípulos en estos términos!
Aunque más penoso es constatar que la inmadurez en el seguimiento de Cristo
siempre acecha a todos los miembros de la Iglesia que peregrina en el tiempo. Ya
veremos acerca de qué circunstancia concreta haces esta exhortación. Pero antes
me permito una mirada personal en mi contexto actual.
En
primer término, mi experiencia pastoral me ha puesto tantísimas veces en esta
disyuntiva: poder y querer dar a quienes tengo a mí cuidado bienes de Gracia
más subidos y sustanciosos y no poder hacerlo. ¿Por qué? Pues porque faltan las
disposiciones necesarias, porque es insuficiente el ejercicio de la vida interior,
porque no existe aún una robustez de vida moral proporcionada, en fin, por
falta de crecimiento o procesos lentos y trabajosos de maduración. “La gracia
supone la naturaleza”, expresaba famoso adagio. Ahora bien, es tristemente
demasiado habitual que la gracia del Señor no encuentre un soporte adecuado y
una recepción oportuna en nosotros. Falta a menudo –insisto en ello-
musculación espiritual, dado el creciente abandono de la dimensión ascética y
el olvido generalizado de la vida penitencial. Esto nos está sucediendo hoy en
la Iglesia.
Y
nos acaece, en segundo término, algo más grave, gravísimo en verdad. La
autocomplacencia y la justificación de la inmadurez discipular. Pocos son los que
quieren crecer en santidad y ahondar el seguimiento de Cristo. Se ha desplomado
masivamente la calidad de vida en el Espíritu. Ya sea porque el mal espíritu
modernista ha introducido un antropocentrismo idolátrico y sin una correcta
referencia a Dios, ya sea por la soteriología intramundana –de corte
secularizante- que no alcanza a vislumbrar el horizonte escatológico o ya sea
por la plaga del relativismo que socava todos los cimientos y no le permite a
una gran mayoría de fieles hallar un piso firme donde apoyarse y proyectar un
crecimiento.
Mas
lo realmente álgido es la falta de deseo por el crecimiento de la vida
cristiana. Una mentalidad pueril que espera que Dios lo haga todo por nosotros
sin nosotros. Una suerte de “clientelismo soteriológico” donde plácidamente
esperamos consumir bienes salvíficos a los que pretendemos tener derecho.
Es
el resultado de la deriva del “buenismo pastoral” y de la “falsa misericordia
sin exigencia de conversión y santidad”. Al fin y al cabo no asistimos sino a una
variante más de la herejía del quietismo. Detrás de muchas predicaciones que
levantan el estandarte del “inclusivismo absoluto” no hay sino la realidad de
un “falso misticismo”.
Por
tanto, lo que se cultiva es una religiosidad puramente emocionalista, la cual se
ofrece de placebo a los incautos. Los cristianos de comienzos del siglo XXI pasan
de experiencia en experiencia, sin nunca echar raíces ni establecer cimientos.
Se trata de una verdadera espiritualidad “líquida y a la carta” que los lleva
de estímulo en estímulo como adictos a unas sensaciones espirituales que juzgan
valiosas pero que en verdad son superficiales. Caminan volátiles y volubles
sobre el vacío sin pisar verdadera y firme tierra. Paradójicamente, ensalzando
inauténticamente lo humano, se trata en el fondo de una espiritualidad de la
desencarnación.
Es
sugestivo que esta queja del Apóstol –que se dirige a un tema bien específico,
el cual abordaremos adelante en otro apartado- también sea una derivación de la
palabra de la Cruz. Justamente es la Cruz el alimento sólido que no pueden
digerir pues aún no tienen la mentalidad de Cristo. Por eso aún no puede
tratarlos como a espirituales sino como a carnales, pues siguen viviendo
humanamente como viven todos y aún no despunta ni se consolida en ellos una
mirada superior, un sentido sobrenatural. Por eso debe considerarlos niños y no
adultos en Cristo y no puede anunciarles la sólida Palabra de la Salvación pues
aún tienen gusto y apego a los sabores meramente mundanos y pasajeros.
¿Y
acaso este reclamo no nos viene como anillo al dedo a los cristianos de hoy
según la problemática que hemos descripto? ¡Claro que sí! Nunca más ajustado y
certero el requerimiento. ¡No podemos todavía soportar a Cristo! Y vaya que nos
lo estamos quitando de encima en la Iglesia que peregrina. ¡Miren cómo quienes
hemos sido engendrados por la Pascua redentora nos venimos deslizando hacia
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