ESPECIAL DE CUARESMA

 




¿QUÉ HAREMOS CON LA CRUZ?

 

Pbro. Silvio Dante Pereira Carro

Miércoles de Ceniza 2025

 

 

Desde el año 2020, he asumido el compromiso de colaborar con un artículo semanal –frecuencia no siempre exacta- con un portal digital católico. Se han sucedido diversas temáticas, ya sea de índole bíblica, espiritual o de actualidad eclesial.[1] Últimamente me he propuesto comentar las cartas paulinas. Es en el marco de la Cuaresma 2025 que quisiera ofrecerles pues este compilado que creo podría ser un aporte válido para la consideración espiritual. Tengan todos por gracia de Dios una santa Cuaresma hacia la Pascua.

 

LA PALABRA DE LA CRUZ (1)

 

Te confieso querido Apóstol Pablo, santo de Dios, que al darme cuenta que tenía que comentar este famoso texto tuyo me he sentido abrumado como quien se encuentra parado frente a un abismo. Ruego al Señor no me falten palabras talladas en el silencio porque el silencio sería la mejor y quizás única palabra.

 

“Porque no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio. Y no con palabras sabias, para no desvirtuar la cruz de Cristo. Pues la predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan - para nosotros - es fuerza de Dios.” 1 Cor 1,17-18

 

Has alcanzado esta certeza: el centro de la predicación del Evangelio es el misterio de la Cruz. Y tienes razón; aquí se estrellan las palabras aparentemente sabias, la elocuencia colisiona contra el Madero que la hace trizas y la reduce a un asombro extático frente a lo desconmensurado, la ciencia de los hombres se revela del todo insignificante y nimia. Aquí a los pies de la Cruz todo el edificio del universo entero cruje y se conmueve y con dolores de parto alumbra un sentido que le sobreviene desde más allá de este mundo.

“¿Por qué la Cruz?” Me han enseñado cuando estudiante que una buena cristología debe poder hacerse esta pregunta. Casi como decir que un cristiano que no se hace esta pregunta no tiene la más mínima chance de realizar un proceso de discipulado. “¿Por qué la Cruz?”

Y tú como predicador has descubierto que toda la fuerza que requieres es la Cruz desnuda, con toda su crudeza, tan difícil de digerir y tan revulsiva. Arruinarías la palabra de la Cruz si la revistieras de explicaciones humanas, de rebuscados argumentos intelectuales o de efervescente superficialidad emotiva. Tarde o temprano la Cruz por si misma habla, solo hace falta que la presentemos tal cual como es con toda su fuerza transfiguradora del alma.

Los Viernes Santos, cada uno de ellos desde que soy sacerdote, están llenos de un silencio que se torna palabra de fuego. No puedo sino decir de mil maneras a los corazones apagados y a las mentes sordas que no hace falta nada más sino la Cruz. Cuando todos huyen de ella escandalizados, horrorizados, temerosos; cuando la mayoría quiere que pase rápido y que se borre pronto; yo solo quiero quedarme aferrado a la eternidad de la Cruz de Cristo, victorioso Cordero degollado y Esposo de la Iglesia. ¡Es que aún no hemos comprendido que la Cruz es el Amor de Dios! ¡Amar la Cruz! ¿Quién podrá crecer y madurar hasta amar la Cruz?

He aquí pues la causa de que se pierdan los que se pierden: el rechazo de la Cruz. He aquí pues también la causa por la cual somos alcanzados por la Salvación de Dios: la apertura y aceptación de la Cruz, nuestra personal participación en Getsemaní. Porque la Cruz es toda la fuerza de Cristo en el Espíritu hacia el Padre para redención nuestra, el altar de la Pascua eterna, la Alianza definitiva y nueva.

 

“Porque dice la Escritura: Destruiré la sabiduría de los sabios, e inutilizaré la inteligencia de los inteligentes.  ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el docto? ¿Dónde el sofista de este mundo? ¿Acaso no entonteció Dios la sabiduría del mundo? De hecho, como el mundo mediante su propia sabiduría no conoció a Dios en su divina sabiduría, quiso Dios salvar a los creyentes mediante la necedad de la predicación.” 1 Cor 1,19-21

 

A veces en nuestros días, estos oscuros y descarriados días de la Iglesia peregrina –especialmente de tantísimos ministros y teólogos-, me pregunto: ¿qué estarán buscando cuando desesperadamente quieren llenar su inteligencia y corazón de las voces de este mundo y de las efímeras teorías de la época transitoria en la que viven? ¿Acaso ya no lo tienen todo en la Cruz de Cristo, desbordante de la verdadera sabiduría y del triunfante poder de Dios?

Pues creo que no tienen la Gracia cuya fuente es la Cruz. Me temo que están huyendo de ella y sumándose a tantos hombres –tan insensatos como infestados por las semillas del Príncipe oscuro de este mundo-, buscando diseñar una salvación diferente, una salvación sin Cruz y si es posible también una salvación sin Dios. ¡Hombre que te quieres salvar a ti mismo, corres raudamente hacia el abismo del que ya no habrá vuelta atrás! Pues la Cruz que rescata al que la abraza, aplasta al que quiere poner otro fundamento que no sea ella.

Al fin y al cabo no hay que inventar nada nuevo, nuestros santos siempre lo supieron y nos lo han testimoniado. Lo único decisivo es ponerse de rodillas humildemente a los pies de la Cruz. Allí termina el pecado y comienza la santidad. La Cruz es desierto de mundo y puerta a la tierra de promisión.

 

“Así, mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres.” 1 Cor 1,22-25

 

¡Que nunca entonces lo olvide la Iglesia: nosotros predicamos a un Cristo crucificado que es y seguirá siendo escándalo y locura para este mundo!

Nos equivocamos cuando intentamos pulir las aristas filosas de la Cruz, cuando procuramos que sea suave y confortable para que no cause resistencias o cuando la convertimos en un artículo o símbolo inerte, apenas una “marca de mercado”, estéticamente presentada pero despotenciada de toda su salvaje interpelación. No hay forma de que el hombre se despierte del sueño engañoso a la Luz de Cristo sino se da un golpazo, -digámoslo con claridad-: necesitamos darnos un golpazo y estamparnos contra el Leño de la Cruz para que nazca el Camino en nosotros.

Yo veo que lamentablemente en la Iglesia siempre ha habido -y hoy proliferan-, los que olvidándose de Cristo o creyéndose más que Él, se congracian con las ideologías de toda índole desvirtuando el Evangelio de la Cruz. Cambian el Misterio oculto desde toda la eternidad y revelado en la madurez de los tiempos por la Encarnación del Verbo que mira hacia la cúspide de la Pascua, por sofismas e inventivas humanas, por idolillos portentosos que en el fondo no son más consistentes que el humo que se desvanece pronto y por espejismos de omnipotencia humana que no son sino la torpe prolongación del viejo pecado de Adán que hizo crecer exponencialmente el pecado en la historia hasta el desvarío de Babel. ¿Acaso aún no lo hemos aprendido? ¡Qué testarudo y cerrado el corazón del hombre!

Pero seguramente como ayer, hoy y mañana, no faltará ese ejercito humilde y silencioso de santos que a arrodillados o postrados con rostro en tierra frente al Árbol de la Vida, alumbrará la palabra de la Cruz. Esa palabra de la Cruz que es bendita locura y santo escándalo, “debilidad” de un Dios infinitamente más fuerte que todos los poderes de la humanidad entera desde el inicio hasta el fin de la historia, los cuales quedan reducidos a la insignificancia y a la intrascendencia sin su Amor manifestado sobreabundantemente en la Pascua del Señor. ¡Ya lo siento, ya lo escucho y ya lo anhelo: ese susurro de los santos que se convierte en clamor: la palabra de la Cruz por la cual es pastoreada la Iglesia y rescatado el mundo! ¡Aquí lo tienes Madre Iglesia, toma resueltamente entre tus manos el báculo de la Cruz y se fiel a tu vocación!

 

 

LA PALABRA DE LA CRUZ (2)

 

“¡Miren, hermanos, quiénes han sido llamados! No hay muchos sabios según la carne ni muchos poderosos ni muchos de la nobleza. Ha escogido Dios más bien lo necio del mundo para confundir a los sabios. Y ha escogido Dios lo débil del mundo, para confundir lo fuerte. Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada lo que es. Para que ningún mortal se gloríe en la presencia de Dios. De él les viene que estén en Cristo Jesús, al cual hizo Dios para nosotros sabiduría de origen divino, justicia, santificación y redención, a fin de que, como dice la Escritura: El que se gloríe, gloríese en el Señor.” 1 Cor 1,26-31

 

Estimado hermano San Pablo, evidentemente no podemos caminar como discípulos sin Verdad. Y en el punto de partida debe haber un ejercicio de sinceramiento que se traducirá en gozosa acción de gracias: ¿quiénes seríamos nosotros sin Cristo?, ¿qué sería de nuestra vida sin la Gracia de Dios derramada por la Pascua del Señor Jesús? Así en un proceso vocacional en buen estado, saludable y correctamente orientado, existe siempre esta conciencia de la desproporción entre el Dios totalmente Santo y nosotros pecadores, entre su Grandeza y nuestra pequeñez. ¡Hasta la Virgen María, sin pecado, cantó asombrada la alabanza por semejante desigualdad y por tamaña condescendencia divina!

Adviertes pues que en la comunidad cristiana de ayer, como la de hoy seguramente, no son mayoría los sabios, poderosos y nobles. Por lo contrario Dios parece haber optado por quienes se ubican en el reverso de las cúspides mundanas. Los que no destacan según los criterios de calificación cultural parecen constituir el número grueso de los discípulos. No porque no tengan valor ni porque Dios no pueda elevarlos y capacitarlos por encima de todos los saberes y poderes de este mundo, sino porque se encuentran más fácilmente identificados con aquella pobreza y fragilidad propias de la condescendencia de la Encarnación y Cruz.

Recuerdo que cuando iniciaba mi camino vocacional, con otro compañero, acuñamos esta expresión: “Los mejores salen”. Ese “salen” significaba que en algún momento del proceso se iban del convento, que no perseveraban. Lo decíamos constatando que los formadores siempre se encandilaban con formandos llenos de dotes y virtudes naturales y se relamían pensando: “¡Qué gran religioso será!” Y verdaderamente eran sobresalientes y con mucha mejor materia que nosotros, los que quedamos. Los formadores tuvieron que contentarse con nosotros que quizás no teníamos tan grandes dotes pero poseíamos lo más necesario para un proceso vocacional: nuestra fragilidad, nuestra sincera aceptación de la propia realidad personal y una fe que clamaba a Dios el rescate como lo hacen los pobres y mendigos, creyendo que todo era posible para su Gracia.

Entre el Crucificado y sus discípulos deberá haber al final del camino una plena identificación. Por eso solo pueden sostener el andar quienes ya tienen las marcas, las ranuras, las molduras, las muecas que puedan recibir la Cruz y llevarla.

 

“Pues yo, hermanos, cuando fui a ustedes, no fui con el prestigio de la palabra o de la sabiduría a anunciarles el misterio de Dios, pues no quise saber entre ustedes sino a Jesucristo, y éste crucificado. Y me presenté ante ustedes débil, tímido y tembloroso. Y mi palabra y mi predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría, sino que fueron una demostración del Espíritu y del poder para que su fe se fundase, no en sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios. Sin embargo, hablamos de sabiduría entre los perfectos, pero no de sabiduría de este mundo ni de los príncipes de este mundo, abocados a la ruina;  sino que hablamos de una sabiduría de Dios, misteriosa, escondida, destinada por Dios desde antes de los siglos para gloria nuestra, desconocida de todos los príncipes de este mundo - pues de haberla conocido no hubieran crucificado al Señor de la Gloria -.” 1 Cor 2,1-8

 

El predicador, nos testimonias, debe ser un crucificado y su palabra debe brotar del silencio escandaloso, punzante y filoso de la Cruz. Jesucristo Crucificado es materia ineludible y central de la predicación del Evangelio. Se podrá buscar el camino pedagógico más adecuado al estado de los interlocutores y se podrán elegir variados métodos de comunicación que se consideren más oportunos; pero no se podrá esquivar la Cruz. Se partirá desde la Cruz o se arribará a ella o se la intercalará transversalmente en todo el itinerario pero será esencial en el llamado al discipulado. De no ser así todos, predicadores y vocados perderán el tiempo. Porque a la palabra de la Cruz se debe dar una respuesta, tomar una decisión. Todo lo previo es preparación, acercamiento, precalentamiento y generación de disposiciones pero la hora de la verdad es la hora del encuentro con Cristo en Cruz. El camino del discipulado inicia con la aceptación y el abrazo del Crucificado o allí se aborta el intento.

El mismo Señor Jesús en el tiempo oportuno de la cercanía de la Pascua, rumbo a Jerusalén, por tres veces les anuncio la Pasión. Y lanzó un llamado definitivo, interpelante y claro, los convocó a la madurez: “Quien quiera venir en pos de mí que tome su Cruz, la cargue y que me siga”. Y agregó aquello de: “Quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien la entregue en ofrenda la ganará”. Y puestos en la encrucijada una inmensa mayoría lo dejaron, se apartaron de él y se volvieron atrás. Lo siguieron a tientas unos pocos frágiles, que incluso a la hora decisiva le traicionaron, negaron o se dispersaron mirando desde lejos el revulsivo y estremecedor acontecimiento pascual. De entre los pocos unos pocos, la Mujer y Madre, el discípulo amado y otras mujeres y discípulos en secreto permanecieron cerca a los pies de la Cruz.

A veces me pregunto si como Iglesia peregrina al comienzo del Tercer Milenio comprendemos la ciencia de la predicación evangélica, si conocemos la Sabiduría escondida y misteriosa de Dios, si la hemos alumbrado en nuestro corazón por el abrazo de la Cruz. Y distingo a unos que masivamente van por el camino de asimilarse al mundo y sus proyectos, que buscan ser expertos en el lenguaje de los hombres y en las sensibilidades de la época. Su presentación de Jesucristo termina siendo disolvente de su Misterio y de su Escándalo. Ofrecen un Cristo recortado a las conveniencias, a las necesidades del mercado, diseñado según el marketing y de rápida pero efímera circulación. Como vislumbro a otros que minoritariamente no hablan tanto ni son tan visibles, que intentan vivir con radicalidad evangélica y son incomprendidos inclusive entre sus hermanos, que aspiran a santidad y son consecuentes con ese ideal, que abrazan la Cruz y se aferran a ella como confesores de la fe y mártires. ¿Tú contemplas también esta doble vía en la Iglesia que peregrina hoy en la historia? ¿Y percibes donde la Iglesia se marchita y muere y dónde rejuvenece y crece? Quitada la Cruz sobreviene la muerte, pero donde se levanta en alto el estandarte victorioso del Amor en Cruz hay Vida.

 

 

POR EL ESPÍRITU SANTO NOSOTROS TENEMOS LA MENTE DE CRISTO

 

San Pablo, padre y hermano nuestro, nos has dejado absortos con tu presentación de la Sabiduría de la Cruz, una Palabra que reclama más nuestro silencio que nuestras  palabras. ¿Y entonces la Palabra de la Cruz será puro silencio y su Misterio tan insondable como indecible? Pues no, con genial inteligencia teologal nos anuncias que esta Palabra puede plenamente ser comunicada en el hábitat o atmósfera donde propiamente es recibida y crece transformando nuestra vida. La Palabra de la Cruz es una Palabra excelentísima y tan subida de Dios que solo puede ser recibida y transmitida en el Espíritu Santo.

 

“Más bien, como dice la Escritura, anunciamos: lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman.  Porque a nosotros nos lo reveló Dios por medio del Espíritu; y el Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios.”  1 Cor 2,9-10

 

Pues Cristo en su Misterio, tan desbordantemente visible en su Encarnación y Cruz, está más allá de este mundo. Por eso su Sabiduría a unos les resulta locura y a otros necedad. No es de este mundo sino que vino a este mundo, asumiendo lo humano, para revelar a su Padre y reconducirnos a Él. Ya le contemplaremos San Pablo según tu expresión: “el Misterio escondido en Dios desde toda la eternidad”. Pero para que la revelación -que es misión del Hijo Enviado- pueda ser aceptada por nosotros también ha sido enviado el Espíritu Santo. El Espíritu –según lo atestiguan otros pasajes neo-testamentarios- tiene una necesaria función docente: nos conduce a la verdad plena y total, facilitando la maduración en nosotros de cuanto Cristo nos ha enseñado, haciendo pues crecer el sentido de la fe de los creyentes.

El Espíritu que inhabita a los fieles en estado de gracia santificante sondea el interior del hombre –iluminando la inteligencia y esclareciendo el corazón- y viene a nosotros “desde las profundidades” del Misterio del Dios Uno y Trino para celebrar en gozo la Alianza de Salvación con los hombres. “En el Espíritu Santo”, confiesa ininterrumpidamente la fe de la Iglesia. “Hacia el Padre por Cristo en el Espíritu”, como desde sus orígenes celebra y proclama el culto cristiano a Dios.

¡Qué belleza, finalmente, querido Apóstol, esta expresión tuya!: lo que Dios preparó para los que le aman”. ¿Y qué preparó Dios, el Padre, con amor para quienes recibiendo su Misericordia le amen? ¡Qué preparó con excedente Sabiduría que quedaba más allá del oído, del ojo, de la inteligencia y del corazón del hombre? Pues preparó para nosotros con Amor y predestinación eterna el Misterio de Jesucristo, el Verbo encarnado para nuestra Salvación y llamamiento a la Gloria.

 

“En efecto, ¿qué hombre conoce lo íntimo del hombre sino el espíritu del hombre que está en él? Del mismo modo, nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios.  Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para conocer las gracias que Dios nos ha otorgado, de las cuales también hablamos, no con palabras aprendidas de sabiduría humana, sino aprendidas del Espíritu, expresando realidades espirituales.” 1 Cor 2,11-13

 

Ahora bien, hemos recibido ese Espíritu Santo que posibilita conocer a Dios en su Misterio y las gracias que concede para nuestra salvación en Cristo. No el espíritu del mundo y su sabiduría humana ciertamente limitada y a menudo vocacionalmente desorientada, sino la Sabiduría eterna por medio del Espíritu de Dios. Por tanto no hablamos solo según lo propio de la naturaleza humana compartida con nuestros pares, sino que hemos sido capacitados y sobre-elevados para hablar según el Espíritu santificador. Podemos con su gracia expresar, testimoniar y conducir a los hombres hacia el Misterio de Dios, pues en el Espíritu lo hemos contemplado y aceptado con Alianza de Amor.

¿De dónde entonces este afán actual de gran parte de la Iglesia peregrina por hablar prioritariamente con el lenguaje del mundo? Evidentemente estos tiempos de apostasía, secularización y descristianización creciente nos han impactado tantísimo más de lo que creemos. La pérdida del sentido por lo sagrado ha extendido su sombra sobre amplios sectores de ministros ordenados. Una pátina inmanentista lo cubre todo y ya no se vislumbra el Misterio. ¿Y si estamos empeñados en festejar una Iglesia tan humana que ya no conoce más que una “soteriología antropocéntrica desescatologizada”: quién hablará de Dios en el mundo y quiénes tendrán la capacidad de expresar las realidades espirituales?

 

“El hombre naturalmente no capta las cosas del Espíritu de Dios; son necedad para él. Y no las puede conocer pues sólo espiritualmente pueden ser juzgadas. En cambio, el hombre de espíritu lo juzga todo; y a él nadie puede juzgarle. Porque ¿quién conoció la mente del Señor para instruirle? Pero nosotros tenemos la mente de Cristo.” 1 Cor 2,14-16

 

Nosotros los cristianos somos o debiéramos ser quienes tenemos la mente de Cristo. ¡Esta es la obra principal del Espíritu Santo: formar a Cristo en nosotros! Y sin embargo cada vez son más los erráticos discípulos que se esfuerzan por sintonizar sin reservas con la mente del mundo y se van volviendo siempre más indiferentes y ciegos ante el sentido sobrenatural y el fin último de la vocación humana. Simplemente la palabra de la Cruz ya no puede ser pronunciada eficazmente por gran parte de la Iglesia peregrina pues no tiene en el Espíritu la mente de Cristo, sino que parece por la necedad de la mentalidad efímera y pasajera del mundo. Y si la Cruz desconocida o poco transitada ya no es presentada poderosa en su crudeza para ser abrazada por la fe, tampoco se infundirá el Espíritu ni en la Iglesia ni en el mundo.

                                                            

 

NO PUDE HABLARLES COMO A ESPIRITUALES

 

“Yo, hermanos, no pude hablarles como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo.  Les di a beber leche y no alimento sólido, pues todavía no lo podían soportar. Ni aun lo soportan al presente; pues todavía son carnales.” 1 Cor 3,1-3a

 

Estimado Apóstol, ¡qué pena tengas que dirigirte a los discípulos en estos términos! Aunque más penoso es constatar que la inmadurez en el seguimiento de Cristo siempre acecha a todos los miembros de la Iglesia que peregrina en el tiempo. Ya veremos acerca de qué circunstancia concreta haces esta exhortación. Pero antes me permito una mirada personal en mi contexto actual.

En primer término, mi experiencia pastoral me ha puesto tantísimas veces en esta disyuntiva: poder y querer dar a quienes tengo a mí cuidado bienes de Gracia más subidos y sustanciosos y no poder hacerlo. ¿Por qué? Pues porque faltan las disposiciones necesarias, porque es insuficiente el ejercicio de la vida interior, porque no existe aún una robustez de vida moral proporcionada, en fin, por falta de crecimiento o procesos lentos y trabajosos de maduración. “La gracia supone la naturaleza”, expresaba famoso adagio. Ahora bien, es tristemente demasiado habitual que la gracia del Señor no encuentre un soporte adecuado y una recepción oportuna en nosotros. Falta a menudo –insisto en ello- musculación espiritual, dado el creciente abandono de la dimensión ascética y el olvido generalizado de la vida penitencial. Esto nos está sucediendo hoy en la Iglesia.

Y nos acaece, en segundo término, algo más grave, gravísimo en verdad. La autocomplacencia y la justificación de la inmadurez discipular. Pocos son los que quieren crecer en santidad y ahondar el seguimiento de Cristo. Se ha desplomado masivamente la calidad de vida en el Espíritu. Ya sea porque el mal espíritu modernista ha introducido un antropocentrismo idolátrico y sin una correcta referencia a Dios, ya sea por la soteriología intramundana –de corte secularizante- que no alcanza a vislumbrar el horizonte escatológico o ya sea por la plaga del relativismo que socava todos los cimientos y no le permite a una gran mayoría de fieles hallar un piso firme donde apoyarse y proyectar un crecimiento.

Mas lo realmente álgido es la falta de deseo por el crecimiento de la vida cristiana. Una mentalidad pueril que espera que Dios lo haga todo por nosotros sin nosotros. Una suerte de “clientelismo soteriológico” donde plácidamente esperamos consumir bienes salvíficos a los que pretendemos tener derecho.

Es el resultado de la deriva del “buenismo pastoral” y de la “falsa misericordia sin exigencia de conversión y santidad”. Al fin y al cabo no asistimos sino a una variante más de la herejía del quietismo. Detrás de muchas predicaciones que levantan el estandarte del “inclusivismo absoluto” no hay sino la realidad de un “falso misticismo”.

Por tanto, lo que se cultiva es una religiosidad puramente emocionalista, la cual se ofrece de placebo a los incautos. Los cristianos de comienzos del siglo XXI pasan de experiencia en experiencia, sin nunca echar raíces ni establecer cimientos. Se trata de una verdadera espiritualidad “líquida y a la carta” que los lleva de estímulo en estímulo como adictos a unas sensaciones espirituales que juzgan valiosas pero que en verdad son superficiales. Caminan volátiles y volubles sobre el vacío sin pisar verdadera y firme tierra. Paradójicamente, ensalzando inauténticamente lo humano, se trata en el fondo de una espiritualidad de la desencarnación.

Es sugestivo que esta queja del Apóstol –que se dirige a un tema bien específico, el cual abordaremos adelante en otro apartado- también sea una derivación de la palabra de la Cruz. Justamente es la Cruz el alimento sólido que no pueden digerir pues aún no tienen la mentalidad de Cristo. Por eso aún no puede tratarlos como a espirituales sino como a carnales, pues siguen viviendo humanamente como viven todos y aún no despunta ni se consolida en ellos una mirada superior, un sentido sobrenatural. Por eso debe considerarlos niños y no adultos en Cristo y no puede anunciarles la sólida Palabra de la Salvación pues aún tienen gusto y apego a los sabores meramente mundanos y pasajeros.

¿Y acaso este reclamo no nos viene como anillo al dedo a los cristianos de hoy según la problemática que hemos descripto? ¡Claro que sí! Nunca más ajustado y certero el requerimiento. ¡No podemos todavía soportar a Cristo! Y vaya que nos lo estamos quitando de encima en la Iglesia que peregrina. ¡Miren cómo quienes hemos sido engendrados por la Pascua redentora nos venimos deslizando hacia abajo hasta convertirnos trágicamente en enemigos de la Cruz de Cristo!

 



[1] Se trata del portal “VERDAD EN LIBERTAD. Noticias y pensamiento en clave cristiana.” También puedes acudir a mi blog personal www.manantialdecontemplación.blogspot.com. Contenidos audiovisuales en mi canal de youtube Presbítero Silvio Dante Pereira Carro.

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