DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 35

 


 NO PUDE HABLARLES COMO A ESPIRITUALES

 

“Yo, hermanos, no pude hablarles como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo.  Les di a beber leche y no alimento sólido, pues todavía no lo podían soportar. Ni aun lo soportan al presente; pues todavía son carnales.” 1 Cor 3,1-3a

 

Estimado Apóstol, ¡qué pena tengas que dirigirte a los discípulos en estos términos! Aunque más penoso es constatar que la inmadurez en el seguimiento de Cristo siempre acecha a todos los miembros de la Iglesia que peregrina en el tiempo. Ya veremos acerca de qué circunstancia concreta haces esta exhortación. Pero antes me permito una mirada personal en mi contexto actual.

En primer término, mi experiencia pastoral me ha puesto tantísimas veces en esta disyuntiva: poder y querer dar a quienes tengo a mí cuidado bienes de Gracia más subidos y sustanciosos y no poder hacerlo. ¿Por qué? Pues porque faltan las disposiciones necesarias, porque es insuficiente el ejercicio de la vida interior, porque no existe aún una robustez de vida moral proporcionada, en fin, por falta de crecimiento o procesos lentos y trabajosos de maduración. “La gracia supone la naturaleza”, expresaba famoso adagio. Ahora bien, es tristemente demasiado habitual que la gracia del Señor no encuentre un soporte adecuado y una recepción oportuna en nosotros. Falta a menudo –insisto en ello- musculación espiritual, dado el creciente abandono de la dimensión ascética y el olvido generalizado de la vida penitencial. Esto nos está sucediendo hoy en la Iglesia.

Y nos acaece, en segundo término, algo más grave, gravísimo en verdad. La autocomplacencia y la justificación de la inmadurez discipular. Pocos son los que quieren crecer en santidad y ahondar el seguimiento de Cristo. Se ha desplomado masivamente la calidad de vida en el Espíritu. Ya sea porque el mal espíritu modernista ha introducido un antropocentrismo idolátrico y sin una correcta referencia a Dios, ya sea por la soteriología intramundana –de corte secularizante- que no alcanza a vislumbrar el horizonte escatológico o ya sea por la plaga del relativismo que socava todos los cimientos y no le permite a una gran mayoría de fieles hallar un piso firme donde apoyarse y proyectar un crecimiento.

Mas lo realmente álgido es la falta de deseo por el crecimiento de la vida cristiana. Una mentalidad pueril que espera que Dios lo haga todo por nosotros sin nosotros. Una suerte de “clientelismo soteriológico” donde plácidamente esperamos consumir bienes salvíficos a los que pretendemos tener derecho.

Es el resultado de la deriva del “buenismo pastoral” y de la “falsa misericordia sin exigencia de conversión y santidad”. Al fin y al cabo no asistimos sino a una variante más de la herejía del quietismo. Detrás de muchas predicaciones que levantan el estandarte del “inclusivismo absoluto” no hay sino la realidad de un “falso misticismo”.

Por tanto, lo que se cultiva es una religiosidad puramente emocionalista, la cual se ofrece de placebo a los incautos. Los cristianos de comienzos del siglo XXI pasan de experiencia en experiencia, sin nunca echar raíces ni establecer cimientos. Se trata de una verdadera espiritualidad “líquida y a la carta” que los lleva de estímulo en estímulo como adictos a unas sensaciones espirituales que juzgan valiosas pero que en verdad son superficiales. Caminan volátiles y volubles sobre el vacío sin pisar verdadera y firme tierra. Paradójicamente, ensalzando inauténticamente lo humano, se trata en el fondo de una espiritualidad de la desencarnación.

Es sugestivo que esta queja del Apóstol –que se dirige a un tema bien específico, el cual abordaremos adelante en otro apartado- también sea una derivación de la palabra de la Cruz. Justamente es la Cruz el alimento sólido que no pueden digerir pues aún no tienen la mentalidad de Cristo. Por eso aún no puede tratarlos como a espirituales sino como a carnales, pues siguen viviendo humanamente como viven todos y aún no despunta ni se consolida en ellos una mirada superior, un sentido sobrenatural. Por eso debe considerarlos niños y no adultos en Cristo y no puede anunciarles la sólida Palabra de la Salvación pues aún tienen gusto y apego a los sabores meramente mundanos y pasajeros.

¿Y acaso este reclamo no nos viene como anillo al dedo a los cristianos de hoy según la problemática que hemos descripto? ¡Claro que sí! Nunca más ajustado y certero el requerimiento. ¡No podemos todavía soportar a Cristo! Y vaya que nos lo estamos quitando de encima en la Iglesia que peregrina. ¡Miren cómo quienes hemos sido engendrados por la Pascua redentora nos venimos deslizando hacia abajo hasta convertirnos trágicamente en enemigos de la Cruz de Cristo!

 

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