NO
PUDE HABLARLES COMO A ESPIRITUALES
“Yo,
hermanos, no pude hablarles como a espirituales, sino como a carnales, como a
niños en Cristo. Les di a beber leche y
no alimento sólido, pues todavía no lo podían soportar. Ni aun lo soportan al
presente; pues todavía son carnales.” 1 Cor 3,1-3a
Estimado
Apóstol, ¡qué pena tengas que dirigirte a los discípulos en estos términos!
Aunque más penoso es constatar que la inmadurez en el seguimiento de Cristo
siempre acecha a todos los miembros de la Iglesia que peregrina en el tiempo. Ya
veremos acerca de qué circunstancia concreta haces esta exhortación. Pero antes
me permito una mirada personal en mi contexto actual.
En
primer término, mi experiencia pastoral me ha puesto tantísimas veces en esta
disyuntiva: poder y querer dar a quienes tengo a mí cuidado bienes de Gracia
más subidos y sustanciosos y no poder hacerlo. ¿Por qué? Pues porque faltan las
disposiciones necesarias, porque es insuficiente el ejercicio de la vida interior,
porque no existe aún una robustez de vida moral proporcionada, en fin, por
falta de crecimiento o procesos lentos y trabajosos de maduración. “La gracia
supone la naturaleza”, expresaba famoso adagio. Ahora bien, es tristemente
demasiado habitual que la gracia del Señor no encuentre un soporte adecuado y
una recepción oportuna en nosotros. Falta a menudo –insisto en ello-
musculación espiritual, dado el creciente abandono de la dimensión ascética y
el olvido generalizado de la vida penitencial. Esto nos está sucediendo hoy en
la Iglesia.
Y
nos acaece, en segundo término, algo más grave, gravísimo en verdad. La
autocomplacencia y la justificación de la inmadurez discipular. Pocos son los que
quieren crecer en santidad y ahondar el seguimiento de Cristo. Se ha desplomado
masivamente la calidad de vida en el Espíritu. Ya sea porque el mal espíritu
modernista ha introducido un antropocentrismo idolátrico y sin una correcta
referencia a Dios, ya sea por la soteriología intramundana –de corte
secularizante- que no alcanza a vislumbrar el horizonte escatológico o ya sea
por la plaga del relativismo que socava todos los cimientos y no le permite a
una gran mayoría de fieles hallar un piso firme donde apoyarse y proyectar un
crecimiento.
Mas
lo realmente álgido es la falta de deseo por el crecimiento de la vida
cristiana. Una mentalidad pueril que espera que Dios lo haga todo por nosotros
sin nosotros. Una suerte de “clientelismo soteriológico” donde plácidamente
esperamos consumir bienes salvíficos a los que pretendemos tener derecho.
Es
el resultado de la deriva del “buenismo pastoral” y de la “falsa misericordia
sin exigencia de conversión y santidad”. Al fin y al cabo no asistimos sino a una
variante más de la herejía del quietismo. Detrás de muchas predicaciones que
levantan el estandarte del “inclusivismo absoluto” no hay sino la realidad de
un “falso misticismo”.
Por
tanto, lo que se cultiva es una religiosidad puramente emocionalista, la cual se
ofrece de placebo a los incautos. Los cristianos de comienzos del siglo XXI pasan
de experiencia en experiencia, sin nunca echar raíces ni establecer cimientos.
Se trata de una verdadera espiritualidad “líquida y a la carta” que los lleva
de estímulo en estímulo como adictos a unas sensaciones espirituales que juzgan
valiosas pero que en verdad son superficiales. Caminan volátiles y volubles
sobre el vacío sin pisar verdadera y firme tierra. Paradójicamente, ensalzando
inauténticamente lo humano, se trata en el fondo de una espiritualidad de la
desencarnación.
Es
sugestivo que esta queja del Apóstol –que se dirige a un tema bien específico,
el cual abordaremos adelante en otro apartado- también sea una derivación de la
palabra de la Cruz. Justamente es la Cruz el alimento sólido que no pueden
digerir pues aún no tienen la mentalidad de Cristo. Por eso aún no puede
tratarlos como a espirituales sino como a carnales, pues siguen viviendo
humanamente como viven todos y aún no despunta ni se consolida en ellos una
mirada superior, un sentido sobrenatural. Por eso debe considerarlos niños y no
adultos en Cristo y no puede anunciarles la sólida Palabra de la Salvación pues
aún tienen gusto y apego a los sabores meramente mundanos y pasajeros.
¿Y
acaso este reclamo no nos viene como anillo al dedo a los cristianos de hoy
según la problemática que hemos descripto? ¡Claro que sí! Nunca más ajustado y
certero el requerimiento. ¡No podemos todavía soportar a Cristo! Y vaya que nos
lo estamos quitando de encima en la Iglesia que peregrina. ¡Miren cómo quienes
hemos sido engendrados por la Pascua redentora nos venimos deslizando hacia
abajo hasta convertirnos trágicamente en enemigos de la Cruz de Cristo!
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