LA
IGLESIA ES EDIFICACIÓN DE DIOS (I)
“Porque,
mientras haya entre ustedes envidia y discordia ¿no es verdad que son carnales
y viven a lo humano? Cuando dice uno «Yo soy de Pablo», y otro «Yo soy de
Apolo», ¿no proceden al modo humano? ¿Qué es, pues Apolo? ¿Qué es Pablo?...
¡Servidores, por medio de los cuales han creído!, y cada uno según lo que el
Señor le dio. Yo planté, Apolo regó; mas fue Dios quien dio el crecimiento. De
modo que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios que hace crecer. Y
el que planta y el que riega son una misma cosa; si bien cada cual recibirá el
salario según su propio trabajo, ya que somos colaboradores de Dios y ustedes,
campo de Dios, edificación de Dios.” 1 Cor 3,3b-9
Augusto
hermano Pablo, ahora explicitas la situación puntual que anticipabas al
decirnos anteriormente: “no pude hablarles como a espirituales”. Problemáticas
comunitarias y desajustes en el trato fraterno: envidias y discordias, supongo
podríamos sumar competencias, resentimientos, heridas abiertas que empañan la
mirada, prejuicios y fantasmas, inseguridades y acomplejamientos, dificultades
para dialogar en libertad y con verdad, inmadureces y aspiraciones no tan
evangélicas y todo lo que también nosotros hoy experimentamos al interior de la
vida eclesial.
Más
aún, aparece el tema de los personalismos. Por diversos motivos que ahora no
puedo detallar existe en todos una búsqueda de centralidad, protagonismo y
encumbramiento. De querer engañarnos y no aceptar esta pulsión escondida, ¡con
cuán tambaleante paso iniciaremos un trayecto comunitario! Dañaremos y nos
dañaremos con seguridad si no podemos asumir esta tendencia y buscar
purificarla como sanarla al fin. ¡Es una batalla constante contra nosotros
mismos la convivencia fraterna! Debemos permanecer vigilantes para discernir
las motivaciones que nos animan.
¡Qué
actual y siempre vigente resulta el tema para los ministros de la Iglesia!
Porque es propio de nuestro servicio estar exhibidos y expuestos. ¡Y es tan
tentador y al alcance de la mano aprovecharnos del ministerio para proponer el
culto a nuestra persona! De muchos modos nos sucede que terminamos poniéndonos
en el centro y en lugar de señalar a Cristo hasta sin quererlo le opacamos o
aún peor, incluso traicioneramente le suplantamos en vez de representarlo. ¡Cuánta
humildad le hace falta cultivar al ministro ordenado para permanecer en su eje
como un simple servidor del Señor!
A
veces pienso y tiemblo y rezo por mis superiores: ¡cuánto más encumbrados más
en peligro! Yo que apenas he accedido a “bajos rangos” y que he visto –a veces
después de pisarlas- las numerosas trampas tendidas por el Adversario con
astucia por doquier, me digo: “Pobrecitos los Obispos e inmensamente desdichado
el Papa, pues si han accedido a ese puesto de guardia, a esa atalaya de máxima
responsabilidad sin la madurez en virtud necesaria, ¡qué terribles las
tribulaciones interiores, qué inmensas oleadas de tentación demoníaca, que
fácil enajenar el alma!”. Por eso todo ministro ordenado debe aspirar
seriamente a santidad para no perderse ni perder al rebaño que le ha sido
confiado.
Y
aunque los ministros estuviesen firmes y claros aún queda ver qué pasa con el
resto del Pueblo de Dios. ¡Porque allí también deben librarse fuertes combates
por la unidad! ¡Que yo soy de éste o yo de aquel! ¡Que mi bandera es ésta o mi
camiseta aquella! Y transformamos afinidades subjetivas y sintonías afectivas
casi en dogmas sagrados. Y hacemos de un don o carisma –que no es más que un
sendero entre tantos- la panacea que debe extenderse necesariamente a todos.
¡Presuntuosos y totalitarios nos volvemos! Si no eres de mi grupo no eres de
los puros, si no rezas en mi movimiento seguro no conoces al Espíritu, si no
realizas un servicio en mi institución seguro eres alguien que no quiere
comprometerse; y así hasta la locura de proclamar que si no te integras a esta
porción y no te alineas en esta columna, no tendrás quizás salvación. ¿Pero eso
es la Iglesia o una secta? ¿Y acaso lo que tenemos y somos y en lo cual nos
gloriamos no lo hemos recibido? ¿Dónde ha sido relegado Cristo?
Los
ministros sagrados deben recordarse siempre que son humildes colaboradores,
solo ayudantes. La Iglesia entera debe recordar siempre que no se pertenece,
que tiene Dueño, que es campo donde Dios siembre y da el crecimiento, que es
edificación en Cristo, el Señor.
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