"Cantar de amadores. Sobre el inicio de la contemplación." (2019)
“Habla mi Amado, y me dice: ¡Levántate, amada mía, y ven, hermosa mía! Porque ya pasó el invierno, cesaron y se fueron las lluvias. Aparecieron las flores sobre la tierra, llegó el tiempo de las canciones, y se oye en nuestra tierra el arrullo de la tórtola. La higuera da sus primeros frutos y las viñas en flor exhalan su perfume. ¡Levántate, amada mía, y ven, hermosa mía! Paloma mía, que anidas en la grietas de las rocas, en lugares escarpados, muéstrame tu rostro, déjame oír tu voz; porque tu voz es suave y es hermoso tu semblante.” (2,10-14)
Este oráculo del Amado lo escuchan
quienes han dado pasos firmes y seguros en el camino de la contemplación;
aquellos que ya fugados de sí tras de Él se han adentrado en el tiempo de la
purificación. Y el Señor, que trabaja mucho más de lo que el contemplador
percibe, de tanto en tanto desea mostrarle su obra para animarlo aún más en el
caminar y para encenderlo aún más en gratitud amorosa que lo hará crecer.
El
Amado Jesús llama al contemplativo y lo invita a levantarse y salir de la
desértica oscuridad de la noche. Suspende por un tiempo el clima de capullo con
el invierno de sus purificaciones y la lluvia de las estrecheces. Entonces el
contemplador puede ver un paisaje nuevo: la obra que su Amado ha hecho en él.
El alma ya está florecida. Todo en ella canta con alegría anunciando el amor
enamorado que la une a su Amado y Señor. Ya hay frutos de este caminar
contemplativo en el que el Dios Bueno y Santo la ha introducido. Ya está
perfumada el alma con la fragancia de Cristo, ya la esparce secretamente.
Al
reiterar su llamado el Amado especifica bellamente el talante de una vida
contemplativa. La amada es paloma, es decir, el contemplador es un ave y como
toda ave su vocación es levantar el vuelo; un ave que habita y anida las
grietas de las rocas, en lugares resguardados y difícilmente accesibles; en
lugares escarpados, es decir, en lo más último y profundo de su yo. Para un
contemplativo lo más alto y escarpado es lo más profundo y escondido; y
levantar el vuelo unirse a su Amado y ser uno sólo con Él.
Ahora
se le regala mirar la obra que el Esposo esculpe con paciencia y delicadeza.
Mostrar el rostro y dejar que se oiga su voz debe el alma; no porque su Amado
no sepa de ellos ya que Él los ha forjado de nuevo, sino para que el alma pueda
apreciar el cambio que el Señor ha concretado en ella. Pues el Señor la llevó a
la oscuridad y trabajó sobre ella, que experimentaba su labor sin saber con
certeza su envergadura; ahora Él la saca a la luz suspendiendo la noche para
que advierta la magnitud de la obra. Su voz ya es suave y su semblante ya es
hermoso, ya refulgen en ella la suavidad de voz y la hermosura del rostro de su
Dios tan amado. Ya ha comenzado a despejar en sí al Espejo de Fuego al que se
ha entregado. Ya ha comenzado la obra de divinización en el amor.
Ahora
bien, si el Señor te regala este momento guárdalo como tesoro de incalculable
valor. Él te lo da para animarte a seguir adelante, pues aún no has llegado a
la unión esponsal definitiva. Abrázalo con fuerza pues te anuncia que la noche
volverá más honda, más cerrada y más fuerte. No desesperes. La obra del Amor
trae el dolor quemante y dulce de
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