"IMÁGENES. Un acercamiento al itinerario contemplativo." (2020)
12. Jardín sellado, jardín cerrado
Se dice que en aquella comarca existe una bellísima
fuente. Cuenta la leyenda que hay que adentrarse en el rudo bosque, plagado de
incertidumbre y de peligros, para alcanzarla. Una vez traspasada la espesura un
tímido sendero en el claro nos coloca frente a dos columnas que hacen las veces
de portal. Sobre ellas se encuentran grabadas dos inscripciones: la primera es
un acertijo, la segunda una orden del Rey por la cual no se permite pasar más
allá a quien no logre descifrar el enigma. Tras las columnas el caminito nos va
acercando a una verde pared de ligustros. Atravesándola por un espacio luminoso
se puede contemplar multitud de flores de todo tipo y color alegrando con su
belleza a la madre tierra. Canteros de plantas exóticas, por aquí y por allá,
desencajan la mirada por su porte tan inusual. Los pájaros trinan y las abejas
trabajan. En el centro del inefable y precioso jardín hay una fuente delicada y
austera, blanca, circular. El efluvio constante de aguas subterráneas la
alimenta y hace que se desborde de continuo. Mas el agua es conducida por
cuatro acequias que a sus pies nacen hacia tierras lejanas e inciertas. El
jardín sellado con su fuente escondida obsequia la vida que le es regalada
secretamente, sin publicidad ninguna, sin aplauso, en quietud y silencio.
El
contemplador va tomando conciencia de la envergadura de lo que vive. Por un
lado se da cuenta que se halla sellado, cerrado, inaccesible en cuanto a su
experiencia contemplativa para todo aquel que no la tenga por regalo del
Altísimo. ¿Cómo explicar lo inexplicable? ¿Cómo valorar lo invalorable? Que
Dios se acerque así al hombre no es esperable... Ni es esperable la vivencia de
la profunda intimidad con Él, ni que esta vivencia sea del todo escondida y pobrecita
no dando lugar a la publicidad y al aplauso. El contemplador, cual aquel jardín
hermoseado por el efluvio de las aguas subterráneas, no puede ser visitado sino
por otro jardín, quiero decir, por otro saboreador de la dulzura secreta de un
Amador tan humilde. Es jardín sellado, cerrado y por tanto en soledad oscura
mas en exclusividad luminosa.... El Señor lo ha reservado para sí, de un modo
inusual, aquilatando su amor por este caminito, esquivo a los ojos habituados
al día, que lo llevará tal vez por los terrenos de la incomprensión y de la
falta de alabanza. Así escondido, sin parecer hacer nada importante y digno de
publicidad, se entrega silencioso y quieto al amor que lo atrae.
Por otro lado, toma conciencia de que no es
indiferente este encuentro: ¿acaso este encuentro en amor tan pequeño y simple
no cambia el mundo?, ¿es indiferente para la historia que subterráneamente a
ella un hombre sin fama sea visitado y en amor unido al Señor de la historia?
Es lo que no se ve, muchas veces, lo que sostiene al mundo. Son innumerables
rostros de amadores escondidos (que habitaron, habitan y seguirán habitando la
historia) los que proclaman con suave voz: ¡Mira, oh, hombre que lo que más
anhelas es posible! ¡Aquí esta la primicia de lo que será! ¡Aquí está el
sentido sobre todo sentido de tu existencia y de la historia: que toda tu
persona y todo el cosmos participe de la plenitud amorosa de su Dios! El
contemplador provoca, al adherirse al amor que lo enlaza, un hecho relevante
que no por falta de publicidad deja de ser fecundo. ¿Pero cómo es comunicado el
beneficio que recibe a otros? Más allá de que el Amado lo vaya transformando
para ser reflejo suyo en la vida cotidiana, rostro suyo para el mundo, también
en ese instante dichoso del encuentro cercanísimo al contemplador le parece que
con él vibra en amor todo el mundo. ¿No es amado en este hombre todo el género
humano? ¿No es sostenida en esta criatura todo el universo? El sí salvífico de
Dios expresado en el acercamiento al contemplador no es solo personal, es un sí
amoroso a todo hombre y a toda creatura suya. El sí a Dios de la creatura
hombre en uno solo lleva consigo la posibilidad del sí de todo hombre y anima a
toda creatura a la comunión. Es decir, la relevancia de la contemplación es ser
reflejo de aquella respuesta filial del Hijo al Padre y de aquella
condescendencia del Dios que se abaja en un Pesebre. El jardín sellado hay que
comprenderlo a la luz de la Eucaristía, Jardín Sellado donde resplandece todo
el misterio de la salvación, Jardín Sellado que tan secretamente día a día
sostiene y riega al universo entero.
Repito lo dicho buscando mayor claridad: en la
contemplación se adentra el hombre en el misterio de su divinización por la
unión de Dios al hombre en su Encarnación y del hombre a Dios en el sí filial
de Jesús, el Cristo, radicalizado en la Cruz y exaltado por su Resurrección; y
todo esto lo mira espléndidamente presente en la Eucaristía... En este
encuentro en amor pequeño y escondido, puro y simple, se adentra el
contemplador en el misterio de esa Alianza indestructible sellada en Cristo y
participa del anuncio escatológico de la recapitulación de todo en Él que
arrastra todo hacia la participación definitiva en la Vida Trinitaria a la
cual seremos incorporados
bienaventuradamente en el Día feliz y beatificante que está llegando. Ya
sumergidos en ella por el Bautismo, ya inhabitados secretamente, ya saboreando
el misterio en el que todos somos, nos movemos y existimos por el don del
Espíritu Santo que obra en nosotros pero aguardando aún verle cara a cara,
anuncia el contemplador lo que experimenta: que en el encuentro unitivo en amor
Dios le da vocación, participación en el misterio de la Eucaristía, de
co-sostener junto con Él al mundo y de co-regarlo con su amor escondido y
fecundo.
Claro que todo esto es apenas un intento de
fundamentación de una convicción por parte de quien no es un teólogo
profesional, sino un oteador amoroso del misterio que irrumpe, enlaza y
cautiva.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario