Amós: el profeta de la justicia (2)

 


Su vocación profética

 

Amós presenta su propia vocación como un llamado intenso e irrefrenable. Con una serie de interrogantes nos da a entender que Dios lo ha dispuesto todo con sabiduría y que su accionar como enviado está absolutamente en concordancia con el plan divino.

 

“¿Caminan acaso dos juntos, sin haberse encontrado? ¿Ruge el león en la selva sin que haya presa para él? ¿Lanza el leoncillo su voz desde su cubil, si no ha atrapado algo? ¿Cae un pájaro a tierra en el lazo, sin que haya una trampa para él? ¿Se alza del suelo el lazo sin haber hecho presa? ¿Suena el cuerno en una ciudad sin que el pueblo se estremezca? ¿Cae en una ciudad el infortunio sin que Yahveh lo haya causado? No, no hace nada el Señor Yahveh sin revelar su secreto a sus siervos los profetas. Ruge el león, ¿quién no temerá? Habla el Señor Yahveh, ¿quién no profetizará?” (Am 3,3-8)

 

Dios quiere expresarse y ha elegidos servidores que pregonen su voz. El Señor suscitará profetas por quienes revelará sus designios. Y porque el Altísimo quiere comunicarse no podrá ahogarse la profecía, sino que crecerá imparable y se impondrá en medio de su pueblo. En el caso de Amós esta palabra poderosa –ya lo dijimos- se vincula con la imagen del león rugiente frente al cual Israel temblará de temor.

En el centro de su mensaje se encuentra el anuncio de la invasión por Asiria y la caída de Samaría y del Reino del Norte. Con ironía se dice que Dios mismo convoca a los adversarios y los guía contra su pueblo, los pone por testigos de su sentencia.

 

Pregonen en los palacios de Asur, y en los palacios del país de Egipto; digan: ¡Congréguense contra los montes de Samaría, y vean cuántos desórdenes en ella, cuánta violencia en su seno!” (Am3,9) 

 

¿Cuáles son las acusaciones que el Señor levanta contra su pueblo? Dichas faltas podrán ser corroboradas por los adversarios al otear la situación reinante desde la muralla que rodea la ciudad. Se afirma pues que Asiria es el instrumento elegido para confirmar la acusación divina y ejecutar el castigo merecido.

 

“No saben obrar con rectitud -oráculo de Yahveh- los que amontonan violencia y rapiña en sus palacios. Por eso, así dice el Señor Yahveh: El adversario invadirá la tierra, abatirá tu fortaleza y serán saqueados tus palacios. Así dice Yahveh: Como salva el pastor de la boca del león dos patas o la punta de una oreja, así se salvarán los hijos de Israel, los que se sientan en Samaría, en el borde de un lecho y en un diván de Damasco. Oigan y atestigüen contra la casa de Jacob -oráculo del Señor Yahveh, Dios Sebaot- que el día que yo visite a Israel por sus rebeldías, visitaré los altares de Betel; serán derribados los cuernos del altar y caerán por tierra. Sacudiré la casa de invierno con la casa de verano, se acabarán las casas de marfil, y muchas casas desaparecerán, oráculo de Yahveh.” (Am 3,10-15)

 

Como ya veremos en otra ocasión las acusaciones se podrían resumir en tres:

  1. Injusta actuación del rey que instaura un clima social de violencia y vulneración de los derechos de los asalariados y los pobres.
  2. Escandalosa ostentación de los ricos y poderosos de sus privilegios.
  3. Crítica a la religiosidad vacía e incoherente que se desarrolla de modo formalista en el culto del templo.

 

Es también muy interesante que comienza a insinuarse una idea que otros profetas consagrarán a posteriori: “el resto de Yahveh”. Aunque aquí la imagen es dramática: si hay salvación para este pueblo que traiciona la Alianza, sólo será como si Dios rescatara una pequeña porción de entre las fauces del león que lo mastica y devora.

 

¿Dónde en nuestros día la profecía poderosa?

 

Si hay algo que me inquieta de estos tiempos de cambio de época es la claudicación. Difícil de analizar brevemente, pero parece haberse extendido cierto clima de conformismo con lo dado, una resignación que ha apagado los fuegos de cualquier rebeldía. El mundo es así y es imposible cambiarlo. Solo resta acomodarse lo mejor que se pueda a un devenir de las cosas que está más allá de cualquier intervención nuestra. No hay más que refugiarse donde te dejen y sobrevivir lo mejor que se pueda. Una impresionante anestesia de las conciencias se desparrama al ritmo de las urgencias novedosas y de un sinfín de estímulos alienantes.

¿Y como Iglesia dónde estamos parados? A veces me temo que repitiendo viejas diatribas nostálgicas de antaño. Una serie de discursos y sentencias teológicas que no terminan de comprender que las circunstancias del mundo han cambiado radical y aun inciertamente. Unos empeños por recuperar esquemas de acción y luchas que tal vez ya haya que dejar en el pasado.  La obstinación generacional de una envejecida dirigencia que no termina de asumir que su hora ya se ha terminado.

¿Y como Iglesia dónde estamos parados? También me temo que las generaciones intermedias y más jóvenes se hallen desorientadas, con poco fundamento, viviendo una pretendida libertad liviana y ágil tan consonante con los vientos de la presentación cultural predominante.

Es urgente recuperar la profecía que supone empezar por escuchar a Dios, dejar que Él lo clarifique todo con su Sabiduría. Es urgente que haya profetas cargados de la novedad divina. Es urgente que la profecía rompa los cercos cerrados y las trampas de la historia herida por el mal. Es urgente que la fe presente abiertos los caminos de la Salvación.

 

“No, no hace nada el Señor Yahveh sin revelar su secreto a sus siervos los profetas. Ruge el león, ¿quién no temerá? Habla el Señor Yahveh, ¿quién no profetizará?”

 

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