REVELACIÓN Y REVELACIONES (I)
Adentrémonos un poco más,
estimado maestro, en lo que denominamos “revelaciones”.
“…dos
maneras: La primera, acerca de lo que es Dios en sí, y en ésta se incluye
la revelación del misterio de
Resumo tu enseñanza
para nuestros lectores. Por cierto insistes en advertirnos de cuanto engaño
demoníaco puede haber aquí, y por supuesto recuerdas que la Revelación pública
es completa y está cerrada. Por tanto aconsejas siempre andar ajustado con
sencillez a la doctrina de Fe que la Iglesia ha recibido, guarda y enseña. Pero
veamos cómo describes esta experiencia de “sabiduría nueva en calor de amor”,
para decirlo en mis términos.
“Estas
palabras sucesivas siempre que acaecen es cuando está el espíritu recogido y
embebido en alguna consideración muy atento. Y, en aquella misma materia que
piensa, él mismo va discurriendo de uno en otro y formando palabras y razones
muy a propósito con tanta facilidad y distinción, y tales cosas no sabidas de
él va razonando y descubriendo acerca de aquello, que le parece que no es él el
que hace aquello, sino que otra persona interiormente lo va razonando, o
respondiendo, o enseñando. Y, a la verdad, hay gran causa para pensar esto,
porque él mismo se razona y se responde consigo, como si fuese una persona con
otra. Y, a la verdad, en alguna manera es así, que, aunque el mismo espíritu es
el que aquello hace como instrumento, el Espíritu Santo le ayuda muchas veces a
producir y formar aquellos conceptos, palabras y razones verdaderas. Y así, se
las habla, como si fuese tercera persona, a sí mismo.” (SMC L2, Cap. 29,1)
“Y de
esta manera, alumbrado y enseñado de este Maestro el entendimiento, entendiendo
aquellas verdades, juntamente va formando aquellos dichos él de suyo, sobre las
verdades que de otra parte se le comunican.” (SMC L2, Cap. 29,2)
Quizás vale aclarar
que no se está refiriendo Fray Juan a un ejercicio de meditación o discurso
interior al modo de la vida activa, sino
claro a un alumbramiento infuso de sabiduría, a una iluminación del entendimiento
al calor de la contemplación del Misterio. Allí embelesado y atraído, recogido
en la consideración de Dios en sí mismo que se le dona, comunica y une a Sí, o
que le muestra en profundidad la belleza de su Palabra y mandatos, lo
insondable de la economía de la Salvación, de algún secreto modo redescubre y
sopesa en toda su valía cuanto ha sido revelado y la Iglesia Santa le ha
comunicado por diversos medios. Esta “revelaciones” no aportan nada nuevo sino
que llevan a plenitud de gozo y saber lo mismo de siempre que siendo tan rico e
inabarcable puede degustarse más y más.
Quisiera poner un
ejemplo más accesible. ¿No te ha sucedido que un definido texto de la Escritura
tal vez meditado tantísimas veces, un día de pronto lo escuchas y acoges de
forma nueva? Quizás en el ejercicio de la Lectio Divina o no, solo en un rayo
de gracia que imprevistamente te atraviesa… Es la misma Palabra y sin embargo
te ha golpeado y calado de tal forma que te resulta inédita. Seguramente no
podrás decirme exactamente qué es lo novedoso, no han surgido conceptos
diferentes, todo sigue igual a cuánto conocías pero sin embargo saboreas esa
Palabra divina en todo tu ser y hasta en lo más recóndito de ti repercute y te
estremece. Como si fuese esa Palabra una piedra arrojada al centro de tu
estanque que llega hasta el fondo del lecho y en la superficie traza ondas
circulares que tocan todas tus riberas. ¿No te ha sucedido? Has tenido una
comunicación infusa de la Gracia que ciertamente te ha desbordado de alegría y
te ha dejado deseoso de santidad y Gloria. ¿Cómo ha sido posible? ¿Quién lo ha
hecho?
El Espíritu Santo es
el Maestro interior de todo discípulo de Cristo, el “otro Paráclito” en
términos joánicos. Permítanme un breve excursus bílico. Escuchemos al Señor
Jesús:
“Le
dice Judas - no el Iscariote -: «Señor, ¿qué pasa para que te vayas a
manifestar a nosotros y no al mundo?» Jesús le respondió: «Si alguno me ama,
guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en
él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que escucháis no es
mía, sino del Padre que me ha enviado. Os he dicho estas cosas estando entre
vosotros. Pero el Paráclito, el
Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os
recordará todo lo que yo os he dicho.” (Jn 14,22-26)
No puedo y no debo
ahora realizar una explicación teológica acerca del Paráclito en el cuarto
evangelio. Pero evidentemente –entre otras-, se le adjudica una “función o
servicio docente”. Ya en Lc 12,12, en contexto de persecución, también se
atestigua esta virtud suya. En la perícopa citada cabe resaltar en primer lugar
que la docencia es posible en el ámbito de la fe discipular informada por el
amor. El “mundo” no puede ser interlocutor de esta manifestación porque no cree
en Jesús. “Si alguno me ama, guardará mi Palabra”, y ésta es la condición sine
qua non que posibilita que la Sabiduría divina sea acogida y se haga camino. Es
el discípulo que ama Jesús y lo acepta como su Señor y Maestro quien en ese
vínculo de Alianza acepta y guarda su Palabra de Vida. Entonces “mi Padre le
amará, y vendremos a él, y haremos morada en él”. ¡Qué maravilla esta noticia!
Pues el Hijo no tiene una Palabra suya propia y distinta del Padre, sino que es
la Palabra de Su Padre, por tanto quien acoge al Hijo al unísono ve y recibe al
Padre. Tema tan propiamente joánico esta inserción del discípulo amado en la
corriente y comunicación de amor que une a Padre e Hijo. Y por si faltaba algo
el texto se torna plenamente trinitario: cuando el Hijo viva su Hora y vuelva a
su Padre será enviado el “otro Paráclito”, el “otro Maestro”, el Espíritu Santo
que “les enseñara todo y les recordará todo lo que Yo les he dicho”.
“Mucho
tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello. Cuando venga él, el
Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por
su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir.”
(Jn 16,12-13)
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