ESCOGIDO PARA EL EVANGELIO DE DIOS
“Pablo, siervo de Cristo Jesús, apóstol por vocación, escogido para el Evangelio de Dios, que había ya prometido por medio de sus profetas en las Escrituras Sagradas, acerca de su Hijo, nacido del linaje de David según la carne, constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos, Jesucristo Señor nuestro, por quien recibimos la gracia y el apostolado, para predicar la obediencia de la fe a gloria de su nombre.” Rom 1,1-5
Veneradísimo apóstol de Jesucristo, San Pablo, columna central de la Iglesia, ¡qué alegría comenzar este extenso y sereno diálogo contigo! “Diálogo vivo” será con certeza, pues no nos faltará el encuentro con aquella vehemencia ardiente de tu fe. Seguramente nos encenderás con el testimonio de tu amor. No posterguemos pues más la escucha de tu voz.
Prudente es pues dejar que te presentes y nos dices que eres siervo de Cristo Jesús, apóstol por vocación, escogido para el Evangelio de Dios. ¡Meridiana claridad! ¿Quién de nosotros tiene tan asumida su identidad en Dios? ¿Quién de nosotros se presenta a sí mismo poniendo en la base, en el centro y en el horizonte al único Señor? San Pablo, Cristo Jesús es toda tu vida, y no hay forma ya de comprenderte a ti mismo sin referencia a Él. Ruega por nosotros pecadores, aún en proceso de conversión, todavía no abandonados del todo a Cristo.
Eres “siervo de Cristo Jesús” pues ya no existes para ti mismo sino para Alguien más. Has sido alcanzado, tocado y conquistado en el amor. Has sabido capitular y dejarte vencer, te has entregado al Amado y Esposo. Doblas tu rodilla y te postras presuroso, ya tienes Dueño y estarás siempre gozoso a su servicio. ¡Cuánto anhelamos para nosotros esa dicha desbordante de sabernos convocados a ser humildes instrumentos de un tan grande y bello Señor! Pero fue primero la Virgen Madre quien cantó esta estrepitosa vocación a la Gloria: “yo soy la humilde y pequeña servidora que anhela, aguarda y escucha tu Palabra, recibiéndola en la hondura del corazón, siempre dispuesta a tu Santa Voluntad”. Y tras ella toda la Iglesia, los santos de ayer, de hoy y de mañana. Intercede hermano Pablo por nosotros, que esta sea nuestra carta de presentación: somos siervos de Cristo Jesús. ¡Que el mundo entero oiga la proclamación fervorosa: “Yo soy la Iglesia, humildísima y agraciada sierva de Cristo Jesús”!
Eres “apóstol por vocación”. Y enviado con tal porción de Espíritu que incendiaste el mundo conocido por entonces. Incansable, infatigable, irrefrenable. Contigo la vocación misionera combustionó en tantos cristianos a lo largo de toda la historia. Tu chispa se expandió como un reguero de pólvora apostólica por todo el Cuerpo eclesial. Inflamado inflamaste. ¡Oh venturoso varón de Dios a quien el anuncio de la salvación en Cristo le apremia y urge de tal modo que no puede ser contenido ni impedido por las confabulaciones mundanas ni por los poderes demoníacos! ¡Impetra santo apóstol al Espíritu para que reencienda de continuo en la Iglesia aquel fervor misionero que consumía tus huesos y tu alma entera!
Eres “escogido para el Evangelio de Dios”. Evangelio que no es otro que el mismísimo Señor Jesucristo. ¿Qué mayor regalo se le puede hacer a una persona que elegirlo y dedicarlo al Evangelio? Te confieso que desde mi juventud, y luego con un salto de nivel tras los pasos del pobrecillo de Asís, San Francisco, el Evangelio es mi vida. Por eso al despertar cada día, ya hace algún tiempo mediante una personal oración de consagración como presbítero repito: “hago voto a Dios de vivir el Santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo como mi única vida y regla”. Hoy junto contigo queridísimo San Pablo quisiera motivar en cada lector y si es posible en todo cristiano -como si fuese un mantra permanente- tu aseveración en gracia: “escogido para el Evangelio de Dios”. ¿Quién eres? Repítelo hasta convencerte: soy escogido para el Evangelio de Dios. Y tú Iglesia, Madre mía y Esposa de Cristo: ¿quién eres? ¿qué dices de ti misma? Que lo escuche todo el orbe y el universo entero lo replique en jubilosas resonancias: “Yo soy la Iglesia, escogida y consagrada para el Evangelio de Dios”.
Comencemos –los invito- por este “diálogo vivo”, el camino que quiera abrirnos y despejarnos el Señor. ¿Qué nos queda se preguntan por delante? Vivir nuestra vocación cristiana iluminados con el testimonio de San Pablo y alentados con su ejemplo. “Recibimos la gracia y el apostolado, para predicar la obediencia de la fe a gloria de su Nombre.” Digamos con clamor agradecido: “Amén, toda la gloria sea dada a Dios que nos ha escogido para su Evangelio”.
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