DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 12

 



LA LUCHA INTERIOR

LEY Y PECADO

CARNE Y ESPÍRITU

(I)

 

Sabio y sincero hermano nuestro, San Pablo, te comportas como padre dándonos testimonio acerca de la misteriosa lucha interior que vivimos todos.

 

“Porque, cuando estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas, excitadas por la ley, obraban en nuestros miembros, a fin de que produjéramos frutos de muerte. Mas, al presente, hemos quedado emancipados de la ley, muertos a aquello que nos tenía aprisionados, de modo que sirvamos con un espíritu nuevo y no con la letra vieja.”  Rom 7,5-6

 

Sería incapaz en breves líneas de introducir todo tu complejo pensamiento sobre el tema. Valgan estas coordenadas simples: antes de Cristo y su obra redentora, nuestra humanidad conocía la Ley que marcaba el camino de lo bueno y agradable a Dios; mas en nuestro natural otra ley pujaba, la del pecado que conduce a la muerte. Así la explicitación de la Ley de santidad provocaba la reacción de las pasiones desordenadas y el conflicto. Nos anticipas empero que hemos sido liberados de esta situación por la Gracia de Cristo para vivir en un Espíritu nuevo.

Pero veamos mejor tu descripción de esta tensión entre la Ley y el pecado.

 

“Porque el pecado, tomando ocasión por medio del precepto, me sedujo, y por él, me mató. Así que, la ley es santa, y santo el precepto, y justo y bueno. Luego ¿se habrá convertido lo bueno en muerte para mí? ¡De ningún modo! Sino que el pecado, para aparecer como tal, se sirvió de una cosa buena, para procurarme la muerte, a fin de que el pecado ejerciera todo su poder de pecado por medio del precepto.” Rom 7,11-13

 

¿O no hemos escuchado y experimentado alguna vez que “lo que es prohibido seduce más”? Si apenas nos intiman “por aquí no debes andar”, la tentación encuentra su oportunidad bajo pretexto de curiosidad o sembrando desconfianza acerca de la bondad ya del Legislador ya de la Ley. Esto sucedió a nuestros primeros padres que en el Paraíso tenían el árbol de la Vida y todos los árboles del jardín a su entera disposición; pero el árbol de la Ciencia del Bien y del Mal estaba reservado para Dios, no debían intentar comer su fruto. El Adversario los sedujo y le vieron apetecible e introdujo la mentira: “Tu Dios es un egoísta que sabe que si lo comen serán ustedes también como dioses”. Comieron y con el pecado sobrevino la muerte.

 

“Sabemos, en efecto, que la ley es espiritual, mas yo soy de carne, vendido al poder del pecado. Realmente, mi proceder no lo comprendo; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco. Y, si hago lo que no quiero, estoy de acuerdo con la Ley en que es buena; en realidad, ya no soy yo quien obra, sino el pecado que habita en mí. Pues bien sé yo que nada bueno habita en mí, es decir, en mi carne; en efecto, querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo, puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero. Y, si hago lo que no quiero, no soy yo quien lo obra, sino el pecado que habita en mí.” Rom 7,14-20

 

“La ley es espiritual, mas yo soy de carne, vendido al poder del pecado.” Tremenda confesión del Apóstol, en quienes todos los que aspiramos a llevar una vida santa nos vemos reflejados. Pues tampoco nosotros a veces comprendemos nuestro proceder y nos dolemos de no poner en obra cuanto queremos y deseamos en Dios, sino que nos deslizamos hacia el abismo de lo que aborrecemos. Experimentamos amargamente la fuerza oscura del pecado que habita en nosotros. Lo hacemos a tal punto que podríamos junto al Apóstol clamar desesperados: “¡Es que nada bueno habita en mí!”.

En este sentido el hombre es “carne” y debe reconocerlo para poder ser redimido. La Ley de Dios le pone todo cuanto es bueno y santo a su alcance, mas no puede realizarlo sin la Gracia. El hombre no se salva a sí mismo, todo lo contrario, cuanto más suficiente se cree más y más se desliza hacia abajo en el tobogán de su caída.

 

“Descubro, pues, esta ley: aun queriendo hacer el bien, es el mal el que se me presenta.  Pues me complazco en la ley de Dios según el hombre interior, pero advierto otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi razón y me esclaviza a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte? ¡Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo nuestro Señor! Así pues, soy yo mismo quien con la razón sirve a la ley de Dios, mas con la carne, a la ley del pecado.” Rom 7,21-24

 

San Pablo nos enuncia aquí esta división o fragmentación que la persona experimenta entre el “hombre interior o espiritual” que aspira a vivir según la Ley de la Gracia y el “hombre carnal” que se inclina a la ley del pecado. Pero ya anticipa la alabanza a Jesucristo quien podrá liberarnos de semejante confrontación asegurándonos la victoria.

Quizás sería prudente aquí recordarnos la fe de la Iglesia acerca de la concupiscencia de la carne:

 

“Nadie, ni aun después de haber sido renovado por la  gracia del bautismo, es capaz de superar las asechanzas del diablo  y vencer las concupiscencias de la carne, si no recibiere la perseverancia en la buena conducta por la diaria ayuda de Dios. Lo  cual está confirmado por la doctrina del mismo obispo en las mismas páginas, cuando dice: Porque si bien él redimió al hombre de los pecados pasados; sabiendo, sin embargo, que podía nuevamente pecar, muchas cosas se reservó para repararle, de modo  que aun después de estos pecados pudiera corregirle, dándole diariamente remedios, sin cuya ayuda y apoyo, no podremos en modo  alguno vencer los humanos errores. Forzoso es, en efecto, que, si  con su auxilio vencemos, si él no nos ayuda, seamos derrotados.” SAN CELESTINO I Indículos sobre la gracia de Dios o “Autoridades de los obispos anteriores de la Sede Apostólica”, añadidas por los colectores a la Carta 21 Apostolici verba praecepti, a los obispos de las Galias, del 15 de mayo de 431

 

“Ahora bien, que la concupiscencia permanezca en los bautizados, este santo Concilio lo confiesa y siente; la cual, como haya sido dejada para el combate, no puede dañar a los que no la consienten y virilmente la resisten por la gracia de Jesucristo. Antes bien, el que legítimamente luchare, será coronado (2 Tim. 2, 5). Esta concupiscencia que alguna vez el Apóstol llama pecado (Rom. 6, 12 ss), declara el santo Concilio que la Iglesia Católica nunca entendió que se llame pecado porque sea verdaderamente pecado en los renacidos, sino porque procede del pecado y al pecado inclina. Y si alguno sintiere lo contrario, sea anatema.” PAULO III, 1534-1549 CONCILIO DE TRENTO, 1545-1563 XIX ecuménico (contra los innovadores del siglo XVI) SESIÓN V (17 de junio de 1546) Decreto sobre el pecado original

 

CATECISMO Nº 405  “Aunque propio de cada uno, el pecado original no tiene, en ningún descendiente de Adán, un carácter de falta personal. Es la privación de la santidad y de la justicia originales, pero la naturaleza humana no está totalmente corrompida: está herida en sus propias fuerzas naturales, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al imperio de la muerte e inclinada al pecado (esta inclinación al mal es llamada "concupiscencia"). El Bautismo, dando la vida de la gracia de Cristo, borra el pecado original y devuelve el hombre a Dios, pero las consecuencias para la naturaleza, debilitada e inclinada al mal, persisten en el hombre y lo llaman al combate espiritual.”

 

El cristiano, cuya vida tras el bautismo es un “estar y permanecer en Cristo”, no deja de experimentar la debilidad de su naturaleza y la inclinación al pecado llamada “concupiscencia”. Esta es la “ley de pecado que nos habita” y que aflige al Apóstol, esta inclinación que nos invita al mal y a romper con Dios y su Ley de Gracia. Todos la experimentamos ciertamente y algunos vamos aceptando que el combate espiritual es continuo en la vida discipular. El enemigo aún permanece adentro y la vida cristiana en la historia es penitencial, duro combate de purificación. Como ya nos ha dicho San Pablo, se trata de “crucificar las pasiones”. ¡Buen combate! Nada te será posible sin el auxilio de la Gracia.

 


 

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