VIVIR UNA VIDA NUEVA
ROMPER CON EL PECADO
(II)
“Pues
el que está muerto, queda librado del pecado. Y si hemos muerto con Cristo,
creemos que también viviremos con él, sabiendo que Cristo, una vez resucitado
de entre los muertos, ya no muere más, y que la muerte no tiene ya señorío
sobre él. Su muerte fue un morir al pecado, de una vez para siempre; mas su vida,
es un vivir para Dios. Así también ustedes, considérense como muertos al pecado
y vivos para Dios en Cristo Jesús.” Rom
6,7-11
“Viviremos
con Él.” Santo Apóstol de Jesucristo, con cuánta sencillez nos expones el
fundamento de nuestro discipulado. Nos sigues recordando que estamos muertos al
pecado, liberados de sus cadenas. ¿Hemos sido nosotros quienes lo hemos hecho?
¡Pues claro que no! Es obra del Señor Jesús. Pero ya nos has anunciado que por
el Bautismo, hemos sido sumergidos y unidos a su Pascua, por tanto con Él
morimos y con Él vivimos. “Vivir con Cristo”, toda una novedad por receptar.
Veo tantísimos cristianos que viven solos –por cuenta propia- como si la vida
les perteneciera de forma absoluta, como si no la hubiesen recibido. ¿Cómo han caído
en este desatino?
Cuando
percibo lo inhabitual que resulta plantear al “pueblo fiel” que nuestra vida es
para hacer la voluntad de Dios, que nuestra felicidad y plenitud es ser santos,
que no nos pertenecemos sino que somos Suyos; no dejo de preguntarme por qué
resulta sorprendente este dato básico de nuestra fe cristiana. ¿Será que
estamos tan atrapados por la cosmovisión mundana? ¿Será que no nos han
predicado el Evangelio con fidelidad y para la conversión del corazón? O aún
más inquietante: ¿será que desconocemos el Amor de Dios y al Dios que es Amor?
Pues quien le conoce inmediatamente descubre que su vida no le pertenece y que
el Señor es la Vida, que no hay Vida sin Él.
“Vivir
con Cristo, vivir los dos juntos.” ¡Qué bueno sería tener esta conciencia en lo
cotidiano! Cuando vivo mi vida no estoy solo, Jesús y yo vamos viviendo juntos.
“Jesús y yo”, siempre todo lo encaramos juntos –mientras ando los senderos de
su Gracia-. El Señor es fiel y no abandona, se queda conmigo. Yo en cambio
necesito perseverar en esta unión, cultivarla, dejar que crezca y que me tome
todo el corazón, la mente, la vida entera. “Vivir viviendo la Vida que Él me
comunica.”
En
el fondo es como vivir de continuo celebrando la Pascua. Cristo Hijo con su
Muerte mató al pecado, y su Vida es un vivir para Dios su Padre. Nosotros,
unidos a Él por la Gracia, también debemos morir al pecado y vivir para Dios.
“No
reine, pues, el pecado en su cuerpo mortal de modo que obedezcan a sus
apetencias. Ni hagan ya de sus miembros armas de injusticia al servicio del
pecado; sino más bien ofrézcanse ustedes mismos a Dios como muertos retornados
a la vida; y sus miembros, como armas de justicia al servicio de Dios. Pues el
pecado no dominará ya sobre ustedes, ya que no están bajo la ley sino bajo la
gracia.” Rom 6,12-14
Poco
que agregar: vivamos una Vida Nueva. Crucifiquemos las apetencias y las
pasiones desordenadas. El camino del discipulado es camino de purgación. Dejar definitivamente
atrás la ley de muerte que es el pecado. Vida penitencial es la vida cristiana
aquí en la historia, un continuo anhelo de conversión aspirando a la santidad.
Un quedarnos fielmente bajo la Gracia y establecernos firmemente en ella, es
nuestra vocación de discípulos.
“Pues
¿qué? ¿Pecaremos porque no estamos bajo la ley sino bajo la gracia? ¡De ningún
modo!” Rom 6,15
Lamentablemente
desde los comienzos, el anuncio gozoso de la Gracia en Cristo, de la Vida Nueva
que nos comunica por su Pascua, ha dado lugar a interpretaciones exageradas,
falsos misticismos gnósticos, que atribuían cierta impecabilidad a los “espirituales”
y daban licencia al libertinaje moral. Esto es desde todo punto de vista inadmisible
y sin embargo, una herejía tristemente recurrente a través de los siglos. Se
trata solo de una perversa utilización de la religiosidad para justificar
comportamientos inmorales. Casi siempre ligada a secretas revelaciones, a inspiraciones
carismáticas y fenómenos extraordinarios. Son caldo de cultivo personas poco
formadas en su fe, que tienden a un pietismo desencarnado, con una conciencia
pueril y fácil de manipular. Entre los pretendidos líderes religiosos que han
alcanzado un estado superior de “iluminación” y sus seguidores se establece una
relación de sujeción indebida y enfermiza. Este peligro siempre vigente puede
estar a la vuelta de la esquina en cualquier culto cristiano, incluso en la
Iglesia Católica también. Pero el pecado nunca es de Dios y el Dios Santísimo nada
tiene que ver con el pecado, excepto con su aniquilación y el rescate
misericordioso de los caídos que acepten conversión.
“¿No
saben que al ofrecerse a alguno como esclavos para obedecerle, se hacen esclavos
de aquel a quien obedecen: bien del pecado, para la muerte, bien de obediencia,
para la justicia? Pero gracias a Dios, ustedes, que eran esclavos del pecado,
han obedecido de corazón a aquel modelo de doctrina al que fueron entregados, y
liberados del pecado, se han hecho esclavos de la justicia.” Rom 6,16-18
San
Pablo nos plantea la conversión en el sentido de una ligazón, de un vínculo de
obediencia, de un entregarse en manos de otro. Y exactamente de un cambio
radical en la orientación de esa ligazón. Así insinúa hábilmente que el
libertinaje los había hecho esclavos por el pecado que conduce a la muerte,
pero ahora la obediencia al Evangelio les ha traído a una nueva realidad:
esclavos de Cristo y liberados para vivir en su Gracia, justificados por Él.
“-
Hablo en términos humanos, en atención a su flaqueza natural -. Pues si en
otros tiempos ofrecieron sus miembros como esclavos a la impureza y al desorden
hasta desordenarse, ofrézcanlos igualmente ahora a la justicia para la
santidad. Pues cuando eran esclavos del pecado, eran libres respecto de la justicia.
¿Qué frutos cosecharon entonces de aquellas cosas que al presente les
avergüenzan? Pues su fin es la muerte. Pero
al presente, libres del pecado y esclavos de Dios, fructifiquen para la
santidad; y el fin, la vida eterna. Pues el salario del pecado es la muerte;
pero el don gratuito de Dios, la vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.”
Rom 6,19-23
Tu
exhortación final, querido Apóstol, nos invita con fuerza a permanecer en la
Vida Nueva de Cristo. Creo que toda época –la nuestra de un modo
impresionante-, nos impulsa a vivir en el exceso de los placeres, en la
adicción por los gustos sensuales, en la vorágine de una mundanidad desatada y
voraz. En un sentido amplio –no solo sexual- en una celebración orgiástica del
consumo, en un bacanal del desenfrenado narcisismo, en una fiesta irreverente
del ego prepotente, en un aquelarre del caos y la oscuridad. Y no es de
extrañar porque este mundo tiene su Príncipe, que ya sido vencido por el Hijo
de Dios en la Cruz, y que desesperado se hunde en la condenación eterna queriendo
arrastrar consigo al mayor número posible.
En
cambio nosotros, mis queridos hermanos, ya rescatados en Gracia, quizás avergonzados
de nuestra vida pasada, discípulos esforzados y humildes penitentes, herederos
de la Salvación Eterna, perseveremos en Cristo dando frutos de santidad. La
consigna es simple y clara: romper con el pecado y vivir una Vida Nueva.
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