OFRÉZCANSE USTEDES MISMOS
COMO VÍCTIMAS VIVAS, SANTAS
Y AGRADABLES A DIOS
¡Qué
privilegio Apóstol San Pablo, columna de la Iglesia, comentar estas expresiones
tuyas tan inspiradas e inspiradoras! Con letras indelebles han quedado grabadas
en la espiritualidad de la fe cristiana y esperan siempre ser marcadas a fuego
en todos los corazones de los discípulos del Señor Jesús.
“Les
exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcan sus cuerpos
como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será su culto espiritual. Y
no se acomoden al mundo presente, antes bien transfórmense mediante la
renovación de su mente, de forma que puedan distinguir cuál es la voluntad de
Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto.
En virtud de la gracia que me fue dada, les digo a todos y a cada uno de
ustedes: No se estimen en más de lo que conviene; tengan más bien una sobria
estima según la medida de la fe que otorgó Dios a cada cual.” Rom 12,1-3
¡Tres
consejos de oro y titanio, tan actuales por demás!
“Ofrezcan
sus cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será su culto
espiritual.” Porque el verdadero culto que agrada a
Dios es el de la ofrenda de sí mismo por amor. ¿O qué otro lenguaje esperábamos
que hablase Dios, el Padre, que no dudó en enviar a su propio Hijo a la muerte
para rescatarnos? ¡Ese Padre que junto al Hijo nos envió también al Espíritu
Santo Paráclito para que nos introdujera en la plenitud del Misterio de Cristo
revelado gloriosamente en su Pascua! ¿En serio alguien espera aún que el Señor
dialogue con nosotros sin referenciarnos siempre al lenguaje maduro del amor
puro y santo que es el lenguaje del Sacrificio y de la Cruz?
El
culto cristiano es esencialmente ofrenda a Dios y ofrenda al prójimo. El amor
cristiano es centralmente seguimiento de Jesucristo y entrega voluntaria de la
propia vida por amor. El “don de sí”, la sagrada inmolación para liberar del
pecado, rescatar de la muerte y comunicar vida, es la acción cultual por
excelencia en nuestra fe.
Podríamos
afirmar que se trata de un culto “extático”. Pues un “éxtasis” propiamente es
un vivir enteramente en el Amado, un estar volcado sin reserva, dado
enteramente por amor. Y así el culto cristiano parte nada más ni nada menos que
del misterio Trinitario de la “perijóresis” o circulación. El culto que nos
religa, que expresa la Alianza con el Señor y da acceso a la Gloria, halla su
origen en la inmanencia de la vida intra-trinitaria donde las divinas personas
están enteramente una en la otra por una donación amorosa sin reservas.
Enteramente se ofrecen y enteramente se reciben y no hay espacio alguno para
volverse sobre sí sino que eternamente están una en la otra, son ellas mismas
esa eterna relación subsistente en la unidad de la única naturaleza divina que
es Amor.
Y
estoy realizando esta consideración –que pareciera excesiva- para manifestar
que el amor como “don de sí” es gozo y plenitud. Solo en la economía, en la
creación tras ser trastornada por el pecado del hombre, junto a la alegría
bellísima, en el “don de si” aparece el rasgo del sufrimiento y la lucha contra
el mal que se opone. Así el amor que se entrega sin reservas, no solo expresa
el rostro eterno del gozo y la gloria, sino que históricamente asume la faz del
sacrificio en Cruz. Empero alcanza también allí su mayor epifanía al revelarse en
tan gratuita y libérrima inmolación para rescatar a su creatura, el hombre. Quien
no merece es salvado por los méritos de Cristo, uno de la Trinidad, enviado a
manifestar y hacer totalmente transitable el camino del Amor.
En
el Misterio del Hijo enviado, por su Encarnación y Pascua, la procesión económica
hace presente en la historia la procesión eterna y nos llama a participar de la
Filiación del Verbo. Condescendencia divina siempre actualizada en la efusión
pentecostal del Paráclito. También su procesión económica hace posible que
injertados en la Vid del Hijo, “estando en Cristo” diría San Pablo, podamos ser
reconducidos por ascendente sendero hacia la Gloria, donde contemplaremos
eternamente extáticos y jubilosos, bienaventurados en su beatificante Luz, al
Amor eterno que no es sino gozo y plenitud en la ofrenda de Si sin reserva.
El
culto pues cristiano animado por el Espíritu Santo no puede ser sino la
comunión con Jesucristo, nuestra Pascua y nuestra vuelta al Padre. Descubrir al
Amor en la ofrenda sacrificial de la Cruz, aceptar tanta excedencia y hacer del
Amor nuestra vocación es en definitiva nuestro culto. Dar culto a Dios el Padre
en el Espíritu Santo no es sino ser “hijos en el Hijo”, haciendo de nuestra
persona y de toda nuestra vida “una víctima viva, santa y agradable”. Quien así
viva como discípulo del Señor Jesús, liberado del pecado y vencedor de la
muerte, atravesando las tinieblas del sufrimiento en el “valle de lágrimas” -resultado
de la caída en la desobediencia-, contemplará para siempre al Amor tal como es,
ofrenda santa y pura, sin reserva alguna, perfecto don de sí, tan lleno de luz,
de gozo y de gloria.
Así el culto cristiano, cuya cumbre litúrgica
es la Eucaristía, cierra la Santa Misa enviándonos a vivir según lo celebrado
para poder acceder a la Liturgia Celeste en la Jerusalén gloriosa. Y el Apóstol
conecta su primer aserto con el siguiente: “Y no se acomoden al mundo presente, antes
bien transfórmense mediante la renovación de su mente, de forma que puedan
distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto.”
Evidentemente
hay un camino por andar, una peregrinación existencial por recorrer. No podrá
hacerlo quien no palpite fuerte y ardientemente su vocación a la Gloria. Solo
así no se quedará pegoteado e instalado en lo que siendo valioso no deja de ser
provisorio: la historia. El “homo viator”, el hombre en camino no puede
acomodarse al mundo presente que pasa sino que busca sintonizar con el Mundo Futuro
que viene. Transita plenamente consciente del tiempo pero con la mirada anhelante
y fija en lo Eterno. Los pies en la tierra pero el corazón en el Cielo.
El
culto pues en nuestra fe cristiana tendrá aquí en la economía siempre un cariz
penitencial. Dar culto a Dios es convertirse para hacer su Voluntad. Una continua
renovación y transformación de nuestra mentalidad y nuestro querer para vivir
según Dios y para vivir hacia Dios. Lo expresa bien la doxología acompañada por
el gesto de elevación de los Dones Eucarísticos de su Cuerpo y Sangre: “Por Cristo, con Él y en Él, a ti Dios
Padre omnipotente en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por
los siglos de los siglos. Amén.”
Aún
no he logrado aceptar –lo confieso- que la Iglesia peregrina en los últimos
tiempos haya perdido tan de vista el horizonte escatológico. Comprendo claro
los procesos históricos y el devenir de las ideas y movimientos culturales que
le han nublado su rumbo. Pero no puedo digerir el hecho de que nos haya
sucedido semejante desconcierto. ¿Hacia dónde camina una Iglesia totalmente
volcada a la vida en el mundo, buscando obsesivamente ajustarse al presente y
al encuentro con el hombre caído al margen de la Gracia para quedarse también postrada
allí con él? ¿Acaso no se da cuenta que se trata de un camino inconcluso,
interrumpido y sin arribo a destino alguno? La exhortación apostólica es tan
clarividente: el cristiano que se acomoda al mundo presente se olvida de quién es
y hacia dónde va. Sin el horizonte trascendente del Cielo Eterno la tierra
efímera de los hombres no es más que un infierno. Quien toma este atajo
engañoso –ajustarse a la mentalidad mundana- puede ponerse en peligro y
deslizarse definitivamente hacia los abismos oscuros de la perenne soledad del
hombre sin Dios. Una comunidad de fe en este equívoco mortal no solo se auto-condenaría
sino que por sobre todo se acusaría y sentenciaría a sí misma por no rescatar y
dejar caída a esa humanidad a la que ha sido enviada en su Nombre. Mayor falta
de Amor no es posible concebir.
Finalmente
pues la amonestación paternal invita a la humildad: “No se estimen en más de lo que
conviene; tengan más bien una sobria estima según la medida de la fe que otorgó
Dios a cada cual.” Roguemos entonces a Dios que nos conceda a todos los
miembros de la Iglesia peregrina aquella fe que vive para hacer su Voluntad y
que le da un culto verdadero en el Espíritu configurándonos en Cristo como
víctimas ofrecidas, vivas, santas y agradables. Entonces celebraremos la Pascua
del Amor y la Iglesia será sacramento de salvación, un puente que une a los
hombres con Dios y los conduce a su Gloria.
Amen! Que la Paz y el Amor de Dios UNO y TRINO esté HOY y siempre con todos nosotros. AMÉN ♡ BENDICIONES Padre Silvio ! GRACIAS por compartirlo.Dios te siga favoreciendo con Su Gracia Santificante.
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