DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 27



HASTA REBOZAR DE ESPERANZA

POR LA FUERZA DEL ESPIRITU SANTO

 

“El Dios de la esperanza los colme de todo gozo y paz en su fe, hasta rebosar de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo. Por mi parte estoy persuadido, hermanos míos, en lo que a ustedes toca, de que también ustedes están llenos de buenas disposiciones, henchidos de todo conocimiento y capacitados también para amonestarse mutuamente. Sin embargo, en algunos pasajes les he escrito con cierto atrevimiento, como para reavivar sus recuerdos, en virtud de la gracia que me ha sido otorgada por Dios, de ser para los gentiles ministro de Cristo Jesús, ejerciendo el sagrado oficio del Evangelio de Dios, para que la oblación de los gentiles sea agradable, santificada por el Espíritu Santo.” Rom 15,13-16

 

Querido Apóstol San Pablo, no puedo menos que conmoverme entrañablemente frente al testimonio de tu santa caridad pastoral. ¡Cuánto consuelo hallo en tus palabras que brotan de un corazón que arde sinceramente por Cristo Señor! Confieso que quisiera poder establecerme yo mismo de modo sólido en esta óptica tuya. Como también deseo –en estos días casi con desesperación- que todos los pastores de la Iglesia podamos sentir a una contigo.

 

“El Dios de la esperanza los colme de todo gozo y paz en su fe, hasta rebosar de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo.” ¡Qué claridad la tuya para presentarnos el inapreciable y valioso don de la fe! Pues por la fe en Jesucristo toda nuestra vida ha sido transformada: unos cimientos nuevos, un camino nuevo, una fuerza nueva y un horizonte nuevo.

Por la fe hemos tenido acceso al Dios de la esperanza porque simplemente el mismo Dios es nuestra esperanza ya que es Amor y se dona a sí mismo sin medida. Y el Dios de la esperanza tiene reservado para nosotros, en su infinita Misericordia, un inagotable tesoro de Gloria.

Quien conecta pues con la esperanza que engendra Dios por la fe se ve henchido de paz y de gozo. Se trata de esa paz que es saciedad desbordante como consuelo sin fin y de ese gozo que resulta en fruición creciente e infinita. Un permanente estado extático de exultación por la celebración nupcial de la Alianza. Obviamente esta esperanza colmada se realiza plenamente en la visión beatífica y eterna pero en primicias se adelanta por la vida teologal de las virtudes infusas conexas: fe, esperanza y caridad. La vida presente del cristiano está preñada de la Gloria futura por venir.

Así es eminentemente propio del Espíritu Santo infundir una desbordante alegría de la Salvación en quienes habita. Podríamos decir que el Espíritu incoa desde el comienzo de la vida de la gracia ese gozo rebozante de esperanza por lo que ya se tiene regalado y por lo que aún falta recibir en heredad.

 

“Ustedes están llenos de buenas disposiciones, henchidos de todo conocimiento y capacitados también para amonestarse mutuamente.” Aquí pues entra a tallar tu inmensa caridad pastoral. Con tono tan fraterno como paternal, los alientas elogiándolos, al mismo tiempo que deslizas cuáles son los necesarios cuidados que se deben tener para vivir rebosantes de esperanza en el Espíritu. A nivel personal cada discípulo debe presentar buenas disposiciones, las mejores que le sean posibles para acoger y sostener la gracia de Dios. Esto supone entiendo, diversas actitudes: estar fijamente atento en Dios y sus mociones, desear conocer y realizar Su santa Voluntad, revisar y purificar las propias motivaciones, permanecer en tensión de conversión y disponer de cuanto sea necesario para caminar y fructificar en el Señor. Es decir, estar vigilantes y siempre bien preparados para el encuentro transformador con Cristo que está viniendo.

Pero también a nivel personal ser henchidos de todo conocimiento, por tanto, disfrutar de esa sabiduría que mana del trato de amor, de la continua experiencia de intercambio y reciprocidad en la Alianza. Porque se trata del conocimiento de Dios, de su inteligencia y corazón, de su forma de comunicarse y relacionarse con nosotros, del hallazgo de sus caminos misteriosos. Quienes viven juntos se conocen. Quienes se pertenecen por el mutuo amor son capaces de latir al unísono. Es un conocimiento santo que brota de la comunión con Dios que se ofrece en Don de Sí y que invita insistentemente a sus hijos a responderle, entregándose y perseverando en dicha Unión.

A nivel comunitario, quienes cuentan con buenas disposiciones y tienen la sabiduría del Amor, podrán auxiliarse mutuamente ejerciendo la caridad fraterna como amonestación, ya sea en dirección a la corrección de rumbos o a la exhortación para seguir vivamente hacia delante y hacia lo alto. ¡Cómo rebozará entonces la Iglesia de esperanza y de gozo en el Espíritu de Dios!

 

“Les he escrito con cierto atrevimiento, como para reavivar sus recuerdos, en virtud de la gracia que me ha sido otorgada por Dios, de ser para los gentiles ministro de Cristo Jesús, ejerciendo el sagrado oficio del Evangelio de Dios…” Continuando entonces con tu exquisito ejercicio de caridad pastoral, te empeñas en “reavivar”. Se trata de un sello tuyo, también a tu hijo en Cristo -el querido Timoteo-, le pedirás que “reavive el don de Dios”. Ahora deseas “reavivar los recuerdos” de aquellos discípulos puesto que quieres ser fiel a la gracia recibida como ministro del Evangelio. Anhelas que continúe ardiendo e iluminando la gracia de la primera conversión, cuando escucharon con fe la predicación y aceptaron al Señor como Salvador. Que la buena noticia que les fue anunciada continúe intacta, jovial y novedosa, resonando entre ellos. Reavivas el fuego del Espíritu como quien remueve las brasas o acomoda los leños y los pica para inquietar las llamas en el fogón. Reavivas el amor de los comienzos porque nunca ha decaído su crepitar en tu corazón.

¡Esta es sin duda la tarea fundamental del predicador! ¡Y cuánta falta hacen en la Iglesia los santos y enamorados predicadores de Dios, heraldos de su Evangelio, juglares de la Salvación! ¡Que el Evangelio Vivo de nuestro Señor Jesucristo prosiga elevando sus llamas en los corazones, quemando, consumiendo y transformando el mundo entero!

 

“Para que la oblación sea agradable, santificada por el Espíritu Santo.” Que en la Iglesia todos los cristianos, unidos a la Pascua del Señor, se ofrezcan a sí mismos como ofrenda pura y santa, víctima de agradable aroma, holocausto sin defecto ni mancha y sacrificio perpetuo. Que sean oblación con Cristo en el Espíritu Santo para gloria y honor del Padre de las Misericordias y Dios de todo consuelo. Amén. Porque vivimos rebosantes de toda esperanza en la fuerza inextinguible del Espíritu de Dios y el mundo debe saberlo y arrodillarse en adoración frente al único Señor que salva.

 

 

DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 26

 




 QUE CADA UNO TRATE

DE AGRADAR A SU PRÓJIMO PARA EL BIEN,

BUSCANDO SU EDIFICACIÓN (II)

 

Continuemos, ilustre San Pablo, tu enseñanza sobre la Caridad fraterna.

 

“Así pues, cada uno de ustedes dará cuenta de sí mismo a Dios. Dejemos, por tanto, de juzgarnos los unos a los otros: juzguen más bien que no se debe poner tropiezo o escándalo al hermano. - sé, y estoy persuadido de ello en el Señor Jesús, que nada hay de suyo impuro; a no ser para el que juzga que algo es impuro, para ése si lo hay -. Ahora bien, si por un alimento tu hermano se entristece, tú no procedes ya según la caridad. ¡Que por tu comida no destruyas a aquel por quien murió Cristo! Por tanto, no expongan a la maledicencia su privilegio. Que el Reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo.” Rom 14,12-17

 

“Juzguen más bien que no se debe poner tropiezo o escándalo al hermano.” Prosiguiendo la lógica del argumento, quien se reconoce del Señor y se devuelve a Él, al mismo tiempo que reconoce que el hermano también le pertenece, puede alumbrar criterios de sano cuidado y solicitud fraterna. Por lo tanto se abstendrá de complicar el proceso de maduración de los demás y estará especialmente atento a discernir en qué situación le halla y cómo ha de acompañar mejor su crecimiento. Ya hemos establecido que no se trata de cuestiones de fondo –como el pecado- sino de usos y costumbres opinables y de estadios diferentes en el itinerario discipular. No tiene pues caridad quien queriendo hacer valer su criterio superior termina humillando, escandalizando o entristeciendo a quien aún no está preparado para dar un paso más.

“¡No destruyas a aquel por quien murió Cristo!” El hermano es sagrado y tocarlo es tocar a Cristo que derramó su Sangre por él. Esta tremenda conciencia del valor de los demás, surgido de la Pascua redentora, haría estremecer nuestra persona entera si le captásemos en toda su magnitud.

“Que el Reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo.” He aquí una máxima que ilumina toda la vida fraterna y el discernimiento de la realidad de nuestros vínculos. ¿Es nuestra comunidad cristiana una manifestación del Reino? Para que pueda serlo nuestro trato fraterno debe estar empeñado en que seamos todos llenos de justicia, paz y gozo según el Espíritu de Dios. Fuera pues los pareceres personales que no busquen el imperio de la Caridad sino demostrar que el propio criterio es superior y fuera toda competencia por tener la razón que deje a su paso heridos y maltrechos. Insisto que no se trata de dar lugar al relativismo y al subjetivismo que nos llevarían por fin al individualismo y a la fragmentación. Se trata de “dar por las cosas lo que las cosas valen y no más”. Se trata de respetar al Señor en todos, de cuidar los procesos de maduración de cada uno y de no inmiscuirse atrevidamente en lo que no nos corresponde; porque en definitiva es el mismo Dios quien nos guía y hace crecer a todos según la inestimable Sabiduría de su Caridad.

 

“Toda vez que quien así sirve a Cristo, se hace grato a Dios y aprobado por los hombres. Procuremos, por tanto, lo que fomente la paz y la mutua edificación. No vayas a destruir la obra de Dios por un alimento. Todo es puro, ciertamente, pero es malo comer dando escándalo. Lo bueno es no comer carne, ni beber vino, ni hacer cosa que sea para tu hermano ocasión de caída, tropiezo o debilidad. La fe que tú tienes, guárdala para ti delante de Dios. ¡Dichoso aquel que no se juzga culpable a sí mismo al decidirse! Pero el que come dudando, se condena, porque no obra conforme a la fe; pues todo lo que no procede de la buena fe es pecado.” Rom 14,18-23

 

“La fe que tú tienes, guárdala para ti delante de Dios.” Es decir, comprende y vive en fidelidad a tu propio estado de maduración interior. Actúa según una recta conciencia con libertad delante del Señor y de ti mismo. Vive a la altura de lo que te ha sido dado. “Pero el que come dudando, se condena, porque no obra conforme a la fe; pues todo lo que no procede de la buena fe es pecado.” Pues entonces sé prudente y en la Caridad sé delicado –y en cuanto a todo lo que no sea verdaderamente crucial-, cuida la conciencia de tu hermano y no intentes extrapolar tu propio proceso al suyo. Aunque te parezca que tu modo de proceder es superior y más acertado no le transmitas dudas que no pueda resolver ni le pidas avances que aún no tiene fuerzas para sostener. Si en verdad delante del Señor crees estar más crecido conviértete en una ayuda oportuna para tu hermano: ni le apresures cuando aún no es tiempo ni le permitas retrasarse cuando puede madurar. Amar a tu hermano es ayudarlo a crecer. Y quererlo bien es desear que algún día te supere.

 

“Nosotros, los fuertes, debemos sobrellevar las flaquezas de los débiles y no buscar nuestro propio agrado.  Que cada uno de nosotros trate de agradar a su prójimo para el bien, buscando su edificación; pues tampoco Cristo buscó su propio agrado, antes bien, como dice la Escritura: Los ultrajes de los que te ultrajaron cayeron sobre mí. En efecto todo cuanto fue escrito en el pasado, se escribió para enseñanza nuestra, para que con la paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza.” Rom 15,1-4

 

Finalmente al cierre no hay mucho más que comentar. Queda resonando, claro, que la Caridad pide a cada uno que ame a sus hermanos despojándose de los propios intereses y buscando para ellos todo bien y toda edificación en Cristo. Y justamente contemplando al Señor que en la Cruz nos dejó todo su legado y nos marcó el rumbo del camino. También este pasaje de la Escritura Santa sea para nosotros y nuestras comunidades fuente inagotable de paciencia fraterna y de aquel consuelo que da la Caridad engendrando la Esperanza en toda la Iglesia de Dios.

 

“Y el Dios de la paciencia y del consuelo les conceda tener los unos para con los otros los mismos sentimientos, según Cristo Jesús, para que unánimes, a una voz, glorifiquen al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Por tanto, acójanse mutuamente como los acogió Cristo para gloria de Dios.”  Rom 15,5-7


DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 25

 



QUE CADA UNO TRATE

DE AGRADAR A SU PRÓJIMO PARA EL BIEN,

BUSCANDO SU EDIFICACIÓN (I)

 

“Acojan bien al que es débil en la fe, sin discutir opiniones. Uno cree poder comer de todo, mientras el débil no come más que verduras. El que come, no desprecie al que no come; y el que no come, tampoco juzgue al que come, pues Dios le ha acogido. ¿Quién eres tú para juzgar al criado ajeno? Que se mantenga en pie o caiga sólo interesa a su amo; pero quedará en pie, pues poderoso es el Señor para sostenerlo. Este da preferencia a un día sobre todo; aquél los considera todos iguales. ¡Aténgase cada cual a su conciencia! El que se preocupa por los días, lo hace por el Señor; el que come, lo hace por el Señor, pues da gracias a Dios: y el que no come, lo hace por el Señor, y da gracias a Dios.” Rom 14,1-6

 

Continuamos contigo, querido San Pablo, ocupados en un buen y delicado ejercicio de la caridad en la comunidad cristiana. Evidentemente has tenido que ayudar a distender disputas surgidas entre los hermanos en torno al consumo de alimentos que algunos creían permitidos y otros no. Veamos algunos criterios muy iluminadores que nos brindas.

“Acojan bien al que es débil en la fe”. Supongo que casi todos hemos presenciado o protagonizado discusiones al interno de la vida fraterna por cuestiones nimias: meras costumbres humanas, criterios subjetivos, acentos de personalidad, sensibilidades anímicas diversas y más de este estilo. Otras veces pudieron ser aspectos algo más profundos como prácticas piadosas y devocionales, carismas o inclinaciones hacia algún modo de espiritualidad, tal vez comprensiones teológicas divergentes en diferentes campos. ¿Pero en verdad era tan importante sostener una discusión al respecto y pretender ganarla?

Por supuesto que hay asertos fundamentales y objetivos que nos obligan a todos a adherirnos en una misma Fe en clave de comunión eclesial. Lo que afecta a nivel dogmático, lo que es un  dato de Fe que aporta la Revelación y lo que ha sido solemnemente definido por el Magisterio, se encuentran en la cumbre de la jerarquía de verdades recibidas por la Iglesia. Sin embargo hay niveles diversos que piden asentimientos diversos y siempre todo proceso debe ser animado por la Caridad.

 En la práctica, en la actualidad es tan deficitaria la formación en el conocimiento de nuestra Fe común, tal el grado de confusión doctrinal y la decadencia de la vida virtuosa, que inevitablemente nos enroscamos en disputas que frecuentemente nos llevan a rompimientos y roturas intra-eclesiales. En verdad sostenemos tantas controversias a veces vividas con vehemencia que en cambio habilitarían por su carácter un sano disenso y libertad en la caridad. Por debajo de las ofuscaciones y peleas, ¿no habrá el intento de imponernos o una dificultad a admitir al que piensa y siente diferente en cuestiones opinables? Nunca hay que descartar la incidencia de la tentación y del pecado en el trasfondo.

Además el Apóstol apunta a un detalle crucial: ¿quién es el hermano con quien discutes?, ¿en qué momento de su crecimiento en la fe se encuentra?, ¿con este intercambio le ayudas o le dificultas su camino? Porque al niño de jardín de infantes no intento enseñarle análisis matemático, no renuncio a hacerlo pero entiendo que debo esperar el tiempo oportuno. También en la vida fraterna hay que saber acompañar con solicitud el proceso de nuestro prójimo. ¡Claro que esto no puede ser nunca una excusa para convalidar el pecado! Pero siempre debemos tener presente que ni nosotros mismos hemos llegado a nuestro actual estado sin un camino recorrido. ¿O a un recién converso le impondremos la disciplina propia de un monje? ¿O le exigiremos al laico que sostenga una vida de oración según las obligaciones de estado de un clérigo o consagrado?

“Dios le ha acogido. ¿Quién eres tú para juzgar al criado ajeno? Que se mantenga en pie o caiga sólo interesa a su amo; pero quedará en pie, pues poderoso es el Señor para sostenerlo.” Obviamente en la Iglesia hay autoridades legítimas, constituidas por el Señor, que disciernen y juzgan en su Nombre. Su servicio pastoral justamente es la animación y conducción, la enseñanza y santificación del Pueblo de Dios. Sin embargo, tanto en el ejercicio de la jerarquía como en la horizontalidad fraterna de los bautizados, rige este principio fundamental: “no son nuestros, son del Señor”, los hermanos son de Quien los eligió y llamó a su compañía. Por tanto todo juicio de discernimiento sobre el prójimo debe hacerse en el Señor, receptando y favoreciendo el proceso de Gracia que Él va llevando adelante. Amar a Dios es también amarlo en los hermanos, amar su Señorío sobre nuestros prójimos, amar su forma de obrar en ellos moldeándolos, ponernos siempre del lado de la Sabiduría del Espíritu Santo renunciando a criterios propios que a veces carecen de sentido sobrenatural.

“¡Aténgase cada cual a su conciencia! (Si) lo hace por el Señor…” No se trata de un subjetivismo sino de lo que llamamos “recta conciencia”. Insisto que se trata de cuestiones opinables –en este caso prácticas piadosas en cuanto a la ingesta de alimentos- donde no existe la obligación de atenerse a una norma única objetivada para todos, o la única norma rectora y fundamental sigue siendo guardar la caridad. “No matarás” o “santificarás las fiestas” son por ejemplo preceptos claros cuya interpretación al aplicarlos a diversas circunstancias puede admitir matices que disminuyan o incluso excluyan la responsabilidad personal al no cumplirlos; pero nunca será lícito contradecir la veracidad del mandato o relativizarlo como un imperativo moral.  En cambio: ¿Qué es mejor rezar el Rosario o la Coronilla, hacer ayuno a pan y agua o limitarse a comer verduras, hacer la Adoración Eucarística pública en silencio o animada por cantos o con reflexiones, recibir la Sagrada Comunión en la boca o en la mano, parado o de rodillas? ¿Si no hago el retiro espiritual que propone tal Movimiento no conozco en verdad a Cristo y no he alcanzado una real conversión? ¿Si no rezo según los usos de tal corriente espiritual no actúa en mí el Espíritu?

Sin duda necesitamos invertir más energía y tiempo en la formación de una “recta conciencia” en los discípulos de Jesucristo para que su discernimiento moral sea más maduro y más eficazmente fecundado por la Caridad de Dios.

 

“Porque ninguno de nosotros vive para sí mismo; como tampoco muere nadie para sí mismo. Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así que, ya vivamos ya muramos, del Señor somos. Porque Cristo murió y volvió a la vida para eso, para ser Señor de muertos y vivos. Pero tú ¿por qué juzgas a tu hermano? Y tú ¿por qué desprecias a tu hermano? En efecto, todos hemos de comparecer ante el tribunal de Dios,  pues dice la Escritura: ¡Por mi vida!, dice el Señor, que toda rodilla se doblará ante mí, y toda lengua bendecirá a Dios.” Rom 14,7-11

 

Y de pronto, estimado Apóstol, de lo cotidiano y a veces pedestre, te elevas de nuevo a la contemplación del Misterio y con su Luz nos muestras tanto el fundamento sólido como el camino abierto. ¡Cómo se extraña a veces en la Iglesia peregrina impactada por la Modernidad esta capacidad de remontarse al Misterio! Nuestras predicaciones, reflexiones teológicas y discernimientos pastorales a menudo carecen de profundidad y elevación sobrenatural.

 

“Porque ninguno de nosotros vive para sí mismo; como tampoco muere nadie para sí mismo.”

Pues en verdad solo me quedaría repitiendo una y otra vez estas expresiones. Quizás las traduciría también así: “No me pertenezco”. “Soy de Otro”. “No puedo ni debo vivir solo a mis anchas”. “Mi vida no es mía es de Quien me la ha dado”. Sin esta convicción, ¿en serio pensamos que podremos alcanzar una “recta conciencia” y un auténtico ejercicio de la Caridad según Dios?

 

“Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos.”

 

Obviamente, solo en la concretes de una personal Alianza de Amor, esta verdad resuena y se amplifica con todo su alcance. Por tanto la cuestión de la vida espiritual no es un lujo para gente ociosa que debería ponerse a trabajar más pastoralmente y contemplar menos. La contemplación es justamente el punto crucial donde el Amor de Dios acogido en la profundidad del corazón hace madurar a las personas en la unión con Jesucristo.

 

 “Así que, ya vivamos ya muramos, del Señor somos. Porque Cristo murió y volvió a la vida para eso, para ser Señor de muertos y vivos.”

 

Y solo quien ha llegado a este punto del itinerario: “yo, tú y todos somos de Dios”, podrá con recta conciencia encarnar la Caridad. Solo aquí, en esta conversión radical a la Gracia y en este devolvernos al Señor sin reservas, la Pascua redentora derrama toda su Luz vivificante y transformadora de la realidad y de nuestros vínculos.


DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 24

 



ES YA HORA DE LEVANTARSE DEL SUEÑO

 

“Y esto, teniendo en cuenta el momento en que vivimos. Porque es ya hora de levantarse del sueño; que la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe. La noche está avanzada. El día se avecina. Despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz. Como en pleno día, procedamos con decoro: nada de comilonas y borracheras; nada de lujurias y desenfrenos; nada de rivalidades y envidias. Revístanse más bien del Señor Jesucristo y no se preocupen de la carne para satisfacer sus concupiscencias.” Rom 13,11-14

 

Tras invitarnos a una caridad sin fingimiento, una caridad que es cumplimiento y plenitud de la entera Ley de Dios, ahora San Pablo nos exhortas a darnos cuenta de la hora en que vivimos. Esta hora, sin duda es la hora de Jesucristo y de su Pascua.

“Es ya hora de despertarse del sueño.” No puede el cristiano permanecer adormilado sino despabilarse, ponerse en alerta. El Apóstol en sus escritos citará la fracción de un cántico o himno precedente –tal vez una antífona- que se entonaba probablemente en las primitivas liturgias de la comunidad: “Despierta tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo.” (Ef 5,14) Porque tenían conciencia en aquella generación inicial del significado del acontecimiento Jesucristo, de su Encarnación y Resurrección de entre los muertos, que sin duda lo cambiaba todo. Verdaderamente se sabían ubicados en la plenitud de los tiempos, en el momento de la consumación de la obra de Dios, en la inminencia del Día de la Salvación. Y en verdad nosotros deberíamos tener la misma percepción. No importa los días, centurias y milenios que transcurran, el momento sigue siendo el mismo, ya hemos sido introducidos en “aquel Domingo que no conoce ocaso”.

“La salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe.” Aquí el pensamiento paulino se levanta hacia el horizonte escatológico, que si bien ha sido inaugurado por la Encarnación del Verbo y manifestado en su Pascua, aún espera la plena consumación por la segunda venida en Gloria o Parusía. Pero la imagen habla también de un dinamismo en el proceso de la fe vivida: se ha caminado, se ha crecido y madurado, no se está en el punto inicial del proceso de fe sino más cercanos a su conclusión histórica.

No puedo evitar una lectura espiritual en clave personal. ¿La Salvación de Dios está más cerca de mí hoy que cuando comencé la aventura del seguimiento de Jesucristo? ¿En verdad he caminado, crecido y madurado rumbo a la Alianza definitiva con mi Señor? ¿Mi vida se orienta claramente hacia Cristo y atraída corre a su encuentro?

“La noche está avanzada. El día se avecina.” El gran San Juan de la Cruz hablará en estos términos acerca de la Unión transformante o Matrimonio espiritual o Bodas místicas con el Esposo. Se trata de ese momento clave en el cual en medio de la noche comienza a irrumpir la luz de la alborada. Aquí en San Pablo refiere a la vecindad de la Gloria Eterna –toda Luz- que va poniendo fin a la noche de la historia. Ya se acerca para quienes despiertan del sueño el Día de la Resurrección, la participación eterna en el triunfo de Cristo.

Y entonces el Apóstol magistralmente describe los movimientos propios del que despierta con dos verbos: despojarse y revestirse.

“Despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz.” No puede sino aparecer con toda su fuerza el tema de una renovada conversión de vida. Despojarse del pecado, es decir, salir de las tinieblas donde se duerme el sueño de la muerte. Revestirse para el Día inminente que se avecina, ya está por despuntar el alba. Pero en esta hora clave no falta el combate: hay que tomar las armas de la Luz, de la Vida Nueva en Cristo, colocarse la armadura de la Gracia. A veces desperezarse lleva un tiempo y todavía tiene fuerza la tentación de volver al sueño. La oscuridad es pegajosa y nos retiene. Habrá que romper definitivamente con las tinieblas y dejarlas atrás. Como en pleno día, procedamos con decoro: nada de comilonas y borracheras; nada de lujurias y desenfrenos; nada de rivalidades y envidias.” Obviamente San Pablo conoce muy bien los vicios, impurezas y limitaciones de los discípulos y de las comunidades. Nuestra propia lista seguro contendrá estos ejemplos y muchos más.

Finalmente con total contundencia nos exhorta a identificar nos con el Señor Jesús. Revístanse más bien del Señor Jesucristo y no se preocupen de la carne para satisfacer sus concupiscencias.” Habrá que dejar de vivir de un modo meramente carnal, mundano diríamos, y llevar una Vida Nueva en Cristo.

¡La hora sigue estando cerca y el clarear del Día inminente! ¿Qué esperas? ¡Despierta!

 

 

EVANGELIO DE FUEGO 4 de Abril de 2025