QUE
CADA UNO TRATE
DE
AGRADAR A SU PRÓJIMO PARA EL BIEN,
BUSCANDO
SU EDIFICACIÓN (II)
Continuemos, ilustre San Pablo, tu
enseñanza sobre la Caridad fraterna.
“Así pues, cada uno de ustedes dará
cuenta de sí mismo a Dios. Dejemos, por tanto, de juzgarnos los unos a los
otros: juzguen más bien que no se debe poner tropiezo o escándalo al hermano. -
sé, y estoy persuadido de ello en el Señor Jesús, que nada hay de suyo impuro;
a no ser para el que juzga que algo es impuro, para ése si lo hay -. Ahora
bien, si por un alimento tu hermano se entristece, tú no procedes ya según la
caridad. ¡Que por tu comida no destruyas a aquel por quien murió Cristo! Por
tanto, no expongan a la maledicencia su privilegio. Que el Reino de Dios no es
comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo.” Rom
14,12-17
“Juzguen más bien que no se debe
poner tropiezo o escándalo al hermano.” Prosiguiendo la
lógica del argumento, quien se reconoce del Señor y se devuelve a Él, al mismo
tiempo que reconoce que el hermano también le pertenece, puede alumbrar criterios
de sano cuidado y solicitud fraterna. Por lo tanto se abstendrá de complicar el
proceso de maduración de los demás y estará especialmente atento a discernir en
qué situación le halla y cómo ha de acompañar mejor su crecimiento. Ya hemos
establecido que no se trata de cuestiones de fondo –como el pecado- sino de usos
y costumbres opinables y de estadios diferentes en el itinerario discipular. No
tiene pues caridad quien queriendo hacer valer su criterio superior termina
humillando, escandalizando o entristeciendo a quien aún no está preparado para dar
un paso más.
“¡No destruyas a aquel por quien
murió Cristo!” El hermano es sagrado y tocarlo es tocar
a Cristo que derramó su Sangre por él. Esta tremenda conciencia del valor de
los demás, surgido de la Pascua redentora, haría estremecer nuestra persona
entera si le captásemos en toda su magnitud.
“Que el Reino de Dios no es comida
ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo.” He
aquí una máxima que ilumina toda la vida fraterna y el discernimiento de la
realidad de nuestros vínculos. ¿Es nuestra comunidad cristiana una
manifestación del Reino? Para que pueda serlo nuestro trato fraterno debe estar
empeñado en que seamos todos llenos de justicia, paz y gozo según el Espíritu
de Dios. Fuera pues los pareceres personales que no busquen el imperio de la
Caridad sino demostrar que el propio criterio es superior y fuera toda competencia
por tener la razón que deje a su paso heridos y maltrechos. Insisto que no se
trata de dar lugar al relativismo y al subjetivismo que nos llevarían por fin
al individualismo y a la fragmentación. Se trata de “dar por las cosas lo que
las cosas valen y no más”. Se trata de respetar al Señor en todos, de cuidar
los procesos de maduración de cada uno y de no inmiscuirse atrevidamente en lo
que no nos corresponde; porque en definitiva es el mismo Dios quien nos guía y
hace crecer a todos según la inestimable Sabiduría de su Caridad.
“Toda vez que quien así sirve a
Cristo, se hace grato a Dios y aprobado por los hombres. Procuremos, por tanto,
lo que fomente la paz y la mutua edificación. No vayas a destruir la obra de
Dios por un alimento. Todo es puro, ciertamente, pero es malo comer dando
escándalo. Lo bueno es no comer carne, ni beber vino, ni hacer cosa que sea
para tu hermano ocasión de caída, tropiezo o debilidad. La fe que tú tienes,
guárdala para ti delante de Dios. ¡Dichoso aquel que no se juzga culpable a sí
mismo al decidirse! Pero el que come dudando, se condena, porque no obra
conforme a la fe; pues todo lo que no procede de la buena fe es pecado.” Rom
14,18-23
“La fe que tú tienes, guárdala para
ti delante de Dios.” Es decir, comprende y vive en
fidelidad a tu propio estado de maduración interior. Actúa según una recta
conciencia con libertad delante del Señor y de ti mismo. Vive a la altura de lo
que te ha sido dado. “Pero el que come dudando, se condena, porque no obra conforme a la
fe; pues todo lo que no procede de la buena fe es pecado.” Pues
entonces sé prudente y en la Caridad sé delicado –y en cuanto a todo lo que no
sea verdaderamente crucial-, cuida la conciencia de tu hermano y no intentes
extrapolar tu propio proceso al suyo. Aunque te parezca que tu modo de proceder
es superior y más acertado no le transmitas dudas que no pueda resolver ni le
pidas avances que aún no tiene fuerzas para sostener. Si en verdad delante del
Señor crees estar más crecido conviértete en una ayuda oportuna para tu
hermano: ni le apresures cuando aún no es tiempo ni le permitas retrasarse
cuando puede madurar. Amar a tu hermano es ayudarlo a crecer. Y quererlo bien
es desear que algún día te supere.
“Nosotros, los fuertes, debemos
sobrellevar las flaquezas de los débiles y no buscar nuestro propio
agrado. Que cada uno de nosotros trate
de agradar a su prójimo para el bien, buscando su edificación; pues tampoco
Cristo buscó su propio agrado, antes bien, como dice la Escritura: Los ultrajes
de los que te ultrajaron cayeron sobre mí. En efecto todo cuanto fue escrito en
el pasado, se escribió para enseñanza nuestra, para que con la paciencia y el
consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza.” Rom 15,1-4
Finalmente al cierre no hay mucho más
que comentar. Queda resonando, claro, que la Caridad pide a cada uno que ame a
sus hermanos despojándose de los propios intereses y buscando para ellos todo
bien y toda edificación en Cristo. Y justamente contemplando al Señor que en la
Cruz nos dejó todo su legado y nos marcó el rumbo del camino. También este
pasaje de la Escritura Santa sea para nosotros y nuestras comunidades fuente
inagotable de paciencia fraterna y de aquel consuelo que da la Caridad
engendrando la Esperanza en toda la Iglesia de Dios.
“Y el Dios de la paciencia y del
consuelo les conceda tener los unos para con los otros los mismos sentimientos,
según Cristo Jesús, para que unánimes, a una voz, glorifiquen al Dios y Padre
de nuestro Señor Jesucristo. Por tanto, acójanse mutuamente como los acogió
Cristo para gloria de Dios.” Rom 15,5-7
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