DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 58

 




PARTICIPACIÓN DIGNA EN LA CENA DEL SEÑOR

 

 

“Y al dar estas disposiciones, no los alabo, porque sus reuniones son más para mal que para bien. Pues, ante todo, oigo que, al reunirse en la asamblea, hay entre ustedes divisiones, y lo creo en parte. Desde luego, tiene que haber entre ustedes también disensiones, para que se ponga de manifiesto quiénes son de probada virtud entre ustedes. Cuando se reúnen, pues, en común, eso ya no es comer la Cena del Señor; porque cada uno come primero su propia cena, y mientras uno pasa hambre, otro se embriaga. ¿No tienen casas para comer y beber? ¿O es que desprecian a la Iglesia de Dios y avergüenzan a los que no tienen? ¿Qué voy a decirles? ¿Alabarlos? ¡En eso no los alabo!” 1 Cor 11,17-22

 

Como ya habíamos anticipado, queridísimo Apóstol de Dios, esta sección de tu carta se dirige a realizar correcciones y dar orientaciones para las asambleas litúrgicas. Seguramente no pocos de nuestros lectores se sorprenderán, pues les impactará que aquellas Eucaristías aparezcan como muy entremezcladas con verdaderas cenas o banquetes fraternos. Pues entonces hagamos un alto para un primer acercamiento.

Las religiones de la antigüedad solían practicar verdaderas comidas sacrificiales de comunión con la divinidad. Muchas veces vinculadas al ofrecimiento de primicias de la cosecha o para invocar con sacrificios de animales protección y fecundidad para el futuro. También las realizaban en otras circunstancias presentes, ya sean festivas o trágicas. Y en el Antiguo Testamento vemos como Israel ritualiza este tipo de acciones de comunión con Dios a través de comidas sacrificiales o de ofrenda. La más famosa y central, sin duda, es la Pascua.

Cuando en la Última Cena el Señor Jesús instituye la Eucaristía, el contexto es la cena pascual judía. Era una verdadera cena, solo que con alimentos especialmente preparados para ella y con una serie de oraciones, bendiciones y hasta diálogos rituales, a los cuales se añadían algunos gestos significativos. Cristo toma algunos gestos de ese formato (la fracción del pan y la circulación de la copa) mientras celebraban el rito judío y los resignifica de un modo superador y definitivo: ya ha pasado el antiguo sacrificio del cordero pascual que evoca la salida de Egipto, ahora el Cordero Pascual es el Hijo de Dios que se ofrece en la Cruz por nuestra redención y la Cena será el memorial de su Sacrificio por nosotros.

Sin querer escandalizar a nadie, no es fácil reproducir con exactitud cómo era el rito celebrativo de las primeras Eucaristías de la Iglesia primitiva. Además de los aportes neotestamentarios, desde fines del siglo I tenemos otras fuentes y testigos que transmiten datos acerca de oraciones y vestigios de antiquísimas plegarias de consagración, tradiciones litúrgicas y normativas rituales, que van apareciendo y evolucionando en una creciente dirección sacral. Hasta que claramente en el siglo IV, al salir de la clandestinidad y finalizar el período de persecuciones, la Cena del Señor se independiza de los banquetes y ágapes fraternos, al ser celebrada habitualmente en contextos más sacralizados como las basílicas y templos. Sin embargo se mantiene la “disciplina del arcano” que no permite la participación a quienes no han sido aún bautizados e iniciados en los Misterios.

Nos damos cuenta pues, que aquellas asambleas litúrgicas en Corinto resultaban de una continuidad con las comidas rituales de comunión conocidas en diversos cultos y de una inmensa novedad: la Cena del Señor que se introducía en el contexto de los banquetes fraternos. Muchas más precisiones no podemos hacer con certeza.

A San Pablo han llegado noticias de diversas dificultades. Algunas tienen que ver con excesos como las borracheras de algunos y la gula desenfrenada de otros. Otras, con la injusticia y la falta de virtud: hay quienes comen lo propio sin compartir con los hermanos, y su voracidad y egoísmo no les permite registrar que los más pobres de la comunidad en esos banquetes pasan hambre. Incluso tal vez se refiera a ciertas distinciones que se hacían, ya que en las casas los señores o amos no comían en el mismo recinto que los servidores y esclavos. ¿Cómo pretender celebrar un banquete de comunión con el Señor a la vez que esa comunión no se establece también con todos los hermanos?

“¿No tienen casas para comer y beber? ¿O es que desprecian a la Iglesia de Dios?” Esta expresión parece invitar a reconocer el carácter sagrado de las asambleas litúrgicas. La Cena del Señor no es una comilona o fiesta mundana.

Una advertencia que hace el Apóstol llega hasta nuestos días con lamentable vigencia: cuando los cristianos se reúnen existen divisiones y disensiones entre ellos. Y comenta que de ello deben comprender que no todos se acercan y participan virtuosamente o con la misma maduración de fe y caridad.

Nuestras Misas actuales, ya totalmente separadas del banquete fraterno, sin embargo siguen expresando faltas de comunión. Que aquel no le da la paz ni saluda  a este otro, que el de allá se pasa mirando y criticando a todos los servidores que desempeñan algún ministerio en la celebración y que los de más acá apenas salen de la Eucaristía se quedan parloteando en el atrio sobre temas totalmente ajenos y distantes o simplemente murmurando contra sus hermanos. Y ustedes podrán elencar seguramente incontables ejemplos.

Es que a la Cena del Señor entramos todos con nuestros pecados pero con demasiada frecuencia salimos permaneciendo en ellos. ¿Cómo entrar en comunión con Dios sin purificarnos y convertirnos para vivir en la caridad fraterna?

 

“Porque yo recibí del Señor lo que les he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: «Este es mi cuerpo que se da por ustedes; hagan esto en recuerdo mío.» Asimismo también la copa después de cenar diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre. Cuantas veces la beban, háganlo en recuerdo mío.» Pues cada vez que comen este pan y beben esta copa, anuncian la muerte del Señor, hasta que venga.” 1 Cor 11,23-26

 

San Pablo junto a San Lucas, San Mateo y San Marcos es testigo apostólico de la tradición central de nuestra fe católica: la Pascua del Señor, por la que somos salvados entrando en Alianza con Dios, y es celebrada según su mandato por la Iglesia en cada Cena del Señor. Así el mismo Jesucristo sigue presente entre los suyos hasta su segunda venida en gloria en el sacramento del altar.

 

“Por tanto, quien coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma así el pan y beba de la copa. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo. Por eso hay entre ustedes muchos enfermos y muchos débiles, y mueren no pocos.” 1 Cor 11,27-30

 

Frente a la inmensidad del Misterio celebrado y de la Gracia comunicada resuena la advertencia: sean concientes de lo que viven y realizan en cada Eucaristía. Sin duda es referencia inmediata a las divisiones, excesos y conductas poco virtuosas que rompen la caridad fraterna de las que hemos hablado. Pero se extiende la cuestión más allá: ¿qué significa comer el Cuerpo del Señor indignamente?, ¿qué disposiciones son necesarias? Hay que examinarse y discernir para no comer y beber el propio castigo.

 

“Si nos juzgásemos a nosotros mismos, no seríamos castigados. Mas, al ser castigados, somos corregidos por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo. Así pues, hermanos míos, cuando se reunan para la Cena, espérense los unos a los otros. Si alguno tiene hambre, que coma en su casa, a fin de que no se reúnan para castigo suyo. Lo demás lo dispondré cuando vaya.” 1 Cor 11,31-34

 

A lo largo de los siglos, la Iglesia ha discernido las disposiciones necesarias y ha establecido una disciplina de los sacramentos, tanto de su celebración como de su recepción. Penosamente en nuestros días no solo las Misas se van vaciando de participantes, sino que también se han ido banalizando y no faltan quienes incumplen o violentan la disciplina eclesial o simplemente la desautorizan. ¿Estamos hoy comiendo el Cuerpo y bebiendo la Sangre del Señor con superficial conciencia y escaso discernimiento?

 

 

EVANGELIO DE FUEGO 29 de Octubre de 2025


 

DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 57

 




 NORMAS PARA VARONES Y MUJERES

QUE PARTICIPAN DE LAS ASAMBLEAS LITÚRGICAS

 

 

Queridísimo San Pablo, confieso que al comenzar este “Diálogo vivo” contigo, solo pretendía comentar en clima de oración, algunos pasajes de tus escritos que me habían resultado significativos durante toda mi vida. Se trataba pues de un empeño totalmente subjetivo que seleccionaría solo  algunos textos entre tantos. Sin embargo, pronto me topé con la necesidad interior de un ejercicio de diálogo más profundo, abriéndome enteramente a ti, incluso redescubriendo diversas enseñanzas tuyas que quizás había pasado un poco por alto. Y realmente no dejo de sorprenderme al comprender la lógica de tu razonamiento y la delicadeza con la cuál entretejes tantas temáticas, que fuera de parecerme ya secciones o apartados distintos, las veo inmersas en un dinamismo más abarcador.

Ahora propondré un comentario a uno de esos pasajes que cualquiera –incluso yo- de primera mano quisiera evitar por su dificultad aparente. Pero en mis días, querido Apóstol, debo advertirte que estás siendo enjuiciado. No faltan quienes desean desautorizar algunas de tus enseñanzas –sobre todo de carácter moral- ya que les parecen incompatibles con la sensibilidad de nuestra época. Los consejos que darás sobre la participación litúrgica de varones y mujeres se encontrará hoy en colición directa con los diversos planteos de género y será acusada de discriminación y machismo con certeza. Por fidelidad fraterna y amistad, me veo obligado a presentar tu enseñanza con toda inteligencia y corazón por mi parte. Vayamos sin más demora al texto en cuestión, el cual se encuentra subsumido en una sección más amplia dedicada a correcciones a excesos en las asambleas litúrgicas en Corinto.

 

 

“Sin embargo, quiero que sepan que la cabeza de todo hombre es Cristo; y la cabeza de la mujer es el hombre; y la cabeza de Cristo es Dios. Todo hombre que ora o profetiza con la cabeza cubierta, afrenta a su cabeza. Y toda mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta, afrenta a su cabeza; es como si estuviera rapada. Por tanto, si una mujer no se cubre la cabeza, que se corte el pelo. Y si es afrentoso para una mujer cortarse el pelo o raparse, ¡que se cubra! El hombre no debe cubrirse la cabeza, pues es imagen y reflejo de Dios; pero la mujer es reflejo del hombre.

En efecto, no procede el hombre de la mujer, sino la mujer del hombre. Ni fue creado el hombre por razón de la mujer, sino la mujer por razón del hombre. He ahí por qué debe llevar la mujer sobre la cabeza una señal de sujeción por razón de los ángeles. Por lo demás, ni la mujer sin el hombre, ni el hombre sin la mujer, en el Señor. Porque si la mujer procede del hombre, el hombre, a su vez, nace mediante la mujer. Y todo proviene de Dios. Juzguen por ustedes mismos. ¿Está bien que la mujer ore a Dios con la cabeza descubierta? ¿No se enseña la misma naturaleza que es una afrenta para el hombre la cabellera, mientras es una gloria para la mujer la cabellera? En efecto, la cabellera le ha sido dada a modo de velo. De todos modos, si alguien quiere discutir, no es ésa nuestra costumbre ni la de las Iglesias de Dios.” 1 Cor 11,3-16

 

Supongo que ya se pudo haber levantado polvareda. Desgranemos algunas líneas maestras.

“Sin embargo, quiero que sepan que la cabeza de todo hombre es Cristo; y la cabeza de la mujer es el hombre; y la cabeza de Cristo es Dios.” Aquí debemos detenernos serenamente. ¿Qué significa esto de la cabeza? Pues de este principio se derivarán luego los consejos prácticos. Uno podría mal entender el concepto pues en nuestros días el “ser cabeza” o “encabezar” suele asimilarse a una cuestión de mando o poder, la forma de designar al jefe y sugerir una cadena de subordinación. Sin embargo el concepto semítico de “cabeza” remite más bien a la idea de fuente, origen y procedencia. Sin duda quien es cabeza precede pero esta precedencia no tiene por qué significar desigualdad y superioridad sino fuente y origen de identidad.

Se aclara al considerar la expresión acerca de que “Dios, el Padre, es la cabeza de Cristo”. Por supuesto que San Pablo está comenzando a delinear una teología trinitaria. No es el momento ahora de abordar este tema que supondría una ponderación global de toda su obra y específicamente de las formulas trinitarias que utiliza. Pero sabemos que en el desarrollo doctrinal, la Iglesia ha afirmado y confesado solemnemente al mismo tiempo la fontalidad del Padre de quien el Hijo procede eternamente y su cosubstancialidad. Que el Padre preceda eternamente –no en sentido temporal sino ontológico- no supone que el Hijo sea menor o inferior al Padre.

“La cabeza de la mujer es el hombre” no tiene por qué leerse obligadamente en clave de desigualdad. En el estilo propio de la lectura rabínica de aquel tiempo y como con sentido común se desprende de una lectura literal no afectada del relato de la creación, se podría descriptivamente decir que “la mujer procede del hombre”. Esta precedencia o fuente de origen no implica desigualdad y nos guste o no, así está relatado y así Dios proveyó que se consignara. Ciertamente una lectura más ajustada del pasaje descubrirá que solo al ser dos –uno frente al otro- se esclarece que son él y ella, varón y mujer.

“Por lo demás, ni la mujer sin el hombre, ni el hombre sin la mujer, en el Señor. Porque si la mujer procede del hombre, el hombre, a su vez, nace mediante la mujer. Y todo proviene de Dios.” Esta otra aseveración deja en claro que San Pablo no está enseñando una desigualdad en dignidad entre varón y mujer. Lo que afirma con la fórmula ”en el Señor” y que se corresponde con el “todo proviene de Dios” es que hay un orden que nos precede, el de la mente o razón creadora de Dios. Este orden supone una “jerarquización por precedencia”. De nuevo tendemos a pensar “jerarquía” en términos de poder, desde el binomio superior-inferior o señor-súbdito, es decir en una cadena donde uno manda y el otro obedece.  Pero también se puede entender “jerarquía” como una lógica de procedencia que intenta narrar cómo del origen y fuente todo proviene y depende en su identidad.

Esta dinámica de procedencia, San Pablo intenta mostrarla con el concepto “reflejo”. Nuestra sensibilidad contemporánea se siente más cómoda afirmando que ambos, varón y mujer en su complementariedad, son “reflejo e imagen” de Dios.

Lo que me lleva –antes de continuar con las sentencias más polémicas-, a traer la cuestión del “anacronismo”. Se trata de un grave error de la ciencia histórica y consiste en introducir descontextualizados elementos de una época en otra, o lo que es más frecuente, juzgar un período histórico con categorías del presente. Por ejemplo, para juzgar que San Pablo puede ser “machista”, primero deberíamos asegurarnos que un concepto como “machismo” es concebido en su época. Evidentemente la dignidad de la mujer a la par con el varón –en su diferenciación complementaria- es un principio supratemporal, atestiguado por la Revelación o en otros términos un “absoluto moral”. Pero cómo cada época lo interpretó y plasmó en la relación varón-mujer en su propio contexto cultural puede variar. Hoy algunas feministas llamarían machismo o pretensión de superioridad a lo que en otro tiempo se consideraba galantería o caballerosidad. Lo que hoy en día se considera un gesto de humildad y acompañamiento del varón en las tareas domésticas en otro tiempo se consideraba falta de autoridad o virilidad.

Dicho esto, acometamos la aclaración en cuanto sea posible sobre la costumbre de participar el varón en las asambleas litúrgicas con la cabeza descubierta y la mujer al contrario. Algunas precisiones:

·         En la asamblea litúrgica, ambos varón y mujer, pueden orar y profetizar. Por cuestión de su género uno debe cubrirse la cabeza y otro no. No hay desigualdad en la participación sino en el modo.

·         La mentalidad paulina sugiere que el varón en la asamblea representa al Señor, el Esposo y la mujer a la esposa, la Iglesia. Solo de ese modo dialógico podría entenderse la idea de “sujeción” –descartada una disparidad en dignidad-, expresando que a uno como “reflejo del Señor” le toca preceder fontalmente y al otro recibir y responder configurando lo mutuo.

·         En cuanto a por qué la cabellera puede ser afrenta para uno y no para otro género o la introducción de la “sujeción por razón de los ángeles”, el sentido permanece incierto. Se han propuesto variadas hipótesis, desde cánones estéticos acerca de la cabellera recogida en peinado de la mujer como signo cultural de honestidad y belleza hasta la cabellera suelta de la mujer como signo de desenfreno en los cultos paganos. Y también sobre la participación de los ángeles en la liturgia guardando en el culto el orden jerárquico de precedencia hasta la intromisión de los demonios. Por lo pronto no parece relevante la incertidumbre acerca del sentido de estos términos para afectar substancialmente a la interpretación.

·         Ciertamente destaca el deseo de San Pablo de poner orden en las asambleas litúrgicas. Por un lado, debido a la introducción de costumbres o excesos que desvirtúan el sentido del culto; por otro, dada la necesidad de distinguirse la asamblea cristiana y no ser confundida con las prácticas religiosas paganas y finalmente quizás, para guardar una cierta conducta externa que no escandalice o provoque malas interpretaciones, generando el rechazo.

·         Por último diría que es importante delimitar el nivel que el Apóstol adjudica a su intervención. No se trata de “un mandato recibido del Señor”, ni de un consejo Apostólico en virtud “de la asistencia del Espíritu Santo”, sino de costumbres comunitarias que se han ido asentando en la Iglesia primitiva.

Quisiera terminar esta lectura invitándonos a todos a encontrarnos siempre serena y respetuosamente con la Palabra de Dios, sin prejuicios que sesguen nuestra mirada, implorando a Dios que nos auxilie con esa sabiduría que permite discernir lo que es esencial y profundo de lo que es más superficial y periférico, pudiendo reconocer a qué debemos adherir indefectiblemente pues viene del Señor y en todo caso ubicar en su justo nivel las costumbres y experiencias personales y comunitarias en las cuales la fe se contiene y expresa pero que tal vez no deban permanecer inmutables. Ya lo hemos hablado al distinguir entre Tradición y tradiciones. Sobre todo que nos de una inteligencia humilde y un corazón simple, que no busque revolver lo que parece oscuro de modo imprudente y que sepa acoger con sencillez cuanto nos es dado recibir del Espíritu.


DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 56

 




SEAMOS IMITADORES DE CRISTO

 

 

“Sean mis imitadores, como lo soy de Cristo. Les alabo porque en todas las cosas se acuerdan de mí y conservan las tradiciones tal como se las he transmitido.”  1 Cor 11,1-2

 

Querido San Pablo, estas breves expresiones tuyas bastan para quedarnos detenidos aquí, oteando en su profundidad. ¿Sabes?, me resulta bastante habitual expresar –sobre todo en el contexto de las celebraciones bautismales-, algo así: “Lo que significa ser cristiano se define simplemente pero se lleva a cabo durante toda una vida. Ser cristiano es pensar como el Señor Jesús, sentir como Él, decidir y actuar siempre en Cristo, permanecer unidos a su mente y a su corazón”. O tal vez esto otro: “El Espíritu Santo desde ahora, comenzando a inhabitar la Santísima Trinidad el alma, no dejará de sugerirnos desde lo más interior de nosotros siempre lo mismo de maneras diversas. ¿Qué nos insinuará de continuo? “Aseméjate a Jesús, configúrate a tu Esposo”.

Uno de los libros más famosos de la espiritualidad cristiana, conocido vulgarmente como “el Kempis”, se intitula justamente: “La imitación de Cristo”. Recuerdo algunas pocas clases de teatro que tomé en la adolescencia y aquellos “juegos de espejo”, cuando uno parado delante del otro, en silencio como mimos, debíamos reproducir exactamente los movimientos del compañero como un fiel reflejo suyo. Así en el medioevo era frecuente el tema espiritual del espejo. “Mírate en el Espejo”, le recomienda Santa Clara a la Beata Inés de Praga. Ese Espejo era Jesucristo, y en ese Espejo debía contemplar su bienaventurada Encarnación, ministerio público y Pascua redentora. ¿Para qué? Pues para reproducir en ella -arreglandose, retocándose y adornándose con la Gracia y las virtudes-, la semejanza de su Imagen.

¡Cuánta consolación habrán experimentado tus hijos en la fe como nosotros hoy, al hallar verdaderos imitadores de Cristo! Realmente es una gran bendición hallar hermanos para admirar y de los cuales aprender cómo asemejarnos al Señor. Una incontable muchedumbre de santos atestiguan a la Iglesia que es posible por la Gracia identificarse con Cristo y ser uno con Él.

Pero además introduces otro tema que en nuestros días está tan olvidado y a la vez tan vigente: la Tradición. Hay que conservar las tradiciones recibidas que se nos han transmitido fielmente. Pero: ¿qué es la Tradición?, ¿de dónde viene? y ¿cuánta es su importancia? Remitámonos nuevamente al Catecismo de la Iglesia Católica, por ser untexto simple, tan sintético y erudito como testigo de doctrina segura. De hecho para esta temática su gran referencia será la Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación del Concilio Vaticano II, llamada Dei Verbum.

 

Catecismo Nº 75  "Cristo nuestro Señor, plenitud de la revelación, mandó a los apóstoles predicar a todos los hombres el Evangelio como fuente de toda verdad salvadora y de toda norma de conducta, comunicándoles así los bienes divinos: el Evangelio prometido por los profetas, que El mismo cumplió y promulgó con su voz". (Dei Verbum 7)

 

Catecismo Nº 76  La transmisión del Evangelio, según el mandato del Señor, se hizo de dos maneras:   oralmente: "los apóstoles, con su predicación, sus ejemplos, sus instituciones, transmitieron de palabra lo que habían aprendido de las obras y palabras de Cristo y lo que el Espíritu Santo les enseñó"; por escrito: "los mismos apóstoles y otros de su generación pusieron por escrito el mensaje de la salvación inspirados por el Espíritu Santo".  (Dei Verbum 7)

 

¿Por qué en la Iglesia hay Tradición y hay transmisión? Pues por fidelidad a Cristo y a la Revelación que hemos recibido en Él, Hijo del Padre, quien es propiamente la Palabra de Dios para los hombres. Y de esta única fuente, Jesucristo, brotan como dos canales.

Por un lado, lo que los Apóstoles bajo la guía del Espíritu Santo –en este caso San Pablo- han transmitido oralmente con su predicación a la Iglesia fundando comunidades. Esta predicación consta de palabras pero también de gestos, ejemplos e instituciones. ¿Qué han transmitido los Apóstoles? Pues todo lo recibido de Cristo para nuestra salvación.

Por otro, bajo la inspiración del Espíritu Santo, los mismos Apóstoles y otros elegidos por Dios de aquellas primeras generaciones han puesto por escrito esta Tradición.

 

Catecismo Nº 77  "Para que este Evangelio se conservara siempre vivo y entero en la Iglesia, los apóstoles nombraron como sucesores a los obispos, "dejándoles su cargo en el magisterio". En efecto, "la predicación apostólica, expresada de un modo especial en los libros sagrados, se ha de conservar por transmisión continua hasta el fin de los tiempos". (Dei Verbum 8)

 

Ya vimos que San Pablo se alegra porque los de Corinto se acuerdan de él y conservan las tradiciones que les ha transmitido. Para que la Tradición se conserve pues debe transmitirse ininterrumpidamente de forma íntegra y Dios ha dispuesto que se realice en la Iglesia mediante la sucesión apostólica, es decir, un continuo encadenamiento de sucesores de los Apóstoles, los Obispos.

 

Catecismo Nº 78  Esta transmisión viva, llevada a cabo en el Espíritu Santo, es llamada la Tradición en cuanto distinta de la Sagrada Escritura, aunque estrechamente ligada a ella. Por ella, "la Iglesia con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a todas las edades lo que es y lo que cree". "Las palabras de los Santos Padres atestiguan la presencia viva de esta Tradición, cuyas riquezas van pasando a la práctica y a la vida de la Iglesia que cree y ora". (Dei Verbum 8)

 

Junto a las Sagradas Escrituras, la Sagrada Tradición es esa corriente viva, animada y sostenida por el Espíritu Santo, que iniciada con los Apóstoles permanece llegando a las nuevas generaciones cristianas por medio de sus sucesores, quienes como aquellos atestiguan lo que la Iglesia es y cree.

 

Catecismo Nº 79  Así, la comunicación que el Padre ha hecho de sí mismo por su Verbo en el Espíritu Santo sigue presente y activa en la Iglesia: "Dios, que habló en otros tiempos, sigue conversando siempre con la Esposa de su Hijo amado; así el Espíritu Santo, por quien la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia, y por ella en el mundo entero, va introduciendo a los creyentes en la verdad plena y hace que habite en ellos intensamente la palabra de Cristo". (Dei Verbum 8)

 

Ahora bien, ¿cómo se realiza ordinariamente en la Iglesia la relación entre Tradición y Escritura?

 

Catecismo Nº 80 La Tradición y la Sagrada Escritura "están íntimamente unidas y compenetradas. Porque surgiendo ambas de la misma fuente, se funden en cierto modo y tienden a un mismo fin". (Dei Verbum 9) Una y otra hacen presente y fecundo en la Iglesia el misterio de Cristo que ha prometido estar con los suyos "para siempre hasta el fin del mundo" (Mt 28,20).

 

Catecismo Nº 81  "La Sagrada Escritura es la palabra de Dios, en cuanto escrita por inspiración del Espíritu Santo".  "La Tradición recibe la palabra de Dios, encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los apóstoles, y la transmite íntegra a los sucesores; para que ellos, iluminados por el Espíritu de la verdad, la conserven, la expongan y la difundan fielmente en su predicación". (Dei Verbum 9)

 

Catecismo Nº 82  De ahí resulta que la Iglesia, a la cual está confiada la transmisión y la interpretación de la Revelación, "no saca exclusivamente de la Escritura la certeza de todo lo revelado. Y así se han de recibir y respetar con el mismo espíritu de devoción". (Dei Verbum 9)

 

Deberíamos estar alegres pues de modo tan abundante sigue llegando a nosotros la Palabra de Cristo. Los católicos, además de escucharla en la Sagrada Escritura, confesamos también que la escuchamos en la vigente predicación de los Apóstoles que siguen dando testimonio de lo recibido del Señor a través de sus ininterrumpidos sucesores.

Pero quise abordar este tema a veces difícil para algunos, pues la Sagrada Escritura se les aparece como más concreta y la Sagrada Tradición como más intangible, porque hay un ambiente polémico hoy sobre el “tradicionalismo” en la Iglesia. ¿De qué se trata? Como diría un profesor habría que distinguir “Tradición” con mayúscula de “tradiciones” con minúscula. ¿Qué se debe conservar en la Iglesia y transmitir fielmente? ¿Todo entonces ya está fijo y nada se puede cambiar o hay aspectos adaptables en el correr de los tiempos? Una rápida mirada a la historia de la Iglesia nos dice que hay continuidad en la identidad pero también adaptación en las formas.

 

Catecismo Nº 83  La Tradición de que hablamos aquí es la que viene de los apóstoles y transmite lo que éstos recibieron de las enseñanzas y del ejemplo de Jesús y lo que aprendieron por el Espíritu Santo. En efecto, la primera generación de cristianos no tenía aún un Nuevo Testamento escrito, y el Nuevo Testamento mismo atestigua el proceso de la Tradición viva.

Es preciso distinguir de ella las "tradiciones" teológicas, disciplinares, litúrgicas o devocionales nacidas en el transcurso del tiempo en las Iglesias locales. Estas constituyen formas particulares en las que la gran Tradición recibe expresiones adaptadas a los diversos lugares y a las diversas épocas. Sólo a la luz de la gran Tradición aquéllas pueden ser mantenidas, modificadas o también abandonadas bajo la guía del Magisterio de la Iglesia.

 

Es decir, el gran error suele ser concebir a la Tradición como un artefacto arqueológico que pasa de mano en mano inalterado, no solo en su contenido sino también en su expresión o forma cultural. Si fuese así, la multiplicidad de ritos litúrgicos o las sucesivas codificaciones disciplinares, deberían interpretarse como una grave infidelidad. La historia de la Iglesia sería entonces una historia de traición constante.  Pues por ejemplo más discutido y manifiesto tenemos la Santa Misa. No celebramos ni en el siglo VI ni en el XVII ni en el XXI exactamente igual que en el siglo I; incluso ni siquiera podríamos reproducir rigurosamente en todos sus detalles aquellas primeras Eucaristías apostólicas salvo por algunos elementos que se nos han atestiguado. ¿Por ello diremos que la Eucaristía ha cambiado y ya no es la misma? Es la misma Eucaristía que el Señor nos ha mandado perpetuar en memoria suya en la Última Cena y no por ello debemos celebrarla solo en Jerusalén y hacerlo en el mismo domicilio con los mismos almohadones e idéntica cantidad de concurrentes, usando exclusivamente aquella copa. La Tradición es una corriente viva animada y sostenida por el Espíritu Santo, en la cual se recibe y se transmite  fielmente lo que Cristo nos ha comunicado. La Tradición se expresa en tradiciones y esas tradiciones que la expresan son discernidas y adaptadas bajo el cuidado solícito del Magisterio.

¿Es importante la Tradición? Claro, es constitutiva de nuestra identidad. Pero ciertamente hay que comprenderla rectamente.


DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 55

 




UN CASO DE FINEZA DE CONCIENCIA POR LA CARIDAD

 

“«Todo es lícito», mas no todo es conveniente. «Todo es lícito», mas no todo edifica. Que nadie procure su propio interés, sino el de los demás. Coman todo lo que se vende en el mercado sin plantearse cuestiones de conciencia; pues del Señor es la tierra y todo cuanto contiene. Si un infiel los invita y ustedes aceptan, coman todo lo que les presente sin plantearse cuestiones de conciencia. Mas si alguien les dice: «Esto ha sido ofrecido en sacrificio», no lo comas, a causa del que lo advirtió y por motivos de conciencia. No me refiero a tu conciencia, sino a la del otro; pues ¿cómo va a ser juzgada la libertad de mi conciencia por una conciencia ajena?” 1 Cor 10,23-29

 

Estimadísimo San Pablo, creo que ya hemos abundado suficientemente en el tema de los alimentos y los criterios para su ingesta. Me sorprende qué tanto te dedicas a ello y sin duda es consecuencia de la efervescencia que la temática tenía entre aquellos cristianos contemporáneos tuyos. Sin embargo quiero rescatar el testimonio que nos ofreces de una conciencia libre, pura, simple y regida por la caridad.

Retomando la contra-argumentación ya conocida, al “todo es lícito” respondes con tu “no todo es conveniente ni edifica”. Quisiera resaltar ahora este principio que proviene de la intención de ejercitar una auténtica caridad fraterna: “Que nadie procure su propio interés, sino el de los demás”. Aquí nos brindas una de las claves principales para vivir el amor: el descentramiento. En términos psicoanalíticos diríamos hoy que se trata de romper con el narcisismo. Cuando modernamente hablamos de egocentrismo, afirmamos que ese yo personal se vuelve sobre sí y se erige como centro del mundo y medida de valoración de todas las cosas. Toda la realidad se percibe en función y a conveniencia o no de las necesidades y apetencias del yo. Resulta pues evidente que si solo balanceo: “mis necesidades”, “mis proyectos”, “mis problemas”, “mis heridas”, “mis deseos” y la lista continúa… me ubico preponderantemente en una perspectiva unitaria que me dificulta registrar la presencia de tantos otros “yo personales” con su propia dinámica. Por eso la sabiduría popular proclama que “hay que saber salirse de uno mismo para ponerse en los zapatos del otro”.

San Pablo nos lo enseña en cristiano: procura orientarte primero a responder al interés de los demás que al tuyo propio, anteponiendo el querer de tu hermano a tu querer. ¡Esto es una violentísima revolución interior! Y sin duda un ir contra la corriente de la mentalidad mundana. Es la conversión al amor divino, a la Caridad. Lo diré sin rodeos: es el lenguaje de la Encarnación del Verbo que despojándose, desciende para hacerse uno de tantos; lenguaje que es llevado a su manifestación más lograda al ascender a la Cruz. El otro lenguaje, el de volcarse encorvado retornando sobre sí mismo para autoproclamarse el centro de todo, con la pretensión de que todos vivan en función del yo, no es sino el idioma mezquino de un amor propio absolutizado, cuya fuente última sin duda es la insinuación diabólica.

Luego, retomando el problema de que lo comerciado para consumo en el mercado público pudo haber sido ofrecido en cultos paganos, invitas a una conciencia que tenga libertad, madurez en la libertad por la fe: como ya afirmaste, “los ídolos u otros dioses no existen”, solo hay un solo Dios y Señor, Creador y Dueño de cuanto es. Aquella oblación por tanto fue nula e inválida pues se hizo ante nadie, no se configuró como acto sagrado, pues esas divinidades son “inventos puramente humanos”.

Ahora bien, como ya advertimos en tu enseñanza a los romanos y también a los corintios, el desafío se presenta no con la propia conciencia sino con la de los demás. Puede presentarse también con la conciencia propia de un cristiano, si se trata de una conciencia poco formada, inmadura, frágil o escrupulosa por demás. Pero a ti, querido Apóstol, te importa iluminar el caso en la relación con los demás, discerniendo un oportuno ejercicio de la caridad.

Por eso presentas el caso puntual de un no creyente que invita a un cristiano a una comida. Pues entonces que el hermano actué con simplicidad y pureza de conciencia, sin ponerse a investigar de donde provienen los alimentos y sin plantear reticencias con una escrupulosidad que malogre el encuentro con el anfitrión; ya que no solo introduciría la incomodidad sino que también podría inducir a mala conciencia y error de juicio al infiel. Porque si sugiere el cristiano que lo ofrecido a los ídolos paganos y comerciado en el mercado, no puede comerse, le daría a entender al no creyente que en verdad existen otras divinidades o lo expondría a una mala conciencia sobre su actuar que lo llevaría a la culpa pero no a la libertad del amor. Dicho más fácil: el otro no tenía ningún problema y el cristiano le siembra en su conciencia una problemática que ni si quiera es correcta. En el fondo está centrándose en su propia conciencia débil y faltando a la caridad con la conciencia del otro. “Que coma todo lo que le presenten”.

Mas como tu caridad es tan grande, San Pablo, apuntas a otra sutileza. Ahora el caso es que quien ofrece los alimentos explícitamente asegura que ha sido sacrificado a los ídolos. La perspectiva cambia. Si lo comes sin más, ¿que se infiere de ello? El que te ha invitado podría pensar que tú también participas y adhieres a aquellos cultos o que admites la existencia de aquellos dioses. Entonces rechazarlos, en principio, te daría la oportunidad tanto de explicitar un testimonio de tu fe en Cristo y acerca del único Dios verdadero como tu rechazo de las falsas divinidades. Evidentemente quedará por delante cómo realizar esta abstención con caridad y para edificar al infiel. Pero si sabiendo que eres libre de comer porque los ídolos no existen descuidas el interés por la conciencia de tu anfitrión que te lo ha advertido, ni te muestras humilde ni ejerces la caridad con él.

¿Ven cuánta fineza de conciencia por caridad? Sin embargo me temo que muchos cristianos de hoy se sentirían desconcertados y embrollados, les parecería compleja y difícil la resolución del caso presentado. ¿Es que la resolución es compleja o que la caridad aún inmadura no puede percibir los matices de delicadeza con el otro tan necesarios para amar?

 

“Si yo tomo algo dando gracias, ¿por qué voy a ser reprendido por aquello mismo que tomo dando gracias?  Por tanto, ya coman, ya beban o hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para gloria de Dios. No den escándalo ni a judíos ni a griegos ni a la Iglesia de Dios; lo mismo que yo, que me esfuerzo por agradar a todos en todo, sin procurar mi propio interés, sino el de la mayoría, para que se salven.” 1 Cor 1,30-33

 

Finalmente, expresando tu madurez y libertad de conciencia y tu exquisita caridad, nos propones estos dos principios rectores: “hacer todo para la Gloria de Dios” y no buscar el propio interés sino el del prójimo “para que se salve”. La glorificación de Dios y la salvación del prójimo son los principios fundamentales de la caridad. Caridad con Dios adorándolo y dándole culto, configurándose a su Voluntad. Caridad hacia los hermanos favoreciendo su salvación eterna. Tan simple, tan puro, tan libre y tan maduro es el camino del cristiano. Así sea en nosotros hoy y en el futuro también como lo ha sido antaño en el testimonio de la muchedumbre incontable de los santos. Amén.


DIALOGO VIVO CON SAN PABLO 54

 



LA MESA DEL SEÑOR 

VERSUS LA MESA DE LOS DEMONIOS

 


Apóstol San Pablo, siempre íntegro en la fe… ¡cúanta contundencia en tus planteos!

 

La copa de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?  Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan.”  1 Cor 10,16-17

 

La Eucaristía, sacramento memorial de la Pascua de Cristo, ofrece, posibilita y realiza la comunión con Dios y la comunión fraterna. Notemos simplemente como esta comunión se opera mediante el sacrificio. La bendición que hacemos sobre la copa con el vino, como toda bendición implora que se derramen los dones divinos, y esto en continuidad con la Sangre derramada en la Cruz por Cristo, inmolación y efusión que es fuente de toda bendición. El pan que partimos no es sino la acción litúrgica que evoca y actualiza el Cuerpo del Señor traspasado y abierto que quiere recibirnos entregándose a nosotros sin reserva.

La Cruz que pende sobre los presbiterios de tantos templos y descansa en el centro de sus altares es la continua exhortación a concentrarnos en el centro y fundamento del Misterio de la Salvación que se celebra en cada Eucaristía. La Eucaristía es el sacramento de la Pascua del Señor, nuestro Redentor y Salvador.

Tras la epíclesis con la cual se invoca al Espíritu Santo con la imposición de manos sobre las ofrendas de pan y vino y luego de realizar el sacerdote los gestos y pronunciar las mismísimas palabras del Señor en la última cena, todo ha cambiado y ha escalado de nivel superlativamente: Dios está presente, real y substancialmente bajo estas especies. Por eso se proclama: “Este es el Misterio o Sacramento de la Fe”. O también puede proponerse:   “Este es el Misterio de la Fe, Cristo nos redimió” y “Este es el Misterio de la fe, Cristo se entregó por nosotros”. A lo cual se responde en ese mismo orden: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven Señor Jesús!”, o: “Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz, anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas”, y finalmente: “Salvador del mundo, sálvanos, que nos has liberado por tu cruz y resurrección”.

Pronto llegará, previo al rito de comunión, el gesto de la fracción del pan acompañado por la aclamación: “Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros y danos la paz”. ¿Qué duda pues queda que estamos participando de un sacrificio de comunión y que vamos a consumir la Víctima ofrecida en rescate nuestro? Sin embargo es posible que nuestra percepción de lo que celebramos no sea tan aguda como es de esperar.

Lo que San Pablo intenta hace dos mil años es evitar el peligro de celebrar el sacramento sin conciencia de su sacralidad, transformándolo quizás en una comida más al estilo de lo cotidiano. (Ya veremos próximamente como este peligro se había concretado en unas celebraciones eucarísticas confusas y con excesos más semejantes a comilonas mundanas.) Si ese pan y esa copa de vino no remiten por la fe al Cuerpo y la Sangre, al Cordero Pascual… ¿qué estamos haciendo y ante quién?

Algunos me dirán hoy que sobre muchos o pocos presbiterios y altares ya no hay Cruz. Otros me dirán que todo se ha reducido a una comida fraternal, a un estar festivamente juntos. Ciertamente observo que demasiado frecuentemente nuestras Eucaristías contemporáneas han puesto en su centro la dimensión horizontal del encuentro comunitario y han debilitado el ejercicio de levantar la mirada a lo alto, hacia la Cruz elevada donde Cristo atrae a todos hacia sí y desde la cual derrama bendición y crea comunión. Lo enuncio sin poder profundizar el tema: ha entrado en crisis el valor del Sacrificio. No queremos mirar el Sacrificio del Cordero de Dios o solo hacerlo los que se animen el Viernes Santo. Menos deseamos darnos cuenta que nos está invitando a unirnos a Él en sacrificio de amor entregando nuestra propia vida. Entonces: ¿qué celebramos en nuestras Eucaristías? y ¿cuál es nuestra fe sobre la Pascua?

 

Fíjense en el Israel según la carne. Los que comen de las víctimas ¿no están acaso en comunión con el altar? ¿Qué digo, pues? ¿Que lo inmolado a los ídolos es algo? O ¿que los ídolos son algo? Pero si lo que inmolan los gentiles, ¡lo inmolan a los demonios y no a Dios! Y yo no quiero que entren en comunión con los demonios. No pueden beber de la copa del Señor y de la copa de los demonios. No pueden participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios. ¿O es que queremos provocar los celos del Señor? ¿Somos acaso más fuertes que él?” 1 Cor 10,18-22

 

Aventuro que es posible que no recuerdes este texto paulino y quizás nunca lo hayas escuchado. ¿Alguien te ha predicado sobre él? Es verdad que son expresiones tan complejas como osadas. ¿Cómo se ofrece sacrificio a los demonios y cómo se entra en comunión con ellos? El apóstol está señalando a la participación en los cultos idolátricos, a la adoración de las falsas divinidades paganas y a los ritos engañosos de las religiones que no adhieren al Único Dios Verdadero. ¡Tremendo rechazo experimentaría hoy San Pablo frente a la actual moda de un diálogo interreligioso más cercano al sincretismo relativista!

Si quieren podríamos extender el argumento así: ¿podemos celebrar a la vez la Eucaristía y vivir en comunión con ese mundo que se entrega a la seducción del Príncipe de las tinieblas? ¿No puede sucedernos que intentemos participar al mismo tiempo de dos mesas que se excluyen? ¿Ofrecemos sacrificios en el altar del Dios Trinitario o en el altar del dios del mundo o hasta quizás en ambos?

Cuando hablamos tanto pero tanto de Cristo y el Anti-Cristo y de horizontes apocalípticos (tema al que nuestro tiempo se acerca con morbo estrafalario), no nos percatamos que podríamos también entonces hablar de Eucaristía y Anti-Eucaristía, de culto Divino o culto demoníaco, de Sacrificio o Anti-Sacrificio y de ofrenda de comunión y anti-ofrenda de ruptura. ¿Qué es sino el culto satanista y la llamada “misa negra”? Es la otra mesa, la anti-mesa de los demonios. Y no cabe duda de que corren días en los cuales resurgen vigorosos los hechiceros, las brujas y una caterva de esbirros oscuros. Crece en el orbe la fascinación esotérica al mismo tiempo que nuestras Eucaristías cristianas aparecen frágiles, superficiales y poco concurridas.

¿Cómo interpretar esta realidad, con qué clave? La tradición bíblica sapiencial nos advertiría de los dos caminos por delante; la tradición joánica nos presentaría dicotomías como Luz-tinieblas o Vida-muerte y San Ignacio de Loyola nos predicaría sobre las dos banderas. Que se retomen los antiguos cultos paganos y se abandone el culto al Único Dios, ¿quizás no está indicando que no pocos cristianos transitan una doble vida, intentando participar a la vez de una doble mesa? No será quizás una real participación en cultos demoníacos, pero hay tantas veladas y engañosas formas de sacrificar la vida en los altares del mundo y consumir la falsa anti-comunión que ofrece el Adversario.

Me sigo pues con urgencia y caritativa inquietud preguntando: ¿qué fe estaremos expresando y ante quien estaremos celebrando verdaderamente hoy  nuestras tibias y deslucidas Eucaristías? ¡Volvamos a religarlas al sacrificio de Cristo!


 

DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 53

 



EXHORTACIÓN A PERSEVERAR HASTA LA META

 

Estimado padre y hermano, augusto San Pablo, atleta de Dios, ¡que bien nos hace tu exhortación fuerte y cruda para que no abandonemos la carrera iniciada hacia Cristo!

 

“¿No saben que en las carreras del estadio todos corren, mas uno solo recibe el premio? ¡Corran de manera que lo consigan! Los atletas se privan de todo; y eso ¡por una corona corruptible!; nosotros, en cambio, por una incorruptible. Así pues, yo corro, no como a la ventura; y ejerzo el pugilato, no como dando golpes en el vacío, sino que golpeo mi cuerpo y lo esclavizo; no sea que, habiendo proclamado a los demás, resulte yo mismo descalificado.” 1 Cor 9,24-27

 

“Corran de manera que consigan el premio.” ¿Y cuál es el premio, me preguntas? Lo sabes bien: Jesucristo es nuestro premio, la comunión plena e inextinguible con Él y con su Padre en el Espíritu Santo, la Vida Eterna que es participación consumada en la Gloria de Dios.

A veces pienso que aquella primera generación cristiana experimentaba a un tiempo la potente y asombrosa novedad del Evangelio como el peligro real que los amenazaba –de corriente agazapado e inminente-, el alto riesgo que significaba seguir a Cristo. El contexto no permitía tibiezas y todo discípulo rápidamente era formado en la espiritualidad martirial y en el anhelo escatológico.

Podríamos discutir si ese contexto adverso no se ha estado reproduciendo en nuestros días con creciente evidencia. Probablemente la diferencia que hallemos es que no son tantos los cristianos que aspiran a un premio en el horizonte escatológico, sino que más bien están cooptados por la efímera temporalidad, viviendo cabisbajos, embotados en la escena de este mundo que pasa. La cultura del bienestar y el confort accesibles por consumo y la ilusión de los paraísos terrenales tampoco ayudan evidentemente, por lo contrario desestimulan el desarrollo de la dimensión ascética. ¿Han dejado un importante número de cristianos de correr la carrera?, ¿ya no hay una meta ardua por alcanzar enfrente?, ¿solo existe también para ellos cuanto se ofrece disponible en el mundo?

El Apóstol a sus contemporáneos les daba el ejemplo del atleta y del púgil, quienes se entrenan disciplinadamente y someten a un duro adiestramiento su cuerpo. Sabedores de la corona a la que aspiran no corren como si nada a lo tonto sino que buscan ganar, no dan golpes en el aire sin más sino que intentan ser certeros para salir victoriosos. Y San Pablo habla de sí mismo para que vean sus discípulos al maestro y padre que los engendró en la fe dar ejemplo de perseverancia.

Ya no quisiera abundar y repetirme en el olvido casi absoluto que la Iglesia de nuestro tiempo ha hecho de la dimensión ascética y de las prácticas penitenciales. ¿Así desentrenados y en mala forma queremos correr la carrera y pelear el combate? Sería realmente absurdo.

 

“No quiero que ignoren, hermanos, que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube y todos atravesaron el mar; y todos fueron bautizados en Moisés, por la nube y el mar; y todos comieron el mismo alimento espiritual; y todos bebieron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que les seguía; y la roca era Cristo. Pero la mayoría de ellos no fueron del agrado de Dios, pues sus cuerpos quedaron tendidos en el desierto. Estas cosas sucedieron en figura para nosotros para que no codiciemos lo malo como ellos lo codiciaron.” 1 Cor 10,1-6

 

¡Cuánto realismo pastoral y educativo! Yo al menos escucho en el transfondo al Señor Jesús anunciando: “muchos son los llamados pero pocos los elegidos” y “el camino es angosto, la puerta estrecha”. ¿No te gusta que te lo recuerde? Mi querido hermano, tú como yo al ponernos a intentar vivir el Evangelio –más temprano que tarde- hemos descubierto que es tan alto, grande y luminoso que parece fuera de nuestro alcance y no en pocas propuestas. Sin el auxilio de la Gracia y sin un fiel y permanente ejercicio de conversión y purificación simplemente no podremos sostener la vida cristiana. No debemos engañarnos más ni permitir que nos engañen. La carrera es larga y el combate es rudo, y después de incontables pero parciales triunfos en un solo momento podemos perderlo todo.

Me doy licencia para recrear el pasaje paulino. Egipto es la esclavitud del pecado de la que hemos sido rescatados por el Bautismo. La peregrinación por el desierto es esta vida terrena, histórica y finita. La tierra prometida es el Cielo. Pues entonces podría resonar así:

“No quiero que ignoren, hermanos, que también otros cristianos estuvieron todos bajo la voz de Dios en su Palabra y cruzaron el puente de la conversión; y todos fueron bautizados en Cristo, por el Espíritu Santo y el agua; y todos comieron el mismo alimento espiritual, el Cuerpo del Señor; y todos bebieron la misma bebida espiritual, la Sangre del Señor. Pero aún así quizás no todos fueron del agrado de Dios, pues algunos de sus cuerpos quedaron tendidos en el desierto de este mundo ya que sus almas retornaron a las cadenas del pecado.”

Estoy seguro –así lo demuestran las fuentes- que muchos santos han predicado con este estilo sus sermones. Tristemente hoy se oye poco tan incómoda pero caritativa exhortación entre nosotros.

 

“No se hagan idólatras al igual de algunos de ellos, como dice la Escritura: «Sentóse el pueblo a comer y a beber y se levantó a divertirse.»  Ni forniquemos como algunos de ellos fornicaron y cayeron muertos 23.000 en un solo día. Ni tentemos al Señor como algunos de ellos le tentaron y perecieron víctimas de las serpientes. Ni murmuren como algunos de ellos murmuraron y perecieron bajo el Exterminador. Todo esto les acontecía en figura, y fue escrito para aviso de los que hemos llegado a la plenitud de los tiempos. Así pues, el que crea estar en pie, mire no caiga. No han sufrido tentación superior a la medida humana. Y fiel es Dios que no permitirá sean tentados sobre sus fuerzas. Antes bien, con la tentación les dará modo de poderla resistir con éxito. Por eso, queridos, huyan de la idolatría.  Les hablo como a prudentes. Juzguen ustedes lo que digo.” 1 Cor 10,7-14

 

La actitud de la Iglesia que peregrina a inicios del siglo XXI quizás podría describirse con esta simpática pero aterrorizadora frase: “están bailando, bebiendo y festejando en la cubierta del Titanic”. ¿Será una exageración? Lo que antes era pecado ahora parece convalidarse bajo pretexto de compasión. La salvación se ofrece automática e inclusiva sin necesidad alguna de conversión, sin un proceso intenso de purificación y crecimiento. Ya no son necesarias por tanto las medicinas penitenciales, los sacramentos son relativos y han sido sobrestimados, la Sagrada Escritura puede reescribirse en traducciones más ajustadas al espíritu de la época y el cultivo del trato con Dios por la oración resulta una pérdida del valioso tiempo que debemos dedicar a los avatares del mundo. Prefiero equivocarme por exagerado pero igual que San Pablo no quisiera que Dios me regañara por no haber dado la voz de alarma, ya que me ha puesto en el atalaya –al decir del profeta Ezequiel-. No sea que sea cierto que algún cristiano corra desmotivado sin querer llegar a la meta o se encuentre dando golpes y golpes al puro aire. Dios no lo permita. Mejor dicho, nosotros no lo permitamos.

 

EVANGELIO DE FUEGO 31 de Octubre de 2025