¿ESTÁ
DIVIDIDO CRISTO?
“Les
conjuro, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a que tengan
todos un mismo hablar, y no haya entre ustedes divisiones; antes bien, estén
unidos en una misma mentalidad y un mismo juicio. Porque, hermanos míos, estoy informado de ustedes,
por los de Cloe, que existen discordias entre ustedes. Me refiero a que cada uno de ustedes dice:
«Yo soy de Pablo», «Yo de Apolo», «Yo de Cefas», «Yo de Cristo». ¿Está dividido
Cristo? ¿Acaso fue Pablo crucificado por ustedes? ¿O han sido bautizados en el
nombre de Pablo?” 1 Cor 1,10-13
Queridísimo
hermano San Pablo, al comienzo de esta carta tras tu saludo, nos acercas una
problemática siempre vigente -lamentablemente- en el seno de la Iglesia: las
divisiones.
“Les
conjuro por el nombre de nuestro Señor Jesucristo”,
nos dices. Pues claramente es Cristo la norma y canon de la vida cristiana. La
ley viva o espíritu del seguimiento discipular es estar siempre convirtiéndonos
y configurándonos a Él, nuestro único Señor.
¡Que
Cristo reine entre ustedes!, pareces sugerirnos. ¿Pues a qué nos conjuras? “Tengan
todos un mismo hablar, y no haya entre ustedes divisiones; antes bien, estén
unidos en una misma mentalidad y un mismo juicio.” ¿Qué misma
mentalidad? La de Jesucristo. ¿Qué mismo juicio? El del Evangelio que se nos ha
revelado para la Salvación y en el cual hemos creído. Por tanto sin dudas apartarse
de Cristo es origen de divisiones en la Iglesia. Cuando la mente de Cristo es
menguada por favorecer la mentalidad mundana, su Cuerpo se fractura
internamente. Cuando la Palabra de Cristo es olvidada, censurada o no receptada
íntegramente para acomodarnos por ejemplo al espíritu de la época, el Cuerpo se
tensiona y las divergencias hacen crujir todo el edificio. Nunca el diálogo con
el mundo debe hacerse a costa de Cristo sino hacia Él, para que todos le
conozcan, amen y den gloria. Nunca la atención al espíritu de una época debe
hacernos olvidar a Jesucristo, “el mismo ayer, que hoy y para siempre”, cuya
Sabiduría ilumina todos los tiempos y nos conduce a la plenitud eterna.
Pero
estimado Apóstol, tú nos informas de unas divisiones muy puntuales: los
partidismos. “Me refiero a que cada uno de ustedes dice: «Yo soy de Pablo», «Yo de
Apolo», «Yo de Cefas», «Yo de Cristo». ¿Está dividido Cristo? ¿Acaso fue Pablo
crucificado por ustedes? ¿O han sido bautizados en el nombre de Pablo?”
Todos los mencionados son ministros de la Iglesia, evangelizadores y apóstoles.
¿Acaso alguno de ellos con sus actitudes ha generado un seguimiento a su
persona y no a la de Cristo? En este caso creemos que no, ya que nos consta su
santidad. Y sin embargo, ¡cuántas veces los que tenemos el oficio de ser
pastores sembramos personalismos, el falso culto a nosotros mismos y nos
ubicamos en el centro de las miradas bajo los reflectores de la fama y la
popularidad, en lugar de señalar y orientar siempre hacia Cristo! ¿Acaso somos
nosotros los salvadores? ¿Acaso han sido redimidos a causa de nuestro
sacrificio? “Es necesario que yo disminuya para que Él crezca”, nos diría Juan
-el Bautista- como criterio fundamental de nuestro ministerio.
Pero
también puede suceder que la causa de la división se halle en las malas e
inmaduras interpretaciones del Pueblo de Dios en camino. Porque muchas veces,
aún faltos de purificación y con mentalidad aún mundana, participamos de la
Iglesia con espíritu errado: con emocionalismo subjetivo, casi con el fanatismo
deportivo de la hinchada, con criterios políticos de poder y encumbramiento
generando entornos enrarecidos y otras desviaciones. Pero yo me pregunto
entonces: ¿a quién estamos buscando? No a Cristo, en el fondo nos estamos
buscando a nosotros mismos y aliándonos a los que son de los nuestros.
Mi
experiencia pastoral me inclina a detectar dos problemáticas permanentes y muy
actuales bajo el rótulo de “partidismos”. Una la trataremos ampliamente de
seguro en otro momento: la diversidad de carismas y la unidad en la Iglesia.
Porque el dinamismo carismático siempre tiende a sectarizarse. Cada carisma,
por convencimiento y pasión, tiene la tentación de cerrarse en sí, querer
imponerse al resto como el mejor de todos y volverse pues totalitario. La
institucionalidad eclesial y la autoridad competente sufren a la vez la
tentación de uniformarlo todo, limitando o diluyendo las particularidades
carismáticas, con cierto autoritarismo racionalista. Aquel slogan de la “unidad
en la diversidad” me parece un auténtico milagro del Espíritu Santo. Solo Dios
puede reunirnos en la caridad desde la multiplicidad de historias personales y
carismas espirituales. ¡Que lo siga haciendo en la Iglesia pues a nosotros la
tarea nos sobrepasa y sin Él poco podemos!
La
otra problemática, creo está atravesada con el paradigma de abordaje que se
intenta desarrollar para vincular a la Iglesia con el mundo, la historia y la
cultura. Aquí entonces surgen los clásicos motes dualistas con acrobáticos intentos
de mediación: “progresistas o moderados o tradicionalistas”, “de izquierda o de
centro o de derecha”, “reformadores o dialoguistas o conservadores”… y ya vemos
por donde va la cosa.
San
Pablo ha experimentado lo que todos también padecemos: la Iglesia que peregrina
siempre está tensa, hay dinamismos que a la par que la mantienen viva e
inquieta están siempre amenazando con romperla y fracturarla. Y la resolución
de este movimiento dramático de latentes divisiones internas, entre las cuales
transita hacia la Gloria, puede o no resultar virtuoso. Cuando cada quien se
vuelve sobre sí mismo para autoafirmarse y hace de Cristo y de la fidelidad al
Evangelio un botín que disputar con los opositores, las banderías partidarias
baten tambores de guerra. Es que nada podrá resolverse sin entrar en la
mentalidad de Cristo que se expresa claramente en la Encarnación y en la
Pascua. Hay que abajarse y hay que morir. Cuando en el Cuerpo eclesial deja de
practicarse efectivamente la entrega a Cristo y el don de uno mismo por amor,
fuera del lenguaje de la ofrenda y de la sabiduría del sacrificio, nos
separamos más y más de la Gracia que nos sostiene y nos asegura el camino.
¿Cristo
está dividido? Diría figuradamente que Cristo siempre está sufriendo al ser
continuamente tironeado en la Iglesia peregrina por los partidismos. Como
también tengo plena certeza de que Cristo siempre logrará reunirnos en Él por
la fuerza victoriosa de su caridad en la Cruz. Pero hasta que no asumamos la
mentalidad de la Cruz habrá tensiones y partidismos.
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