LA
PALABRA DE LA CRUZ (1)
Te
confieso querido Apóstol Pablo, santo de Dios, que al darme cuenta que tenía
que comentar este famoso texto tuyo me he sentido abrumado como quien se
encuentra parado frente a un abismo. Ruego al Señor no me falten palabras
talladas en el silencio porque el silencio sería la mejor y quizás única palabra.
“Porque
no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio. Y no con palabras
sabias, para no desvirtuar la cruz de Cristo. Pues la predicación de la cruz es
una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan - para nosotros
- es fuerza de Dios.” 1 Cor 1,17-18
Has
alcanzado esta certeza: el centro de la predicación del Evangelio es el misterio
de la Cruz. Y tienes razón; aquí se estrellan las palabras aparentemente
sabias, la elocuencia colisiona contra el Madero que la hace trizas y la reduce
a un asombro extático frente a lo desconmensurado, la ciencia de los hombres se
revela del todo insignificante y nimia. Aquí a los pies de la Cruz todo el
edificio del universo entero cruje y se conmueve y con dolores de parto alumbra
un sentido que le sobreviene desde más allá de este mundo.
“¿Por
qué la Cruz?” Me han enseñado cuando estudiante que una buena cristología debe
poder hacerse esta pregunta. Casi como decir que un cristiano que no se hace
esta pregunta no tiene la más mínima chance de realizar un proceso de
discipulado. “¿Por qué la Cruz?”
Y
tú como predicador has descubierto que toda la fuerza que requieres es la Cruz
desnuda, con toda su crudeza, tan difícil de digerir y tan revulsiva. Arruinarías
la palabra de la Cruz si la revistieras de explicaciones humanas, de rebuscados
argumentos intelectuales o de efervescente superficialidad emotiva. Tarde o
temprano la Cruz por si misma habla, solo hace falta que la presentemos tal
cual como es con toda su fuerza transfiguradora del alma.
Los
Viernes Santos, cada uno de ellos desde que soy sacerdote, están llenos de un
silencio que se torna palabra de fuego. No puedo sino decir de mil maneras a
los corazones apagados y a las mentes sordas que no hace falta nada más sino la
Cruz. Cuando todos huyen de ella escandalizados, horrorizados, temerosos; cuando
la mayoría quiere que pase rápido y que se borre pronto; yo solo quiero
quedarme aferrado a la eternidad de la Cruz de Cristo, victorioso Cordero degollado
y Esposo de la Iglesia. ¡Es que aún no hemos comprendido que la Cruz es el Amor
de Dios! ¡Amar la Cruz! ¿Quién podrá crecer y madurar hasta amar la Cruz?
He
aquí pues la causa de que se pierdan los que se pierden: el rechazo de la Cruz.
He aquí pues también la causa por la cual somos alcanzados por la Salvación de
Dios: la apertura y aceptación de la Cruz, nuestra personal participación en Getsemaní.
Porque la Cruz es toda la fuerza de Cristo en el Espíritu hacia el Padre para
redención nuestra, el altar de la Pascua eterna, la Alianza definitiva y nueva.
“Porque
dice la Escritura: Destruiré la sabiduría de los sabios, e inutilizaré la
inteligencia de los inteligentes. ¿Dónde
está el sabio? ¿Dónde el docto? ¿Dónde el sofista de este mundo? ¿Acaso no
entonteció Dios la sabiduría del mundo? De hecho, como el mundo mediante su
propia sabiduría no conoció a Dios en su divina sabiduría, quiso Dios salvar a
los creyentes mediante la necedad de la predicación.” 1 Cor 1,19-21
A
veces en nuestros días, estos oscuros y descarriados días de la Iglesia
peregrina –especialmente de tantísimos ministros y teólogos-, me pregunto: ¿qué
estarán buscando cuando desesperadamente quieren llenar su inteligencia y
corazón de las voces de este mundo y de las efímeras teorías de la época
transitoria en la que viven? ¿Acaso ya no lo tienen todo en la Cruz de Cristo,
desbordante de la verdadera sabiduría y del triunfante poder de Dios?
Pues
creo que no tienen la Gracia cuya fuente es la Cruz. Me temo que están huyendo
de ella y sumándose a tantos hombres –tan insensatos como infestados por las
semillas del Príncipe oscuro de este mundo-, buscando diseñar una salvación
diferente, una salvación sin Cruz y si es posible también una salvación sin
Dios. ¡Hombre que te quieres salvar a ti mismo, corres raudamente hacia el
abismo del que ya no habrá vuelta atrás! Pues la Cruz que rescata al que la abraza,
aplasta al que quiere poner otro fundamento que no sea ella.
Al
fin y al cabo no hay que inventar nada nuevo, nuestros santos siempre lo
supieron y nos lo han testimoniado. Lo único decisivo es ponerse de rodillas
humildemente a los pies de la Cruz. Allí termina el pecado y comienza la
santidad. La Cruz es desierto de mundo y puerta a la tierra de promisión.
“Así,
mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros
predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los
gentiles; mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza
de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es más sabia que la
sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de
los hombres.” 1 Cor 1,22-25
¡Que
nunca entonces lo olvide la Iglesia: nosotros predicamos a un Cristo crucificado
que es y seguirá siendo escándalo y locura para este mundo!
Nos
equivocamos cuando intentamos pulir las aristas filosas de la Cruz, cuando procuramos
que sea suave y confortable para que no cause resistencias o cuando la convertimos
en un artículo o símbolo inerte, apenas una “marca de mercado”, estéticamente
presentada pero despotenciada de toda su salvaje interpelación. No hay forma de
que el hombre se despierte del sueño engañoso a la Luz de Cristo sino se da un
golpazo, -digámoslo con claridad-: necesitamos darnos un golpazo y estamparnos
contra el Leño de la Cruz para que nazca el Camino en nosotros.
Yo
veo que lamentablemente en la Iglesia siempre ha habido -y hoy proliferan-, los
que olvidándose de Cristo o creyéndose más que Él, se congracian con las ideologías
de toda índole desvirtuando el Evangelio de la Cruz. Cambian el Misterio oculto
desde toda la eternidad y revelado en la madurez de los tiempos por la
Encarnación del Verbo que mira hacia la cúspide de la Pascua, por sofismas e
inventivas humanas, por idolillos portentosos que en el fondo no son más
consistentes que el humo que se desvanece pronto y por espejismos de
omnipotencia humana que no son sino la torpe prolongación del viejo pecado de
Adán que hizo crecer exponencialmente el pecado en la historia hasta el
desvarío de Babel. ¿Acaso aún no lo hemos aprendido? ¡Qué testarudo y cerrado
el corazón del hombre!
Pero
seguramente como ayer, hoy y mañana, no faltará ese ejercito humilde y
silencioso de santos que a arrodillados o postrados con rostro en tierra frente
al Árbol de la Vida, alumbrará la palabra de la Cruz. Esa palabra de la Cruz
que es bendita locura y santo escándalo, “debilidad” de un Dios infinitamente más
fuerte que todos los poderes de la humanidad entera desde el inicio hasta el
fin de la historia, los cuales quedan reducidos a la insignificancia y a la
intrascendencia sin su Amor manifestado sobreabundantemente en la Pascua del
Señor. ¡Ya lo siento, ya lo escucho y ya lo anhelo: ese susurro de los santos
que se convierte en clamor: la palabra de la Cruz por la cual es pastoreada la
Iglesia y rescatado el mundo! ¡Aquí lo tienes Madre Iglesia, toma resueltamente
entre tus manos el báculo de la Cruz y se fiel a tu vocación!
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