DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 32

 



 LA PALABRA DE LA CRUZ (1)

 

Te confieso querido Apóstol Pablo, santo de Dios, que al darme cuenta que tenía que comentar este famoso texto tuyo me he sentido abrumado como quien se encuentra parado frente a un abismo. Ruego al Señor no me falten palabras talladas en el silencio porque el silencio sería la mejor y quizás única palabra.

 

“Porque no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio. Y no con palabras sabias, para no desvirtuar la cruz de Cristo. Pues la predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan - para nosotros - es fuerza de Dios.” 1 Cor 1,17-18

 

Has alcanzado esta certeza: el centro de la predicación del Evangelio es el misterio de la Cruz. Y tienes razón; aquí se estrellan las palabras aparentemente sabias, la elocuencia colisiona contra el Madero que la hace trizas y la reduce a un asombro extático frente a lo desconmensurado, la ciencia de los hombres se revela del todo insignificante y nimia. Aquí a los pies de la Cruz todo el edificio del universo entero cruje y se conmueve y con dolores de parto alumbra un sentido que le sobreviene desde más allá de este mundo.

“¿Por qué la Cruz?” Me han enseñado cuando estudiante que una buena cristología debe poder hacerse esta pregunta. Casi como decir que un cristiano que no se hace esta pregunta no tiene la más mínima chance de realizar un proceso de discipulado. “¿Por qué la Cruz?”

Y tú como predicador has descubierto que toda la fuerza que requieres es la Cruz desnuda, con toda su crudeza, tan difícil de digerir y tan revulsiva. Arruinarías la palabra de la Cruz si la revistieras de explicaciones humanas, de rebuscados argumentos intelectuales o de efervescente superficialidad emotiva. Tarde o temprano la Cruz por si misma habla, solo hace falta que la presentemos tal cual como es con toda su fuerza transfiguradora del alma.

Los Viernes Santos, cada uno de ellos desde que soy sacerdote, están llenos de un silencio que se torna palabra de fuego. No puedo sino decir de mil maneras a los corazones apagados y a las mentes sordas que no hace falta nada más sino la Cruz. Cuando todos huyen de ella escandalizados, horrorizados, temerosos; cuando la mayoría quiere que pase rápido y que se borre pronto; yo solo quiero quedarme aferrado a la eternidad de la Cruz de Cristo, victorioso Cordero degollado y Esposo de la Iglesia. ¡Es que aún no hemos comprendido que la Cruz es el Amor de Dios! ¡Amar la Cruz! ¿Quién podrá crecer y madurar hasta amar la Cruz?

He aquí pues la causa de que se pierdan los que se pierden: el rechazo de la Cruz. He aquí pues también la causa por la cual somos alcanzados por la Salvación de Dios: la apertura y aceptación de la Cruz, nuestra personal participación en Getsemaní. Porque la Cruz es toda la fuerza de Cristo en el Espíritu hacia el Padre para redención nuestra, el altar de la Pascua eterna, la Alianza definitiva y nueva.

 

“Porque dice la Escritura: Destruiré la sabiduría de los sabios, e inutilizaré la inteligencia de los inteligentes.  ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el docto? ¿Dónde el sofista de este mundo? ¿Acaso no entonteció Dios la sabiduría del mundo? De hecho, como el mundo mediante su propia sabiduría no conoció a Dios en su divina sabiduría, quiso Dios salvar a los creyentes mediante la necedad de la predicación.” 1 Cor 1,19-21

 

A veces en nuestros días, estos oscuros y descarriados días de la Iglesia peregrina –especialmente de tantísimos ministros y teólogos-, me pregunto: ¿qué estarán buscando cuando desesperadamente quieren llenar su inteligencia y corazón de las voces de este mundo y de las efímeras teorías de la época transitoria en la que viven? ¿Acaso ya no lo tienen todo en la Cruz de Cristo, desbordante de la verdadera sabiduría y del triunfante poder de Dios?

Pues creo que no tienen la Gracia cuya fuente es la Cruz. Me temo que están huyendo de ella y sumándose a tantos hombres –tan insensatos como infestados por las semillas del Príncipe oscuro de este mundo-, buscando diseñar una salvación diferente, una salvación sin Cruz y si es posible también una salvación sin Dios. ¡Hombre que te quieres salvar a ti mismo, corres raudamente hacia el abismo del que ya no habrá vuelta atrás! Pues la Cruz que rescata al que la abraza, aplasta al que quiere poner otro fundamento que no sea ella.

Al fin y al cabo no hay que inventar nada nuevo, nuestros santos siempre lo supieron y nos lo han testimoniado. Lo único decisivo es ponerse de rodillas humildemente a los pies de la Cruz. Allí termina el pecado y comienza la santidad. La Cruz es desierto de mundo y puerta a la tierra de promisión.

 

“Así, mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres.” 1 Cor 1,22-25

 

¡Que nunca entonces lo olvide la Iglesia: nosotros predicamos a un Cristo crucificado que es y seguirá siendo escándalo y locura para este mundo!

Nos equivocamos cuando intentamos pulir las aristas filosas de la Cruz, cuando procuramos que sea suave y confortable para que no cause resistencias o cuando la convertimos en un artículo o símbolo inerte, apenas una “marca de mercado”, estéticamente presentada pero despotenciada de toda su salvaje interpelación. No hay forma de que el hombre se despierte del sueño engañoso a la Luz de Cristo sino se da un golpazo, -digámoslo con claridad-: necesitamos darnos un golpazo y estamparnos contra el Leño de la Cruz para que nazca el Camino en nosotros.

Yo veo que lamentablemente en la Iglesia siempre ha habido -y hoy proliferan-, los que olvidándose de Cristo o creyéndose más que Él, se congracian con las ideologías de toda índole desvirtuando el Evangelio de la Cruz. Cambian el Misterio oculto desde toda la eternidad y revelado en la madurez de los tiempos por la Encarnación del Verbo que mira hacia la cúspide de la Pascua, por sofismas e inventivas humanas, por idolillos portentosos que en el fondo no son más consistentes que el humo que se desvanece pronto y por espejismos de omnipotencia humana que no son sino la torpe prolongación del viejo pecado de Adán que hizo crecer exponencialmente el pecado en la historia hasta el desvarío de Babel. ¿Acaso aún no lo hemos aprendido? ¡Qué testarudo y cerrado el corazón del hombre!

Pero seguramente como ayer, hoy y mañana, no faltará ese ejercito humilde y silencioso de santos que a arrodillados o postrados con rostro en tierra frente al Árbol de la Vida, alumbrará la palabra de la Cruz. Esa palabra de la Cruz que es bendita locura y santo escándalo, “debilidad” de un Dios infinitamente más fuerte que todos los poderes de la humanidad entera desde el inicio hasta el fin de la historia, los cuales quedan reducidos a la insignificancia y a la intrascendencia sin su Amor manifestado sobreabundantemente en la Pascua del Señor. ¡Ya lo siento, ya lo escucho y ya lo anhelo: ese susurro de los santos que se convierte en clamor: la palabra de la Cruz por la cual es pastoreada la Iglesia y rescatado el mundo! ¡Aquí lo tienes Madre Iglesia, toma resueltamente entre tus manos el báculo de la Cruz y se fiel a tu vocación!


 

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