DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 49

 


LA CIENCIA HINCHA, EL AMOR EDIFICA

 

“Respecto a lo inmolado a los ídolos, es cosa sabida, pues todos tenemos ciencia. Pero la ciencia hincha, el amor en cambio edifica. Si alguien cree conocer algo, aún no lo conoce como se debe conocer. Mas si uno ama a Dios, ése es conocido por él.” 1 Cor 8,1-3

 

Iluminadísimo maestro de la fe, Apóstol Pablo, una vez mas nos encontramos con tu necesidad de tratar el tema de los alimentos que se consumen y sobre todo de los sacrificios rituales a los ídolos. Pero antes de realizar tu enseñanza, introduces unos principios que vale la pena comprender en sí mismos, pues son tan universales y hondos en sentido que resultan aplicables en múltiples contextos.

1.      El primer principio es: “La ciencia hincha, el amor edifica”. Es decir, todo saber que no se halla animado por la virtud teologal de la caridad puede desviarse hacia el orgullo y entonces hacia la ruptura. Donde no reina el Amor de Dios, irrumpe el pecado.

Y el ejercicio de la caridad recordemos, tiene un doble destinatario. Porque la caridad cristiana en primera instancia se vuelve a Dios que nos amó primero. Es pues respuesta al Don, la acogida y agradecimiento por la Caridad salvífica que Él nos ofrece, que también nos supone obediencia sin reservas a su Voluntad divina y respuesta fidelísima a su Gracia. Habitualmente en la Iglesia peregrina de estos tiempos, hemos reducido la caridad a la dimensión horizontal entre nosotros los humanos y nos hemos olvidado que la caridad también y principalmente se debe a Dios.

Además la caridad cristiana hacia el prójimo bien entendida nos orienta a amarlo como Dios lo ama; por tanto amar al hermano por Amor de Dios y con Amor de Dios, amarlo para su salvación, amarlo para la comunión con Dios. Lamentablemente también hemos reducido la caridad fraterna a una menguada preocupación por las necesidades temporales y “por la dimensión corpóreo-sensitiva”, descuidando la salvación eterna de la persona, “la dimensión espiritual” que tiene primacía y sustenta todo sentido y dirección de la existencia histórica, abriéndola hacia nuestra vocación a la Gloria.

Sin duda hay que confortar al prójimo como hizo Jesucristo, saciando su hambre, sanando su enfermedad, consolándolo en sus múltiples sufrimientos y devolviéndole dignidad frente a tantas injusticias; sobre todo dándole alimento de Vida Eterna, exorcisándolo de los demonios que lo perturban y liberándolo del Malo, auxiliándolo para que halle el camino hacia la Comunión con el Padre que lo busca y le sale al encuentro en su Hijo y en el Espíritu santificador para la Alianza.

El Amor de Dios pues edifica. Sin la primacía y la orientación del Amor Divino todo saber humano se vuelve sobre sí mismo, se desorienta y se infla de amor propio, o sea, de orgullo y vanagloria. Como toda acción humana desvinculada de la Caridad de Dios, aunque pretenda presentarse como acción pastoral eclesial, pierde su alma y su brújula, se deja seducir al fin por la tentación de los paraísos terrenales y de las ideologías secularizantes. Sin Amor de Dios, todo degenera.

2.      El segundo principio es: “Si alguien cree conocer algo, aún no lo conoce como se debe conocer. Mas si uno ama a Dios, ése es conocido por él.” Surge la pregunta: ¿cómo se debe conocer? Creo que todos podemos percibir el trasfondo: si alguien cree conocer solo por sus propias capacidades humanas debería no engreírse y al menos aceptar humildemente que su conocimiento permanece limitado. No quiere afirmarse que no conozca con verdad sino que aún no lo hace con plenitud, sino en la medida de lo que le fue dado naturalmente. Todos podríamos aceptar que nuestro conocimiento depende por ejemplo de la agudeza de nuestra inteligencia, del método utilizado, de las circunstancias personales y contextos culturales que señalan una perspectiva y otros factores. ¿Quién pues conoce acabadamente todo cuanto existe? Evidentemente Dios y por tanto, apoyado en la Sabiduría y Ciencia de Dios, nuestro conocimiento de la realidad alcanza otra profundidad y madurez. La razón humana por sí misma es capaz de alcanzar la verdad hasta cierto punto pero, iluminada por la fe mediante la Revelación, es guiada hacia el Misterio insondable y excedente, hacia la plenitud de la Verdad.

Empero mi comentario hasta aquí es demasiado occidental y no debiéramos descuidar la matriz oriental de la educación paulina: “Mas si uno ama a Dios, es conocido por él”. ¿Acaso a Dios le falta conocernos y tiene que seguir haciéndolo? ¿Y qué tiene que ver amar a Dios con conocer? Sucede que el conocimiento en la cultura semítica tiene más que ver con el intercambio y la reciprocidad que con un aséptico y distante análisis. El conocimiento pues –sobre todo a nivel del sentido de la vida y de la razón y orden de ser de cuanto existe-, es posible en el ámbito de la comunicación y comunión. Por eso también creo podemos asimilar que el amor –no la emoción psicológica sino la virtud- sobre todo en los vínculos personales, es fuente de conocimiento verdadero y agudo.

“Ser conocido por Dios” supone pues la Alianza en el Amor, la reciprocidad e intercambio con Él que nos hace participar de su Sabiduría. Si todo queda bajo la Luz del Amor de Dios, la verdad última es desvelada y todo lo que excede inagotable, cuanto debemos ubicar en el horizonte del Misterio, puede ser bajo el influjo de la Gracia sobrenaturalmente saboreado y aquilatado, redescubierto como fuente de saciedad y gozo.

“La ciencia hincha, el amor edifica”. Quizás ahora tras este ejercicio de comprensión también podríamos aseverarlo así: la Ciencia del Amor nos introduce en la verdad total. O llevando la cuestión un poco más allá: la mística es la experiencia infusa del encuentro amoroso con el Misterio del Dios que es Amor y la pregustación de aquella Luz de Gloria con la cual los bienaventurados en la eternidad conocen a Dios, a sí mismos y a todo como Dios se conoce y nos conoce con Amor y para el Amor.

 

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