FUNDAMENTACIÓN Y DEFENSA
DE SU MINISTERIO APOSTÓLICO (I)
Admirado
Apóstol, ¿qué te han escrito?, ¿a qué se debe tu respuesta? Sin duda te
enfrentas a tus detractores que se niegan a reconocer tu ministerio apostólico
o que no comprenden el modo en el cual lo ejerces.
“¿No
soy yo libre? ¿No soy yo apóstol? ¿Acaso no he visto yo a Jesús, Señor nuestro?
¿No son ustedes mi obra en el Señor? Si para otros no soy yo apóstol, para ustedes
sí que lo soy; pues ¡ustedes son el sello de mi apostolado en el Señor! He aquí
mi defensa contra mis acusadores.” 1 Cor 9,1-3
Tus
preguntas iniciales, de carácter retórico, intentan ganar a los oyentes en tu
favor. Insinúas las respuestas: soy libre, soy apóstol, he visto al Señor
Resucitado y ustedes son el fruto de mi predicación apostólica y mi servicio
misionero. Si yo, Pablo, no hubiese llegado a ustedes hoy no habría quizás Iglesia
en Corinto.
Pero
además parece que quienes no te reconocen te acusan de usufructuar
indebidamente del ministerio.
“¿Por
ventura no tenemos derecho a comer y beber? ¿No tenemos derecho a llevar con
nosotros una mujer cristiana, como los demás apóstoles y los hermanos del Señor
y Cefas? ¿Acaso únicamente Bernabé y yo estamos privados del derecho de no
trabajar?” 1 Cor 9,4-6
Ahora
entonces debes defender que tienes derecho al sustento por el servicio sin
reservas al anuncio del Evangelio y a la formación y desarrollo de las
comunidades cristianas.
“¿Quién
ha militado alguna vez a costa propia? ¿Quién planta una viña y no come de sus
frutos? ¿Quién apacienta un rebaño y no se alimenta de la leche del rebaño? ¿Hablo
acaso al modo humano o no lo dice también la Ley? Porque está escrito en la Ley
de Moisés: «No pondrás bozal al buey que trilla.» ¿Es que se preocupa Dios de
los bueyes? O bien, ¿no lo dice expresamente por nosotros? Por nosotros ciertamente
se escribió, pues el que ara, en esperanza debe arar; y el que trilla, con la
esperanza de recibir su parte. Si en ustedes hemos sembrado bienes
espirituales, ¡qué mucho que recojamos de ustedes bienes materiales! Si otros
tienen estos derechos ustedes, ¿no los tenemos más nosotros? Sin embargo, nunca
hemos hecho uso de estos derechos. Al contrario, todo lo soportamos para no
crear obstáculo alguno al Evangelio de Cristo.” 1 Cor 9,7-12
Es
interesante que al tiempo que reclamas tu derecho a ser auxiliado en tus
necesidades por la comunidad para poder dedicarte enteramente a la propagación
y consolidación de la fe en Cristo, como en la Iglesia se hace con el resto de
los que son reconocidos como Apóstoles del Señor, también das testimonio que
has renunciado libremente muchas veces a esta prerrogativa para que se vea con
mayor transparencia la gratuidad con la que anuncias el Evangelio.
Debo
decir, sin embargo, que en otras comunidades cristianas agradeces y hasta
solicitas su ayuda. ¿Por qué aquí en Corinto recibir auxilios materiales puede
ser un obstáculo a la labor apostólica? Aventuro mi interpretación: se trata de
una ciudad verdaderamente populosa e importante, rica en recursos y plaza
apetecible para todo predicador ambulante, ya de otras religiones, ya de
diversas escuelas filosóficas. Debían ser numerosos quienes ofrecían doctrinas
a cambio de remuneración. Como debía ser habitual acomodar el mensaje al gusto
del cliente, por así decirlo, para obtener la mejor paga. Y tú no quieres que
disminuya tu credibilidad ni que tu empeño sea asociado al afán de lucro, pues
de percibirse así tu ministerio terminaría resultando un obstáculo para que por
la fe puedan adherir a la Verdad de Cristo que no cambia, que permanece y que es
tan plena como definitiva.
“¿No
saben que los ministros del templo viven del templo? ¿Que los que sirven al altar,
del altar participan? Del mismo modo, también el Señor ha ordenado que los que
predican el Evangelio vivan del Evangelio.”
1 Cor 9,13-14
Creo
oportuno recordar que el sostenimiento del culto y de los ministros se trata de uno de los preceptos de la Iglesia.
Leemos en el Código de Derecho Canónico:
Canon 222 §1. Los
fieles cristianos están obligados a ayudar a las necesidades de la Iglesia, a
fin de que ésta disponga de lo necesario para el culto divino, para las obras
de apostolado y de caridad, y para el decoroso sustento de los ministros.
Canon 281 § 1. Los
clérigos dedicados al ministerio eclesiástico merecen una retribución
conveniente a su condición, teniendo en cuenta tanto la naturaleza del oficio
que desempeñan como las circunstancias del lugar y tiempo, de manera que puedan
proveer a sus propias necesidades y a la justa remuneración de aquellas
personas cuyo servicio necesitan.
§ 2. Se
ha de cuidar igualmente de que gocen de asistencia social, mediante la que se
provea adecuadamente a sus necesidades en caso de enfermedad, invalidez o
vejez.
Obviamente
también se exhortará a los ministros a llevar un estilo de vida acorde a un
decoroso sustento, evitando cualquier vanidad u opulencia y entregando cuanto
exceda lo necesario y haya recibido de la Providencia, al servicio de la
Iglesia y al auxilio de los pobres como cualquier otro cristiano.
Me
permito una digresión o ampliación del alcance del tema. Sin duda es un tópico
pendiente y difícil de tratar el de la evangelización de los bienes, pues del
Señor los recibimos y a su servicio los dedicamos. La mayor parte de los
cristianos católicos no aceptarían la imposición del diezmo como lo hacen otras
confesiones cristianas, aduciendo que se trata de una doctrina bíblica. Las
colectas y limosnas en la Santa Misa y por intenciones de difuntos y otras
suelen ser exiguas. Hay conciencia de que el clérigo debe vivir austeramente y
no poseer demasiados bienes personales. Así se lo exige y es fuente de
escándalo quien no se ajusta. Pero no hay tanta conciencia de que el laico,
aunque reciba sus ingresos por un trabajo remunerado o por emprendimientos
económicos personales, no queda exento de vivir de un modo mesurado, sin
vanidades ni opulencias, y abierto a ser generoso con la Iglesia y con los
pobres.
¿Qué
es verdaderamente necesario para el sustento? ¿Qué exceso puede ser
escandaloso? ¿Cuál es mi criterio de austeridad y sobriedad de vida? ¿Qué
placeres y comodidades lícitamente me permito? ¿Cuánto dedico a la limosna?
Estos interrogantes y otros quizás debieran estar más presentes en la
conciencia de todos nosotros, clérigos y laicos.
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