DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 51



FUNDAMENTACIÓN Y DEFENSA 

DE SU MINISTERIO APOSTÓLICO (I)

 

Admirado Apóstol, ¿qué te han escrito?, ¿a qué se debe tu respuesta? Sin duda te enfrentas a tus detractores que se niegan a reconocer tu ministerio apostólico o que no comprenden el modo en el cual lo ejerces.

 

“¿No soy yo libre? ¿No soy yo apóstol? ¿Acaso no he visto yo a Jesús, Señor nuestro? ¿No son ustedes mi obra en el Señor? Si para otros no soy yo apóstol, para ustedes sí que lo soy; pues ¡ustedes son el sello de mi apostolado en el Señor! He aquí mi defensa contra mis acusadores.” 1 Cor 9,1-3

 

Tus preguntas iniciales, de carácter retórico, intentan ganar a los oyentes en tu favor. Insinúas las respuestas: soy libre, soy apóstol, he visto al Señor Resucitado y ustedes son el fruto de mi predicación apostólica y mi servicio misionero. Si yo, Pablo, no hubiese llegado a ustedes hoy no habría quizás Iglesia en Corinto.

Pero además parece que quienes no te reconocen te acusan de usufructuar indebidamente del ministerio.

 

“¿Por ventura no tenemos derecho a comer y beber? ¿No tenemos derecho a llevar con nosotros una mujer cristiana, como los demás apóstoles y los hermanos del Señor y Cefas? ¿Acaso únicamente Bernabé y yo estamos privados del derecho de no trabajar?” 1 Cor 9,4-6

 

Ahora entonces debes defender que tienes derecho al sustento por el servicio sin reservas al anuncio del Evangelio y a la formación y desarrollo de las comunidades cristianas.

 

“¿Quién ha militado alguna vez a costa propia? ¿Quién planta una viña y no come de sus frutos? ¿Quién apacienta un rebaño y no se alimenta de la leche del rebaño? ¿Hablo acaso al modo humano o no lo dice también la Ley? Porque está escrito en la Ley de Moisés: «No pondrás bozal al buey que trilla.» ¿Es que se preocupa Dios de los bueyes? O bien, ¿no lo dice expresamente por nosotros? Por nosotros ciertamente se escribió, pues el que ara, en esperanza debe arar; y el que trilla, con la esperanza de recibir su parte. Si en ustedes hemos sembrado bienes espirituales, ¡qué mucho que recojamos de ustedes bienes materiales! Si otros tienen estos derechos ustedes, ¿no los tenemos más nosotros? Sin embargo, nunca hemos hecho uso de estos derechos. Al contrario, todo lo soportamos para no crear obstáculo alguno al Evangelio de Cristo.” 1 Cor 9,7-12

 

Es interesante que al tiempo que reclamas tu derecho a ser auxiliado en tus necesidades por la comunidad para poder dedicarte enteramente a la propagación y consolidación de la fe en Cristo, como en la Iglesia se hace con el resto de los que son reconocidos como Apóstoles del Señor, también das testimonio que has renunciado libremente muchas veces a esta prerrogativa para que se vea con mayor transparencia la gratuidad con la que anuncias el Evangelio.

Debo decir, sin embargo, que en otras comunidades cristianas agradeces y hasta solicitas su ayuda. ¿Por qué aquí en Corinto recibir auxilios materiales puede ser un obstáculo a la labor apostólica? Aventuro mi interpretación: se trata de una ciudad verdaderamente populosa e importante, rica en recursos y plaza apetecible para todo predicador ambulante, ya de otras religiones, ya de diversas escuelas filosóficas. Debían ser numerosos quienes ofrecían doctrinas a cambio de remuneración. Como debía ser habitual acomodar el mensaje al gusto del cliente, por así decirlo, para obtener la mejor paga. Y tú no quieres que disminuya tu credibilidad ni que tu empeño sea asociado al afán de lucro, pues de percibirse así tu ministerio terminaría resultando un obstáculo para que por la fe puedan adherir a la Verdad de Cristo que no cambia, que permanece y que es tan plena como definitiva.

 

¿No saben que los ministros del templo viven del templo? ¿Que los que sirven al altar, del altar participan? Del mismo modo, también el Señor ha ordenado que los que predican el Evangelio vivan del Evangelio.”  1 Cor 9,13-14

 

Creo oportuno recordar que el sostenimiento del culto y de los ministros  se trata de uno de los preceptos de la Iglesia. Leemos en el Código de Derecho Canónico:

 

Canon 222 §1. Los fieles cristianos están obligados a ayudar a las necesidades de la Iglesia, a fin de que ésta disponga de lo necesario para el culto divino, para las obras de apostolado y de caridad, y para el decoroso sustento de los ministros.

 

Canon 281 § 1. Los clérigos dedicados al ministerio eclesiástico merecen una retribución conveniente a su condición, teniendo en cuenta tanto la naturaleza del oficio que desempeñan como las circunstancias del lugar y tiempo, de manera que puedan proveer a sus propias necesidades y a la justa remuneración de aquellas personas cuyo servicio necesitan.

 

 § 2.  Se ha de cuidar igualmente de que gocen de asistencia social, mediante la que se provea adecuadamente a sus necesidades en caso de enfermedad, invalidez o vejez.

 

Obviamente también se exhortará a los ministros a llevar un estilo de vida acorde a un decoroso sustento, evitando cualquier vanidad u opulencia y entregando cuanto exceda lo necesario y haya recibido de la Providencia, al servicio de la Iglesia y al auxilio de los pobres como cualquier otro cristiano.

Me permito una digresión o ampliación del alcance del tema. Sin duda es un tópico pendiente y difícil de tratar el de la evangelización de los bienes, pues del Señor los recibimos y a su servicio los dedicamos. La mayor parte de los cristianos católicos no aceptarían la imposición del diezmo como lo hacen otras confesiones cristianas, aduciendo que se trata de una doctrina bíblica. Las colectas y limosnas en la Santa Misa y por intenciones de difuntos y otras suelen ser exiguas. Hay conciencia de que el clérigo debe vivir austeramente y no poseer demasiados bienes personales. Así se lo exige y es fuente de escándalo quien no se ajusta. Pero no hay tanta conciencia de que el laico, aunque reciba sus ingresos por un trabajo remunerado o por emprendimientos económicos personales, no queda exento de vivir de un modo mesurado, sin vanidades ni opulencias, y abierto a ser generoso con la Iglesia y con los pobres.

¿Qué es verdaderamente necesario para el sustento? ¿Qué exceso puede ser escandaloso? ¿Cuál es mi criterio de austeridad y sobriedad de vida? ¿Qué placeres y comodidades lícitamente me permito? ¿Cuánto dedico a la limosna? Estos interrogantes y otros quizás debieran estar más presentes en la conciencia de todos nosotros, clérigos y laicos.

 

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