DIALOGO VIVO CON SAN PABLO 54

 



LA MESA DEL SEÑOR 

VERSUS LA MESA DE LOS DEMONIOS

 


Apóstol San Pablo, siempre íntegro en la fe… ¡cúanta contundencia en tus planteos!

 

La copa de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?  Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan.”  1 Cor 10,16-17

 

La Eucaristía, sacramento memorial de la Pascua de Cristo, ofrece, posibilita y realiza la comunión con Dios y la comunión fraterna. Notemos simplemente como esta comunión se opera mediante el sacrificio. La bendición que hacemos sobre la copa con el vino, como toda bendición implora que se derramen los dones divinos, y esto en continuidad con la Sangre derramada en la Cruz por Cristo, inmolación y efusión que es fuente de toda bendición. El pan que partimos no es sino la acción litúrgica que evoca y actualiza el Cuerpo del Señor traspasado y abierto que quiere recibirnos entregándose a nosotros sin reserva.

La Cruz que pende sobre los presbiterios de tantos templos y descansa en el centro de sus altares es la continua exhortación a concentrarnos en el centro y fundamento del Misterio de la Salvación que se celebra en cada Eucaristía. La Eucaristía es el sacramento de la Pascua del Señor, nuestro Redentor y Salvador.

Tras la epíclesis con la cual se invoca al Espíritu Santo con la imposición de manos sobre las ofrendas de pan y vino y luego de realizar el sacerdote los gestos y pronunciar las mismísimas palabras del Señor en la última cena, todo ha cambiado y ha escalado de nivel superlativamente: Dios está presente, real y substancialmente bajo estas especies. Por eso se proclama: “Este es el Misterio o Sacramento de la Fe”. O también puede proponerse:   “Este es el Misterio de la Fe, Cristo nos redimió” y “Este es el Misterio de la fe, Cristo se entregó por nosotros”. A lo cual se responde en ese mismo orden: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven Señor Jesús!”, o: “Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz, anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas”, y finalmente: “Salvador del mundo, sálvanos, que nos has liberado por tu cruz y resurrección”.

Pronto llegará, previo al rito de comunión, el gesto de la fracción del pan acompañado por la aclamación: “Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros y danos la paz”. ¿Qué duda pues queda que estamos participando de un sacrificio de comunión y que vamos a consumir la Víctima ofrecida en rescate nuestro? Sin embargo es posible que nuestra percepción de lo que celebramos no sea tan aguda como es de esperar.

Lo que San Pablo intenta hace dos mil años es evitar el peligro de celebrar el sacramento sin conciencia de su sacralidad, transformándolo quizás en una comida más al estilo de lo cotidiano. (Ya veremos próximamente como este peligro se había concretado en unas celebraciones eucarísticas confusas y con excesos más semejantes a comilonas mundanas.) Si ese pan y esa copa de vino no remiten por la fe al Cuerpo y la Sangre, al Cordero Pascual… ¿qué estamos haciendo y ante quién?

Algunos me dirán hoy que sobre muchos o pocos presbiterios y altares ya no hay Cruz. Otros me dirán que todo se ha reducido a una comida fraternal, a un estar festivamente juntos. Ciertamente observo que demasiado frecuentemente nuestras Eucaristías contemporáneas han puesto en su centro la dimensión horizontal del encuentro comunitario y han debilitado el ejercicio de levantar la mirada a lo alto, hacia la Cruz elevada donde Cristo atrae a todos hacia sí y desde la cual derrama bendición y crea comunión. Lo enuncio sin poder profundizar el tema: ha entrado en crisis el valor del Sacrificio. No queremos mirar el Sacrificio del Cordero de Dios o solo hacerlo los que se animen el Viernes Santo. Menos deseamos darnos cuenta que nos está invitando a unirnos a Él en sacrificio de amor entregando nuestra propia vida. Entonces: ¿qué celebramos en nuestras Eucaristías? y ¿cuál es nuestra fe sobre la Pascua?

 

Fíjense en el Israel según la carne. Los que comen de las víctimas ¿no están acaso en comunión con el altar? ¿Qué digo, pues? ¿Que lo inmolado a los ídolos es algo? O ¿que los ídolos son algo? Pero si lo que inmolan los gentiles, ¡lo inmolan a los demonios y no a Dios! Y yo no quiero que entren en comunión con los demonios. No pueden beber de la copa del Señor y de la copa de los demonios. No pueden participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios. ¿O es que queremos provocar los celos del Señor? ¿Somos acaso más fuertes que él?” 1 Cor 10,18-22

 

Aventuro que es posible que no recuerdes este texto paulino y quizás nunca lo hayas escuchado. ¿Alguien te ha predicado sobre él? Es verdad que son expresiones tan complejas como osadas. ¿Cómo se ofrece sacrificio a los demonios y cómo se entra en comunión con ellos? El apóstol está señalando a la participación en los cultos idolátricos, a la adoración de las falsas divinidades paganas y a los ritos engañosos de las religiones que no adhieren al Único Dios Verdadero. ¡Tremendo rechazo experimentaría hoy San Pablo frente a la actual moda de un diálogo interreligioso más cercano al sincretismo relativista!

Si quieren podríamos extender el argumento así: ¿podemos celebrar a la vez la Eucaristía y vivir en comunión con ese mundo que se entrega a la seducción del Príncipe de las tinieblas? ¿No puede sucedernos que intentemos participar al mismo tiempo de dos mesas que se excluyen? ¿Ofrecemos sacrificios en el altar del Dios Trinitario o en el altar del dios del mundo o hasta quizás en ambos?

Cuando hablamos tanto pero tanto de Cristo y el Anti-Cristo y de horizontes apocalípticos (tema al que nuestro tiempo se acerca con morbo estrafalario), no nos percatamos que podríamos también entonces hablar de Eucaristía y Anti-Eucaristía, de culto Divino o culto demoníaco, de Sacrificio o Anti-Sacrificio y de ofrenda de comunión y anti-ofrenda de ruptura. ¿Qué es sino el culto satanista y la llamada “misa negra”? Es la otra mesa, la anti-mesa de los demonios. Y no cabe duda de que corren días en los cuales resurgen vigorosos los hechiceros, las brujas y una caterva de esbirros oscuros. Crece en el orbe la fascinación esotérica al mismo tiempo que nuestras Eucaristías cristianas aparecen frágiles, superficiales y poco concurridas.

¿Cómo interpretar esta realidad, con qué clave? La tradición bíblica sapiencial nos advertiría de los dos caminos por delante; la tradición joánica nos presentaría dicotomías como Luz-tinieblas o Vida-muerte y San Ignacio de Loyola nos predicaría sobre las dos banderas. Que se retomen los antiguos cultos paganos y se abandone el culto al Único Dios, ¿quizás no está indicando que no pocos cristianos transitan una doble vida, intentando participar a la vez de una doble mesa? No será quizás una real participación en cultos demoníacos, pero hay tantas veladas y engañosas formas de sacrificar la vida en los altares del mundo y consumir la falsa anti-comunión que ofrece el Adversario.

Me sigo pues con urgencia y caritativa inquietud preguntando: ¿qué fe estaremos expresando y ante quien estaremos celebrando verdaderamente hoy  nuestras tibias y deslucidas Eucaristías? ¡Volvamos a religarlas al sacrificio de Cristo!


 

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