DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 52

 




FUNDAMENTACIÓN Y DEFENSA 

DE SU MINISTERIO APOSTÓLICO (II)

 

Continuemos, querido San Pablo, con la defensa del ministerio que te ha sido encomendado.

 

“Mas yo, de ninguno de esos derechos he hecho uso. Y no escribo esto para que se haga así conmigo. ¡Antes morir que...! Mi timbre de gloria ¡nadie lo eliminará! Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio! Si lo hiciera por propia iniciativa, ciertamente tendría derecho a una recompensa. Mas si lo hago forzado, es una misión que se me ha confiado. Ahora bien, ¿cuál es mi recompensa? Predicar el Evangelio entregándolo gratuitamente, renunciando al derecho que me confiere el Evangelio.” 1 Cor 9,15-18

 

“Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio!” ¿A quién de nosotros no se nos ha presentado esta famosa sentencia, ya para argumentar la misión evangelizadora de la Iglesia ya para invitarnos a vivir el carácter propio del bautismo madurado en la confirmación?

De hecho el Apóstol presenta esta urgente necesidad que se le impone y este deber que tan íntimamente le incumbe como la corona que detenta celosamente: “Mi timbre de gloria ¡nadie lo eliminará!” Y su testimonio personal asume un lenguaje extremo: “Mas si lo hago forzado, es una misión que se me ha confiado.” Se trata de estar como forzado por una conciencia imperiosa de su llamado y por un santo apasionamiento que da cuenta de la llama divina que le inflama en Gracia y a la cual se entrega fielmente sin reservas.

Permítanme los lectores que trace un paralelo con el profeta Jeremías, quien en otro contexto, en un momento de crisis vocacional, lleno de angustia y frustración a causa de las numerosas contradicciones y sufrimientos que le ha traído su ministerio, también puede experimentar esta quemazón abrasadora: “Yo decía: «No volveré a recordarlo, ni hablaré más en su Nombre.» Pero había en mi corazón algo así como fuego ardiente, prendido en mis huesos, y aunque yo trabajaba por ahogarlo, no podía.” Jer 20,9

San Pablo nos deja sintetizada esta pasión vehemente que se encuentra en el centro de su identidad apostólica con la maravillosa fórmula: “Predicar el Evangelio entregándolo gratuitamente”.

¡Pidamos pues al Señor, roguemos insistentemente que encienda en toda la Iglesia y en nosotros mismos este fuego para que arda inextinguible! ¿O acaso no es esto Pentecostés: una efusión imparable y potente del Espíritu Santo en su Iglesia para desatar en el mundo una quemazón misionera y una pasión evangelizadora que llegue a todos? ¿Y hasta que extremos del amor nos empujará?

 

“Efectivamente, siendo libre de todos, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más que pueda. Con los judíos me he hecho judío para ganar a los judíos; con los que están bajo la Ley, como quien está bajo la Ley - aun sin estarlo - para ganar a los que están bajo ella. Con los que están sin ley, como quien está sin ley para ganar a los que están sin ley, no estando yo sin ley de Dios sino bajo la ley de Cristo. Me he hecho débil con los débiles para ganar a los débiles. Me he hecho todo a todos para salvar a toda costa a algunos.  Y todo esto lo hago por el Evangelio para ser partícipe del mismo.” 1 Cor 9,19-23

 

A veces me han llegado interpretaciones de este pasaje que enfatizan reductiva y superficialmente la “versatilidad pastoral”, como si lo importante fuese saber adaptarse para dialogar con el mundo, lograr ser flexible para impostarse según los cánones de la cultura vigente y el espíritu de una época. Incluso tal vez haciendo que el mismo Evangelio de Dios se rinda a las más extrañas contorsiones. Sin embargo es del todo evidente que la llave de esta perícopa la hallamos en el repetido verbo “ganar”. San Pablo hace todo cuanto hace para “ganarlos para el Evangelio”. Afirma: “para ganar a los que más pueda”. Y en osada expresión: “Me he hecho todo a todos para salvar a toda costa a algunos.” Ganarlos para salvarlos y salvarlos a toda costa. Se acerca a todos con gran disponibilidad a compartir su situación para sacarlos de esa situación y acercarlos al Evangelio de la Salvación en Cristo.

No tengo dudas que la Iglesia peregrina de comienzos del siglo XXI debe sacudirse pronto los límites que ciertas ideologías mundanas han querido imponerle. Anunciar el Evangelio nunca es una discriminación excluyente ni un discurso de odio, tampoco debe avergonzarse ni pedir timorata permisos porque tan solo esta amando y amando según Dios que es el Amor. Si el Evangelio de Jesucristo señala pecados no es una agresión sino un colirio y un cauterio. Si el Evangelio pide conversión no es una demanda autoritaria que no comprende mi situación sino una invitación a la sanación y a encontrar el verdadero rumbo. Debemos recordarnos que no hay mayor Caridad que la Iglesia pueda hacerle a la humanidad que proponerle aceptar y adherirse al Señor Jesucristo, Camino, Verdad y Vida. Profesar la fe en Jesucristo como el único Salvador del mundo, pues no hay otro Nombre que nos haya sido dado, no es fanatismo sino simplemente amor.

Creo que San Pablo en el fondo nos dice algo así: ¿Amas a tu hermano? ¿Amas a la humanidad según Dios la ama? Pues entonces intentas, por todos los medios que sean santos, ganarlos para el Evangelio.

 

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EVANGELIO DE FUEGO 31 de Octubre de 2025