NORMAS
PARA VARONES Y MUJERES
QUE PARTICIPAN DE LAS ASAMBLEAS
LITÚRGICAS
Queridísimo
San Pablo, confieso que al comenzar este “Diálogo vivo” contigo, solo pretendía
comentar en clima de oración, algunos pasajes de tus escritos que me habían resultado
significativos durante toda mi vida. Se trataba pues de un empeño totalmente
subjetivo que seleccionaría solo algunos
textos entre tantos. Sin embargo, pronto me topé con la necesidad interior de
un ejercicio de diálogo más profundo, abriéndome enteramente a ti, incluso
redescubriendo diversas enseñanzas tuyas que quizás había pasado un poco por
alto. Y realmente no dejo de sorprenderme al comprender la lógica de tu
razonamiento y la delicadeza con la cuál entretejes tantas temáticas, que fuera
de parecerme ya secciones o apartados distintos, las veo inmersas en un
dinamismo más abarcador.
Ahora
propondré un comentario a uno de esos pasajes que cualquiera –incluso yo- de
primera mano quisiera evitar por su dificultad aparente. Pero en mis días,
querido Apóstol, debo advertirte que estás siendo enjuiciado. No faltan quienes
desean desautorizar algunas de tus enseñanzas –sobre todo de carácter moral- ya
que les parecen incompatibles con la sensibilidad de nuestra época. Los
consejos que darás sobre la participación litúrgica de varones y mujeres se
encontrará hoy en colición directa con los diversos planteos de género y será
acusada de discriminación y machismo con certeza. Por fidelidad fraterna y
amistad, me veo obligado a presentar tu enseñanza con toda inteligencia y
corazón por mi parte. Vayamos sin más demora al texto en cuestión, el cual se
encuentra subsumido en una sección más amplia dedicada a correcciones a excesos
en las asambleas litúrgicas en Corinto.
“Sin
embargo, quiero que sepan que la cabeza de todo hombre es Cristo; y la cabeza
de la mujer es el hombre; y la cabeza de Cristo es Dios. Todo hombre que ora o
profetiza con la cabeza cubierta, afrenta a su cabeza. Y toda mujer que ora o
profetiza con la cabeza descubierta, afrenta a su cabeza; es como si estuviera
rapada. Por tanto, si una mujer no se cubre la cabeza, que se corte el pelo. Y
si es afrentoso para una mujer cortarse el pelo o raparse, ¡que se cubra! El
hombre no debe cubrirse la cabeza, pues es imagen y reflejo de Dios; pero la
mujer es reflejo del hombre.
En
efecto, no procede el hombre de la mujer, sino la mujer del hombre. Ni fue
creado el hombre por razón de la mujer, sino la mujer por razón del hombre. He
ahí por qué debe llevar la mujer sobre la cabeza una señal de sujeción por
razón de los ángeles. Por lo demás, ni la mujer sin el hombre, ni el hombre sin
la mujer, en el Señor. Porque si la mujer procede del hombre, el hombre, a su
vez, nace mediante la mujer. Y todo proviene de Dios. Juzguen por ustedes
mismos. ¿Está bien que la mujer ore a Dios con la cabeza descubierta? ¿No se
enseña la misma naturaleza que es una afrenta para el hombre la cabellera, mientras
es una gloria para la mujer la cabellera? En efecto, la cabellera le ha sido
dada a modo de velo. De todos modos, si alguien quiere discutir, no es ésa
nuestra costumbre ni la de las Iglesias de Dios.” 1 Cor 11,3-16
Supongo
que ya se pudo haber levantado polvareda. Desgranemos algunas líneas maestras.
“Sin embargo, quiero
que sepan que la cabeza de todo hombre es Cristo; y la cabeza de la mujer es el
hombre; y la cabeza de Cristo es Dios.” Aquí debemos detenernos
serenamente. ¿Qué significa esto de la cabeza? Pues de este principio se
derivarán luego los consejos prácticos. Uno podría mal entender el concepto
pues en nuestros días el “ser cabeza” o “encabezar” suele asimilarse a una cuestión
de mando o poder, la forma de designar al jefe y sugerir una cadena de
subordinación. Sin embargo el concepto semítico de “cabeza” remite más bien a
la idea de fuente, origen y procedencia. Sin duda quien es cabeza precede pero
esta precedencia no tiene por qué significar desigualdad y superioridad sino
fuente y origen de identidad.
Se
aclara al considerar la expresión acerca de que “Dios, el Padre, es la cabeza
de Cristo”. Por supuesto que San Pablo está comenzando a delinear una teología
trinitaria. No es el momento ahora de abordar este tema que supondría una
ponderación global de toda su obra y específicamente de las formulas
trinitarias que utiliza. Pero sabemos que en el desarrollo doctrinal, la
Iglesia ha afirmado y confesado solemnemente al mismo tiempo la fontalidad del
Padre de quien el Hijo procede eternamente y su cosubstancialidad. Que el Padre
preceda eternamente –no en sentido temporal sino ontológico- no supone que el
Hijo sea menor o inferior al Padre.
“La
cabeza de la mujer es el hombre” no tiene por qué leerse obligadamente en clave
de desigualdad. En el estilo propio de la lectura rabínica de aquel tiempo y
como con sentido común se desprende de una lectura literal no afectada del
relato de la creación, se podría descriptivamente decir que “la mujer procede
del hombre”. Esta precedencia o fuente de origen no implica desigualdad y nos
guste o no, así está relatado y así Dios proveyó que se consignara. Ciertamente
una lectura más ajustada del pasaje descubrirá que solo al ser dos –uno frente
al otro- se esclarece que son él y ella, varón y mujer.
“Por lo demás, ni la
mujer sin el hombre, ni el hombre sin la mujer, en el Señor. Porque si la mujer
procede del hombre, el hombre, a su vez, nace mediante la mujer. Y todo
proviene de Dios.” Esta otra aseveración deja en claro que
San Pablo no está enseñando una desigualdad en dignidad entre varón y mujer. Lo
que afirma con la fórmula ”en el Señor” y que se corresponde con el “todo
proviene de Dios” es que hay un orden que nos precede, el de la mente o razón
creadora de Dios. Este orden supone una “jerarquización por precedencia”. De
nuevo tendemos a pensar “jerarquía” en términos de poder, desde el binomio
superior-inferior o señor-súbdito, es decir en una cadena donde uno manda y el
otro obedece. Pero también se puede
entender “jerarquía” como una lógica de procedencia que intenta narrar cómo del
origen y fuente todo proviene y depende en su identidad.
Esta
dinámica de procedencia, San Pablo intenta mostrarla con el concepto “reflejo”.
Nuestra sensibilidad contemporánea se siente más cómoda afirmando que ambos,
varón y mujer en su complementariedad, son “reflejo e imagen” de Dios.
Lo
que me lleva –antes de continuar con las sentencias más polémicas-, a traer la
cuestión del “anacronismo”. Se trata de un grave error de la ciencia histórica
y consiste en introducir descontextualizados elementos de una época en otra, o
lo que es más frecuente, juzgar un período histórico con categorías del presente.
Por ejemplo, para juzgar que San Pablo puede ser “machista”, primero deberíamos
asegurarnos que un concepto como “machismo” es concebido en su época.
Evidentemente la dignidad de la mujer a la par con el varón –en su
diferenciación complementaria- es un principio supratemporal, atestiguado por
la Revelación o en otros términos un “absoluto moral”. Pero cómo cada época lo
interpretó y plasmó en la relación varón-mujer en su propio contexto cultural
puede variar. Hoy algunas feministas llamarían machismo o pretensión de
superioridad a lo que en otro tiempo se consideraba galantería o
caballerosidad. Lo que hoy en día se considera un gesto de humildad y
acompañamiento del varón en las tareas domésticas en otro tiempo se consideraba
falta de autoridad o virilidad.
Dicho
esto, acometamos la aclaración en cuanto sea posible sobre la costumbre de
participar el varón en las asambleas litúrgicas con la cabeza descubierta y la mujer
al contrario. Algunas precisiones:
·
En la asamblea litúrgica, ambos varón y
mujer, pueden orar y profetizar. Por cuestión de su género uno debe cubrirse la
cabeza y otro no. No hay desigualdad en la participación sino en el modo.
·
La mentalidad paulina sugiere que el
varón en la asamblea representa al Señor, el Esposo y la mujer a la esposa, la
Iglesia. Solo de ese modo dialógico podría entenderse la idea de “sujeción” –descartada
una disparidad en dignidad-, expresando que a uno como “reflejo del Señor” le
toca preceder fontalmente y al otro recibir y responder configurando lo mutuo.
·
En cuanto a por qué la cabellera puede
ser afrenta para uno y no para otro género o la introducción de la “sujeción por
razón de los ángeles”, el sentido permanece incierto. Se han propuesto variadas
hipótesis, desde cánones estéticos acerca de la cabellera recogida en peinado
de la mujer como signo cultural de honestidad y belleza hasta la cabellera
suelta de la mujer como signo de desenfreno en los cultos paganos. Y también
sobre la participación de los ángeles en la liturgia guardando en el culto el
orden jerárquico de precedencia hasta la intromisión de los demonios. Por lo
pronto no parece relevante la incertidumbre acerca del sentido de estos
términos para afectar substancialmente a la interpretación.
·
Ciertamente destaca el deseo de San
Pablo de poner orden en las asambleas litúrgicas. Por un lado, debido a la
introducción de costumbres o excesos que desvirtúan el sentido del culto; por
otro, dada la necesidad de distinguirse la asamblea cristiana y no ser
confundida con las prácticas religiosas paganas y finalmente quizás, para
guardar una cierta conducta externa que no escandalice o provoque malas
interpretaciones, generando el rechazo.
·
Por último diría que es importante
delimitar el nivel que el Apóstol adjudica a su intervención. No se trata de “un
mandato recibido del Señor”, ni de un consejo Apostólico en virtud “de la
asistencia del Espíritu Santo”, sino de costumbres comunitarias que se han ido
asentando en la Iglesia primitiva.
Quisiera
terminar esta lectura invitándonos a todos a encontrarnos siempre serena y
respetuosamente con la Palabra de Dios, sin prejuicios que sesguen nuestra
mirada, implorando a Dios que nos auxilie con esa sabiduría que permite discernir
lo que es esencial y profundo de lo que es más superficial y periférico,
pudiendo reconocer a qué debemos adherir indefectiblemente pues viene del Señor
y en todo caso ubicar en su justo nivel las costumbres y experiencias
personales y comunitarias en las cuales la fe se contiene y expresa pero que
tal vez no deban permanecer inmutables. Ya lo hemos hablado al distinguir entre
Tradición y tradiciones. Sobre todo que nos de una inteligencia humilde y un
corazón simple, que no busque revolver lo que parece oscuro de modo imprudente
y que sepa acoger con sencillez cuanto nos es dado recibir del Espíritu.
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