PARTICIPACIÓN
DIGNA EN LA CENA DEL SEÑOR
“Y al dar estas disposiciones, no los alabo,
porque sus reuniones son más para mal que para bien. Pues, ante todo, oigo que,
al reunirse en la asamblea, hay entre ustedes divisiones, y lo creo en parte. Desde
luego, tiene que haber entre ustedes también disensiones, para que se ponga de
manifiesto quiénes son de probada virtud entre ustedes. Cuando se reúnen, pues,
en común, eso ya no es comer la Cena del Señor; porque cada uno come primero su
propia cena, y mientras uno pasa hambre, otro se embriaga. ¿No tienen casas
para comer y beber? ¿O es que desprecian a la Iglesia de Dios y avergüenzan a
los que no tienen? ¿Qué voy a decirles? ¿Alabarlos? ¡En eso no los alabo!” 1
Cor 11,17-22
Como ya habíamos
anticipado, queridísimo Apóstol de Dios, esta sección de tu carta se dirige a
realizar correcciones y dar orientaciones para las asambleas litúrgicas.
Seguramente no pocos de nuestros lectores se sorprenderán, pues les impactará
que aquellas Eucaristías aparezcan como muy entremezcladas con verdaderas cenas
o banquetes fraternos. Pues entonces hagamos un alto para un primer
acercamiento.
Las
religiones de la antigüedad solían practicar verdaderas comidas sacrificiales
de comunión con la divinidad. Muchas veces vinculadas al ofrecimiento de
primicias de la cosecha o para invocar con sacrificios de animales protección y
fecundidad para el futuro. También las realizaban en otras circunstancias
presentes, ya sean festivas o trágicas. Y en el Antiguo Testamento vemos como
Israel ritualiza este tipo de acciones de comunión con Dios a través de comidas
sacrificiales o de ofrenda. La más famosa y central, sin duda, es la Pascua.
Cuando
en la Última Cena el Señor Jesús instituye la Eucaristía, el contexto es la
cena pascual judía. Era una verdadera cena, solo que con alimentos especialmente
preparados para ella y con una serie de oraciones, bendiciones y hasta diálogos
rituales, a los cuales se añadían algunos gestos significativos. Cristo toma
algunos gestos de ese formato (la fracción del pan y la circulación de la copa)
mientras celebraban el rito judío y los resignifica de un modo superador y
definitivo: ya ha pasado el antiguo sacrificio del cordero pascual que evoca la
salida de Egipto, ahora el Cordero Pascual es el Hijo de Dios que se ofrece en
la Cruz por nuestra redención y la Cena será el memorial de su Sacrificio por
nosotros.
Sin
querer escandalizar a nadie, no es fácil reproducir con exactitud cómo era el
rito celebrativo de las primeras Eucaristías de la Iglesia primitiva. Además de
los aportes neotestamentarios, desde fines del siglo I tenemos otras fuentes y
testigos que transmiten datos acerca de oraciones y vestigios de antiquísimas plegarias
de consagración, tradiciones litúrgicas y normativas rituales, que van apareciendo
y evolucionando en una creciente dirección sacral. Hasta que claramente en el
siglo IV, al salir de la clandestinidad y finalizar el período de
persecuciones, la Cena del Señor se independiza de los banquetes y ágapes
fraternos, al ser celebrada habitualmente en contextos más sacralizados como las
basílicas y templos. Sin embargo se mantiene la “disciplina del arcano” que no
permite la participación a quienes no han sido aún bautizados e iniciados en
los Misterios.
Nos
damos cuenta pues, que aquellas asambleas litúrgicas en Corinto resultaban de
una continuidad con las comidas rituales de comunión conocidas en diversos cultos
y de una inmensa novedad: la Cena del Señor que se introducía en el contexto de
los banquetes fraternos. Muchas más precisiones no podemos hacer con certeza.
A
San Pablo han llegado noticias de diversas dificultades. Algunas tienen que ver
con excesos como las borracheras de algunos y la gula desenfrenada de otros.
Otras, con la injusticia y la falta de virtud: hay quienes comen lo propio sin
compartir con los hermanos, y su voracidad y egoísmo no les permite registrar que
los más pobres de la comunidad en esos banquetes pasan hambre. Incluso tal vez
se refiera a ciertas distinciones que se hacían, ya que en las casas los
señores o amos no comían en el mismo recinto que los servidores y esclavos.
¿Cómo pretender celebrar un banquete de comunión con el Señor a la vez que esa
comunión no se establece también con todos los hermanos?
“¿No tienen casas para
comer y beber? ¿O es que desprecian a la Iglesia de Dios?” Esta
expresión parece invitar a reconocer el carácter sagrado de las asambleas
litúrgicas. La Cena del Señor no es una comilona o fiesta mundana.
Una
advertencia que hace el Apóstol llega hasta nuestos días con lamentable
vigencia: cuando los cristianos se reúnen existen divisiones y disensiones
entre ellos. Y comenta que de ello deben comprender que no todos se acercan y
participan virtuosamente o con la misma maduración de fe y caridad.
Nuestras
Misas actuales, ya totalmente separadas del banquete fraterno, sin embargo
siguen expresando faltas de comunión. Que aquel no le da la paz ni saluda a este otro, que el de allá se pasa mirando y
criticando a todos los servidores que desempeñan algún ministerio en la celebración
y que los de más acá apenas salen de la Eucaristía se quedan parloteando en el
atrio sobre temas totalmente ajenos y distantes o simplemente murmurando contra
sus hermanos. Y ustedes podrán elencar seguramente incontables ejemplos.
Es
que a la Cena del Señor entramos todos con nuestros pecados pero con demasiada
frecuencia salimos permaneciendo en ellos. ¿Cómo entrar en comunión con Dios
sin purificarnos y convertirnos para vivir en la caridad fraterna?
“Porque
yo recibí del Señor lo que les he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en
que fue entregado, tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: «Este
es mi cuerpo que se da por ustedes; hagan esto en recuerdo mío.» Asimismo
también la copa después de cenar diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza en mi
sangre. Cuantas veces la beban, háganlo en recuerdo mío.» Pues cada vez que
comen este pan y beben esta copa, anuncian la muerte del Señor, hasta que
venga.” 1 Cor 11,23-26
San
Pablo junto a San Lucas, San Mateo y San Marcos es testigo apostólico de la
tradición central de nuestra fe católica: la Pascua del Señor, por la que somos
salvados entrando en Alianza con Dios, y es celebrada según su mandato por la
Iglesia en cada Cena del Señor. Así el mismo Jesucristo sigue presente entre los
suyos hasta su segunda venida en gloria en el sacramento del altar.
“Por
tanto, quien coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será reo del
Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma así el pan
y beba de la copa. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe
su propio castigo. Por eso hay entre ustedes muchos enfermos y muchos débiles,
y mueren no pocos.” 1 Cor 11,27-30
Frente
a la inmensidad del Misterio celebrado y de la Gracia comunicada resuena la
advertencia: sean concientes de lo que viven y realizan en cada Eucaristía. Sin
duda es referencia inmediata a las divisiones, excesos y conductas poco
virtuosas que rompen la caridad fraterna de las que hemos hablado. Pero se
extiende la cuestión más allá: ¿qué significa comer el Cuerpo del Señor
indignamente?, ¿qué disposiciones son necesarias? Hay que examinarse y
discernir para no comer y beber el propio castigo.
“Si
nos juzgásemos a nosotros mismos, no seríamos castigados. Mas, al ser
castigados, somos corregidos por el Señor, para que no seamos condenados con el
mundo. Así pues, hermanos míos, cuando se reunan para la Cena, espérense los
unos a los otros. Si alguno tiene hambre, que coma en su casa, a fin de que no se
reúnan para castigo suyo. Lo demás lo dispondré cuando vaya.” 1 Cor 11,31-34
A
lo largo de los siglos, la Iglesia ha discernido las disposiciones necesarias y
ha establecido una disciplina de los sacramentos, tanto de su celebración como
de su recepción. Penosamente en nuestros días no solo las Misas se van vaciando
de participantes, sino que también se han ido banalizando y no faltan quienes
incumplen o violentan la disciplina eclesial o simplemente la desautorizan.
¿Estamos hoy comiendo el Cuerpo y bebiendo la Sangre del Señor con superficial
conciencia y escaso discernimiento?

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