DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 60

 




EL MISTERIO DE LA COMUNIÓN ECLESIAL (I)

 

Nos hallamos, augusto San Pablo, frente a una de tus grandes elaboraciones teológicas. La vida eclesial de la comunidad de Corinto es rica, pujante y diversa, incluso tiene rasgos extraordinarios, pero también se halla por ello en peligro de tensiones que provoquen rupturas, desorden y desviaciones.

Un par de fenómenos carismáticos referidos a la palabra resaltan en tu consideración: esa palabra en el Espíritu que es una plegaria dirigida a Dios, denominada como “don de lenguas”, y aquella otra palabra que inspirada por el Espíritu se dirige a los hombres, “la profecía”. Si antes, arrastrados hacia los ídolos mudos se hallaban incapaces de conectar con la Palabra de Dios, ahora por la fe en Jesucristo han escuchado y pueden expresar la Palabra de Dios, pero deben aún aprender a hacerlo rectamente en el Espíritu. Obviamente la Caridad será la clave pedagógica de todo el planteo.

Así en los capítulos 12-14 abordarás la temática de la unidad eclesial y de la diversidad de carismas en un mismo Espíritu. Intentaremos acompañarte en tu proceso de predicación con hondura contemplativa pues nos anunciarás el gran misterio de la Iglesia.

 

“Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo; diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo; diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios que obra en todos. A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común. Porque a uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe, en el mismo Espíritu; a otro, carismas de curaciones, en el único Espíritu; a otro, poder de milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversidad de lenguas; a otro, don de interpretarlas. Pero todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad.” 1 Cor 12,4-11

 

“El Espíritu es el mismo, el Señor es el mismo, es el mismo Dios”. Y todo es manifestación y obra de un “mismo y único Espíritu”. Con mirada simple comprendemos que la misma Iglesia es un misterio fruto de la manifestación y obra del Espíritu Santo. Pentecostés no debe ser reducido a un momento puntual en la historia, por lo contrario Pentecostés es una efusión del Espíritu -por la Pascua de Cristo- que permanece vigente en la Iglesia. Es este Don de lo Alto, Unción y Sello, que distribuye en el Cuerpo de Cristo diversidad de carismas, ministerios y operaciones. Sin embargo a cada quien se le otorga no todas sino algunas de las capacidades con las cuales nos dota el Espíritu. ¿Para qué regala sus dones a los miembros de la Iglesia? “Para provecho común”. ¿Y qué criterio de distribución utiliza? “Según su voluntad”.

De esta bella enseñanza del Apóstol emerge la imagen de una Iglesia que es obra del Espíritu, que Él mismo enriquece, organiza y anima. El Cuerpo de Cristo es vivo bajo el influjo del Espíritu Santo, por eso aquello de que el Espíritu es “como el alma de la Iglesia”.

Creo que podríamos detenernos aquí, meditar largamente y hacer oración. ¿Pues no es verdad que tantas veces nos falta esta mirada sobrenatural sobre la Iglesia? Solemos con demasiada frecuencia observarla bajo categorías exclusivamente humanas y solo la percibimos como un fenómeno político de entrecruzamiento de poderes y tendencias o una institución con estatutos, organización jerárquica y funciones. Y aunque este rostro visible de la Iglesia es real y constatable, incluso ineludible, ella es tanto más. El rostro profundo y más invisible del Cuerpo de Cristo nos deja entrever la permanente efusión del Espíritu de Dios.

Debemos detenernos y contemplar. En éstas o aquellas capacidades de los hermanos, confesaremos que hay un don del Espíritu que los regala a ellos como a nosotros y tan diversamente. Y en esta distribución de carismas comprenderemos que hay un plan que nos supera; ni construimos ni modelamos principalmente nosotros la Iglesia, sino que somos invitados a participar del misterioso diseño que el Espíritu hace posible con sus dones y sobre el cual dará ciencia a los pastores que han sido llamados a representar  en ella a Cristo Cabeza.

¿De dónde entonces, esta pretensión nuestra de meter tanta mano en la vida de la Iglesia, con orgulloso protagonismo, en lugar de secundar humildemente al Espíritu que va delante y tiene primacía? Seguramente aquí se trata de convertirnos al Espíritu Santo, sin lo cual podríamos caer en la tentación de adueñarnos del Cuerpo; o de usar carismas, ministerios y operaciones para el propio provecho; en fin, de obstaculizar la comunión en armonía de dones diversos que el Paráclito intenta. ¿Se imaginan una competencia y enfrentamiento de dones contra dones, de carismas contra carismas y de ministerios contra ministerios? Lamentablemente no solo la imaginamos sino que la reconocemos como una triste realidad que a veces nos aflige y amarga la vida eclesial.

Mis hermanos, el Señor Jesús nos advirtió que hay un pecado imperdonable, el pecado contra el Espíritu Santo. Ríos de tinta han corrido para intentar identificar este pecado. No sé si hay que ir más allá de lo que Cristo quiso revelar. En todo caso me inclino a suponer por el contexto de aquella cita bíblica y a otros elementos de cristología y pneumatología neotestamentaria, que podría tratarse de no reconocer a Cristo, Hijo y Salvador, a quien llamamos Mesías es decir Ungido, portador y comunicador con el Padre del Espíritu santificador, del cual se manifiesta en el Bautismo que está rebosante de su compañía y acción.

En una suerte de analogía diría, que de algún modo se participa de aquel pecado sin perdón contra el Espíritu cuando se niega, mal utiliza o impide la presencia y operación del Don de Dios que viene de lo alto, Sello y Unción, en la Iglesia que es el Cuerpo de la Cabeza, Jesucristo Señor.

Contemplemos todos maravillados este rostro no tan conocido de la Iglesia: ella es el fruto de un permanente y renovado Pentecostés. E imploremos a la Virgen María, llena de Gracia y siempre disponible y dócil al Espíritu, tipo y modelo de la Iglesia, que interceda para que el Espíritu también nos cubra con su sombra y poder desde lo alto y nos configure y una a Cristo, el Señor. Pues nada es imposible para Dios.

 

 

 

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