SI
NO TENGO CARIDAD… NADA SOY, NADA APROVECHA
Ya
anticipamos augusto San Pablo, que el misterio de la comunión de la Iglesia
solo puede realizarse en, por y para el amor. En el exquisito desarrollo que
sigue nos has presentado una de las páginas más bellas del Nuevo Testamento.
“Aunque
hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy
como bronce que suena o címbalo que retiñe. Aunque tuviera el don de profecía,
y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud de
fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy. Aunque
repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo
caridad, nada me aprovecha. La caridad es paciente, es servicial; la caridad no
es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su
interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia;
se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo
soporta.” 1 Cor 13,1-7
Verdaderamente
no hay mucho por interpretar. Todo don o carisma, por excelente y encumbrado
que parezca, no tiene substancia sin amor, sin caridad carece como de su alma,
se vacía de sentido a tal punto que no aprovecha sino que estorba, introduce
ruido y disturba. Como ya dijimos, lo que Dios dio para el bien de todos, mal
ejercitado genera superposiciones, competencias, roces, tironeos, exhibicionismo,
luchas por el protagonismo y la centralidad, un sinfín de males.
Al
describir entonces las virtudes de una caridad que ejercita los carismas en bien
de todo el cuerpo eclesial, nos señalas un horizonte claro de crecimiento como
pautas muy concretas para revisar nuestras actitudes.
“La caridad es
paciente.” Por tanto, el don que administro y el
lugar que ocupo en la Iglesia, debo vivirlos como un proceso que requiere
tiempo. Si me apuro o me retraso malograré la intervención. Amar significa
acompasarme al ritmo de Dios, unirme al ritmo de paso que propone el Espíritu.
Y ante todo darme cuenta que debo respetar el proceso de todos los miembros del
Cuerpo. Ser paciente es dejar que el Señor conduzca, esperar a Dios, dejar que
Él tenga la iniciativa y secundarlo.
“La caridad es
servicial”. ¡Y qué mejor imagen podemos traer que la
de Cristo abajándose para lavar los pies a sus discípulos! El carisma que he
recibido debe arrodillarse frente al prójimo y frente a toda la comunidad. Un
carisma ejercido humildemente tiene la suavidad y la eficacia del amor.
“La caridad no es
envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés.” Lo
expresaría así: “el amor hace morir al yo”. Un don que Dios ha dado debe ser
vivido según la Pascua del Señor porque de ella ha brotado. Son dones de la
Pascua los que tengo entre mis manos. ¿Cómo pretendo hacer uso de ellos sin la
Cruz? No me han sido ofrecidos para que me eleve sobre los demás, ni para
competir con nadie, ni para pretender que todos pongan sus ojos en mí. Me han
sido regalados para que haga donación y ofrenda de mi persona, uniéndome a
Jesús en su Sacrificio de Amor. Si los dones del amor no me llevan a amar,
simplemente se corrompen. Es verdad que a veces estoy herido y me veo tan pobre
y tan poco estimado que quisiera poner en la vidriera los carismas personales
para ser reconocido. Pero no, si los uso estando enfermo será enfermo mi ejercicio
y enfermará por ello al Cuerpo. Primero deja que el Señor te sane y ordene,
luego con libertad bien intencionada despliega los carismas –que en verdad son
Suyos- según su plan y no el tuyo.
“La caridad no se irrita; no toma en cuenta el
mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad.” El
amor obra el bien en la verdad. Cuando me irrito y ando masticando rencor, es
que me he puesto por encima de mi hermano y me he sentido lesionado en algo, he
visto amenazada mi posición. No soy pobre ni estoy entregado. Me he vuelto
sobre mí mismo y me he ubicado en el centro y en lo alto. Es mi falsa
omnipotencia herida la que habla por mi enojo.
Y
cuando me alegro del mal que sufre otro, es que he puesto a mi hermano por
debajo y miro placenteramente que sea inferior a mí, que la vida a él lo
degrade y a mí me exalte me resulta ordenado y normal. Nunca he estado pues tan
lejos de la Cruz y del Amor.
Lamentablemente
a veces disponemos de los dones y carismas de Dios en modo prepotente. Más que
ofrecerlos, los imponemos. Si al ejercitarlos no somos recibidos y honrados nos
sentimos defraudados y ofendidos. Esa caricia del Espíritu que es un carisma,
se ha transformado en mis manos atrofiadas en un arma para competir,
distinguirme y vanagloriarme. Lo que fue dado para unir, se vuelve un elemento
de división y contraposición. Lo que fue ofrecido para armonizar según el
Espíritu, se ha desvirtuado en un factor de disgregación y desencuentro. Si los
dones y carismas traen tristeza probablemente habrán sido contaminados de un
mal espíritu.
La
alegría del amor que se goza al ejercitar los dones y carismas de Dios es ésta:
el amor se alegra cuando realiza el bien en la verdad.
“La caridad todo lo
excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta.” ¡Que
fiesta sería la Iglesia peregrina si lo que hemos recibido del Espíritu Santo
realmente nos impulsara a excusar, creer, esperar y soportar. Entonces reinaría
el Crucificado victorioso entre nosotros. Ese traspasado del cual brota como
de una fuente la corriente inagotable del Espíritu.
“La
caridad no acaba nunca. Desaparecerán las profecías. Cesarán las lenguas.
Desaparecerá la ciencia. Porque parcial es nuestra ciencia y parcial nuestra
profecía. Cuando venga lo perfecto, desaparecerá lo parcial. Cuando yo era
niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño. Al hacerme
hombre, dejé todas las cosas de niño. Ahora vemos en un espejo, en enigma.
Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré
como soy conocido. Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas
tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad.” 1 Cor 13,8-13
Cuando
aún somos inmaduros vivimos los dones y carismas de Dios como si fueran
nuestros y en lugar de ponerlos al servicio del bien común los utilizamos para
el propio interés. Nuestra inmadurez consiste en no poder salir del amor propio.
Nos estamos buscando a nosotros mismos; no al hermano, no a Dios. No hemos
podido atravesar las fronteras del yo. ¿A qué “nosotros” entonces podremos
aspirar?
Llegada
la hora de la madurez pasaremos por la Cruz. Solo al morir a nosotros mismos
por amor podremos ser Iglesia. La entrega de la vida en el seguimiento del Señor
es la clave indiscutible para vivir rectamente en el Espíritu.
Afirmamos
que el amor no pasará jamás. Dios es Amor. Los dones y carismas con los que
hemos sido adornados provienen de su Amor y son para amar. Son gracia. Gratuitamente
nos han sido concedidos. Apenas los toque el interés se volverán un obstáculo.
Mientras los sigamos recibiendo y ofreciendo humildemente serán una escalera
para alcanzar el Amor que es comunión; comunión con el Misterio del Dios
Amor en el misterio de la Iglesia llamada a participar de su Comunión.

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