DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 62

 


SI NO TENGO CARIDAD… NADA SOY, NADA APROVECHA

 

 

Ya anticipamos augusto San Pablo, que el misterio de la comunión de la Iglesia solo puede realizarse en, por y para el amor. En el exquisito desarrollo que sigue nos has presentado una de las páginas más bellas del Nuevo Testamento.

 

“Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Aunque tuviera el don de profecía, y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy. Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha. La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta.” 1 Cor 13,1-7 

 

Verdaderamente no hay mucho por interpretar. Todo don o carisma, por excelente y encumbrado que parezca, no tiene substancia sin amor, sin caridad carece como de su alma, se vacía de sentido a tal punto que no aprovecha sino que estorba, introduce ruido y disturba. Como ya dijimos, lo que Dios dio para el bien de todos, mal ejercitado genera superposiciones, competencias, roces, tironeos, exhibicionismo, luchas por el protagonismo y la centralidad, un sinfín de males.

Al describir entonces las virtudes de una caridad que ejercita los carismas en bien de todo el cuerpo eclesial, nos señalas un horizonte claro de crecimiento como pautas muy concretas para revisar nuestras actitudes.

“La caridad es paciente.” Por tanto, el don que administro y el lugar que ocupo en la Iglesia, debo vivirlos como un proceso que requiere tiempo. Si me apuro o me retraso malograré la intervención. Amar significa acompasarme al ritmo de Dios, unirme al ritmo de paso que propone el Espíritu. Y ante todo darme cuenta que debo respetar el proceso de todos los miembros del Cuerpo. Ser paciente es dejar que el Señor conduzca, esperar a Dios, dejar que Él tenga la iniciativa y secundarlo.

“La caridad es servicial”. ¡Y qué mejor imagen podemos traer que la de Cristo abajándose para lavar los pies a sus discípulos! El carisma que he recibido debe arrodillarse frente al prójimo y frente a toda la comunidad. Un carisma ejercido humildemente tiene la suavidad y la eficacia del amor.

“La caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés.” Lo expresaría así: “el amor hace morir al yo”. Un don que Dios ha dado debe ser vivido según la Pascua del Señor porque de ella ha brotado. Son dones de la Pascua los que tengo entre mis manos. ¿Cómo pretendo hacer uso de ellos sin la Cruz? No me han sido ofrecidos para que me eleve sobre los demás, ni para competir con nadie, ni para pretender que todos pongan sus ojos en mí. Me han sido regalados para que haga donación y ofrenda de mi persona, uniéndome a Jesús en su Sacrificio de Amor. Si los dones del amor no me llevan a amar, simplemente se corrompen. Es verdad que a veces estoy herido y me veo tan pobre y tan poco estimado que quisiera poner en la vidriera los carismas personales para ser reconocido. Pero no, si los uso estando enfermo será enfermo mi ejercicio y enfermará por ello al Cuerpo. Primero deja que el Señor te sane y ordene, luego con libertad bien intencionada despliega los carismas –que en verdad son Suyos- según su plan y no el tuyo.

 “La caridad no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad.” El amor obra el bien en la verdad. Cuando me irrito y ando masticando rencor, es que me he puesto por encima de mi hermano y me he sentido lesionado en algo, he visto amenazada mi posición. No soy pobre ni estoy entregado. Me he vuelto sobre mí mismo y me he ubicado en el centro y en lo alto. Es mi falsa omnipotencia herida la que habla por mi enojo.

Y cuando me alegro del mal que sufre otro, es que he puesto a mi hermano por debajo y miro placenteramente que sea inferior a mí, que la vida a él lo degrade y a mí me exalte me resulta ordenado y normal. Nunca he estado pues tan lejos de la Cruz y del Amor.

Lamentablemente a veces disponemos de los dones y carismas de Dios en modo prepotente. Más que ofrecerlos, los imponemos. Si al ejercitarlos no somos recibidos y honrados nos sentimos defraudados y ofendidos. Esa caricia del Espíritu que es un carisma, se ha transformado en mis manos atrofiadas en un arma para competir, distinguirme y vanagloriarme. Lo que fue dado para unir, se vuelve un elemento de división y contraposición. Lo que fue ofrecido para armonizar según el Espíritu, se ha desvirtuado en un factor de disgregación y desencuentro. Si los dones y carismas traen tristeza probablemente habrán sido contaminados de un mal espíritu.

La alegría del amor que se goza al ejercitar los dones y carismas de Dios es ésta: el amor se alegra cuando realiza el bien en la verdad.

“La caridad todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta.” ¡Que fiesta sería la Iglesia peregrina si lo que hemos recibido del Espíritu Santo realmente nos impulsara a excusar, creer, esperar y soportar. Entonces reinaría el Crucificado victorioso entre nosotros. Ese traspasado del cual brota como de una fuente la corriente inagotable del Espíritu.

 

“La caridad no acaba nunca. Desaparecerán las profecías. Cesarán las lenguas. Desaparecerá la ciencia. Porque parcial es nuestra ciencia y parcial nuestra profecía. Cuando venga lo perfecto, desaparecerá lo parcial. Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño. Al hacerme hombre, dejé todas las cosas de niño. Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy conocido. Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad.” 1 Cor 13,8-13

 

Cuando aún somos inmaduros vivimos los dones y carismas de Dios como si fueran nuestros y en lugar de ponerlos al servicio del bien común los utilizamos para el propio interés. Nuestra inmadurez consiste en no poder salir del amor propio. Nos estamos buscando a nosotros mismos; no al hermano, no a Dios. No hemos podido atravesar las fronteras del yo. ¿A qué “nosotros” entonces podremos aspirar?

Llegada la hora de la madurez pasaremos por la Cruz. Solo al morir a nosotros mismos por amor podremos ser Iglesia. La entrega de la vida en el seguimiento del Señor es la clave indiscutible para vivir rectamente en el Espíritu.

Afirmamos que el amor no pasará jamás. Dios es Amor. Los dones y carismas con los que hemos sido adornados provienen de su Amor y son para amar. Son gracia. Gratuitamente nos han sido concedidos. Apenas los toque el interés se volverán un obstáculo. Mientras los sigamos recibiendo y ofreciendo humildemente serán una escalera para alcanzar el Amor que es comunión; comunión con el Misterio del Dios Amor en el misterio de la Iglesia llamada a participar de su Comunión.

 

 

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EVANGELIO DE FUEGO 5 de Diciembre de 2025