Escritos espirituales y florecillas de oración personal. Contemplaciones teologales tanto bíblicas como sobre la actualidad eclesial.
DIÁLOGO VIVO CON SAN JUAN DE LA CRUZ 46
CONVERSACIONES SUBIENDO AL MONTE 46
LOS PREDICADORES
“La
segunda manera de bienes distintos sabrosos en que vanamente se puede gozar la
voluntad, son los que provocan o persuaden a servir a Dios, que llamamos
provocativos. Estos son los predicadores.” (SMC L3, Cap. 45,1)
“El predicador, para aprovechar al pueblo y no
embarazarse a sí mismo con vano gozo y presunción, conviénele advertir que
aquel ejercicio más es espiritual que vocal; porque, aunque se ejercita con
palabras de fuera, su fuerza y eficacia no la tiene sino del espíritu interior.”
(SMC L3, Cap. 45,2)
Querido Doctor
Místico, son pocos los que verdaderamente advierten que lo importante sucede en
lo invisible, inaudible, intangible, es decir en resumen, más allá de cuanto
puede ser registrable por los sentidos corporales. El interior, la profundidad
escondida, el corazón, el alma, el misterio. Porque Dios obra en lo secreto y
en lo que florece se manifiesta su toque discreto, su paso humilde, su acción
inadvertida.
“Y para
que la doctrina pegue su fuerza, dos disposiciones ha de haber: una del que
predica y otra del que oye.” (SMC L3, Cap. 45,3)
Para juzgar pues la
eficacia en gracia de una predicación no tendremos casi forma inmediata de
hacerlo y menos debemos valorarla por los efectos exteriores cuantificables.
Por ser breve no es mejor ni por extensa más elocuente o erudita y ambas pueden
ser igualmente vacías o llenas de sentido. Si al concluir brota un estruendoso
aplauso no sabremos si se trata tan solo de un efímero fervor causado por
cuestiones estéticas y simpatías carismáticas o realmente ha dado en el núcleo
de la cuestión de todos. Y si se cierra dejando al auditorio en silencio no
podremos concluir con exactitud si se han aburrido y no han comprendido casi
nada o si han sido presa de inquietudes y cuestionamientos que seguirán
procesando o si han tocado el Misterio conducidos a las orillas de la contemplación.
Ciertamente los
predicadores por gracia y oficio suelen intuir el proceso mientras lo viven
pero su discernimiento también dependerá de su fineza de espíritu y maduración
interior. No pocas veces son sorprendidos por comentarios adversos o elogiosos
que les resultan tan desproporcionados como imprevisibles.
Es que la predicación
es mucho más que un orador y un oyente. Supone capacidades y disposiciones. Y
por supuesto es el Espíritu Santo quien predica al predicador y le mueve como
su instrumento y quien unge a la asamblea y a cada discípulo para que escuche
la voz de Dios. Pero también el predicador y el pueblo pueden estar mal
dispuestos, escasamente preparados o faltarles capacidad para expresar o
recibir.
Eres sacerdote y
predicas la homilía frente a unas varias decenas de personas… ¿qué sabes? Sabes
si lo haces en el Espíritu o no si te examinas y conoces sinceramente y eres
apto para registrar en ti mismo los movimientos de la Gracia. Quizás también
intuyes en general si hay receptividad, si el clima espiritual es benéfico o si
por lo contrario cansas y molestas. ¿Debes pues guiarte por qué reglas? Solo
por una: decir lo que crees que Dios quiere decir sin importarte demasiado las
repercusiones inmediatas. Intentarás no hablar lo que tu Señor no te invita a
proferir y no callar cuanto tu Señor te empuja a profetizar. Eres un
instrumento y no es tuya la obra.
“Cuanto
el predicador es de mejor vida, mayor es el fruto que hace por bajo que sea su
estilo, y poca su retórica, y su doctrina común, porque del espíritu vivo se
pega el calor.
Porque,
aunque es verdad que el buen estilo y acciones y subida doctrina y buen
lenguaje mueven y hacen efecto acompañado de buen espíritu; pero sin él, aunque
da sabor y gusto el sermón al sentido y al entendimiento, muy poco o nada de
jugo pega a la voluntad.” (SMC L3, Cap. 45,4)
“De la abundancia o
escasez del corazón habla la boca”, podríamos decir. Hay una realidad que se
percibe más allá de la palabra exterior: la ejemplaridad, lo que está
verdaderamente vivo, la santidad. Y se nota tarde o temprano si el predicador
anuncia lo que no vive y exige aquello a lo que no está dispuesto. No es la
letra sino el Espíritu el que da vida. Un mensaje formalmente correcto y
oportuno elaborado con el mejor estilo no podrá a la larga sino pasar por
desabrido pues no tiene sustancia mística. Gustará tal vez a los oídos, pondrá
enseñanzas en la inteligencia pero no pasará más allá de las emociones
pasajeras. Para que toque la voluntad debe haber fuego del Espíritu Santo que
encienda en la persona el anhelo de la transformación de su vida por la Gracia
de su Señor. “Porque del espíritu vivo se pega el calor”. Por tanto lo más
óptimo será la confluencia de un predicador con espíritu vivo y un oyente con
ese mismo espíritu. Disposiciones interiores que serán fruto tanto de una
preparación inmediata como de una sostenida preparación mediata, es decir, una
vida espiritual metódica y seria. Ese será nuestro aporte. Lo demás es obra
misteriosa de la gratuidad del Espíritu.
“No
hace mucho fruto aquella presa que hace el sentido en el gusto de la tal
doctrina, impide que no pase al espíritu, quedándose sólo en estimación del
modo y accidentes con que va dicha, alabando al predicador en esto o aquello y
por esto siguiéndole, más que por la enmienda que de ahí saca.” (SMC L3, Cap.
45,5)
Adherirse a un
predicador no significa siempre adherirse al Evangelio. Sentirse reconfortado
por una predicación no determina que se haya proclamado la Verdad. La mejor
disposición será siempre querer escuchar la voz de Dios que nos invita a la
Alianza, que promueve y sostiene el proceso de conversión, que nos hace madurar
en santidad. No por nada el ministro ordenado tras proclamar el Evangelio besa
el libro y ora en secreto: “Las palabras del Santo Evangelio borren nuestros
pecados”. Ese ministro al que le fue confiada la Sagrada Escritura en estos
términos: “Cree lo que lees, enseña lo que crees, vive lo que enseñas.” Así
bien dispuesto a la propia conversión personal, el predicador encara a sus
oyentes para arrancarlos de las manos de Satanás y devolverlos a Dios, para
llamarlos a la conversión y animarlos a sellar Alianza, para curar sus heridas
y alentarlos con el consuelo de la Gracia y para alimentarlos con el Pan de esa
Palabra Santa que no es suya y que le reclama ser su fiel y humilde servidor.
¿Su predicación
en nombre del Señor Jesús será aceptada o rechazada, oída o desoída, valorada o
desestimada? El predicador honesto, que no se busca a sí mismo intentando
cosechar adhesiones personales, elogios y aplausos, sino solo permanecer fiel
en el servicio de anunciar el Evangelio, sabe que de algún modo está en la
Cruz. En esperanza confía que el Espíritu Santo le haya preparado un pueblo
bien dispuesto y que la semilla que el predicador plante, Dios con su Sabiduría
la haga crecer en el tiempo de su Providencia. Permanecerá pues luego en la
oración que otea en lo escondido de los corazones la acción del Dios Invisible.
Pero mi
queridísimo Fray Juan, ahora mismo llegamos al final de este trecho de camino. Esperemos
que este diálogo vivo haya sido fecundo en Espíritu para quienes lo hayan
seguido. Me quedo claro aguardando un pronto reencuentro con nuevos y luminosos
diálogos de amor enamorado. Que las bendiciones de la Santísima Trinidad, el
único Dios verdadero, lleguen a todos y les alcance la Unión a la que
santamente aspiran.
DIÁLOGO VIVO CON SAN JUAN DE LA CRUZ 45
CONVERSACIONES SUBIENDO AL MONTE 45
PEDAGOGÍA ESPIRITUAL PARA INICIADOS
“Para encaminar a Dios el espíritu en este
género, conviene advertir que a los principiantes bien se les permite y aun les
conviene tener algún gusto y jugo sensible acerca de las imágenes, oratorios y
otras cosas devotas visibles, por cuanto aún no tienen destetado y desarrimado
el paladar de las cosas del siglo, porque con este gusto dejen el otro.
Pero
para ir adelante también se ha de desnudar el espiritual de todos esos gustos y
apetitos en que la voluntad puede gozarse.
Porque
el puro espíritu muy poco se ata a nada de esos objetos, sino sólo en
recogimiento interior y trato mental con Dios; que, aunque se aprovecha de las
imágenes y oratorios, es muy de paso, y luego para su espíritu en Dios,
olvidado de todo lo sensible.” (SMC L3, Cap. 39,1)
Estimadísimo padre y
hermano Fray Juan de la Cruz, ya al final de esta obra de la Subida al Monte
–que cierra abruptamente como inconclusa- nos regalas bellas páginas acerca del
proceso espiritual retrotrayéndonos al comienzo del camino.
Aunque a muchos
disguste la clásica clasificación –iniciados, adelantados y perfectos-,
haciendo uso de humildad es totalmente sano intentar ubicarnos en las etapas
del camino. Los principiantes en la vida espiritual aún requieren mucho de lo
sensible y pasar de lo sensitivo mundano a lo sensitivo espiritual. Y Dios
habla el lenguaje que podemos escuchar. ¿Es papilla para bebes? Lo es, pero aún
no podemos digerir más.
Ahora bien, para
poder crecer habrá que dejar atrás los gustos sensibles y ciertamente Dios va a
retirar ese estilo trayendo la aridez del desierto. Este es un punto crucial y
difícil de elaborar, más que nada en nuestros días tan emocionalistas. Grandes
son las resistencias a no poder ya saborear en la vida interior jugos sensibles.
Pero sin dar este paso no se podrá madurar el recogimiento interior y el trato
mental con Dios y toda la devoción religiosa quedará atada a lo exterior,
corpóreo y tangible sin profundidad.
Pondré un ejemplo
delicado. Personalmente favorezco cuanto puedo la Adoración Eucarística pero a
veces tengo reparos. Hay gente que me dice que no es lo mismo adorar al Señor
en el sagrario a que la puerta del tabernáculo se encuentre abierta y visible
el copón o expuesto el Santísimo Sacramento sobre el altar en la custodia.
¿Acaso Cristo está más o menos presente en todas esas circunstancias o
permanece el mismo Cristo? Evidentemente el fenómeno percibido humanamente es
distinto pero la realidad de su Presencia la misma. Y sin embargo una vez
expuesto su Cuerpo sobre el altar las personas cierran los ojos y se concentran
en su interior. ¿Entonces? ¿No debieran según su lógica previa permanecer con
los ojos abiertos y fijos en Él durante todo el tiempo de la adoración? Otros
me dicen que no tiene la misma eficacia su oración si la Eucaristía se
encuentra expuesta o reservada. ¿Es así o lo que cambia es nuestra percepción? ¿Esa
sensibilidad nuestra no depende de nuestro proceso de maduración espiritual en
la fe? Y si un día te encontrases largo tiempo imposibilitado de estar en un
oratorio, frente a una imagen religiosa o al Santísimo Sacramento, aislado en
un desierto sin nada más que silencio y soledad… ¿no podrías encontrarte con tu
Dios? ¿Acaso Él no te inhabita?
Salvando el sentido
que la Iglesia siempre le ha dado al uso devoto de las imágenes y símbolos como
a la exposición pública de la Eucaristía, lo cual no está en cuestión ni es el
tema referirnos a ello, el Señor Jesús nos invitó a rezar retirándonos a
nuestra celda, a lo secreto y escondido donde solo el Padre ve. Hay pues un
recogimiento interior por alcanzar.
“Y por
eso es bueno lugar solitario, y aun áspero, para que el espíritu sólida y
derechamente suba a Dios.” (SMC L3, Cap.
39,2)
“…desnudez
interior, que es la pobreza espiritual en negación de todas las cosas que
puedes poseer.” (SMC L3, Cap. 40,1)
Como el niño primero
conoce y entiende desde lo tangible y concreto y solo tras madurar su cognición
puede realizar operaciones de abstracción, así el orante parte de experiencias
más sensitivas y corpóreas con uso de representaciones exteriores hasta que
pueda crecer hacia una mayor interiorización. Quedarse en lo primero y no
querer dar el paso a lo segundo sería negarse a madurar. Lamentablemente a
veces en la comunidad creyente no se hallan fácilmente testimonios y alicientes
al crecimiento sino la tentación de quedarnos en un estado pueril.
“Debes,
pues, para purgar la voluntad del gozo y apetito vano en esto y enderezarlo a
Dios en tu oración, sólo mirar que tu conciencia esté pura y tu voluntad entera
en Dios, y la mente puesta de veras en él; y, como he dicho, escoger el lugar
más apartado y solitario que pudieres, y convertir todo el gozo de la voluntad
en invocar y glorificar a Dios; y de esotros gustillos del exterior no hagas
caso, antes los procures negar. Porque, si se hace el alma al sabor de la
devoción sensible, nunca atinará a pasar a la fuerza del deleite del espíritu,
que se halla en la desnudez espiritual mediante el recogimiento interior.” (SMC
L3, Cap. 40,2)
Fray Juan, no hacen
falta demasiados comentarios, eres tan claro. “Guarda tu interior para la unión
con Dios”, les diría yo. Pues al fin y
al cabo toda la oración se encamina a la comunión por el amor con su Señor como
nuestra vida al Cielo. “Permanecer enteros en Dios” será la Gloria y es la dirección
del sendero de vida en el Espíritu como su cumbre. Guardar mente y corazón para
entregarlo al Amado y Esposo sin reservas. Pero para eso es necesario “retirarse
hacia adentro, hacia lo profundo”, hacia tierras más escondidas y secretas que
los umbrales iniciales de los ejercicios piadosos con sus gustos sensibles y
prácticas externas. He notado en verdad que dar este paso provoca miedo y da
desconfianza dejar lo que se tiene seguro en la mano por los tesoros prometidos
pero aún inciertos que están por delante.
“Nunca
llegará al recogimiento interior del espíritu, que consiste en pasar de todo
eso, y hacer olvidar al alma todos esos sabores sensibles, y entrar en lo vivo
del recogimiento del alma, y adquirir las virtudes con fuerza.” (SMC L3, Cap.
41,1)
“Se les
acaba la vida en mudanzas de estados y modos de vivir; que, como sólo tienen
aquel hervor y gozo sensible acerca de las cosas espirituales, y nunca se han
hecho fuerza para llegar al recogimiento espiritual por la negación de su
voluntad y sujeción en sufrirse en desacomodamientos, todas las veces que ven
un lugar devoto a su parecer, o alguna manera de vida, o estado que cuadre con
su condición e inclinación, luego se van tras él y dejan el que tenían. Y como
se movieron por aquel gusto sensible, de aquí es que presto buscan otra cosa,
porque el gusto sensible no es constante, porque falta muy presto.” (SMC L3,
Cap. 41,2)
Lo sabemos, mi
estimado hermano y amigo, hay quienes se resisten a pagar el precio de la
desnudez desértica del silencio. Así se vuelven aficionados y adictos a “golosinas
de espíritu” como tú las llamas. Y como en este estadio inicial las experiencias
son efímeras y los gustos se desgastan rápido, se pasan su vida cristiana
saltando de gusto a gusto y de novedad en novedad para no quedarse vacíos pero
sin jamás pasar de la papilla al alimento sólido. Lo que saborean pronto se les
pone desabrido y buscan remplazarlo por otro pasajero placebo en vez de aceptar
el remedio verdadero. Sin la negación de sí para ofrecerse a Dios, sin el lenguaje
de la Cruz, jamás irán adelante. Como siempre, hay que morir para vivir.
“Los
gozos inútiles y la propiedad imperfecta que acerca de las cosas que habemos
dicho muchas personas tienen, por ventura son algo tolerables por ir ellas en
ello algo inocentemente; del grande arrimo que algunos tienen a muchas maneras
de ceremonias introducidas por gente poco ilustrada y falta en la sencillez de
la fe, es insufrible.” (SMC L3, Cap. 43,1)
Tristemente siempre
han proliferado en la Iglesia que peregrina en la historia los vendedores de
baratijas y de consuelos fáciles. Porque a la cómoda inmadurez de algunos conviene
la oferta de mediocridad de otros.
“Muchas
personas el día de hoy con devoción indiscreta usan, poniendo tanta eficacia y
fe en aquellos modos y maneras con que quieren cumplir sus devociones y
oraciones, que entienden que si un punto faltan y salen de aquellos límites, no
aprovecha ni la oirá Dios, poniendo más fiducia en aquellos modos y maneras que
en lo vivo de la oración, no sin gran desacato y agravio de Dios.” (SMC L3,
Cap. 43,2)
Y aunque parezca un
desatino debemos comprender que a veces los ejercicios piadosos pueden concluir
siendo impíos. Porque en el fondo terminan siendo una falsa seguridad idolatrada,
una negación a crecer y una cómoda superficialidad que no exige mayor
transformación interior. A los iniciados se les debe anunciar que renuncien a
los gustos fáciles y a los consuelos sensibles y que abracen firmes la pobreza
silenciosa de la Cruz. Sin desierto no hay camino que se abra hacia lo interior
y profundo donde Dios nos habita y espera para el abrazo de la comunión.
POESÍA DEL ALMA UNIDA 34
Exquisita fragancia que asciende
Tú vives en mí
Eres mi secreto tesoro
Suave aroma que impregna
Tu rastro sutil e indeleble
Todo lo unge
Es verdad que Tú eres un Dios escondido
Misterio tan alto y excelso que trasciende
Y tan humilde y condescendiente que inhabita
Maravilla de Amor
Santidad que refulge
Misericordia que eleva
Palpitas y lates en lo profundo del alma
Convocas seduces atraes y llamas
Invitas a celebrar la Unión que transforma
Oh mi Huésped silencioso sereno y amable
Mas bien mi Hospedero que me espera en el umbral
Arras de Gloria me entregas Amado y Esposo
Exhala pues tu perfume
Recuérdame siempre que Tú
Eres más interior a mí que yo mismo
DIÁLOGO VIVO CON SAN JUAN DE LA CRUZ 44
CONVERSACIONES SUBIENDO AL MONTE 44
LOS BIENES ESPIRITUALES QUE DAN GOZO A LA VOLUNTAD. IMÁGENES Y RETRATOS. Advertencias y peligros.
“Así
como las imágenes son de gran provecho para acordarse de Dios y de los santos y
mover la voluntad a devoción usando de ellas (por vía ordinaria), como
conviene, así también serán para errar mucho si, cuando acaecen cosas
sobrenaturales acerca de ellas, no supiese el alma haberse como conviene para
ir a Dios. Porque uno de los medios con que el demonio coge a las almas
incautas con facilidad y las impide el camino de la verdad del espíritu, es por
cosas sobrenaturales y extraordinarias. Porque el astuto demonio, en esos
mismos medios que tenemos para remediarnos y ayudarnos, se procura disimular para
cogernos más incautos.” (SMC L3, Cap. 37,1)
Querido Fray Juan es
de esperar que cuando se juntan una conciencia religiosa infantil y algo que le
parezca a ella sobrenatural y extraordinario, sobrevengan malas
interpretaciones. Las englobaría a todas bajo el tópico de “superstición y
magia”. Así los pueblos en estadios primitivos suelen adjudicar
sobrenaturalidad a fenómenos climáticos y cósmicos con la subsiguiente
adoración animista de la naturaleza. La
capacidad de concebir un Dios trascendente, único y eterno no es inmediatamente
disponible al desarrollo humano. De hecho los niños en su religiosidad siguen
pendientes de los elementos materiales y las realidades tangibles; solo cuando
su esquema cognitivo alcance la madurez de la abstracción podrá dar un paso de
mayor espiritualización.
En mis días se puede
vislumbrar por ejemplo, cierto retorno del paganismo bajo diversas modas
esotéricas, que hacen habitual el encuentro con personas adultas –a veces
incluso con alguna formación académica- que sostienen creencias que los dejan
rehenes de secretas fuerzas superiores y energías no ordinariamente
manejables. Ha retornado pues un tiempo de
adivinos y brujos.
Porque la fe personal
no solo requiere de la maduración del intelecto sino también de la vida
afectiva. El crecimiento humano es proporcional al paradigma religioso que se
sustenta. La espiritualidad, en tanto esa mirada englobante de la realidad
desde la contigüidad al Misterio por el enriquecimiento de la vida teologal -fe,
esperanza y caridad-, también atraviesa etapas de desarrollo.
Por eso en la llamada “religiosidad popular”
–a veces tan sobrevalorada- existen elementos de fervor religioso importantes
pero aún básicos y múltiples prácticas que denotan necesidad de purificación y
maduración de la fe. Tras el cándido fervor admirado no pocas veces se esconde
una infantil dependencia de amuletos y fetiches. En este sentido el uso religioso
de imágenes, retratos e incluso sacramentales en la devoción no están exentos
de discernimiento acerca de ciertos presupuestos mágicos y supersticiosos que
puedan persistir. No se trata en principio de una idolatría –como gustan de acusarnos
otros cristianos a los católicos- sino de una inmadurez religiosa que debe ser
orientada y acompañada para su purificación.
La fe crece y madura
entre otras cosas por una adecuada educación. La vida misma tantísimas veces,
con todas sus circunstancias –sobre todo con la experiencia de la
contradicción, del sufrimiento y del mal-, nos dará múltiples oportunidades
para pulir, profundizar y madurar la fe poniendo en crisis nuestras
interpretaciones insuficientes.
“Por
tanto, para evitar todos los daños que al alma pueden tocar en este caso, que
son: o ser impedida de volar a Dios, o usar con bajo estilo e ignorantemente de
las imágenes, o ser engañado natural o sobrenaturalmente por ellas… también
para purificar el gozo de la voluntad en ellas y enderezar por ellas el alma a
Dios, que es el intento que en el uso de ellas tiene
Querido Doctor nos
recuerdas bien que el uso en la Iglesia de las imágenes religiosas apunta a que
el alma se dirija a Dios y la persona distinga lo vivo que representan. Y justamente
aquí se debe mostrar la caridad de la Iglesia con sus fieles ayudándoles a
discernir las motivaciones que sostienen sus ejercicios piadosos y
comprometiéndose pacientemente en una auténtica formación espiritual. Siempre
será más fácil sucumbir a la tentación paternalista de bendecirlo todo, a la
verdadera paternidad de acompañar corrigiendo y exhortando a crecer.
“Se
engañan a veces harto, pensando que ya están llenos de devoción porque se
sienten tener el gusto en estas cosas santas, y, por ventura, no es más que
condición y apetito natural, que, como se ponen en otras cosas, se ponen en
aquello.” (SMC L3, Cap. 38,1)
“La propiedad
y asimiento y apetito que tú tienes en estos ornatos y atavíos exteriores, de
tal manera te engolfan el sentido, que te impiden mucho el corazón de ir a Dios
y amarle y olvidarte de todas las cosas por su amor.” (SMC L3, Cap. 38,2)
Como el niño debe
pasar de lo tangible y concreto a lo abstracto para que su paradigma cognitivo
se desarrolle, así también los cristianos desde el uso de imágenes, retratos e
incluso sacramentales debiéramos remontarnos y volar hacia las realidades
celestiales y eternas. Un proceso de creciente interiorización y
espiritualización no debiera entenderse como una evasión de la encarnación y de
la temporalidad sino como su deseable reconducción teleológica hacia el
Misterio. El Verbo de Dios se hizo hombre para que el hombre pudiese realizar
su vocación divina.
POESÍA DEL ALMA UNIDA 33
Como lirio del desierto
Como amapola de la estepa
Crece tu Reino
No nos falta
El Pan de Dios
Cada día en el camino
Tu Fidelidad invicta
Sostiene nuestra vida
En el cimiento de la Cruz
Tu Espíritu mana
Regando nuestra tierra
Y desbordando la sacia con gozo
Recortada en las tinieblas
Tu Luz crece y se expande
¡Oh cálida y alegre esperanza!
Un alma entregada a la oración
Se une en silencio a su Esposo
Y se transforma en un vergel
Un corazón con hambre y sed
De tu Palabra poderosa firme y eficaz
Refulge serenamente luminoso en toda noche
Sobre un altar escondido y pobre
El Pan que baja del Cielo
Da Vida al mundo
Y todo ello está a la mano
Disponible y gratuito
Para quien lo reciba y tome
Una flor en el yermo
Se abre inesperada
Y exhala su perfume
Multitud de ellas se abren cada día
Crece tu Reino
Ante la mirada de la fe
Una fe que reina amada y amante
Junto al lirio del desierto milagroso
Y la maravillosa amapola de la estepa
DIÁLOGO VIVO CON SAN JUAN DE LA CRUZ 43
CONVERSACIONES SUBIENDO AL MONTE 43
LOS BIENES ESPIRITUALES QUE DAN GOZO A LA VOLUNTAD. IMÁGENES Y RETRATOS.
“A
cuatro géneros (de bienes) podemos reducir todos los que distintamente pueden
dar gozo a la voluntad, conviene a saber: motivos, provocativos, directivos y
perfectivos… Los motivos, que son: imágenes y retratos de Santos, oratorios y
ceremonias.” (SMC L3, Cap. 35,1)
Estimadísimo Fray
Juan, nos enseñas que son de cuatro tipos los bienes espirituales que alientan
gozo en la voluntad. Comencemos pues por las imágenes.
“Y
cuanto a lo que toca a las imágenes y retratos), puede haber mucha vanidad y
gozo vano, porque, siendo ellas tan importantes para el culto divino y tan
necesarias para mover la voluntad a devoción, como la aprobación y uso que
tiene de ellas nuestra Madre la Iglesia (muestra), (por lo cual siempre
conviene que nos aprovechemos de ellas para despertar nuestra tibieza), hay
muchas personas que ponen su gozo más en la pintura y ornato de ellas que no en
lo que representan.” (SMC L3, Cap. 35,2)
Ciertamente pones
reparo en que nuestra forma de servirnos de ellas sea demasiado superficial y
que nos quedemos en la sola visualización de su aspecto exterior –mirándolas
como una obra artística- y no reparemos en el misterio de fe que representan.
“El uso
de las imágenes para dos principales fines le ordenó
Por eso la imagen
religiosa debe tener cierta mínima calidad artística que mueva a la devoción,
representando con belleza y facilitando el movimiento de la piedad. Dicho sea
de paso en mis días, ese tipo de imágenes religiosas son onerosas
económicamente y generalmente se encuentran en los templos y oratorios más
antiguos e importantes. El pueblo fiel accede a imágenes comercializables que
no pocas veces son más bien un obstáculo por su baja calidad de producción.
“La
persona devota de veras en lo invisible principalmente pone su devoción, y
pocas imágenes ha menester y de pocas usa… si se las quitan, se pena muy poco;
porque la viva imagen busca dentro de sí, que es Cristo crucificado, en el cual
antes gusta de que todo se lo quiten y que todo le falte. Hasta los motivos y
medios que llegan más a Dios, quitándoselos, queda quieto. Porque mayor
perfección del alma es estar con tranquilidad y gozo en la privación de estos
motivos que en la posesión con apetito y asimiento de ellos.” (SMC L3, Cap.
35,5)
Aquí pues la gran
advertencia: el modo de uso de las imágenes religiosas puede ser un buen
parámetro de discernimiento acerca del proceso de maduración de la fe personal.
Como los niños hasta cierta edad no son capaces de realizar razonamientos que
supongan la abstracción intelectual y por tanto todo su conocimiento se basa en
lo tangible y concreto, así hay personas devotas que sin imágenes piadosas
exteriores no encontrarían en su corazón impulso para la piedad. Se las debe
mover por fuera pues por dentro la motivación es escasa. Vale decir, su vida
interior es pobre y poco cultivada.
Nos acercamos Fray
Juan a esta temática análogamente. Cuanto más la oración se vaya interiorizando
el fiel sacará menos provecho de representaciones exteriores y más de las internas
como el niño que pasa del pensamiento concreto al abstracto. Y cuando el orante
va entrando en quietud –o sea en recogimiento interior infuso- ya va dejando
atrás no solo recitaciones, meditaciones y otros medios más activos, sino
también representaciones interiores; de hecho intentar volver a todo ello le
disturba más que ayudarle. Así el creyente que va enriqueciéndose interiormente
usa menos de imágenes piadosas exteriores o representaciones internas y se
siente volcado a retirarse a la profundidad escondida donde sabe que Dios lo
habite y gusta de su Presencia viva dentro de sí. Que claramente es muy
superior el encuentro con el Dios que inhabita que la devoción que surja de la
percepción de imágenes religiosas talladas por manos de hombre por valiosas
artísticamente y bellas que fuesen o de representaciones internas vía la
imaginación o fantasía. Es de sentido común quedarse con la realidad y no con
sus representaciones.
“Tenga
por cierto el alma que, cuanto más asida con propiedad estuviere a la imagen o
motivo, tanto menos subirá a Dios su devoción y oración.” (SMC L3, Cap. 35,6)
Por tanto el consejo
es aprovecharse de imágenes y retratos religiosos como un medio muy inicial de
impulso de la devoción y piedad pero no quedarse en ellas sino más bien ir
siempre más hacia el interior por el recogimiento sobre sí en la búsqueda del
Dios que nos habita. Seguramente será más rico y hondo el movimiento de
devoción frente a una imagen religiosa que brota de un corazón trabajado por la
Gracia que desde sí mismo conecta con la representación mediante el rico bagaje
de su vida interior, que quien falto de profundidad espiritual mendiga de una
imagen religiosa le transmita aquello que no tiene en sí mismo.
“Como
haya devoción y fe, cualquiera imagen bastará; mas si no la hay, ninguna
bastará.” (SMC L3, Cap. 36,3)
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