22. El beso. ITINERARIO CONTEMPLATIVO.

 



"IMÁGENES. Un acercamiento al itinerario contemplativo." (2020)


22. El beso

 

            Ellos están enamorados y se miran. Con los ojos cargados de amor se acarician. El silencio lleva y trae consigo el canto secreto de mil ruiseñores y de doscientas noches serenas y estrelladas. Y hay perfume... perfume a embrujo de amor en el aire; perfume que se expande y hechiza al entorno entero también. La mano de él acaricia la mejilla levemente ruborizada de ella que deja caer sus párpados vencidos por el peso de una mirada más luminosa que el amanecer. Pero ningún gesto todavía alcanza a expresar la intimidad que los une en el amor. Cuando ella vuelve a abrirle sus ojos y a sostener la mirada encontrada, él se le aproxima más. Entonces, con la timidez despaciosa que conllevan los pasos verdaderamente importantes, se besan. El universo entero se resquebraja... El beso ha llegado a expresar la unión de dos que permaneciendo dos en el amor, de algún modo, llegan a ser uno solo. El beso ha roto el velo etéreo del enamoramiento y ha puesto los cimientos del amor. Ha sellado el compromiso de ofrecerse y recibirse mutuamente. El beso es la fruta madura de las pasadas búsquedas, de los suspiros escondidos y de los anhelos de fuego. El beso ha cambiado todo entre ellos... lo ha cambiado todo.

 

            Esta es sin duda una imagen peligrosa. Peligrosa porque uno puede quedarse con la cáscara de un romanticismo banal. Peligrosa porque es atrevidísimo proponer que el contemplador y Dios se dan un beso. Mas no soy el primer atrevido ni de lejos. ¡Que me bese con los besos de su boca! exclama la amada en el comienzo del Cantar de los cantares y no pocos autores espirituales se han valido de ello. Sin embargo estoy de acuerdo: urge dar el sentido por el que proponemos esta imagen incómoda e inusual.

En todo este itinerario hemos hablado del encuentro del Amado con el contemplador, pero también hemos dicho que hay encuentros y encuentros... No es la misma circunstancia la del Amado llamando de lejos o golpeando a la puerta de la casa y arrastrando a su amada hacia fuera, que la del Amado presente y oculto en la noche que la amada atraviesa enceguecida y confiada. No es lo mismo el encuentro que se da en la persecución o el que se ofrece en la purificación transformante. Dios es siempre el mismo mas nosotros nos movemos por su operación cada vez más hacia Él en cuanto verdaderamente Él, todo Él.

Como sucede en la imagen de los enamorados no es el rapto en cuanto estar todo hacia Él, ni el efluvio en cuanto experimentarse todo lleno de su amor que viene sorpresivo, ni la liberación  y sanación que nos produce el quedarnos desnudos ante su mirada, ni todo lo demás ya descripto lo más encumbrado de la relación. En el beso (símbolo de que se han traspasado las fronteras que distancian) los enamorados se tocan de tal modo que aunque dos también uno solo. Y cuando el contemplador es invitado a entrar en la bodega más secreta de su alma es cuando se le da experimentar ese toque verdaderamente directo y sin mediaciones de Dios en él. Es la evidencia de la Trinidad viviendo en uno y de uno que ya va teniendo alguna primicia de cómo vivirá en ella eternamente. El beso va anunciando entonces que ya algunos trabajos de purificación van concluyendo y que el alma está más dispuesta a recibir el don de una unión duradera. Sin embargo el beso es una unión aún provisoria pues todavía no está el contemplador del todo desnudo, desasido de sí, aniquilado por el amor a su pecado. La noche del capullo más sutilmente, más suavemente pero con mayor fecundidad y fuerza aún debe escalar y ascender...

Como sucede con los enamorados un besarse aislado e infrecuente no dice más que una relación todavía impredecible en su derrotero. Solo cuando este besarse, signo de su búsqueda amorosa de ser dos pero en uno, se va tornando más frecuente y pueden vivir en esa misma unidad aún en la distancia se puede afirmar que se encaminan hacia el desposorio.

En el beso ya algo se nos anuncia de este matrimonio espiritual que no puede ser sino participación de la Vida intra-Trinitaria: Dios y el contemplador donándose totalmente, estableciendo una comunicación de amor que no empobrece a ninguno al despojarse de sí y ponerse entero en el otro sino que gesta una unidad viviente y sobreabundante, forma participada de aquella incesante circulación de Amor entre las Personas divinas.

Y ese instante del beso entre Dios y el hombre me parece entonces capaz de atravesar toda la historia y hacerla mejor: el hombre acepta y se restituye a la filiación que le fue regalada desde siempre por el Padre en Cristo Señor y en el Espíritu.

 

 


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