Isaías I: el profeta del Dios tres veces Santo (3)


 

Estructura literaria

 

Cuando hablamos de “estructura literaria” entendemos que hemos descubierto un “plan de obra” y por tanto que ya podemos intentar atisbar la mentalidad del autor. Esto es particularmente difícil con los profetas, quienes habitualmente proferían oráculos para situaciones puntuales, bajo el influjo carismático y a veces impredecible del Espíritu de Dios. Si bien tenían insistencias y temas recurrentes, no pretendían por así decir escribir un libro, sino dar a luz la Palabra que Dios les dirigía y de la cual se sabían responsables personalmente, cuidándola y transmitiéndola con fidelidad. Además cuando el profeta habla en contextos diferentes y a lo largo de un tiempo extenso entran a jugar los compiladores, o sea los discípulos que recogen el material y lo van disponiendo con cierto orden. La profecía del primer Isaías justamente expresa toda esa complejidad.

Los caps. 1-39 –que son identificados como la producción propia del primer Isaías-, son fruto de una compilación o colección de oráculos numerosos y diversos que responden no pocas veces a inciertos contextos históricos. La primera impresión es estar frente a un material agrupado en forma un tanto caótica y sin un claro criterio redaccional. Imposibilitada la crítica bíblica de hallar pues un criterio redaccional que explique internamente la lógica y el sentido de la ilación o entramado de los textos, sólo ha podido proponernos dividir los oráculos por épocas históricas o grandes temáticas.

a) Caps. 1-6 Oráculos bajo Jotam y relato de vocación. Profetiza en ambos reinos.

b) 7,1-10,4; 11-12; 28,1-6 Oráculos bajo Ajaz.

c) 10, 5-34; 20;  21,11-17; 22; 36-39 Oráculos bajo Ezequías.

d) 13-19; 21,1-10; 23 Oráculos contra las naciones.

e) 24-27; El llamado Apocalipsis de Isaías.

f) 28-35;  Poemas sobre Israel-Judá.

 

Oráculos bajo Jotam

 

Comenzaremos nuestro acercamiento al profeta Isaías comentando esta serie de siete oráculos que contienen el núcleo original de predicación. Por ellos podremos comprender algunas líneas maestras que, delineadas desde el inicio, deja entrever la situación del pueblo como el proyecto de Dios sobre él.

 

Primer Oráculo bajo Jotam

 

El oráculo que abre la profecía en Is 1,2-20, técnicamente responde al género literario RIB. Este vocablo hebreo expresa un litigio, contienda, pleito, conflicto o riña. Se utiliza diversamente en la Escritura pero los profetas construyen textos donde se narra un juicio y no cualquiera. Se trata del Juicio de Dios contra su pueblo, donde se expresa la acusación y se citan testigos como se da una sentencia. El profeta clásicamente actúa como el fiscal acusador de parte del Señor.

 

“Oíd, cielos, escucha, tierra, que habla Yahveh; «Hijos crié y saqué adelante, y ellos se rebelaron contra mí. Conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo. Israel no conoce, mi pueblo no discierne.»  ” (Is 1,2-3)

 

Dios tiene pleito con su pueblo porque fueron criados como hijos y ahora se han vuelto rebeldes. La comparación con el buey y el asno que reconocen a quien los alimenta y da refugio, habla en sentido negativo de Israel, quien se sugiere desconoce por ofuscación y ha perdido la razón. Tan obstinado se lo presenta que el Señor llama como testigos a cielos y tierra para que lo escuchen pues los hijos no prestan atención. Se compara pues al pueblo con una persona enteramente enferma en la cual no se halla nada sano.

 

“¡Ay, gente pecadora, pueblo tarado de culpa. semilla de malvados, hijos de perdición! Han dejado a Yahveh, han despreciado al Santo de Israel, se han vuelto de espaldas. ¿En dónde golpearos ya, si seguís contumaces? La cabeza toda está enferma, toda entraña doliente. De la planta del pie a la cabeza no hay en él cosa sana: golpes, magulladuras y heridas frescas, ni cerradas, ni vendadas, ni ablandadas con aceite.  (Is 1,4-6)

 

Y luego se describe la situación en términos sociales. Ahora se equipara a Israel con las ciudades que más simbolizan el pecado de los paganos, aunque ya se insinúa la esperanza de un resto fiel.

 

“Vuestra tierra es desolación, vuestras ciudades, hogueras de fuego; vuestro suelo delante de vosotros extranjeros se lo comen, y es una desolación como devastación de extranjeros. Ha quedado la hija de Sión como cobertizo en viña, como albergue en pepinar, como ciudad sitiada. De no habernos dejado Yahveh Sebaot un residuo minúsculo, como Sodoma seríamos, a Gomorra nos pareceríamos.” (Is 1,7-9)

 

Con términos muy duros se critica la religiosidad del pueblo. Como una patada en la cara, en los dientes, Dios siente los sacrificios hipócritas de sus fieles. Sus hijos extienden sus manos hacia el Señor pero Él se tapa la cara horrorizado al verlos en su condición de pecado.

 

“Oíd una palabra de Yahveh, regidores de Sodoma. Escuchad una instrucción de nuestro Dios, pueblo de Gomorra. «¿A mí qué, tanto sacrificio vuestro? -dice Yahveh-. Harto estoy de holocaustos de carneros y de sebo de cebones; y sangre de novillos y machos cabríos no me agrada, cuando venís a presentaros ante mí. ¿Quién ha solicitado de vosotros esa pateadura de mis atrios? No sigáis trayendo oblación vana: el humo del incienso me resulta detestable. Novilunio, sábado, convocatoria: no tolero falsedad y solemnidad. Vuestros novilunios y solemnidades aborrece mi alma: me han resultado un gravamen que me cuesta llevar. Y al extender vosotros vuestras palmas, me tapo los ojos por no veros. Aunque menudeéis la plegaria, yo no oigo. Vuestras manos están de sangre llenas…” (Is 1,10-15)

 

Claro que hay salvación y entonces aparece la exhortación y el llamado a la conversión. Deben dejarse purificar creyendo que Dios puede incluso hacerlos alcanzar la pureza y santidad suya  que les dona. Ahora se espera la respuesta de Israel quien saliendo de la rebeldía y escuchando al Señor será rescatado, pero si se obstina hará caer sobre sí las consecuencias de su pecado.

 

“…lavaos, limpiaos, quitad vuestras fechorías de delante de mi vista, desistid de hacer el mal, aprended a hacer el bien, buscad lo justo, dad sus derechos al oprimido, haced justicia al huérfano, abogad por la viuda. Venid, pues, y disputemos -dice Yahveh-: Así fueren vuestros pecados como la grana, cual la nieve blanquearán. Y así fueren rojos como el carmesí, cual la lana quedarán.  Si aceptáis obedecer, lo bueno de la tierra comeréis. Pero si rehusando os oponéis, por la espada seréis devorados, que ha hablado la boca de Yahveh.” (Is 1,16-20)

 

En este litigio inaugural de la profecía se exponen pues dos causas: la religiosidad vacía y la injusticia social. Sintetizando Israel, el Reino del Norte, rechaza la propuesta de santidad que le hace Dios y será castigado. En tiempos de Isaías sufrirá el asedio y será reducido a vasallaje y tributo por Teglatfalasar III, Rey de Asiria. Pero junto a Israel también se acusa a Judá, Reino del Sur. A todo el pueblo se lo exhorta a la penitencia. El Juicio ante Yahvéh por duro que parezca es una instancia benéfica y reparadora: estar ante el Santo (como sucede en el relato vocacional del profeta) debería provocar el deseo de santificación y el reconocimiento de la propia condición pecadora e impura, disipándose el miedo y dando lugar a una fe auténtica y renovada. Pero... ¡ay del que se empecina!

 

Hablar claro desde el principio

 

No quisiera dejar pasar este dato llamativo: la profecía de Isaías abre con este litigio que Dios tiene contra su pueblo. Como se relatará luego en el capítulo 6, al narrarse la vocación del profeta, es un Dios “Santo, Santo, Santo” que tiene frente a sí a un pueblo impuro y pecador. Como con las brasas del altar el serafín purifica a Isaías para su misión, ahora el Señor a través de su enviado quiere purificar y santificar a sus hijos. No parece quizás el comienzo más adecuado para captar la atención de los suyos, iniciar por las acusaciones que tiene contra ellos. O tal vez sí, pues frente a esa Presencia majestuosa, el hombre se siente pequeño y tiembla cayendo de rodillas. Seguramente causará alivio el llamado a una conversión que se ofrece en gracia, ya que Dios asegura que no importa cuán ensangrentados estén por sus pecados, Él los volverá a dejar blancos, puros e inocentes.

Confieso que me fastidia cuando me empiezan a dar vueltas y a rodear el tema sin ir al grano. Por mi talante convivo mejor con discursos más directos y sinceros. Será por eso que también agradezco esta simplicidad de Dios para decir lo que tiene que decir sin demasiados preámbulos. Aunque comprendo que haya quienes necesiten ser preparados e introducidos más gradualmente en una situación de confrontación. Mas como sea, me pregunto si aquellos que dan vueltas y vueltas diplomáticas al fin llegan a decir lo que quieren expresar. A veces pienso que nunca se animarán y solo lo dejarán sutilmente sugerido. Es su estrategia no decir directamente lo problemático y que se haga cargo indirectamente su oyente de lo que ellos no se atreven a terminar de comunicar.

A veces pienso que la Iglesia cuando pone en el centro ser aceptada, no sufrir ataques, abrir canales de acercamiento negociando ciertos silencios, en fin, cuando su preocupación primaria es evitar la conflictividad con el mundo, puede sencillamente olvidarse de su Señor, de lo que Él le envió a anunciar y a realizar. No quiero claro que se encuentre siempre como yendo al choque. Pero sí deseo que nunca se olvide de ser fiel, de decir lo que Dios le ha mandado a proclamar y de obrar cuanto el Espíritu le inspire a llevar adelante. A veces dando vueltas se pierde valioso tiempo y es mejor tomar atajos y ser directos. A esto he sido enviado y a esto vengo entre ustedes.


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