Estructura literaria
Cuando
hablamos de “estructura literaria” entendemos que hemos descubierto un “plan de
obra” y por tanto que ya podemos intentar atisbar la mentalidad del autor. Esto
es particularmente difícil con los profetas, quienes habitualmente proferían
oráculos para situaciones puntuales, bajo el influjo carismático y a veces
impredecible del Espíritu de Dios. Si bien tenían insistencias y temas recurrentes,
no pretendían por así decir escribir un libro, sino dar a luz la Palabra que
Dios les dirigía y de la cual se sabían responsables personalmente, cuidándola
y transmitiéndola con fidelidad. Además cuando el profeta habla en contextos
diferentes y a lo largo de un tiempo extenso entran a jugar los compiladores, o
sea los discípulos que recogen el material y lo van disponiendo con cierto
orden. La profecía del primer Isaías justamente expresa toda esa complejidad.
Los caps. 1-39
–que son identificados como la producción propia del primer Isaías-, son fruto
de una compilación o colección de oráculos numerosos y diversos que responden
no pocas veces a inciertos contextos históricos. La primera impresión es estar
frente a un material agrupado en forma un tanto caótica y sin un claro criterio
redaccional. Imposibilitada la crítica bíblica de hallar pues un criterio
redaccional que explique internamente la lógica y el sentido de la ilación o
entramado de los textos, sólo ha podido proponernos dividir los oráculos por
épocas históricas o grandes temáticas.
a) Caps. 1-6
Oráculos bajo Jotam y relato de vocación. Profetiza en ambos reinos.
b) 7,1-10,4;
11-12; 28,1-6 Oráculos bajo Ajaz.
c) 10, 5-34;
20; 21,11-17; 22; 36-39 Oráculos bajo
Ezequías.
d) 13-19; 21,1-10;
23 Oráculos contra las naciones.
e) 24-27; El
llamado Apocalipsis de Isaías.
f) 28-35; Poemas sobre Israel-Judá.
Oráculos bajo Jotam
Comenzaremos
nuestro acercamiento al profeta Isaías comentando esta serie de siete oráculos
que contienen el núcleo original de predicación. Por ellos podremos comprender
algunas líneas maestras que, delineadas desde el inicio, deja entrever la
situación del pueblo como el proyecto de Dios sobre él.
Primer Oráculo bajo Jotam
El oráculo que
abre la profecía en Is 1,2-20, técnicamente responde al género literario RIB.
Este vocablo hebreo expresa un litigio, contienda, pleito, conflicto o riña. Se
utiliza diversamente en la Escritura pero los profetas construyen textos donde
se narra un juicio y no cualquiera. Se trata del Juicio de Dios contra su
pueblo, donde se expresa la acusación y se citan testigos como se da una
sentencia. El profeta clásicamente actúa como el fiscal acusador de parte del
Señor.
“Oíd, cielos, escucha, tierra, que habla Yahveh;
«Hijos crié y saqué adelante, y ellos se rebelaron contra mí. Conoce el buey a
su dueño, y el asno el pesebre de su amo. Israel no conoce, mi pueblo no
discierne.» ” (Is 1,2-3)
Dios tiene
pleito con su pueblo porque fueron criados como hijos y ahora se han vuelto
rebeldes. La comparación con el buey y el asno que reconocen a quien los
alimenta y da refugio, habla en sentido negativo de Israel, quien se sugiere
desconoce por ofuscación y ha perdido la razón. Tan obstinado se lo presenta
que el Señor llama como testigos a cielos y tierra para que lo escuchen pues
los hijos no prestan atención. Se compara pues al pueblo con una persona
enteramente enferma en la cual no se halla nada sano.
“¡Ay, gente pecadora, pueblo tarado de culpa.
semilla de malvados, hijos de perdición! Han dejado a Yahveh, han despreciado
al Santo de Israel, se han vuelto de espaldas. ¿En dónde golpearos ya, si
seguís contumaces? La cabeza toda está enferma, toda entraña doliente. De la
planta del pie a la cabeza no hay en él cosa sana: golpes, magulladuras y
heridas frescas, ni cerradas, ni vendadas, ni ablandadas con aceite. (Is 1,4-6)
Y luego se
describe la situación en términos sociales. Ahora se equipara a Israel con las
ciudades que más simbolizan el pecado de los paganos, aunque ya se insinúa la
esperanza de un resto fiel.
“Vuestra tierra es desolación, vuestras ciudades,
hogueras de fuego; vuestro suelo delante de vosotros extranjeros se lo comen, y
es una desolación como devastación de extranjeros. Ha quedado la hija de Sión
como cobertizo en viña, como albergue en pepinar, como ciudad sitiada. De no
habernos dejado Yahveh Sebaot un residuo minúsculo, como Sodoma seríamos, a
Gomorra nos pareceríamos.” (Is 1,7-9)
Con términos
muy duros se critica la religiosidad del pueblo. Como una patada en la cara, en
los dientes, Dios siente los sacrificios hipócritas de sus fieles. Sus hijos
extienden sus manos hacia el Señor pero Él se tapa la cara horrorizado al
verlos en su condición de pecado.
“Oíd una palabra de Yahveh, regidores de Sodoma.
Escuchad una instrucción de nuestro Dios, pueblo de Gomorra. «¿A mí qué, tanto
sacrificio vuestro? -dice Yahveh-. Harto estoy de holocaustos de carneros y de
sebo de cebones; y sangre de novillos y machos cabríos no me agrada, cuando
venís a presentaros ante mí. ¿Quién ha solicitado de vosotros esa pateadura de
mis atrios? No sigáis trayendo oblación vana: el humo del incienso me resulta
detestable. Novilunio, sábado, convocatoria: no tolero falsedad y solemnidad. Vuestros
novilunios y solemnidades aborrece mi alma: me han resultado un gravamen que me
cuesta llevar. Y al extender vosotros vuestras palmas, me tapo los ojos por no
veros. Aunque menudeéis la plegaria, yo no oigo. Vuestras manos están de sangre
llenas…” (Is 1,10-15)
Claro que hay
salvación y entonces aparece la exhortación y el llamado a la conversión. Deben
dejarse purificar creyendo que Dios puede incluso hacerlos alcanzar la pureza y
santidad suya que les dona. Ahora se
espera la respuesta de Israel quien saliendo de la rebeldía y escuchando al
Señor será rescatado, pero si se obstina hará caer sobre sí las consecuencias
de su pecado.
“…lavaos, limpiaos, quitad vuestras fechorías de
delante de mi vista, desistid de hacer el mal, aprended a hacer el bien, buscad
lo justo, dad sus derechos al oprimido, haced justicia al huérfano, abogad por
la viuda. Venid, pues, y disputemos -dice Yahveh-: Así fueren vuestros pecados
como la grana, cual la nieve blanquearán. Y así fueren rojos como el carmesí,
cual la lana quedarán. Si aceptáis
obedecer, lo bueno de la tierra comeréis. Pero si rehusando os oponéis, por la
espada seréis devorados, que ha hablado la boca de Yahveh.” (Is 1,16-20)
En este
litigio inaugural de la profecía se exponen pues dos causas: la religiosidad
vacía y la injusticia social. Sintetizando Israel, el Reino del Norte, rechaza
la propuesta de santidad que le hace Dios y será castigado. En tiempos de
Isaías sufrirá el asedio y será reducido a vasallaje y tributo por
Teglatfalasar III, Rey de Asiria. Pero junto a Israel también se acusa a Judá,
Reino del Sur. A todo el pueblo se lo exhorta a la penitencia. El Juicio ante
Yahvéh por duro que parezca es una instancia benéfica y reparadora: estar ante
el Santo (como sucede en el relato vocacional del profeta) debería provocar el
deseo de santificación y el reconocimiento de la propia condición pecadora e
impura, disipándose el miedo y dando lugar a una fe auténtica y renovada.
Pero... ¡ay del que se empecina!
Hablar claro desde el principio
No quisiera
dejar pasar este dato llamativo: la profecía de Isaías abre con este litigio
que Dios tiene contra su pueblo. Como se relatará luego en el capítulo 6, al
narrarse la vocación del profeta, es un Dios “Santo, Santo, Santo” que tiene
frente a sí a un pueblo impuro y pecador. Como con las brasas del altar el
serafín purifica a Isaías para su misión, ahora el Señor a través de su enviado
quiere purificar y santificar a sus hijos. No parece quizás el comienzo más
adecuado para captar la atención de los suyos, iniciar por las acusaciones que
tiene contra ellos. O tal vez sí, pues frente a esa Presencia majestuosa, el
hombre se siente pequeño y tiembla cayendo de rodillas. Seguramente causará
alivio el llamado a una conversión que se ofrece en gracia, ya que Dios asegura
que no importa cuán ensangrentados estén por sus pecados, Él los volverá a
dejar blancos, puros e inocentes.
Confieso que
me fastidia cuando me empiezan a dar vueltas y a rodear el tema sin ir al
grano. Por mi talante convivo mejor con discursos más directos y sinceros. Será
por eso que también agradezco esta simplicidad de Dios para decir lo que tiene
que decir sin demasiados preámbulos. Aunque comprendo que haya quienes
necesiten ser preparados e introducidos más gradualmente en una situación de
confrontación. Mas como sea, me pregunto si aquellos que dan vueltas y vueltas
diplomáticas al fin llegan a decir lo que quieren expresar. A veces pienso que
nunca se animarán y solo lo dejarán sutilmente sugerido. Es su estrategia no
decir directamente lo problemático y que se haga cargo indirectamente su oyente
de lo que ellos no se atreven a terminar de comunicar.
A veces pienso
que la Iglesia cuando pone en el centro ser aceptada, no sufrir ataques, abrir
canales de acercamiento negociando ciertos silencios, en fin, cuando su
preocupación primaria es evitar la conflictividad con el mundo, puede sencillamente
olvidarse de su Señor, de lo que Él le envió a anunciar y a realizar. No quiero
claro que se encuentre siempre como yendo al choque. Pero sí deseo que nunca se
olvide de ser fiel, de decir lo que Dios le ha mandado a proclamar y de obrar
cuanto el Espíritu le inspire a llevar adelante. A veces dando vueltas se
pierde valioso tiempo y es mejor tomar atajos y ser directos. A esto he sido
enviado y a esto vengo entre ustedes.
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