Segundo Oráculo bajo Jotam
Este segundo
oráculo en Is1,21-31, podemos claramente
rotularlo como “Lamentación (Quináh)”. Se trata de un género literario en el
cual en tono de tristeza frente a la desgracia, se expresa frente a Dios el
llanto, el sollozo por la situación vivida.
“¡Cómo se ha hecho adúltera la villa leal!” (Is
1,21ª)
¿Cuál es pues
dicha situación? La degradación de la realidad salvífica ocasionada por la
infidelidad. El profeta contempla desolado cómo el proyecto de Dios de
constituir un pueblo santo se ha desmoronado. Aquella ciudad “villa leal”,
ciudad de la dinastía davídica firmemente asentada en la promesa mesiánica, ciudad
donde reside la Gloria de Dios en su templo, se ha perdido. Y además percibe
que Jerusalén no se orienta a la
conversión sino que persevera en el pecado.
“Sión llena estaba de equidad, justicia se albergaba
en ella, pero ahora, asesinos. Tu plata se ha hecho escoria. Tu bebida se ha
aguado. Tus jefes, revoltosos y aliados con bandidos. Cada cual ama el soborno
y va tras los regalos. Al huérfano no hacen justicia, y el pleito de la viuda
no llega hasta ellos.” (Is 1,21ª-23)
Pero Dios no
permitirá que diluyan y corrompan su plan de Alianza salvífica. Actuará para
juzgar y purificar. Intervendrá para rescatar y distinguirá lo degradado de lo
valioso. Israel comprenderá que solo en Él, que es el único Fuerte, encontrará
su Fortaleza. El tres veces Santo no admitirá bajo ningún aspecto esta
corrupción que pervierte a su pueblo.
“Por eso -oráculo del Señor Yahveh Sebaot, el Fuerte
de Israel-: ¡Ay! Voy a desquitarme de mis contrarios, voy a vengarme de mis
enemigos. Voy a volver mi mano contra ti y purificaré al crisol tu escoria,
hasta quitar toda tu ganga.” (Is
1,24-25)
En los vs.
26-27 se presenta el núcleo del anuncio salvador. Isaías juega muy hábilmente desde
la palabra Salem-Salom (Shalom) que significa “paz” en un sentido fuertemente
teológico. Es la paz como abundancia y saciedad de bienes salvíficos recibidos
de Dios, bendición y rescate, situación nueva y estable que deriva de una Alianza
vivida con fidelidad y en plenitud.
“Jeru-salem”
era asociada a ciudad de paz, de la paz divina y terrena. Ahora se le cambia el
nombre renovando su ser-identidad; ahora se la llama Villa leal (quiriya temun)
y Ciudad justa (diyedaká). Es un retorno a la identidad original, al proyecto
de Dios de un pueblo santo que viva según su Alianza.
“Voy a volver a tus jueces como eran al
principio, y a tus consejeros como antaño. Tras de lo cual se te llamará Ciudad
de Justicia, Villa-leal. Sión por la equidad será rescatada, y sus cautivos por
la justicia.” (Is 1,26-27)
El cambio y la
corrección del rumbo se producirán por el castigo-purificación. La Alianza
(Berit) está en relación con la plenitud de bienes divinos (Shalom). Solo participa
de los bienes salvíficos quien vive fielmente la Alianza con el Señor. Yahvéh
por el castigo-purificación restaura la justicia-fidelidad de su Pueblo y esta
renovación de la Alianza provocará la recuperación del Shalom perdido. Sin
embargo el tiempo de purificación será extenso
y radical.
“Padecerán quebranto rebeldes y pecadores a una, y
los desertores de Yahveh se acabarán. Porque os avergonzaréis de las encinas
que anhelabais, y os afrentaréis de los jardines que preferíais. Porque seréis
como encina que se le cae la hoja, y como jardín que a falta de agua está. El
hombre fuerte se volverá estopa, y su trabajo, chispa: arderán ambos a una, y
no habrá quien apague.” (Is 1,28-31)
Vuelve a la Alianza, acepta la purificación
Claramente es
consolador que Dios no deseche a su Pueblo cuando rompe la Alianza, sino que se
esfuerce por recuperarlo, por devolverlo a cordura y sensatez para que quiera retomar
su verdadera identidad. Sin embargo el Pueblo también puede resistirse a la
medicina de la Gracia: arrepentimiento, penitencia, purificación y conversión. Cuando
llega la poda la vid no comprende que será para dar más fruto, sólo se resiste
a la mano del Viñador que en verdad solo quita de ella lo que ya está muerto.
Probablemente
nuestra Iglesia contemporánea viene viviendo hace tiempo una situación de
crisis y de poda purificadora que se resiste a aceptar hasta sus últimas
consecuencias. ¡Cuánto nos cuesta admitir que a veces hay realidades eclesiales
que huelen a enfermedad terminal y a muerte próxima!
No hablo de
cambios culturales que a veces dejan mal posicionadas legítimas costumbres
eclesiales. Aunque hay tradicionalismos para nada evangélicos, puro status quo,
crasa apropiación de un sitial de poder o de una fe apoyada puerilmente en
certezas demasiado naturalizadas. Ni hablo tampoco de esa especie de
actualización o aggiornamento vociferado publicitariamente, de aquella puesta
al día tan aclamada con banderas reformistas y revolucionarias. Tras una válida búsqueda para hacer más
efectiva la evangelización del hombre de hoy, con extenuante frecuencia se hallan
otras razones y lógicas que terminan conduciéndonos a la infidelidad y al
manoseo de la fe revelada.
Hablo de
realidades eclesiales donde no se puede encontrar uno con el Dios Vivo. De
espacios donde la Alianza no es una situación vigente y donde todo huele a un
rancio acostumbramiento por repetir conductas y ritos que no tiene nada medular
que los anime, carecen de alma. Hablo de una realidad con apariencia de
cristianismo pero donde nadie busca la santidad. Allí ya no hay Amor, ni se
recibe el Amor de Dios ni se le ofrece verdadero amor a Dios. No establece esa
religiosidad un “vínculo vivo” sino un vínculo funcional: un poco de museo, un
poco de conveniencia y bastante de centralidad de nosotros mismos y no del Señor.
¿Cómo volver a
la alegría desbordante de la Alianza? ¿Cómo retornar al gozo exultante que
brota irrefrenable al descubrir la Voluntad de Dios? ¿Cómo retomar la pasión
por la santidad en toda la Iglesia? Pues parece que el Señor que nos ama, como
siempre es su pedagogía, nos ha destinado a una crisis purificadora que no
cesará hasta que alcance todas nuestras raíces recreándolas para su Gloria. La
poda que está por delante tiene aún una magnitud que no podemos entrever. Si
nos resistimos pereceremos, si la aceptamos renaceremos en Él.
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