Isaías I: el profeta del Dios tres veces Santo (4)

 



Segundo Oráculo bajo Jotam

 

Este segundo oráculo en  Is1,21-31, podemos claramente rotularlo como “Lamentación (Quináh)”. Se trata de un género literario en el cual en tono de tristeza frente a la desgracia, se expresa frente a Dios el llanto, el sollozo por la situación vivida.

 

“¡Cómo se ha hecho adúltera la villa leal!” (Is 1,21ª)

 

¿Cuál es pues dicha situación? La degradación de la realidad salvífica ocasionada por la infidelidad. El profeta contempla desolado cómo el proyecto de Dios de constituir un pueblo santo se ha desmoronado. Aquella ciudad “villa leal”, ciudad de la dinastía davídica firmemente asentada en la promesa mesiánica, ciudad donde reside la Gloria de Dios en su templo, se ha perdido. Y además percibe que Jerusalén no se orienta a la  conversión sino que persevera en el pecado.

 

“Sión llena estaba de equidad, justicia se albergaba en ella, pero ahora, asesinos. Tu plata se ha hecho escoria. Tu bebida se ha aguado. Tus jefes, revoltosos y aliados con bandidos. Cada cual ama el soborno y va tras los regalos. Al huérfano no hacen justicia, y el pleito de la viuda no llega hasta ellos.” (Is 1,21ª-23)

 

Pero Dios no permitirá que diluyan y corrompan su plan de Alianza salvífica. Actuará para juzgar y purificar. Intervendrá para rescatar y distinguirá lo degradado de lo valioso. Israel comprenderá que solo en Él, que es el único Fuerte, encontrará su Fortaleza. El tres veces Santo no admitirá bajo ningún aspecto esta corrupción que pervierte a su pueblo.

 

“Por eso -oráculo del Señor Yahveh Sebaot, el Fuerte de Israel-: ¡Ay! Voy a desquitarme de mis contrarios, voy a vengarme de mis enemigos. Voy a volver mi mano contra ti y purificaré al crisol tu escoria, hasta quitar toda tu ganga.”  (Is 1,24-25)

 

En los vs. 26-27 se presenta el núcleo del anuncio salvador. Isaías juega muy hábilmente desde la palabra Salem-Salom (Shalom) que significa “paz” en un sentido fuertemente teológico. Es la paz como abundancia y saciedad de bienes salvíficos recibidos de Dios, bendición y rescate, situación nueva y estable que deriva de una Alianza vivida con fidelidad y en plenitud.

“Jeru-salem” era asociada a ciudad de paz, de la paz divina y terrena. Ahora se le cambia el nombre renovando su ser-identidad; ahora se la llama Villa leal (quiriya temun) y Ciudad justa (diyedaká). Es un retorno a la identidad original, al proyecto de Dios de un pueblo santo que viva según su Alianza.

 

Voy a volver a tus jueces como eran al principio, y a tus consejeros como antaño. Tras de lo cual se te llamará Ciudad de Justicia, Villa-leal. Sión por la equidad será rescatada, y sus cautivos por la justicia.”  (Is 1,26-27)

 

El cambio y la corrección del rumbo se producirán por el castigo-purificación. La Alianza (Berit) está en relación con la plenitud de bienes divinos (Shalom). Solo participa de los bienes salvíficos quien vive fielmente la Alianza con el Señor. Yahvéh por el castigo-purificación restaura la justicia-fidelidad de su Pueblo y esta renovación de la Alianza provocará la recuperación del Shalom perdido. Sin embargo el tiempo de purificación será extenso  y radical.

 

“Padecerán quebranto rebeldes y pecadores a una, y los desertores de Yahveh se acabarán. Porque os avergonzaréis de las encinas que anhelabais, y os afrentaréis de los jardines que preferíais. Porque seréis como encina que se le cae la hoja, y como jardín que a falta de agua está. El hombre fuerte se volverá estopa, y su trabajo, chispa: arderán ambos a una, y no habrá quien apague.” (Is 1,28-31)

 

Vuelve a la Alianza, acepta la purificación

 

Claramente es consolador que Dios no deseche a su Pueblo cuando rompe la Alianza, sino que se esfuerce por recuperarlo, por devolverlo a cordura y sensatez para que quiera retomar su verdadera identidad. Sin embargo el Pueblo también puede resistirse a la medicina de la Gracia: arrepentimiento, penitencia, purificación y conversión. Cuando llega la poda la vid no comprende que será para dar más fruto, sólo se resiste a la mano del Viñador que en verdad solo quita de ella lo que ya está muerto.

Probablemente nuestra Iglesia contemporánea viene viviendo hace tiempo una situación de crisis y de poda purificadora que se resiste a aceptar hasta sus últimas consecuencias. ¡Cuánto nos cuesta admitir que a veces hay realidades eclesiales que huelen a enfermedad terminal y a muerte próxima!

No hablo de cambios culturales que a veces dejan mal posicionadas legítimas costumbres eclesiales. Aunque hay tradicionalismos para nada evangélicos, puro status quo, crasa apropiación de un sitial de poder o de una fe apoyada puerilmente en certezas demasiado naturalizadas. Ni hablo tampoco de esa especie de actualización o aggiornamento vociferado publicitariamente, de aquella puesta al día tan aclamada con banderas reformistas y revolucionarias.  Tras una válida búsqueda para hacer más efectiva la evangelización del hombre de hoy, con extenuante frecuencia se hallan otras razones y lógicas que terminan conduciéndonos a la infidelidad y al manoseo de la fe revelada.

Hablo de realidades eclesiales donde no se puede encontrar uno con el Dios Vivo. De espacios donde la Alianza no es una situación vigente y donde todo huele a un rancio acostumbramiento por repetir conductas y ritos que no tiene nada medular que los anime, carecen de alma. Hablo de una realidad con apariencia de cristianismo pero donde nadie busca la santidad. Allí ya no hay Amor, ni se recibe el Amor de Dios ni se le ofrece verdadero amor a Dios. No establece esa religiosidad un “vínculo vivo” sino un vínculo funcional: un poco de museo, un poco de conveniencia y bastante de centralidad de nosotros mismos y no del Señor.

¿Cómo volver a la alegría desbordante de la Alianza? ¿Cómo retornar al gozo exultante que brota irrefrenable al descubrir la Voluntad de Dios? ¿Cómo retomar la pasión por la santidad en toda la Iglesia? Pues parece que el Señor que nos ama, como siempre es su pedagogía, nos ha destinado a una crisis purificadora que no cesará hasta que alcance todas nuestras raíces recreándolas para su Gloria. La poda que está por delante tiene aún una magnitud que no podemos entrever. Si nos resistimos pereceremos, si la aceptamos renaceremos en Él.

 


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