Tercer Oráculo bajo Jotam
“Lo que vio Isaías, hijo de Amós, tocante a Judá y
Jerusalén.” (Is 2,1)
El tercer
oráculo, contenido en Is 2,1-5, es fundamental para comprender la profecía del
primer Isaías pues anuncia el designio salvífico de Dios sobre Israel y revela
la identidad-misión del Pueblo de Dios.
Se trata de un
himno-poesía cuyo tema central es la paz mesiánica. El tiempo verbal utilizado
es el futuro perfecto, el cual remite a un tiempo lejano y remoto
(escatológico).
“Sucederá en días futuros que el monte de la Casa de
Yahveh será asentado en la cima de los montes y se alzará por encima de las colinas.
Confluirán a él todas las naciones, y acudirán pueblos numerosos. Dirán:
«Venid, subamos al monte de Yahveh, a la Casa del Dios de Jacob, para que él
nos enseñe sus caminos y nosotros sigamos sus senderos».” (Is 2,2-3ª)
La imagen un monte sobre otro monte habla de que
el monte del Templo estará sobre todo otro monte, es decir, que Yahvéh Dios es
único y no hay otros dioses fuera de él. Esto habla de la pretensión de
monoteísmo absoluto. También a los ídolos paganos se los venera en las alturas
de las colinas pero ese culto es falaz y equivocado. Yahvéh está por encima, se
trata del único Dios real, y su Casa está en Jerusalén sobre el monte Sión.
Pero a la vez se anuncia que todos los pueblos, en un tiempo escatológico,
reconocerán y aceptarán que solo el Dios de Israel es verdaderamente Dios y
sólo Él está en la altura. Aparece entonces toda una novedad: Dios tiene una voluntad
salvífica universal, el Señor quiere hacer suyas y salvar a todas las naciones
de la tierra. Pero ahora surge otro interrogante: ¿en qué sentido es Israel el
Pueblo Elegido, el Pueblo de su predilección? ¿Elegido para qué? ¿En qué
sentido preferido?
“Pues de Sión saldrá la Ley, y de Jerusalén la
palabra de Yahveh. Juzgará entre las gentes, será árbitro de pueblos numerosos.
Forjarán de sus espadas azadones, y de sus lanzas podaderas. No levantará
espada nación contra nación, ni se ejercitarán más en la guerra. Casa de Jacob,
andando, y vayamos, caminemos a la luz de Yahveh.” (Is 2,3b-5)
En Jerusalén se
origina un movimiento salvífico: Dios saldrá e irá al encuentro de todos los
pueblos. Con la proclamación de la Torah (Palabra-Ley) se hace accesible a
todas las gentes la Berit (Alianza) y por ella la justicia-fidelidad extienden
el Shalom (Paz y Plenitud de bienes dada por Dios) a todo el mundo.
Lo explico más
detenidamente. Yahvéh quiere salvar a todos los pueblos y por eso les dirige su
Palabra. Si las naciones aceptan la Palabra del Señor y como Israel también hacen
Alianza con Él, serán beneficiarios del Dios que es justo-misericordioso-fiel y
verdad-firmeza-cimiento (hesed ve emet).
El fruto de la Alianza es que Dios da la Paz (Shalom) que no tiene
bíblicamente sentido de ausencia o tregua de conflictos, sino de una saciedad y
plenitud propia de gozar de la amistad del Señor y de ser lleno de su gracia
salvadora que da plenitud de vida.
Para que este
proceso se lleve adelante Dios escoge y separa-consagra a Israel. El Pueblo
Elegido debe ser testimonio y portavoz de la Alianza que da vida y paz. El
Pueblo de Dios viviendo y transmitiendo su Palabra debe invitar a sellar
Alianza a todos los pueblos y debe acogerlos para que celebre el mundo entero
la Salvación de Dios.
En este
sentido afirmaríamos que el rol mesiánico le corresponde en esta profecía al
Pueblo Santo. Podríamos decir analógicamente, de la comprensión soteriológica
que tiene Isaías de Israel, lo que la Iglesia afirma de sí misma: “sacramento
universal de salvación”. Pues entonces es un oráculo misionero y un envío a la “evangelización”. “Casa de Jacob, andando, y vayamos,
caminemos a la luz de Yahveh.” Como decir, seamos el Pueblo de la Alianza
para que a través de nosotros todas las naciones acepten y crean en el único
Señor y haciendo Alianza con Él gocen de los bienes de la Salvación.
¿Por qué renunciar a la fe en el único Dios
Salvador?
Quizás resulte
algo desconcertante este pasaje profético cuando la agenda globalizada parece dirigirse
hacia una futura religión universal pluricultual, ya por relativismo ya por
sincretismo. Hay un solo dios de todos sin nombres ni credos dogmáticos. Ese
dios nunca quiso revelarse y se deja percibir de formas distintas y
multiformes, ropajes que son más proyecciones humanas que epifanías divinas. Claramente
la divinidad no quiere la religión que es fuente de guerras y separaciones
entre los hombres. Lo que ese “dios 2030” desea es una aldea global unida en el
cuidado de la tierra como casa común y en el protagonismo central del hombre
que la habita. La religión del futuro se comienza a insinuar como otra torsión
más de un “humanismo autárquico” que esta vez le permite a dios ser pero no actuar
en la historia ni revelar un designio que escape al ámbito de la secularidad
diseñada por los poderosos de este mundo. Y por supuesto dios es sin nombre
porque todo nombre expresa una fe vinculante y dogmática que traerá fracción y
división. No hay libertad para pronunciar el nombre de dios sino que debe ser
anónimo, inidentificable o de personalidades múltiples, sin rostro o con el
rostro de todos y de ninguno. Y el Dios más peligroso es ése que se llama Jesucristo.
¿Un Dios que se hace hombre? Frente a semejante osadía, ¿qué se atreverá a
pedirnos luego? Realmente inadmisible. ¿Crees que exagero? El tiempo nos lo irá
diciendo.
Pero no me
podrás negar que en proyecto está y es visible el despuntar de una nueva religión
mundial. Al menos sedes y casas ya se postulan y construyen. Y yo advierto
también las bendiciones de algunos personajes eclesiásticos a mal entendidos diálogos
ecuménicos e inter-religiosos donde ya no se puede expresar una fe dogmática y
donde cae la Revelación en favor de un relativismo e igualitarismo entre
divinidades. Tal vez llegue un día en el cual la misma Iglesia comprenda que el
nombre de Jesucristo, de su Padre y del Espíritu deben ser excluidos del diálogo
con el mundo al poder ser interpretados o percibidos como una propuesta
sectorial y fragmentadora; que callar el nombre de la Santísima Trinidad parezca
prudente para no incomodar a otros y no romper esa unidad endeble y artificial de
la fraternidad universal que surge del pacto silencioso para no pronunciar el
nombre divino que pide adhesión y separa a los que creen de los que no. ¿O ese
tiempo ya está llegando?
Pero surge a
gritos del Depositum Fidei la pretensión de nuestro Dios a ser creído como el Único
Verdadero. Imposible negar el dato de fe que afirma que la Salvación está vinculada
a creer en Él y a confesarlo en medio del
mundo de los hombres. La Iglesia tiene su identidad-misión en la vocación de
caminar bajo la luz Pascual y de llevar a Cristo, “lucero del alba que no conoce
el ocaso” por todas las oscuridades de los hombres. Su fe esta puesta en Dios Trinidad,
misterio de Comunión que engendra comunión. Y una comunión signada por la
verdadera paz de un Amor entregado que da Vida y que llama a sus hijos los
hombres a adherirse al Dios Úno y Trino para participar de su Misterio salvífico.
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